Capítulo 33
Los García estaban sorprendidos de recibir tal visita que se emocionaron, los invitaron a comer y después a dar un pequeño pase por la cascada cercana.
—Tienen que verla, en esta época no está tan crecida, pero el paisaje invernal es hermoso —dice Lucía a los visitantes.
Por su lado, Jasiel ha intentado hablar con Zil, pero ha sido en vano, luego de preguntarles que ha pasado en su casa ellos solo informan que hubo personas muy generosas con ellos y que les ayudaron a construir. Nadie quiso decir más y en parte eso hizo sentir incómoda a la joven. Nunca le ha gustado tener que dar cuentas de su vida a extraños.
Ellos le ayudaron en un momento definido, pero eso no significa que tengan que explicarles cada cosa de sus vidas.
—Sí... estuvimos aquí hace una semana, llegamos de pasada y vimos que había mucha gente construyendo con demasiada prisa —aclara ante las miradas inquisitivas de la chica—. Solo queríamos comprobar que estuvieran bien.
—Muchas gracias, muchachos —dice Tita—. Como ven, estamos bien por el momento, deberíamos marcharnos ya antes de que se nos haga tarde.
La sugerencia y la prisa no les pasa desapercibida, Zil no irá por su actual condición y ellos notan lo lento que camina. Aun así, aceptan la propuesta de tita y se marchan junto a Memo, Fer y Lucía a la cascada. También quieren conocer los alrededores en caso de necesitarlo.
La familia ignora la profesión de los chicos y tampoco han preguntado. Cuando llegan al sitio todos bajan de la camioneta y mientras los Rivera son guiados por los García, estos toman fotos del lugar y sus paisajes.
—En verano solemos meternos a bañar —suelta Fer—. Deberían venir en esas fechas, el agua es agradable. Soportable al menos.
—Si estamos por acá cerca llegaremos de pasada —asegura Emil con alegría—. Me acuerdo cuando nos metíamos a los canales a bañarnos, ¿se acuerdan plebes?
—Si, como olvidarlo... luego de la pajueleada que nos daba mi tía por habernos ido sin permiso —recuerda Gustavo—. ¿Cómo olvidarlo? Aún tengo marcas de esos chicotazos.
Los Rivera se ríen al recordad sus viejas andanzas y llaman la atención de Lucía. Como le hubiera gustado que sus hijos crecieran rodeados de primos y familia. Sin embargo, sus padres fallecieron cuando era niña y fue criada por unos tíos de su padre. Ellos abusaban físicamente de ella y la obligaron a trabajar desde muy pequeña, en cuanto pudo huir de su casa lo hizo. Fue así que conoció a Memo García Amor, mientras buscaba un refugio en medio de una tormenta.
Tita tenía mucho tiempo que había enviudado, vivían en una pequeña casa en el pueblo cercano. Cuando Memo se encontró con Lucía supo de inmediato que era el amor de su vida. La profundidad de sus ojos y su mirada perspicaz lo cautivaron por completo. Tita le dio asilo y al poco tiempo ambos jóvenes se casaron. Ellos no podían tener hijos, tuvieron que vender parte de sus bienes para ponerse en un tratamiento que les diera la oportunidad.
Afortunadamente, los tratamientos resultaron efectivos, ya que pudieron concebir a Fer, y después a Zil. Los dos luceros de sus vidas. Ya no eran solo Memo y Tita, ahora eran Lucía, Memo, Zil, Tita y Fer, la familia García.
El atardecer comenzó a llegar con el paso del tiempo, a lo lejos se podía visualizar el cielo anaranjado con arreboles en él. La hija de Zil yacía jugando mientras su madre acomodaba algunas de sus prendas en el pequeño closet. Tita aprovechando que no estaban se fue a dormir un rato. Nunca habían estado tan en paz, con tanta tranquilidad por su porvenir como con su estado actual.
Un ligero olor a humo comenzó a llenar la habitación de Tita, pero esta yacía tan dormida que no lo percibió. Zil que estaba en la planta alta fue la ultima en darse cuenta del olor. Cuando salió al pasillo, divisó en su cuarto fuera de su ventana, que humo negro y llamas subían hasta arriba.
Tomando a su hija, el móvil y una toalla, baja corriendo hasta el cuarto de Tita. El fuego provenía de la parte posterior de la casa, en dónde habían construido un tipo terraza para que la familia pasara sus tardes.
Tita se levanta asustada y sale junto a Zil de la casa. Toman la manguera e intentan apagar el fuego, pero este crece más y más. No a muchos metros de ahí, un hombre las observa atentamente. Escondido detrás de la cerca junto a los arbustos. Espera el momento en que la joven se acerque para poder cometer su fechoría con mayor exactitud.
Hundido en la autocompasión, sin ver su propio mal es que él ha orquestado todo un plan. Esperando día y noche para poder ver a la joven y así cometer su venganza es que ha pasado los últimos quince días.
El resto de los García y los primos Rivera, vienen de regreso a casa. Cuando entran en la llanura es que ven el fuego y Emiliano acelera. Confundidos por lo que pasa en casa es que no se esperan a estacionarse cuando bajan todos. Tita tiene a la niña tomada de la mano, lo más lejos del fuego, mientras Zil sigue echando agua con la manguera en la espera de que el fuego pare. Entonces, al no ver resultado de ese lado de la casa se acerca al otro.
Los Rivera vienen entrando alarmados, Memo y Fer corriendo a su lado mientras Lucía se queda con Tita y su nieta resguardándolas y preguntando como es que pasó eso. Zil con la esperanza de apaciguar el fuego no sabe que se acerca a su fin. Su agresor sale del escondite con pistola en mano, todos lo ven menos ella que yace de espaldas.
Un disparo. Un único tiro que hace que todo el mundo retumbe, las aves cercanas asustadas con el estruendo vuelan en todas direcciones. El graznido, los gritos, el fuego y humo... todo colapsa.
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