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Capítulo 22

A la mañana siguiente, después de un típico desayuno jalisciense en donde la familia degustó una carne en su jugo, huevos estrellados y café. Desde temprano, mientras unos ayudaban con su elaboración, otros cargaban en las camionetas todo el equipaje.

Tal como Andrés dijo a las nueve de la mañana salieron de casa de los Di Rosa Vitale, rumbo al aeropuerto. Dejando las camionetas en el estacionamiento a la espera de su regreso, llegaron a la terminal que les correspondía y documentaron sus maletas, así como boletos. Una hora después estaban llamándoles para abordar y cuarenta minutos después de eso estaban despegando.

Los García estaban fascinados y maravillados. Lucía y Tita habían hecho migas con Rosa, entre las conversaciones triviales de la familia, los hijos y los nietos, las matriarcas entrelazaron una sincera amistad. Con mayor animosidad Tita, que se burlaba de las otras más jóvenes por no ver el mundo como ella lo veía.

Por su parte, Guillermo había hecho amistad con el suegro de Ángelo. Había enviudado hace cinco años y la familia lo había acogido en todas las festividades. Por su parte, Fer no perdía oportunidad de pasar tiempo con su novia y conversar con ella.

Durante la noche Andrés no había podido descansar del todo debido al dolor en el cuerpo. Había estado ayudando a Zil con su niña y caminado bastante para alguien que acaba de sufrir un accidente. Tomando dos pastillas para el dolor e inflamación, despertó menos jodido. Aun así, tomó otras dos para amortiguar el dolor.

Ángelo, al ver que no cargaba su muleta de apoyo, le llamó la atención, lo que como consecuencia tuvo que Andrés volviera a usarla. Zil al verlo se preocupó, pero cuando le explicó el motivo sintió menos pesar, lo que mentalmente le recordaba que no debía dejar que le ayudara a cargar nada. Era cierto, él aún no estaba cien por ciento recuperado; ella se regañó así misma mentalmente por haber olvidado su bienestar.

A pesar de eso, se sentaron una vez más juntos en el avión. Los sentimientos que, ya siendo concebidos, ahora crecían más y más. Durante el trayecto, Zil aprovechó para explicarle el tratamiento de su hija, ya que él no dejaba de hacer preguntas al respecto.

Tener el espectro de autista, llámese "Asperger", no es lo mismo que tener autismo. Le explicó que esto es en menor grado y que los niños pueden hacer una vida prácticamente normal, pero siempre con algunas normas que ayuden a mejorar esa calidad de vida.

Él la escuchaba embelesado, ella era una auténtica experta en lo que al tema se refiere. Se preguntaba que hubiese sido de su futuro si se le hubiera dado la oportunidad de estudiar.

—¿Crees que, si tuvieras la oportunidad, volverías a estudiar? —pregunta al darse cuenta de que no puede dejar de pensar en ello.

—Lo he pensado, pero teniendo o no la oportunidad, hay prioridades —confiesa ella con toda la sinceridad.

—Supongamos que no existen esas necesidades que te hacen priorizarlas —sugiere él con cautela para que ella no lo malinterprete—. ¿Te gustaría volver a estudiar?

Ella se ríe porque es algo que en su cabeza ha rondado por muchísimo tiempo.

—Claro...

—¿Qué es lo que elegirías? —pregunta mientras juguetea con la mano de ella y traza círculos en su dorso.

No se puede decir que las manos de Zil son suaves porque no lo son, son un par de manos que, aunque delgadas, denotan el trabajo que con ellas se realizan. Actividades que han dejado algunos rasguños en ellas, así como cayos en sus dedos.

—Lo he pensado, a veces cuando me permito soñar mientras veo el cielo —sonríe recordando esos momentos cuando en tiempo de calor se sube al techo de su cuarto a pasar la noche—. Me gustaría estudiar algo relacionado a la educación especial. Incluso he pensado en algún tipo de escuela o centro educativo para niños con las cualidades de mi hija.

Andrés, que esperaba una respuesta más tímida, se da cuenta de que realmente eso ha estado rondando en la cabeza de Zil. No es una mujer conformista, por eso tiene dos trabajos, por eso sueña aun cuando, como dijo ella "Las prioridades son otras".

Casi tres horas después llegan a Cancún, del aeropuerto, son trasladados a la zona hotelera donde se hospedan en el Hotel Casa Maya. En total veinte personas en ocho habitaciones. El suegro de Ángelo, Michael Rodríguez, en una habitación. Rosa y Tita en una para ellas solas, Ángelo con su esposa e hijos en una habitación doble al igual que Dante con su familia.

A Fer y Maggie les designaron una habitación para ellos solos, al igual que a Memo y Lucía, Matteo y Andrés juntos y Zil con su niña en una habitación con vista al mar. Está de más decir que ninguno objetó, a excepción de Lucía, quien no quería abusar de la amabilidad de sus anfitriones y dijo que todos los García podían dormir en la misma habitación. Lo que no sabían es que Andrés era quien auspiciaba sus gastos y eso para él fue inadmisible.

—Estas son nuestras vacaciones, necesitaremos espacio para descansar de todo y de todos —señaló Tita, su nuera en voz baja—. ¿A poco no te gustaría despertar a gusto sin tener que verme la cara?

Lucía suelta la risa ante las ocurrencias de la mujer que la ve como una madre.

—Ya déjese de cosas, acostumbrada a estoy a verlos. Me preocupa más en perderlos de vista —advierte—. Aun así, tiene razón, necesitamos un respiro.

Andrés entrega las llaves de las recámaras y por pedido de Tita todos los García quedan en el mismo piso, esto con la finalidad de ayudar a Zil en caso de ser necesario con Itzia. Él, que no quería perder ojo de la chica, también eligió el mismo. Solo sus hermanos mayores quedaron un piso más abajo.

—¿Qué tal si nos vemos en el comedor a las dos en punto? —pregunta Rosa a todos antes de que cada quien tomase su camino—. Dicen que hay un buffet buenísimo.

Todos aceptaron y se retiraron a instalarse.

Cuando Zil entra tomada de la mano de su hija a la habitación, quien corre hasta un rincón de esta donde han sido instalados algunos juegos didácticos. La gran ventana que da hacia el balcón solo deja ver el azul claro del agua.

La escena como tal sorprende grandemente a la joven, quien nunca había visto el mar. Notar que los juegos han sido recién instalados y la maravilla ante sus ojos solo provocan una cada vez creciente necesidad de llorar. Las emociones la sobrepasan y estas se materializan en cristales húmedos que salen de sus ojos.

—Sh, no llores —se acerca Andrés a abrazarla.

Él esperaba paciente en la entrada de la habitación para que ella pudiera admirar todo. La abraza y ella se entrega a sus brazos. Lo rodea por la cintura.

—Es todo tan hermoso, muchas gracias por invitarnos, por esto —señala los juegos y juguetes con los que ahora su hija está entretenida.

—Te dije, mereces todo... —la abraza con mayor fuerza y le besa la cabeza—. ¿Soy yo o está más caluroso aquí?

Ella se aparta y entonces lo percibe.

—Sí, es más húmedo... revisaría el estado del tiempo, pero no puedo —se burla de sí misma.

—Bien, iré a cambiarme por algo más cómodo, ¿te veo un rato?

—Por supuesto —dice ella mientras toma su maleta y la pone sobre la cama.

Él hace como que se va, pero regresa solo para darle un beso en la nariz. Ella se queda meditando en que lo que realmente quería era un beso en la boca, pero con ello le basta. Al menos por ahora.


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