Capítulo 20
Andrés teme que una vez que ella sepa ese pedazo de su historia no quiera nada con él, pero aun así sabe que debe ser sincero por el bien de una futura relación.
—Bueno, no sé por dónde comenzar, pero supongo que por el final para que luego comprendas el inicio —sugiere sin en realidad saber cómo exponer todo sobre la mesa—. Ya serán cuatro años desde que me divorcié, estuve casado por cinco años con una mujer que creí era el amor de mi vida, pero me engañó.
Zil no esperaba que le dijese algo tal, al inicio sintió sorpresa y luego empatía. Ella no sabía lo que era tener un gran amor que te llevara a querer casarte o a estarlo, lo más cercano a eso era cuando tuvo un pequeño enamoramiento en primaria por uno de sus compañeritos, pero este terminó cuando él se comenzó a burlar de ella y a decirle piojosa, que era más referente a su condición social que a que tuviera piojos.
—Oh... lamento sinceramente que pasaras por eso —revela con sinceridad—. Me imagino que fue difícil para ti.
—Lo fue, en su momento —recalca Andrés, quiere que ella entienda que él ya pasó página—. Lo que dificultó todo y al punto que quiero llegar y que tu conozcas es que nadie en mi familia exceptuando Luca, mi primo y Matteo saben la verdad.
—¿Te refieres a que están separados? —pregunta sin entender del todo a que se refiere—. Estoy confundida.
—Mi familia piensa que nos divorciamos por diferencias irreconciliables, ignoran que ella mantenía una relación con un ex socio. —Zil siente impotencia, supone que la misma que él sintió en su momento—. Ella me rogó que no dijese a nadie pues sabía que cargar con el divorció de por sí era difícil ahora más añadiendo que la señalaran. Yo acepté por sororidad, yo la amaba, no quería verla sufrir, aunque por dentro yo me desquebrajaba.
» Sin embargo, ella con el tiempo usó eso a su favor y ha intentado mantenerse presente en mi familia. No he tenido el valor de decirle a mi madre, sé que ella la pondría en su lugar por haberse aprovechado tantos años de su confianza. Mira que presentarse en reuniones familiares con el pretexto de "recuperar lo nuestro" es el colmo, así que para evitarme esas confrontaciones me alejé de mi familia.
Andrés hace una pausa y bebe un trago de su gin tonic, Zil hace lo mismo, pero de su bebida. No puede creer lo cara dura que es esa mujer, aprovecharse de una lealtad solo para intentar seguir haciendo daño es de más.
—¿Pero que ganaba con eso? Además de hacerte sentir incomodo —inquiere ella pensativa.
—Ni idea, es algo que no logro descifrar, pero mejor para evitarme todo eso me alejé de todos —informa con la verdad—. Una vez la confronté y le pedí que por favor ya no volviera que no era bien recibida y le muy sínica solo me contestó que mientras mi familia la estuviera invitando ella seguiría asistiendo.
—Wow... quizás todavía te quiere —sugiere la chica con cierto temor. Si es así ella no intervendría de ninguna manera entre ellos.
—Claro que no, ella sigue con el tipo con el que me engañó —suelta tranquilamente, nole afecta en lo mínimo saberlo—. Ella pasó página y a veces siento que solo lo hace por joderme... aquí es dónde te tengo que contar lo que realmente pasa y por eso la familia no puede saber.
Zil asiente serenamente por fuera, aunque por dentro ella se un aluvión de preguntas que desean ser respondidas.
—Mi padre al morir dividió la herencia entre los cuatro hermanos, al menos eso creen ellos. Sin embargo, al ser yo quien tomó el mismo camino como profesión que él me dejó una parte extra, dicha parte tiene una finalidad, cuidar del bienestar de mi madre. Soy algo así como un albacea, pero en realidad solo protejo su patrimonio.
—Eso es muy noble de tu parte —expresa Zil.
Eso la lleva a pensar que ella no tiene un peso con el que pueda proteger a su familia y siente que debe hacer algo más que cambie esa situación.
—Cuando me casé lo hice por bienes separados por consejo de él, no sabía por qué, pero lo hice. Cuando murió lo comprendí todo. Fue hasta que nos estábamos divorciando que los abogados expusieron este punto de la herencia, ella quiso que se calculara en el monto que debía recibir por manutención alegando que había dejado su carrera por mí, por apoyarme en mi profesión cosa que no fue así y lo demostré. Ella perdió el alegato y no recibió un solo peso de los millones que pedía. Así que sí, creo que es por venganza, pero, no estoy seguro.
—Difícil tu caso...
Andrés se ríe un poco y se rasca la cabeza. Zil no sabe que más decir pues toda esa información sigue procesándola en su cabeza, pero ay algún punto importante en todo esto. Ella no quiere parecer una persona interesada.
—Creo que haber venido con ustedes es un error —suelta sin ningún antecedente del porqué de su opinión y eso provoca en el hombre frente a ella vestido aun de traje como si de una reunión de negocios se tratase que se confunda—. Es claro que tienes muchas cosas que resolver, pero de algo debes estar seguro, ni mi familia ni yo queremos tu dinero ni el de tu gente.
—¿Qué? —pregunta al no entender de donde ella ha sacado eso—. Yo, mira, no he terminado de explicarte. No sé por qué te ha dado esa impresión, ustedes no han dejado de dejarme muy en claro que no quieren "nuestro" dinero. No es por eso que te comento esto, es porque ese fue el motivo del porque yo me alejé de mi familia y del por qué estaba tan desesperadamente huyendo de mi casa ese veinticinco en la madrugada. Ella se había presentado a la cena familiar y había armado como siempre una de sus tetras. Pero después de conocerlos, de ver como son ustedes y como es que se aman y se apoyan, entendí que debo recuperar a mi familia.
» Quiero creer que tengo la esperanza de que ellos me vayan a apoyar a mí, tal como tu familia ha estado para ti. Yo te dije, quiero conocerte, me gustas, pero no quiero sentar ningún tipo de relación basado en mentiras, es lo último que deseo. Sé que es que te mientan —Andrés levanta su mano y la pone sobre la mesa para tomar la de Zil y entrelazar sus dedos—, y no quiero mentirte, quiero que me conozcas y quiero conocerte.
Cuando ella escuchó esas palabras tuvo paz, una tormenta se alzaba ante sus ojos pues creía que él tenía algún tipo de idea contra ella y su familia, pero no es así.
—Disculpa mi actitud a la defensiva, muchas personas a lo largo de nuestra vida nos han tachado de muchas cosas —confiesa con el corazón en la mano—. Tú sabes que no tenemos mucho, y la gente también, pero nosotros nos esforzamos a nuestra manera. Tiempo atrás estaban construyendo nuestra casa, pero luego pasó mío y mi padre tuvo que vender el ganado, una camioneta y pues eso y todos los gastos que hemos tenido nos han ido llevando a la miseria. Ha sido muy duro recuperarse de eso en nuestras vidas, no solo en lo económico, sino en lo emocional.
Andrés no deja de acariciar la mano de Zil y sabe que eso a ella le gusta.
—Lamento tanto lo que pasaron, lo que pasaste, no tengo palabras...
Ella le regala una sonrisa tímida porque sabe que ni ella misma tiene las palabras adecuadas para él, aun así, sus corazones vibran de empatía y sinceridad. Han abierto sus corazones y confesado sus secretos lo cual les da una sensación de paz.
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Después de una armoniosa cena entre preguntas sencillas, sobre cosas que para muchos pueden parecer irrelevantes, pero para dos seres que se atraen son piezas claves en el proceso del cortejo.
— ¿Te gustaría ir a dar una pequeño paseo por una plazuelita aquí cerca? —pregunta Andrés a la chica que de a poco se ha ido convirtiendo en una persona importante.
Ella asiente con la cabeza mientras él paga la cuenta del restaurante. Él le toma de la mano y salen de aquel lugar a paso lento. Andrés no se ha recuperado del todo. Después de las radiografías el doctor le dijo que lo del pie no era nada grave, pero por precaución le dejaría la bota un par de días. Él en su desespero por querer caminar mejor se la quitó y solo se ha puesto un calzado cómodo.
Las costillas afortunadamente no ha sido una rotura sino una contusión que ha provocado hinchazón y un fuerte moretón. Cuando supo esto lamentó que en la clínica donde lo atendieron no hubiese mejores aparatos, prácticamente lo diagnosticaron al tanteo y a base de experiencia, lo cual agradece pues le salvaron la vida.
Andrés vuelve a tomar de la mano a Zil y nota en ella un ligero rubor.
— ¿Te molesta que haga esto? —pregunta una vez que ya lo ha hecho— Si no para no hacerlo.
—No me molesta para nada, pero me parece extraño —dice con vergüenza—. Tenía entendido que solo los novios o esposos se tomaban de la mano.
Andrés que no esperaba esa respuesta, detiene su paso justo cuando llegan a su auto y la mira de frente sin soltar su mano. Las emociones que le embargan son fuertes, aún más poderosa de las que llegó alguna vez por su ex esposa.
La observa cuidadosamente como si quisiese grabar cada rasgo en su memoria, sus cejas delgadas, pero a la vez tupidas, pestañas espesas, sus ojos redondos y grises, su nariz respingada y sus labios, esos malditos labios rosados que tanto quisiera besar. Pero se detiene, sabe que sobrepasaría un límite que no quiere pasar. Ella es de otras costumbres y ya suficiente tiene con tomar su mano sin que se confunda como para besarla y alterarla.
—Quizás tienes razón, generalmente las parejas, novios o esposos se toman de la mano —declara con cautela—. No lo haré si no quieres, pero debes saber que este tacto —afianza su mano en la de ella haciendo que ambos corazones se aceleren—, no es tomado a la ligera para mí. No sobrepasaré los límites que me pongas, ni iré más allá de lo que tú no quieras que vaya, ni ahora que nos gustamos ni después si llegamos a ser novios.
Si él pudiese tener un oído super desarrollado sin duda, escucharía el enérgico martillar de su corazón. Ella solo tenía una pregunta rondando en su cabeza ¿realmente a él le gustaría llegar a ser novio de una persona como ella?
«Solo me avergonzaría a mí misma intentando estar a su altura» se dice así misma.
Ella lo mira llena de esperanzas, incertidumbres y con un cada vez más creciente deseo impetuoso por querer tocar los labios de Andrés. Besarlos.
—Gracias —musita aguardando las demás palabras que su alma grita por salir.
Él nota como es que ella observa con atención su rostro, su boca, así que hace lo único decente y posible que puede. Toma un mechón de su cabello y lo coloca detrás de su oreja. Un roce casi intangible, un acción inocente que denota los deseos más íntimos de ambos.
Ella sonríe tímidamente e inclina su rostro al alcance de la mano del hombre que tanto le gusta. Él responde ante la acción y acaricia suavemente su pómulo. Con templanza desliza su mano hasta retirarla, ella siente el vacío de su tacto y lo lamenta.
Después de eso se marchan al sitio que él había mencionado. La plazuela tiene jardineras y bancas alrededor del quiosco central. A las orillas del lugar hay distintos comercios de comidas, botanas y postres. La noche yace muy fría y una densa neblina comienza a caer, las farolas que iluminan de amarillo el lugar solo provocan junto a alguna música que suena en algún rincón un momento mágico y romántico.
A esta hora pocas familias quedan rezagadas, pero hay algunas parejas que aprovechan del momento para hacer emerger el romanticismo con alguna chuchería que haga sentir complacida a la pareja. Andrés invita a Zil a degustar algo de los alrededores, pero ella alucinada por el lugar decide que solo quiere caminar.
Aprovechando el momento se hacen confidencias en cuanto a gustos y recuerdos de su infancia, ambos crecieron rodeados de familias amorosas y por supuesto de hermanos molestos.
—Mi padre nos traía a este lugar cuando hacía buen clima —recuerda el hombre con melancolía—. Nos gustaba elegir nieves de sabores de aquella paletería mientras paseábamos por las callecitas del lugar.
—Es muy bonito, nunca había conocido un lugar, así como tal —confiesa Zil, pero sin sentir pena—. Me siento afortunada de estar aquí.
—El sentimiento es mutuo —confirma él mientras la codea en complicidad logrando que ella ría.
—Cerca de casa hay un arroyo, no muy lejos hay una pequeña cascada que nos gusta visitar desde que éramos niños en tiempo de calor —rememora ella con nostalgia—. Me gustaría llevarte ahí alguna vez, es hermoso.
—¿Cómo tú? —pregunta él con un tono coqueto.
El rubor tiñe las mejillas de Zil y esta suelta una suave risita por la cuestión. Hasta dónde tiene memoria ella nunca había recibido algún tipo de comentario.
—No te avergüences. Realmente eres muy hermosa, Zil —dice mirándola a los ojos.
Ella que no sabe qué hacer ante esos comentarios aprieta los labios.
—Gracias...
—No lo hagas, no se puede agradecer la sinceridad —dice él y mientras se acerca a sentar a una banca, ella le sigue y se sienta a su lado.
—Hace frío —murmura ella. Solo trae un suéter ligero pues dejó la gabardina de él en el auto.
—Entonces vámonos, no quiero que cojas algún resfriado.
Él se levanta de nuevo, pero lo hace al mismo tiempo que ella. Esto provoca que queden frente a frente, aún más cerca que antes. Por instinto, él pasa de nuevo su mano por la mejilla de Zil y nota que esta yace fría, con su pulgar traza el perfil de su mandíbula hasta llegar a sus labios, uno ligeramente más grueso que otro, pero ambos rosados.
Ambos lo desean, pero ninguno dice nada, sienten la atracción, la sinergia de sus cuerpos ante el encanto que se provocan mutuamente.
—Bésame —pide ella ante la inminente fascinación por él.
Andrés no pregunta si está segura, sabe que ella lo está. Sus miradas fijas, corazones palpitando con el mismo apego e interés por su igual. Se inclina y la besa, un roce tierno y sus seres eclosionan en el magnetismo innegable que se tienen.
Se besan, se abrazan y se demuestran como es que dos seres de distintos lugares, clases sociales y costumbres pueden llegar a amar de una manera pura y desinteresada. Aunque aún no descubran que lo que está surgiendo entre ellos, es amor.
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