Capítulo 10
La familia García había acogido y cuidado de Andrés, su estado seguía inconsciente pero constante y según los doctores solo quedaba esperar, ya en el hospital habían hecho los procedimientos necesarios para restablecerlo lo mejor posible.
Afortunadamente Don Memo y su hija Yatzil a la que todos decían Zil de cariño, siendo del mismo tipo sanguíneo que Andrés pudieron donar sangre para que su recuperación fuera más rápida. El teléfono móvil de Andrés había quedado completamente destruido. Y era uno que no tenía un chip por lo que no pudieron recuperar algún contacto. Fer estaba de vacaciones en su pueblo y no regresaría a la ciudad hasta pasando año nuevo, por lo que eso impedía de alguna manera que pudieran buscar datos de Andrés en el internet.
Ellos vivían en un pueblo tan alejado de la civilización «como decían los citadinos sobre ellos para burlarse», que no había señal alguna de internet, salvo en la escuela, que por vacaciones estaba cerrada y sin luz.
La vida parecía que le jugaba una mala broma a Andrés, cuando en realidad estaba haciendo esto con un propósito.
Cuatro días pasaron desde el accidente cuando Andrés dio señales de despertar. Había perdido tanta sangre que le causó un estado comatoso, pero desde dos días atrás había tenido lapsos de en los que despertaba. Un terrible accidente cerca del pueblo que involucró un autobús de turistas y un auto familiar, dejó varios heridos de gravedad.
Por la distancia donde se encontraban y debido a sus heridas muchos de ellos tuvieron que ser trasladados a la clínica donde estuvo el joven, y ya que había poco espacio, al doctor Eduardo no le quedó de otra más que trasladar con sumo cuidado a Andrés a la casa de los García para poder recibir a los nuevos pacientes.
Zil que a pesar del reciente y lamentable incidente con su pasado aún seguía adolorida y con algunos moretones, no dudó en ayudar a cuidar al desconocido. Su familia preocupada por su bienestar le pidió que se quedara ese día y que no trabajara. A ella no le quedó de otra más que aceptar pues aun cuando en el fondo de su corazón tenía miedo por su bienestar, también temía que sus padres o su abuela enfermaran del corazón a causa de tantas preocupaciones.
Tita decidió hacerle compañía el mayor tiempo posible, así que mientras la pequeña miembro de la familia dormía, ella y Zil cuidaban del joven en el cuarto donde solían dormir y que también era el más decente.
Cuando por fin despertó, Andrés sintió un terrible dolor de cabeza y de pecho. Doliéndole el brazo aún más que todo el resto del cuerpo. Con la vista un poco nublada vio alguna luz que iba y venía a través de una ventana traslucida en la pared de detrás de él. Apenas si recuerda algo del accidente y tampoco es que intente hacerlo ya que se siente desorientado, perdido y confundido. No dura mucho, al cabo de unos segundos vuelve a caer en un profundo sueño, dejando atrás todo lo que llegaron a ver sus ojos.
—Mauro Andrés De Rosa Vítale. —Lee en voz alta Zil en la identificación de Andrés— es un bonito nombre. ¿Verdad Tita? —Pregunta a su nana.
—Sí cariño. Es un hermoso nombre y también un hermoso hombre.... ¿verdad? —responde Tita atacando con otra pregunta con curiosidad.
Ante el comentario, Zil no puede evitar sentir un poco de pena ajena por su abuela, ya que pensar que la anciana puede considerar aun a un hombre apuesto o no, la hace cuestionarse en si ella lo considera también así, al menos a Andrés.
—Tienes razón Tita, es guapo, pero no tanto como otros —se miente a sí misma.
—Si tú lo dices... —responde Tita y se va de ahí a seguir con sus tejidos.
Zil al encontrarse sola pone más detalle en observar las facciones de Andrés, su nariz recta, sus labios carnosos, pero sin exagerar, el delineado de sus cejas y sobre todo unos pequeños lunares que comenzaban en el mentón y terminaban en el cuello.
Algo peculiar había en aquel hombre, sí, era atractivo, pero también era enigmático, el tipo de hombre que dice mucho en ninguna palabra. Había tenido la oportunidad de cuidar de él en el hospital, pero con el ir y venir de las enfermeras no le había puesto atención a detalle hasta ahora que se encontraba en la comodidad y seguridad de su casa.
Zil toma asiento en la vieja silla de su abuela y comienza a mecerse mientras dibuja en su memoria las facciones de ese bello hombre. «Quizás pueda dibujarlo después» Piensa ella.
Al cabo de unas horas más Andrés se despierta por completo. Está confundido. No sabe dónde se encuentra y tampoco sabe quién es esa chica que está dormida frente a él en una vieja mecedora.
Tiene sed. Le duele todo el cuerpo y se siente algo nervioso. Como puede se sienta en la cama y se da cuenta que es una cama cómoda, pero algo muy vieja. Observa su alrededor, hay una pequeña hornilla al fondo del cuarto, que al parecer funciona como chimenea, las paredes son de ladrillo y el techo... el techo es de un tipo de lámina negra, madera y algunas partes de hielo seco y cartón.
Intenta ponerse de pie y salir de ese lugar lo más pronto que pueda. Fija su vista en una ventana que esta por su lado izquierdo y solo ve pinos y nieve, entonces se pregunta «¿dónde diablos estoy?».
Zil, al oír los rechinidos de la cama se ha despertado, observa al huésped con ojos entrecerrados para no asustarle. Pero al ver su cara de pánico decide que lo mejor es presentarse y explicarle la situación.
—Hola —saluda en un murmullo.
—Hola —responde confundido.
—Soy Zil, mucho gusto —saluda ella con esa tierna voz que le caracteriza mientras se levanta de la mecedora y camina hacía la cama.
Andrés la observa detenidamente mientras ella se va a acercando, no es el tipo de mujer que él suele buscar como cita, pero se da cuenta que a su manera ella es una mujer muy bella.
—Zil... ¿Dónde estoy, ¿qué me pasó? —pregunta Andrés cada vez más confundido viéndola avanzar hasta donde está él.
—Eres Andrés, por si lo olvidaste —menciona ella mientras le la cartera que estaba en la mesa. Se acerca tranquila y se sienta en la orilla de la cama.
—Sí, sé que soy Andrés, pero no sé qué mierdas hago aquí y tampoco porque me duele tanto el cuerpo —dice muy altivo mientras mira con desprecio a su alrededor.
Zil algo decepcionada por la actitud de este huésped. Decide darle la versión cruda y resumida.
—Bueno, Andrés, te contaré que sucedió, que, si no fuera porque manejabas algo ebrio, "según los médicos"—hace las comillas en el aire— no estuvieras aquí. Hasta el momento nadie te ha procurado y por lo que sé, le debes la vida a mi padre y mi hermano. Pues si no fuera porque ellos te rescataron, tú no estarías aquí y mucho menos, estarías vivo. Así que sé agradecido y compórtate. Deja de ser tan petulante —asiente con seguridad Zil mientras se levanta de la cama y se marcha del cuarto molesta por la forma en la que él se comportó.
Sabe que ella no fue mejor que él al haberle dicho así las cosas y mucho menos al referirle de esa manera la ayuda que le brindaron. Eso no la ha hecho una mejor persona y aun así se siente satisfecha al ver la reacción del rostro desencajado de aquel hombre.
También la forma en que él miro aquel lugar como si fuese poca cosa la hizo sentir mal. Sabía que no eran las mejores condiciones, pero ella y su familia se esforzaban por vivir limpiamente y lo mejor posible. Todo ese aluvión de sentimientos no hizo más que recordarle lo miserable que era, lo poca cosa que valía para la gente y que eso jamás iba a cambiar.
Andrés se queda sorprendido de la ferocidad de esa pequeña mujer. Nunca pensó que con tal tamaño y una voz dulce podría ponerle en su lugar. La mención del padre y hermano de la chica le hacen recordar algunas cosas que parecían más un sueño que algo real.
Nieve, una barranca, sangre goteando, un señor mayor y un muchacho en sus veintes sacándolo del coche en el que se accidentó.
Decide levantarse e ir en búsqueda de la joven. Necesita respuestas.
Trata de levantarse de la cama como si nada. Aún no sabe el recuento de los daños, pero tiene que averiguarla a la mala. Un dolor en el tobillo y en el pecho hacen que pierda el equilibro cuando trata de apoyarse en este. No tiene con que sostener la caída y va a dar hasta el suelo sin ningún reparo. Este era de tierra, algo fría y helada. Pero dada la situación no se puede quejar más sobre ello.
Grita de dolor. Uno tan fuerte que se oye en el cuarto de al lado. La abuela que estaba en el horno por un costado de este es la primera en llegar.
—Muchacho, pero ¿qué has hecho? —amonesta la abuela mientras lo sujeta del brazo para ayudarle a levantar.
—Me caí —responde Andrés algo lloroso mientras intenta recomponerse.
—Lo sé, eso es obvio. Pero la pregunta es que le hiciste a mi nieta. Salió echa la furia de aquí y ella no es una mujer que se enoje fácil.
La abuela con cuidado ayuda a Andrés a recostarse en la cama. Este se deja ayudar por una señora mayor completamente desconocida y que le trata con una familiaridad con la que nadie lo había tratado.
— ¿Y cómo sabe que fui yo quien le hizo algo? Tal vez fue ella la que se enojó sin motivo alguno —le responde orgulloso, no queriendo asimilar su error.
La abuela que con su ya conocida y adquirida sabiduría de los años observa a los ojos a Andrés, tratando de descifrarlo.
— ¿Qué piensa? —inquiere Andrés al ver como lo mira.
— ¿Tengo que pensar acaso algo?, ya es claro por qué el enojo "sin motivo" de Zil —responde la abuela.
—Lo digo porque tiene la misma mirada que ella hizo hace rato, antes de salir "echa la furia" como dice usted. Entrecierran los ojos. — Andrés trata de imitar la mirada, pero es en vano.
—Una cuestión de familia, supongo. ¿Cómo te sientes? —pregunta Tita acomodándose en la mecedora por un lado de la cama.
—Mal. No sé dónde estoy, no sé qué hago aquí y me duele todo. —dice ya resignado.
—Supongo que Zil no alcanzó a responder ninguna de tus preguntas, pero ya llegará y podrá hacerlo —Tita se levanta y se limpia las manos aun llenas de ceniza en el delantal de la falda.
—No por favor. Quiero saber que pasó, ¿podría usted ayudarme? —pregunta un ya rendido joven al darse cuenta que debía cuidar su forma de expresarse.
—Si lo pides por favor, claro que puedo.
—Por favor, ¿podría ayudarme? —dice Andrés sin tener ningún otro remedio, tragándose su orgullo.
—Hace cuatro días te volcaste en la carretera a Durango. Mi hijo...
Andrés la interrumpe al oír la primera oración.
—Espere, ¿hace cuatro días? —indaga asustado.
—Así es. Te decía, mi hijo y nieto te encontraron y te llevaron al hospital más cercano, ahí estuviste en un estado de coma como por un día y medio. Al dar signos de querer despertar y debido a que es un lugar muy pequeño y con falta de presupuesto te trajimos a casa. Y desde entonces te hemos cuidado.
—Gracias eso es muy amable, pero ¿y mi familia, ya se comunicaron? ¿Qué dijeron?
—Bueno, tu cacharro está descompuesto —dice la abuela Tita mientras saca el celular del cajón del ropero y se lo entrega— y pues te buscamos en la cartera, pero no encontramos nada, salvo tarjetas de crédito y tus identificaciones. —La cara de sorpresa de Andrés al saber que podrían haberle robado sus cosas le causa risa a Tita— tranquilo tus plásticos bancarios están ahí.
—Somos una familia decente y ni, aunque estemos a punto de morir de hambre, podríamos robarte —dice Tita, mientras se acerca a la puerta.
—Espere, no se vaya. ¿qué me hicieron en el hospital?, ¿qué dijeron los doctores? —dice algo consternado al sentir el dolor en el tórax
—Bueno chico, te estabas desangrando, te quebraste un pie, te lastimaste las costillas y tuviste una contusión en la cabezota. Desgraciadamente estamos alejados de la mano de Dios y el hospital es más bien una pequeña clínica. Pero no te preocupes, todo estaba limpio —Andrés abre los ojos al oír a la abuela, y se preocupa por contraer alguna infección o algo peor—. Tranquilo, Andrés, no te vas a contagiar de ninguna enfermedad o infección. El médico del pueblo supo curar muy bien tus heridas y las transfusiones fueron un éxito. Eso dijo él. Al menos tu cuerpo no rechazó la sangre de Zil y Memo —termina el aviso y sale del lugar dejando al hombre con más dudas y preguntas que respuestas.
Andrés no dijo ya más nada y se recuesta en la cama. Se da cuenta lo altanero que fue con la chica y también comprende un poco más su molestia. Es cierto les debe su vida a unos desconocidos. Minutos más tarde entra de nuevo Tita y le informa los medicamentos que debe tomar. Este sin ningún reproche más, ya sea por cansancio o ya rendido del dolor se los toma.
Tita sale de aquel cuarto pensando en la actitud de su nieta, sabe que Zil actuó de una forma arrebatada. Andrés es un hombro seguro para hablar, pero es su posición social la que habla por él. Seguro no conoce la humildad y mucho menos la pobreza. Es entendible que se sienta mal estar en las condiciones en la que está, pero también, ellos ya más nada pueden hacer por él.
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