Capítulo veinte.
Pese a que Wren había dicho que se reuniría con ellos a mediodía, Olive, Julian y Isaac bajaron al restaurante a las dos de la tarde para comer algo ligero después de haberse pasado las últimas dos horas en la habitación del hotel sacando conjeturas.
―No contesta mis llamadas. Otra vez ―refunfuñó el vizconde. Dejó el móvil sobre la mesa y repasó el menú―. Que mujer tan fastidiosa.
―Bueno, fuiste tú quien le pidió ayuda ―puntualizó Isaac con un medido tono cáustico―. Deberías conocer mejor a quienes les das trabajo.
Julian soltó un gruñido.
―¿Le habrá pasado algo? ―preguntó Olive. Bajó la carta de vinos y observó el cambio abrupto en el rostro de Julian.
―No creo. No sé... ―Cerró el menú de golpe―. De ahora en adelante, haré que uno de mis guardias la vigile.
―Me parece una movida un poco extrema. Tal vez se distrajo con otro asunto o se perdió. No olvidemos que es extranjera, al igual que nosotros.
―No tengo tiempo, ni interés, de ocuparme de una inglesa perdida. Si no aparece en una hora, daré por sentado que nos está jugando sucio.
―Ya que tocamos ese tema ―Isaac echó un último vistazo al menú y, tras asegurarse de saber que iba a pedir, miró a su amigo―. Es evidente que el tejemaneje de que mi familia estaba en España y luego se mudó a Portugal es falso, ¿al menos cabe la posibilidad de que Carmichael sí haya estado investigando el paradero de mi familia? ¿O le ha dado largas?
―No lo sé ―admitió el vizconde con tiento, preocupado por la reacción de Isaac―. Wren viajó a España dos días antes de que Olive y tú se fueran y pasaron varios días antes de que se comunicara conmigo. No tengo muy claro que ha hecho en ese tiempo. ―Con una expresión de fastidio, añadió―: Por si no te has dado cuenta, es una mujer incisiva y se pasa por alto mi título.
―Querido Julian, la señorita Carmichael pasa por alto todos los títulos de la aristocracia ―repuso Olive con voz risueña―. Básicamente, de eso vive.
―Linda, que no se te olvide que el amigo aquí soy yo.
―No sé de qué te quejas. ―Isaac hizo un movimiento con la mano para indicarle al mesero que se acercara a tomar la orden―. Entre incisivos o se entienden bien o...
―¿Se acaban matando? ―añadió Olive, juguetona.
―Eso. ―Ambos chocaron la mano―. Es cuestión de tiempo antes de que sepamos cuál de las dos opciones será.
―Bah. ―Julian se refugió detrás de la carta del menú―. No volveré a sentarme en una mesa con una pareja que se acaba de reconciliar. Se ponen insoportables.
La diversión del momento acabó tan pronto divisaron una melena rubia caminando cerca de los ventanales del restaurante. La inglesa desaparecida, que no tenía buen aspecto, acababa de bajar de una patrulla de policía e iba escoltada por ocho hombres sin uniforme hacia el interior del hotel. Apenas en un vistazo, Isaac se percató de que la chaqueta negra estaba sucia ―tierra, probablemente― y que cargaba con una mochila blanca, también sucia, en el hombro.
Los tres se miraron con extrañeza y se levantaron de las sillas al mismo tiempo. Llegaron al vestíbulo en tiempo récord, justo en el instante en que Wren, ataviada con una expresión de agotamiento y fastidio, presionaba los botones del ascensor.
―¡Señorita Carmichael! ―la saludó Olive en un tono comedido para no llamar la atención.
La periodista volteó hacia ella. De pronto, y por sorpresa, los tres se encontraron con una barrera de ocho personas que impidieron su avance.
―Mantenga su distancia ―ordenó uno de los guardias, el moreno.
―¿Señorita Carmichael? ―Olive intentó ver más allá de los anchos y duros hombros de los guardias, pero solo distinguió parte de una cabeza rubia.
―Mantenga su distancia ―otro de los guardias, de pelo más oscuro, se adelantó e intentó apartar a Olive, pero Isaac se interpuso entre los dos.
―¡Ni se le ocurra tocarla! ―amenazó con un tinte oscuro en su voz.
Su intervención tensó el ambiente. El primer guardia miró amenazante a Isaac y Julian avanzó en defensa de su amigo. El segundo guardia se enfrentó a él, lo que, eventualmente, provocó la injerencia de la guardia de Julian y Olive. En cuestión de un parpadeo, el estrecho corredor se llenó de tanta gente que Isaac no pudo precisar de cuántas personas se trataba.
―¿Ven? Estas arbitrariedades no le suceden a la gente sin títulos nobiliarios ―pero su intento por disminuir la tensión del ambiente se perdió bajo un grito alterado de mujer.
―¡Ay, por Dios! ―La periodista se abrió camino entremedio de las ocho personas a punta de manotazos. Al pasar entre dos cuerpos corpulentos, la mochila se le cayó al suelo. La recogió con un gemido a medio camino del llanto. Isaac se percató de que una de las mangas estaba rota―. Les pido un poco de calma, esto no tiene que llegar a tanto. Estos... estos... ―Entornó los ojos, no muy segura de qué calificativo emplear para describir a los ocho hombres que estaban más que dispuestos a evitar que cualquier persona se le acercara―. Estos caballeros no representan un peligro, así como tampoco lo son el señor Beley, lord Iverson y su alteza, la princesa Olive. Entonces... ―Volteó hacia el guardia moreno―. Lárguense. Por favor. La presencia de los ocho me pone muy nerviosa.
El hombre no se inmutó.
―Tengo órdenes de su padre...
―¡No me interesa! ―Al percatarse de que estaba perdiendo la compostura, Carmichael respiró profundamente. Olive entornó los ojos y miró a Isaac con evidente consternación. ¿No había dicho ella que no conocía quién era su padre? Sin embargo, también había mencionado que él se había hecho cargo de Wren a la distancia. Entonces, ¿para qué había enviado a ocho personas a protegerla?―. Les agradezco su intervención, pero ya no los necesito. No correré ningún peligro en el hotel, así que, por favor, ¡déjenme en paz!
Evidentemente, los ocho guardias estaban dispuestos a enfrentarse a un vizconde, una princesa y a su respectiva guardia, pero no a la periodista, porque se hicieron a un lado y le permitieron ingresar al elevador. En cuanto los ocho se marcharon, Julian y Olive le pidieron a la guardia que se alejaran.
―¿A dónde vas? ―le preguntó Isaac a Julian al percatarse de que se dirigía a las escaleras.
―Me parece que la señorita Carmichael tiene algunas explicaciones que darnos. No tengo paciencia para esperar el elevador.
―¡Ah, no! ¡Eso no! ―protestó Olive mientras presionaba el botón de subir―. Sé cuál es su habitación, estuvimos allí anoche, así que no pienso subir veintidós pisos en tacones. Esperaremos al elevador.
Isaac se encogió de hombros y le pidió a Julian que no la contradijera con una paciente mirada. El vizconde dejó caer los hombros y aguardó junto a sus amigos hasta que la caja mecánica abrió y los llevó al último piso.
Hasta el momento en que se detuvieron frente a la puerta de la habitación, Isaac había evitado con éxito el nerviosismo y la ansiedad. Pero ahora que la distancia era casi nula y que estaba ante posible nueva información, el corazón comenzó a latirle en la garganta, porque acababa de escaparse de su pecho, cansado de contenerse.
Olive, que debió percibir su nerviosismo, dio un paso al frente y tocó la puerta. Esta se abrió al tercer golpe. La cercanía les permitió descubrir una palidez en el rostro de la periodista que no habían visto la noche anterior. Se había quedado la chaqueta y la camisa blanca le concedió un aspecto impoluto. Era extrañamente bonita, casi agreste, con la mirada agrisada y un cabello rubio bastante rebelde que apenas lograba contener en el apretado moño. Isaac jamás había desviado la mirada hacia otra mujer que no fuera Olive, pero la cercanía le ayudó a comprender por qué Julian podría sentir interés por ella. Wren tenía el aspecto de una exótica salvaje en medio del mundo sofisticado y elitista de los nobles mesurados.
Pero lejos de encontrarla arrebatadoramente atractiva, Isaac la percibía amenazante y perniciosa. Wren esbozó una mueca con la boca que no ocultó el temblor irregular de sus labios desmaquillados.
―Lo siento, lo...lo olvidé. ―Abrió la puerta y les permitió pasear. Isaac detectó algo diferente en la habitación, como un olor a agua hervida. Echó una rápida y discreta la mesa del pequeño comedor de la habitación y descubrió que, en efecto, estaba hirviendo agua en una tetera eléctrica―. Iba a darles un cuaderno y unos documentos, pero mi día se complicó.
Olive fue la primera en entrar, pero no la única en percatarse de la actitud atípica de la rubia. Incluso Julian achicó los ojos ante su mirada evasiva y la manera tan metódica en que había cerrado la puerta, como si estuviera evitando los ruidos fuertes.
El único que se animó a hacer la pregunta fue Isaac.
―¿Se encuentra bien, señorita Carmichael?
La periodista esbozó una sonrisa al instante, aunque era a todas luces una mueca falsa.
―Perfectamente. ―Pasó de largo, se detuvo en la cama y agarró la mochila de tela blanca de la que sacó un cuaderno negro y un sobre bolsa blanco―. Aquí están las anotaciones que he hecho ―le entregó el cuaderno que Isaac aceptó con una mirada de inquietud―. Este es un documento que firmé esta mañana con un abogado, un contrato de confidencialidad que me impide hablar de cualquier aspecto relacionado con la investigación. Pensé que de ese modo podría quedarse tranquilo y no temer que me aproveche para hacer de esto una exclusiva.
Quizá se debía a que el sobre era menos pesado que el cuaderno y que eso le permitía darse cuenta, pero Isaac notó que estaba temblando, y de una manera alarmante. También evitaba su mirada como si su vida dependiera de ello.
―Disculpe.
Casi se echó a correr hacia la tetera, a pesar de que esta no había terminado de hervir el agua. A Isaac le embargó la repentina preocupación de lo que podría pasarle si intentaba servir el agua en una taza con ese pulso tan inestable.
Abrió los ojos en dirección a Olive y ella comprendió el mensaje al instante. Probablemente, el nerviosismo de la periodista era mucho más evidente de lo que ella pensaba. No estaba engañando a nadie.
―Déjeme ayudarle ―le dijo Olive.
Cuando intentó arrebatársela, la periodista apartó la tetera.
―No, gracias, yo puedo.
Olive, sin embargo, se la quitó de un tirón.
―No paso por alto su descompostura, señorita Carmichael. ―Olive llenó la taza. Wren se detuvo junto a ella, abrió la bolsa de té y la colocó en el agua hirviendo―. ¿Le ha ocurrido algo? ¿La podemos ayudar?
―No, estoy bien. Solo he tenido un día complicado.
―Dado su nerviosismo, eso resulta evidente. ―Olive echó una discreta mirada al sobre de té. Valeriana―. Si nos lo permite, y está en nuestro poder, le podemos brindar una mano amiga.
―No se moleste en ser condescendiente, este es un problema que puedo solucionar sola.
Julian bufó, lo que atrajo la atención de las dos mujeres.
―Sola, pero con ocho hombres custodiándola. Si dejara de ser tan soberbia...
―¡No soy soberbia! ―gruñó, lo que alborotó tanto sus nervios que la mirada se le cristalizó. El momento de silencio sirvió para percatarse de su respiración agitada―. Me asaltaron al salir de la oficina del abogado ―añadió con un hilo de voz.
―¿Cuándo? ―le preguntó Isaac al acercarse.
―Poco después del mediodía. ―Revisó la temperatura del té, pero evidentemente seguía muy caliente para bebérselo―. La manga de la mochila soltó y cayó en la carretera, iba en mi moto ―aclaró al ver la expresión de confusión de los tres―, así que me estacioné, corrí para agarrarla y al voltear... ―Separó los labios temblorosos e inspiró con dificultad―. Es que fue demasiado rápido, ni siquiera me di cuenta cuando se acercó, pero al darme la vuelta, el asaltante me apuntó con el arma y entré en pánico. De puro terror, intenté salir corriendo y me tropecé, lo que imagino que puso nervioso al ladrón. Estaba segura de que iba a dispararme, pero entonces aparecieron esos ocho hombres de la nada, el hombre se asustó, se subió a la moto y, como no la había apagado ni quitado la llave, se la llevó.
―La trajo una patrulla ―recordó Olive―. ¿Ha estado en la estación de policía todo este tiempo? ―La periodista asintió―. ¿Por qué no nos llamó? Pudimos haberla ayudado o, al menos, acompañarla.
―¿Para qué? ―bufó―. Como dije, es un problema que puedo resolver sola.
―«¿Para qué?» ―Isaac se acercó con un aspaviento que resultaba extraño en él―. Bueno, pero... ¿usted cree que somos unos desgraciados o qué? Si estaba en una situación difícil, lo mínimo que podríamos haber hecho es acompañarla.
―Isaac tiene razón ―apostilló Olive―. No apruebo sus métodos, pero de una u otra forma nos ha brindado su ayuda. Podríamos haberle ofrecido apoyo y ya. Además, por si lo ha olvidado, Julian es abogado.
El aludido bufó.
―Pero como resulta que también soy un noble, y a la gran soberbia le desagradan los de sangre azul...
Wren lo apuñaló con la mirada.
―No soy soberbia, simplemente... ―Sacudió la cabeza, como queriendo restarle importancia, y se dio la vuelta. Revisó la temperatura del té, agarró la taza y sopló el líquido. Bebió un par de sorbitos con cuidado―. Nunca pido ayuda porque no la necesito. Sé como arreglármelas por mi cuenta.
La mirada que Isaac le concedió rivalizaba con sus palabras, y a Olive le dio una punzada en el corazón al comprender sus motivos. Tal como le había pasado a ella, Isaac se vio a sí mismo reflejado en Wren: dos niños que no conocían su origen y que sus miedos e inseguridades les impedían pedir ayuda.
―Tenga en cuenta que para la próxima no tiene que resolver el problema sola ―le dijo Isaac―. Solo tiene que pedir ayuda. No todas las personas le dirán que no.
Una amarga carcajada brotó de la periodista.
―Supongamos. ―Pasó junto a ellos sin mirarlos y se sentó al borde de la cama para seguir bebiendo el té―. Pero hablemos de lo que nos concierne.
―¿Su terquedad? ―preguntó Julian de forma inocente.
Wren dejó pasar el comentario.
―En el cuaderno, hay una serie de anotaciones que he realizado de la información que me llegó. Es, en términos precisos, los antecedentes del caso. En el sobre, además del contrato de confidencialidad, están los perfiles de los involucrados.
―Déjame verlos ―solicitó Julian.
Wren agarró el sobre, sujetándolo por la punta, y se lo extendió como si le hubiese acabado de confesar que tenía malaria. Julian lo aceptó con una mueca.
―Señorita Carmichael ―Isaac, que había abierto el cuaderno que dejó olvidado sobre la cama, levantó la mirada y le echó un vistazo a la periodista con una expresión de desconcierto―, no quisiera ser grosero, pero... No entiendo un coño de lo que ha escrito.
―¿Cómo? ―el comentario la desinfló. Bebió de golpe lo que quedaba en la taza que, para su fortuna, ya no estaba tan caliente.
Muerta de la curiosidad, Olive se detuvo junto a Isaac y echó una mirada a la letra desprolija y enredada que cubría casi toda la página.
―Bueno... Creo que ahí dice «trueca». O «chueca».
Isaac y Olive siguieron debatiendo el significado de algunas palabras, lo que provocó una carcajada ahogada en Julian y un gruñido de exasperación en la periodista.
―¡Deme eso! ―Tras dejar la taza en la mesa de noche, le arrebató el cuaderno a Isaac―. Claramente dice «Centro Médico Antigua Huesca», ¡no «trueca»!
―Ah. ―Isaac la miró, escéptico―. ¿Y ese lugar qué significa?
―Es donde naciste ―respondió Julian sin apartar la mirada de los papeles―. Centro Médico Antigua Huesca, Comarca de la Jacetania, Huesca, España.
―Está a dos horas de camino desde el circuito de motocross Armazón, también en Huesca ―añadió Wren antes de encoger los hombros―. Allí compré mi pobre moto. Solo me duró ocho días ―añadió con un aire deprimente y abatido.
―¿Está anotado aquí? ―Isaac señaló el cuaderno. Wren se lo devolvió mientras asentía―. Si esa es una hache, entonces... ¿O es una «de»?
Julian y Olive estallaron en carcajadas. Wren, sin embargo, puso los ojos en blanco y volvió a quitarle el cuaderno.
―Para empezar, no es una hache ni una de, es una cu ―aclaró con pesadez.
Se resignó a leer en voz alta:
Quebrantahuesos:
-Pirineos
-Cañón de Añisclo
-Comarca de la Jacetania
―Es la descripción del ave que sus padres adoptivos fueron a fotografiar ―explicó― y de la zona donde se puede encontrar. Es importante para calcular la ubicación del hospital. Según Camilla, como el parto se adelantó, tuvieron que ir al hospital más cercano, el Centro Médico Antigua Huesca ―les recordó.
Siguió leyendo:
20 octubre
1:17 p.m. ― llegada al hospital
12:22 a.m. (21 octubre) ―nacimiento de Isaac
REVISAR
12:00 p.m. ― 1:00 a.m. (parturientas: llegada y atención)
Margen de error #1: 10:00 a.m. (19 octubre) ― 1:00 a.m. (21 octubre)
Margen de error #2: 19 octubre -21 octubre
―Esto es una especie de cronología. ―Wren cruzó las piernas y colocó el cuaderno en el regazo―. Camilla y Maurice llegaron al hospital el 20 de octubre a la 1:27 de la tarde. El parto se prolongó hasta el nacimiento a las 12:22 de la madrugada del 21. Considero que hay dos márgenes de error posibles: cualquier parturienta que haya dado a luz entre el mediodía del 20 y la una de la madrugada del 21 podría ser su madre. El segundo margen de error es mayor y considera los partos desde el 19 de octubre.
―¿Por qué desde esa fecha? ―le preguntó Isaac, consternado.
―Estoy tomando en consideración el tiempo que una primeriza tarda en dar a luz, y también el hecho de que fue un parto adelantado, así que se trata de un niño primerizo. Sin embargo, usted fue un niño bastante sano, así que cabe la posibilidad de que haya nacido según la fecha que le correspondía y que haya llegado a este encantador mundo entre el 19 y el 21 de octubre. Los resultados de ambos márgenes de error pueden reducirse si filtramos la búsqueda. Me refiero a enfocarse en las parturientas que dieron a luz esos días a niños prematuros y que posiblemente tengan problemas del corazón, como Maurice. Delimitar las posibilidades podría ser sencillo. El hospital tenía problemas puntuales.
Leyó en voz alta:
Perfil del hospital:
-Poco personal con turnos dobles
-Baja tasa de nacimientos
-Historial de casos de negligencia
-Cambio de administración un año después del nacimiento de Isaac
―De hecho, el centro médico ha tenido grandes bajas de empleados antes de la llegada de la nueva administración. ―Volteó el cuaderno para que pudieran ver la lista de nombres―. Hubo dos oleadas: algunos empleados ligados a incidentes y episodios de negligencia fueron despedidos en cuanto se realizó la compra, y los pocos de la época del nacimiento de Isaac que habían conservado su trabajo, fueron despedidos poco después de que Camilla comenzara a indagar sobre el intercambio de niños.
―El hospital estaba al tanto de lo que había sucedido ―aseguró Julian―. De otro modo, no se habrían deshecho de ese personal en específico.
―He conseguido una lista de los empleados, pero son muy pocos y solo he logrado ubicar a dos de ellos.
―Son siete ―leyó Isaac.
―A mí eso me parece un nueve ―comentó Julian.
Cuando Wren los golpeó a ambos con el cuaderno, Olive no pudo evitar la estruendosa carcajada.
―¿Qué puede decirnos de los dos empleados que ubicó? ―preguntó para devolverlos a la conversación.
―Ya fallecieron ―respondió con un tono lúgubre.
Olive se percató del hundimiento abatido de los hombros de Isaac.
―Sin embargo, en el circuito de motocross, hay un mecánico llamado Diego Navarro. Es la persona que me vendió la moto ―añadió―. Durante la conversación, mencionó que su abuela materna fue enfermera en un hospital en Huesca hace muchos años, pero que ahora ejerce en un centro de retiro.
―¿Y eso es relevante porque...? ―Julian levantó las cejas y esperó a que la periodista respondiera.
Wren, entretanto, adoptó una expresión confusa.
―Pues... ¿no es evidente?
―No ―repuso Julian con dureza―. De otra forma, no te estaría preguntando.
La periodista se infló al respirar profundamente.
―O me tutea o no me tutea, pero no use ambas formalidades.
―¡Bueno! ―refunfuñó el vizconde―. ¿Me va a responder o no?
Isaac y Olive compartieron una mirada divertida. Si así iba el careo, ¿qué les esperaba durante el transcurso de la investigación?
―La abuela de Diego renunció a un hospital en Huesca ―dijo como si la explicación fuera evidente―. Huesca. Fue pocos meses antes del nacimiento de Isaac. Muchos empleados renunciaron a sus puestos por las irregularidades y la mala praxis. Por tanto, es posible que pueda proporcionarles información útil.
Olive y Isaac volvieron a compartir una mirada, esta vez de curiosidad.
―¿Se ha sacado usted misma de la investigación? ―curioseó Isaac.
Por primera vez en el día, Wren esbozó una sonrisa genuina. Pinchó una guedeja de pelo rubia detrás de la oreja derecha, subió las piernas a la cama y las cruzó.
―Está en el contrato. Lord Iverson puede corroborar que me he desligado de la investigación y que tengo prohibido hablar al respecto. He anotado la dirección del circuito de motocross y el nombre del mecánico ―adoptó una expresión entre divertida y exasperada―, pero como nadie parece entender lo que escribo, lo enviaré por correo electrónico.
Una sensación extraña invadió a Isaac. Tan convencido estaba de que esa mujer iba a representar un problema, que no concebía la idea de que, voluntariamente, se apartara de la investigación.
Wren se levantó, volvió a encender la tetera eléctrica y se volteó hacia sus tres invitados.
―No les ofrecí nada de tomar. Solo tengo valeriana.
―No, gracias ―respondieron Isaac y Olive a la vez. Pese a que eran amantes profesos del té, a ninguno le gustaba el de valeriana.
Wren se topó con la mirada de Julian.
―A usted no le ofrezco nada, milord, porque no aceptaría la cura del mal que lo acarrea si viene de mí.
El vizconde le concedió una mirada intensa, cargada de una emoción que Isaac era incapaz de diferenciar. Buscando aliviar la tensión, dijo:
―Me parece que ya le hemos quitado mucho tiempo, señorita Carmichael. ―Isaac recogió el cuaderno y los papeles, incluyendo los que Julian tenía. Su intervención, sin embargo, no acabó el duelo de miradas―. Le agradezco la información. Sé que nos será de mucha ayuda.
―Ha sido un placer. ―Finalmente, apartó la mirada del vizconde y observó a Isaac con una sonrisa―. Espero que encuentre a su familia. Mientras tanto, debería relajarse y disfrutar de lo que ya tiene. Los amigos que usted ha hecho son capaces de mover el mundo para ayudarlo.
―Lo tomaré en cuenta, gracias.
Para su sorpresa, su agradecimiento era verdadero, lo que le hacía pensar en lo contradictoria que era esa mujer.
Le apartó la mirada y buscó a Olive, quien sonrió en cuanto sus ojos se cruzaron. Atravesó la habitación, pasó el brazo por sus hombros y le indicó a Julian con la mirada que era tiempo de marcharse.
Wren los despidió con una sacudida de la mano desde la puerta. Julian iba adelante y Olive junto a él, que se detuvo para tomarlo de la mano.
―¿Y si vamos a comer algo? Me muero de hambre.
―Me parece. ―Pero no se movió. Un pensamiento comenzó a invadir su cabeza, así como lo hizo la insistente punzada de empatía―. ¿Te molestaría tener una acompañante más?
Olive sonrió y negó con la cabeza. Isaac se dio la vuelta y llamó a la periodista, deteniendo su intención de cerrar la puerta.
―Señorita Carmichael, ¿por qué no nos acompaña en el restaurante?
La proposición la tomó por sorpresa, y Isaac no pudo evitar sentir pena por la soledad que emanaba de ella.
Wren esbozó una sonrisa tímida.
―Me encantaría.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro