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Capítulo once.

Olive observó el libro que Caleb le había prestado y se preguntó qué tanto se enfadaría si lo utilizaba para romper la ventana. Hizo una mueca, imaginó la expresión de enfado de su hermano y desistió. Caleb no solía enfadarse con facilidad, pero tampoco quería tentar a su suerte. Decidió dejarlo sobre la cama.

A pesar de que llevaba varios días intentando leer, no había logrado pasar del segundo capítulo, especialmente en una determinada cuadrilla donde aparecía un párrafo que no podía sacarse de la cabeza. Casi podía decir que la atormentaba. Cuando eso ocurría, dejaba el libro a un lado y revisaba sus pendientes. El médico le había recomendado descanso ―sus padres, sin embargo, prácticamente se lo habían exigido―, pero le costaba desligarse de todo y echarse al reposo. Se sentía inútil y la falta de actividad la agotaba más que todas sus responsabilidades juntas.

Pronto, se aburrió de los mensajes, así que le echó un ojo al calendario de actividades. Evangeline ya había modificado algunos de los eventos a los que Caleb asistirá en su nombre para permitirle descansar. En dos días habría una reunión referente a la gala de aniversario de la red de apoyo, pero su nombre no aparecía en la asistencia. William la representaría. Por alguna razón, eso la hizo sentirse peor. No estaba enferma, por tanto, no necesitaba que cubrieran su ausencia, pero hacer cambiar de opinión a su familia era imposible. Ya lo había intentado en incontables ocasiones.

Dio un golpe sobre la cama con el puño y masculló algo que ni ella misma pudo entender. Por fortuna, el toque contra la puerta sirvió de distracción. Su padre ingresó a la habitación poco después de gritar que podía pasar.

El rey sonrió con una sardónica expresión al percatarse de que Olive sostenía la tableta electrónica con su mano derecha.

―Una vez que se empieza, es difícil desprenderse del trabajo, ¿no es así? ―Se sentó en el borde de la cama y, en un parpadeo, le arrebató el aparato―. Yo me quedo con esto.

Olive protestó con un gruñido.

―Me siento como si tuviera diez años otra vez.

Charles se echó a reír.

―Digamos que para mí no has crecido mucho.

Olive le devolvió la sonrisa.

―¿En qué lo puedo ayudar, majestad?

―Solo pasaba a ver cómo seguías antes de irme. Llevaré a tu madre a cenar, que lleva como dos semanas recriminándome que no nos hemos tomado un descanso.

―Hace bien. Nuestro rey debe cuidar su salud.

―Mmm. ―Charles golpeó la pantalla con la punta de los dedos. La observó de refilón con una expresión divertida que iba a la par con la acostumbrada picardía en su mirada―. Sí, la salud es importante.

―¿Por qué lo dices de esa forma? ―Bajó el dobladillo de su pantalón de pijama y cruzó las piernas―. No vas a volver a regañarme, ¿o sí?

―Creo que ya pasamos esa etapa. ―Dejó la tableta sobre la cama y entrelazó los dedos―. A mí tampoco me gustaba que mi padre me regañara cuando tenía tu edad, y créeme que tenía motivos de sobra para hacerlo.

―Lo imagino. ―Soltó una carcajada.

Charles se levantó, se acostó junto a ella y Olive se ocultó entre los brazos de su padre como si tuviera cinco años. Nunca se sentía lo suficientemente mayor para no necesitar o querer que la abrazara.

―¿Sabes qué es lo curioso que comparten Simon, William y tú? ―Sus ojos se encontraron, y Olive recordó de quien había heredado los ojos azules―. Ustedes se parecen más de lo que creen.

―No es cierto. ―Achicó los ojos―. Me niego.

Charles se echó a reír. Olive recostó la cabeza en su pecho en cuanto comenzó a acariciarle el pelo.

―Son voluntariosos, obstinados e independientes. Quieren resolverlo todo por su cuenta, y eso es una característica que puede ser tanto positiva como negativa. Mi padre dejó que tomara mis propias decisiones porque era la mejor manera de aprender sobre mí mismo, una lección que he intentado darles a ustedes, pero... ―Se encogió de hombros―. Creo que tu madre podría ser una mejor consejera que yo. Las mujeres tienen un tacto suave para estos temas.

―No importa. ―Se abrazó más a él―. He recibido muchos discursos motivacionales en los últimos días, no necesito otro más.

―Son un fastidio ―admitió, condescendiente―, pero se hacen por un bien. Significa que muchas personas te quieren. Por eso he venido a hablar contigo. ―Se apartó de ella para sentarse―. Anna y yo tenemos en agenda un viaje oficial de diez días, un recorrido por los viñedos de Portugal y España a bordo del MS Douro Rose. No es nada del otro mundo, solo tendrás que dejarlos hablar y, mientras tanto, degustarás sus mejores vinos.

Olive comprendió el propósito de su visita al instante.

―¿Tendré?

―Sí, he decidido que irás en nuestro lugar, y no acepto rebatimientos. Serán diez días. ―Hizo una pausa mientras le permitía procesar lo que, evidentemente, era una orden―. Considéralo unas vacaciones diplomáticas.

―Unas vacaciones a las que no puedo negarme. ―Juntó las piernas y se abrazó a ellas mientras sonreía―. Gracias, acepto con mucho gusto.

―Excelente, tienes tres días antes del viaje. ―Charles besó la frente de su hija y se levantó de la cama―. Te la dejo para que revises que asuntos tendrás que posponer ―le dijo mientras señalaba la tableta. Después, le sonrió de forma cariñosa―. No te excedas con el trabajo, ¿de acuerdo? Te quiero. ―Le guiñó el ojo y abandonó la habitación.

Al volver a quedarse a solas, Olive se percató de que la soledad tenía su propio perfume, una curiosa mezcla a campo y a menta; al menos, a eso olía su habitación. Sacó las piernas de la cama, caminó hacia la puerta del balcón y corrió las cortinas. El atardecer había caído, y los campos que rodeaban el palacio se habían moteado de naranja y amarillo. La elevada posición de la segunda planta le permitía ver el nacimiento del autódromo de su madre, y el que solo William visitaba. Olive rara vez se acercaba hasta allá. Habían pactado que se respetarían los espacios privados de cada quien, quizá por eso sus hermanos no habían intervenido en la ruptura. No sabía si el pensamiento la alegraba o la frustraba. En el fondo, ansiaba que alguien se le plantara en frente y la enfrentara con una verdad que le resultara lo suficientemente incómoda para obligarla a salir del hoyo en el que se había enterrado a sí misma. La empatía y protección de su familia la agobiaban.

Imaginó que, si alguien iba a convertirse en su salvador, debía ser ella. Ya no tenía el apoyo de Isaac y no podía seguir dependiendo de nadie para enfrentarse a las obligaciones de su título. Quizá ese había sido uno de sus mayores desaciertos: que no había igualado el apoyo que él le ofrecía, simplemente porque no se quejaba. El silencio en una relación era un peligroso asesino al acecho.

Presionó la mano en el vidrio y el vaho de su respiración cálida trazó una silueta difuminada. Era curioso cómo las cosas monótonas la sorprendían como si se tratara de la primera vez que las veía, lo que le provocó una opresión en el pecho. Antaño, había visto a su hermano mayor ceder ante sus responsabilidades, permitiendo que su vida privada quedara en segundo o tercer lugar. El trabajo siempre estuvo primero para él, y Olive no lograba comprender por qué se ofuscaba de esa manera. Pero ahora lo hacía: era más fácil ignorar lo que estaba mal que enfrentarse a la posibilidad del cambio.

Las circunstancias habían cambiado, entonces... ¿Por qué ella no? Seguía negada a ver lo que estaba frente a sus ojos.

Volver a ver a Isaac había sido una experiencia dolorosa, pero al mismo tiempo ilustrativa. Estaba tan concentrada en su dolor y en su pérdida que no había visto más allá de sus propias narices. Isaac también estaba sufriendo, aunque no comprendía el por qué. La respuesta desfilaba frente a ella con una venda en los ojos, exhibiéndose a medias. Podía percibir que había algo que faltaba en la historia, la razón de peso para que todo alrededor de ambos colapsara.

Quizá por eso no se había podido sacar de la cabeza el párrafo del libro que había leído mil veces. Dio media vuelta y miró hacia la cama. Allí estaba, cerrado, justo donde lo había arrojado antes de la visita de su padre. No comprendía por qué ese párrafo en cuestión la había trastocado tanto. ¿Y si lo consultaba con Caleb? Sacudió la cabeza de inmediato. Tenía un examen en puerta y no quería molestarlo con tonterías. William había salido con Julian para resolver un asunto y sus padres deben haberse ido ya. Solo le quedaba...

Agarró el libro, se abrazó a él y abandonó su habitación rumbo a la de su hermano mayor. Simon abrió la puerta al tercer golpe. Ya se había puesto el pijama, pero se había quedado descalzo.

―¿Qué hace una linda señorita como usted visitando a un hombre comprometido a estas horas?

Olive achicó los ojos, pero terminó cediendo con una carcajada ante el humor de su hermano. Antaño, el cuidado sentido del humor de Simon no le habría permitido bromear de esa forma. Era demasiado serio y formal en comparación con cualquier miembro de la familia. Suponía que ese era el precio a pagar por ser el príncipe de Gales.

―Quiero preguntarte algo.

―Pasa. ―Se hizo a un lado y le permitió entrar. La alfombra gris suavizó el sonido de los pasos de Olive. Estudió la impoluta habitación del mayor, recorriendo el escritorio de madera blanca, la cama, aún tendida con el edredón beige, y finalmente la puerta negra que daba al vestidor―. Lyla no está, por si te lo estás preguntando.

―Sé que no se queda aquí. ―Le concedió una mirada pícara por encima del hombro―. O eso piensan nuestros padres.

―Dudo que no sospechen que a veces se pasa de la habitación de huéspedes a la mía.

Olive se echó a reír. Ya ni siquiera intentaba disfrazarlo con una verdad más complaciente al oyente.

―Supongo que no has venido a hablar de Lyla. ―Simon se dejó caer sobre la cama y golpeó el colchón para que su hermana se sentara―. ¿De qué quieres hablar?

―Es de esto. ―Le mostró el libro, al que seguía abrazada. Simon levantó las cejas.

―El experto en libros es Caleb, ¿o se trata de una lectura académica?

―No, es una novela que me recomendó leer. ―Se sentó en la cama con una lentitud casi desesperante para su hermano, que observó cada uno de sus movimientos con una mirada felina―. Es una tontería, pero no puedo dejar de pensar en un párrafo en particular, y pensé que quizás tú podrías darme una opinión al respecto.

―Muéstrame.

Olive asintió, abrió el libro y leyó en voz alta:

―«Mientras esperaba, se llevó las manos tras la espalda y contempló la casa de su niñez. Pese a que venía de visita varias veces al año, no se quedaba el tiempo suficiente para sentir nostalgia; era un sentimiento que lo detenía y lo alejaba de sus ambiciones. Sin embargo, había ciertos días, como ese, que debía admitir que echaba de menos el calor familiar. A sus veintisiete años, no se había casado y, por tanto, carecía de una familia propia. La prisa no lo gobernaba; iba a dedicar sus primeros treinta años de vida a construir su propio imperio antes de contraer nupcias».

Un brillo imperioso tinteó los ojos de Olive de un azul más profundo, y se obligó a tragar saliva ante la mirada especulativa de su hermano.

―¿Exactamente sobre qué quieres una opinión? ¿De la parte técnica o...?

―No. Lo que pasa es... ―Cerró el libro despacio―. Antes de que termináramos la relación, Isaac y yo teníamos planes de vivir juntos, pero sin casarnos. ―Simon asintió para hacerle saber que tenía su atención―. Siempre he considerado que mi sueño más romántico es casarme con él, y estaba segura de que, como único me iría del palacio, es casada. Pero... ―Dejó caer la cabeza y observó el libro. ¿Cómo un montón de palabras podía trastocarla tanto?

―Pero ¿qué? ―había un tinte de paciencia en la voz de su hermano que la instó a continuar.

―Es esta parte. ―Volvió a abrirlo y leyó―. «A sus veintisiete años, no se había casado y, por tanto, carecía de una familia propia. La prisa no lo gobernaba; iba a dedicar sus primeros treinta años de vida a construir su propio imperio antes de contraer nupcias». ―Olive miró a su hermano una vez más―. Me ha hecho pensar que no sé por qué quiero casarme, y que tampoco sé por qué, después de diez años, Isaac tampoco me lo propuso. Creo que tengo internalizado la idea de que debo casarme y tener hijos porque es lo que se espera de alguien de mi posición. ¿Eso no te parece gravísimo? Es que se percibe que es la única manera en que la sociedad me verá realizada. ¿Y si eso es lo que le ocurrió a Isaac? Quizá tiene aspiraciones que conmigo no puede cumplir o que, al casarnos, tendrá que dejarlas a un lado y por eso no ha intentado...

―Ya. ―Simon le arrebató el libro lentamente―. La realidad es, querida hermana, que no importa si somos nobles o no, esa es la percepción que tiene la humanidad: un hombre o una mujer no se verá realizada hasta que se case y tenga hijos.

―¿Y si no quiero hijos? ―se sintió avergonzada por la pregunta. Nadie le había hecho saber que, si no quería ser madre, simplemente decía que no.

―¿Qué te hace pensar que tienes que tener hijos si no quieres?

―¿Y si no sé lo que quiero?

―No te presiones a saber. ―Olive suspiró cuando Simon sujetó sus manos y les dio un apretón―. No eres menos mujer por eso, mi querida hermanita. No tienes que tener todo resuelto en este momento.

―¿Crees que Isaac se sentía igual y yo no me di cuenta?

Se le empañaron los ojos y apenas tuvo la fuerza necesaria para no echarse a llorar. Se sentía tan egoísta por haber pensado solo en ella, en sus responsabilidades y obligaciones.

―Esa es la clase de preguntas que se le tiene que hacer a la pareja. Nos guste o no, las conversaciones difíciles e incómodas son necesarias.

Olive asintió por inercia.

―¿Lo hablaste con Lyla antes de pedirle matrimonio?

―Sí. ―Asintió una sola vez―. Antes y después. Estuve a punto de perderla una vez por culpa de las cosas que no nos dijimos. Créeme, hermanita. Los silencios duelen más que una pelea, y también hacen más daño.

Finalmente, Olive respondió con una sonrisa cansada.

―He llegado a pensar que Caleb me recomendó el libro a propósito para hacerme pensar.

Simon se echó a reír.

―Claro que lo hizo, hermanita. Esto ―agarró el libro y le mostró la cubierta― lo escribió él.

En el próximo capítulo, ocurrirá un reencuentro que lo cambiará todo. Si me tientan lo suficiente, lo subo esta misma noche 😏💙

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