Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

| Capítulo 26 |

* * *


Se giró justo cuando el primer balazo se escuchó, resonando tan alto que lo aturdió. Se tardó en comprender, demoró en encontrar la escena que le rompió el corazón en mil pedazos. Miranda se estaba tambaleando, mientras su padre observaba cómo la sangre brotaba y se derramaba en el suelo. El globo se fue volando, no pudo hacer más que correr hacia ella.

El nudo en su garganta apenas lo dejaba respirar, la presión en su pecho amenazaba con matarlo, no podía jalar el aire suficiente, no podía ver su alrededor con claridad. Escuchaba gritos, sirenas, sin embargo, los sonidos eran distantes. Estaba en shock, pero no dejó de correr.

—¡¡No!! —gritó fuera de sí, con la impotencia ahogándolo, casi sintiendo el dolor del impacto cuando la segunda bala impactó en su cuerpo.

Llegó a su lado y la sostuvo antes de que se desplomara, la sintió frágil y débil entre sus manos, ella lo miró con los ojos vidriosos llenos de pánico.

—¡¡Una ambulancia!! ¡¡Por favor una ambulancia!! —gritó, recorriendo con la mirada el lugar, pero sin ser capaz de concentrarse, las lágrimas quemaron en sus ojos. Miró a Flaubert por un segundo, temiendo que este quisiera hacerle daño de nuevo, no obstante, el viejo ya había bajado el arma. Se concentró en Miranda, quien balbuceaba cosas sin sentido. Una hilera de sangre resbalaba desde alguna parte de su frente, pasaba la sien y seguía más abajo—. Tranquila, morenita, todo va a estar bien, todo va a estar bien, no dejes de mirarme, mírame, cariño, por favor solo mírame.

Pasó algo que jamás esperó, un tercer balazo resonó en el sitio, iba a gritarle que se detuviera, a rogarle si era lo que quería, pero Marione estaba en el suelo.

—¡La ambulancia ya viene! —gritó alguien.

—Me duele —murmuró la mujer, quien de pronto sentía que el sueño empezaba a embargarla.

Sin dejar de sostenerla, recorrió su cuerpo buscando heridas, vio la mancha de sangre en un costado de su abdomen. Jay volvió a su rostro, el terror se precipitó más fuerte cuando vio que luchaba con sus párpados.

—No, cariño, no, no, por favor, por Dios, quédate conmigo, te necesito, Mickey te necesita, por favor no cierres los ojos.

No quería moverla, solo podía acariciar su cabeza, las lágrimas cayeron mojando el cabello castaño. No sabía qué hacer.

—¡¡Miranda!! ¡¡Mandy!! —Dalilah se arrodilló a su lado, él la miró con angustia. Observó cómo la mujer se quitaba la camisa blanca y la doblaba para luego presionar la herida con ella—. No te vayas, no tú.

—¡¿Dónde está la jodida ambulancia?! —gritó o creyó que lo hizo, la agonía era tal que quizá ya ni siquiera se escuchaba su voz.

La morena ya casi no podía mantener los ojos abiertos, cada vez se sentía más lejana, más tranquila, pero con el dolor quemando sus entrañas. Miró a Jayden, quien la observaba con los ojos llenos de lágrimas, y se preguntó por qué había dudado de su amor, si era tan obvio; los de ese hombre eran oscuros, y los de Jay eran claros, aunque fueran del mismo color. Con el brazo temblándole le agarró la mandíbula, acarició el rastro de barba. Sentía la sangre caliente empapando su cabeza, su piel punzando, sus músculos doliendo, pero podía resistir pues lo estaba mirando.

Quería decirle que estaba bien, que solo estaba cansada, que dejara de preocuparse. No encontraba su voz, abría la boca y nada salía.

Dos ambulancias llegaron, los paramédicos la subieron con cuidado a una camilla, le pusieron aire y la treparon al vehículo sin dejar de presionar la compresa improvisada en su abdomen, pues no sabían si la bala había hecho que los pulmones colapsaran, de esa forma el aire no entraba y se prevenía un cuadro todavía peor.

Dalilah se montó con ella, vio cómo se la llevaban. Diego palmeó su hombro y lo instó a seguirlo, estaba perdido, no sabía qué hacer consigo mismo, no podía creer lo que había sucedido. No quiso mirar el cuerpo de su padre que todavía seguía tendido en el suelo, sentía tanta rabia, tantos deseos de tomar la pistola y dispararle, pero no lo hizo porque no era igual a él.

Llegaron a la sala de urgencias preguntando por Miranda Pemberton, los mandaron a la sala de espera, donde Dalilah contemplaba el suelo sentada en una silla. Apresuró el paso hasta plantarse frente a ella.

—¿Qué dijeron? —cuestionó con la voz ahogada.

—La metieron a quirófano, me dijeron que puede tardar varias horas, que esperara aquí —respondió, suspirando temblorosa—. Estaba consciente, así que espero que esté bien.

Diego se sentó junto a Lila y la envolvió en un abrazo, esta refugió la nariz en su cuello y soltó unas cuantas lágrimas, el hombre la apretó más fuerte contra él, la arrullaba y susurraba palabras de aliento en su oído.

Jay colapsó en un asiento cerca de ellos con los codos apoyados en las rodillas y las palmas acunando su rostro, por más que apretó los párpados y respiró profundo, las lágrimas comenzaron a salir, en su mente se reproducía el episodio una y otra vez como si fuera una película de terror: los gritos, los disparos, ella cayendo con sangre en el rostro.

Gimió de frustración y se apretó el cabello con rabia, ¡ese maldito infeliz! Si algo le pasaba a Miranda lo mataría. Recordó cuando Flaubert miraba la escena, Jayden sabía que todo era un plan retorcido, le había disparado a Miranda para herirlo a él porque se había atrevido a traicionarlo; la había herido por su culpa.

La culpa le desgarró la garganta, el miedo lo asfixió tanto que tuvo que soltar un sollozo para no explotar. ¿Y si solo le hacía más mal que bien? Quizá ella estaría mejor sin él, sin su mierda.

—¡¡Jayden!!

Alzó la cabeza tan pronto escuchó ese grito, vio al niño corriendo hacia él a toda velocidad, Miguel se le lanzó para abrazarlo. Abrió los brazos y lo recibió, el pequeño estaba temblando, balbuceaba, lloraba y sollozaba, cerraba sus bracillos alrededor de su cuello. Lo abrazó tan fuerte como pudo, lo había extrañado a él también.

El gesto del hijo de Miranda hizo que se le arrugara más el corazón, él había corrido para abrazarlo, no para abrazar a su tía, para refugiarse en Jay. Cerró los párpados con fuerza y respiró profundo, tenía que tranquilizarse.

—Tranquilo, Mike, todo va a estar bien —susurró meciéndolo, de verdad quería creer lo que le estaba diciendo. Intentaba reconfortarlo, darle paz para que dejara de llorar.

—Te extrañé —dijo Mickey sorbiendo por la nariz.

—Yo también, campeón.

Estela, Diego y Dalilah observaron la escena, enmudecidos, sin poder creer la alianza y el cariño que se había formado entre Miguel y Jayden, se abrazaban con tanta fuerza que parecía que habían sido amigos de toda la vida, o que el adulto era el padre del pequeño. Lila y su nana se miraron con asombro, ninguna de las dos recordaba que Mickey hubiera recibido a Leandro de ese modo, ni siquiera cuando este se había ido de viaje y regresado meses después.

La hermana de Miranda sonrió a pesar de la angustia que sentía, había estado hablando con ella, la línea murió y después se escuchó el balazo afuera de la empresa. Dalilah había estado en su oficina, pero tan pronto resonó la explosión supo que Miranda estaba en peligro. Bajó tan rápido como pudo para encontrarla en el suelo. Inmediatamente recordó aquella vez, cuando su padre se había encontrado en la misma posición, y el ácido subió por su garganta, todavía sentía que vomitaría en cualquier momento.

Miguel fue a abrazar a Dalilah y a Diego, luego se sentó junto a Jayden con las piernillas colgando. Dos horas después se quedó dormido con la cabeza recostada en las piernas de su tía, quien impartía un masaje en su cuero cabelludo.

Las horas comenzaron a avanzar con lentitud, jamás el tiempo había pasado tan lento para él, miraba las agujas del reloj creyendo que habían pasado horas, pero en realidad solo habían transcurrido unos cuantos minutos. Esperar lo estaba desquiciando, solo quería saber que estaba bien, que no le había pasado nada malo, que volvería a escuchar su voz y volvería a ver sus ojitos cafés.

Alguien se aclaró la garganta, Arguinaldo le tendió la mano cuando levantó la vista. El abogado de la familia Pemberton estaba frente a él sonriéndole con tristeza.

—Lamento lo que está pasando, señor Donnelle —dijo, a lo que Jay asintió—. Esta mañana intenté advertirles que Marione se había escapado dándoles dinero a unos guardias de seguridad, ninguno de los dos me contestó.

Mierda, él había decidido ignorar la llamada, pudieron haberlo evitado. Por su culpa se habían detenido a comprar el globo, entre más pensaba, más culpable se sentía.

—De todas formas no he venido para decirle eso, estoy aquí para informarle que no es necesario que vayan a declarar, ya me encargué de todos los trámites. —El abogado hizo una pausa para tomar aire—. El señor Flaubert se disparó y murió instantáneamente.

Nada.

No sintió nada al saberlo, ni odio ni alegría ni rabia ni sorpresa, solo alivio. Era su padre biológico, pero no lo conocía en absoluto, su abuelo fue la única figura paterna que tuvo. Flaubert no significaba nada más que infierno, lo único correcto que hizo en su vida fue quitársela. Quizá era un monstruo por pensar de ese modo, pero en su alma no había nada para ese hombre, solo rencor.

—No sé qué decir —soltó.

—No hace falta que digas algo, debo marcharme porque tengo que estar en la corte en media hora. —El señor volvió a ofrecerle la mano para darle un apretón como despedida—. Me da tanto gusto que Miranda haya encontrado a alguien como tú, estoy seguro de que Thomas está muy feliz donde quiera que esté, seguramente ya está descansando en paz.



Horas después de su ingreso, un doctor entró a la sala de espera acomodándose la bata blanca.

—¿Familiares de Miranda Pemberton?

Jay se puso de pie tan pronto escuchó su nombre, fue seguido por Dalilah y Estela, Diego se quedó en las sillas entreteniendo a Mickey por si las noticias no eran alentadoras.

—Soy su hermana —dijo Lila encajándose las uñas en las palmas de las manos.

El médico sonrió, Jay respiró, casi sintiendo que el aire regresaba a sus pulmones.

—La señora Miranda está bien, las balas que usó el atacante no causan tanto daño a los tejidos por su calibre. La bala que iba a su cabeza solamente la rozó, solo tiene una herida superficial en el costado de la frente. Milagrosamente la bala de su abdomen rozó su intestino, pero sin dañar ninguna estructura importante, hicieron bien en poner la compresa para controlar el sangrado, hicimos una transfusión por la pérdida de sangre y la pasamos a piso. Se va a poner bien, fue más el susto que el daño. Pueden pasar a verla en un par de horas, está anestesiada, así que es posible que despierte mañana.

—Gracias a Dios —dijo Dalila suspirando—. Y a usted, doctor.

—Un gusto, nos vemos mañana —contestó el doctor antes de irse.

Jayden echó la cabeza hacia atrás, sintiendo el pecho más ligero, estaba bien y eso era todo lo que le importaba.



No podía abrir los ojos, los párpados los sentía tan pesados, tampoco recordaba qué estaba sucediendo. Sentía que la movían de un lugar a otro, las luces la encandilaban, por lo que volvió a cerrar los ojos, volvió a dormir.

Tiempo después sintió que alguien acariciaba su palma, unos dedos recorrían su mejilla, supo identificarlos, luchó con la pesadez de nuevo. Entrecerró sin poder concentrarse o ubicarse, vio su figura difusa a su lado, se veía tan lejano, como si estuviera viviendo en sueños.

—No llores —le dijo al escuchar los sollozos, pero no estaba segura de haber pronunciado bien la petición. El sueño le ganaba y, a pesar de que quería verlo, volvió a quedarse dormida.



—Si quieres ve a darte una ducha, Jay, y a cambiarte la ropa porque intimidas un poco con esas manchas de sangre —le dijo Lila con una sonrisita media hora después de haber estado con Miranda.

Había acunado su mano sin decir una sola palabra, solo acariciando su cabello, su rostro, mientras lloraba, ella le susurró que dejara de llorar con la voz adormilada. Entonces él se tranquilizó porque ella estaba bien, iba a estarlo, la cuidaría y jamás la dejaría de nuevo. Después había ido con Mickey a comprar un emparedado a la cafetería porque el pequeño tenía hambre.

Jayden miró abajo y vio las gotas en su camisa blanca, no eran para nada escandalosas, miró a Lila con la frente arrugada.

—Va a despertar en unas horas, vamos, date una ducha, aféitate, cómprale una flor aunque las deteste. Estela está en casa, descansa un rato. Yo estaré aquí por si pasa cualquier cosa, no te preocupes.

Jay pensó que ella tampoco había descansado, en realidad ninguno de los presentes, quizá lucía fatal y por eso se lo estaba pidiendo con tanta espontaneidad, para que no se sintiera mal por parecer un muerto viviente.

—Me llamas si pasa algo, por favor.

Afuera del hospital estaba el equipo de seguridad de las Pemberton, lo ayudaron a subir a la camioneta con Pedro, pues el exterior se encontraba lleno de fotógrafos y camarógrafos, los flashes lo cegaron apenas lo vieron salir del hospital, las preguntas lo dejaron aturdido.

En la casa de Miranda también había gente intentando obtener un encabezado, seguridad se encargó de alejar al tumulto para que la camioneta pudiera pasar. Estela ya lo estaba esperando en el umbral, lo guio hacia el cuarto de invitados para que tomara una ducha y durmiera un poco.

—Voy a buscar en el armario viejo, creo que el ex esposo de mi niña dejó ropa ahí, quizá algo le quede. —Asintió.

—No me hables de usted, Estela, eso es para la gente desconocida.

La anciana sonrió antes de dejarlo en soledad. Fue al baño y abrió el grifo, sintió cómo sus músculos se relajaban por el contacto del agua. Todo lo hacía mecánicamente, la verdad es que sí estaba agotado y moría por dormir un poco.

Quince minutos después salió, en la cama había un par de pantalones y algunas camisas. Se puso lo primero que encontró, programó la alarma y cayó rendido en la cama.



—Señor Donnelle. —Una voz lo sacó de sus sueños—. Señor Donnelle, mi niña Miranda ya despertó, solo quería que lo supiera.

Dio un brinco, la anciana soltó una risotada que intentó contener al ver cómo el hombre se levantaba de la cama desesperado, pero todavía adormilado. La maldita alarma no sonó, gruñó con frustración.

—Pedro ya está en la camioneta —dijo Estela, con una sonrisa bailando en sus labios.

—Gracias —susurró, regresándole el gesto. Dando zancadas fue a las escaleras, las bajó trotando y salió por la puerta de la entrada. El vehículo ya estaba encendido, así que se montó en el asiento del copiloto—. Pedro, ¿te molestaría parar en alguna tienda de regalos?

—Por supuesto que no, señor.

Ya en las calles, se dio cuenta gracias al espejo retrovisor que parte del equipo de seguridad los iba custodiando. Pedro se detuvo como se lo había pedido, presuroso se bajó e ingresó al local sin tener idea de qué comprar. Con la frente arrugada y la desesperación por verla ahogándolo, le pidió a la vendedora que le inflara un globo con forma de corazón. La muchacha sacó una caja de cartón para buscar lo que le había pedido.

—Ese también —murmuró Jay señalando un globo con forma de cactus.

Conforme con su regalo, salió del lugar después de pagar, agarrando bien los globos, esta vez iba a recibir su globo. Una vez en el hospital, lo llevaron a la puerta trasera pues estaba libre de fotógrafos. Recorrió el camino con agitación, no vio a nadie en la sala de espera, por lo que se acercó a recepción para que le dieran el pase de visitante.

Caminó por el pasillo ansioso por verla, por preguntarle si se sentía bien. La puerta de su habitación estaba entreabierta, iba a tocar cuando una voz lo detuvo.

—¿En serio, Miranda? Apenas me bajé del avión y me enteré hice a un lado mis obligaciones para venir a ver a la madre de mi hijo al hospital para decirle que me equivoqué y que quiero intentarlo de nuevo... ¿y tú me dices que estás enamorada de ese pobre diablo? ¿Te das cuenta de quién es? Es el hijo del asesino de tu padre, ¿quieres a esa porquería de persona junto a tu hijo? Además, no tiene en qué caerse muerto, eres demasiado mujer para ese imbécil.

La rabia que sintió Jayden fue desmedida, tuvo que apretar la mano libre para no entrar y romperle la cara a ese cabrón. No obstante, muy en el fondo, él había dicho todas las dudas que no quería preguntar por temor a conocer la respuesta. ¿Miranda lo seguía condenando por llevar la sangre de Marione? ¿Qué pensaba acerca de él siendo de una clase social inferior a la suya?

—Oh, Leandro, entiende de una vez que no eres el centro del universo. Te lo repito, estoy perdidamente enamorada de él, sé quién es, al parecer tú no, así que déjame te lo explico. Es el hombre más tierno, amoroso, bondadoso, inteligente que he conocido. Tiene valores, metas, ganas de cuidar a su familia, algo que tú careces. Él ha estado más en la vida de mi hijo estos últimos meses que tú en toda su vida, y ni se te ocurra decirme la mierda de tu trabajo porque yo también trabajo, era la presidenta de Vinos Pemberton, dirigía un maldito emporio y tenía tiempo para él. No me importa si es el hijo de Marione, él no es igual a su padre, así como Mickey no es igual a ti gracias al cielo. No me importaría compartir mi dinero con él, ¿sabes por qué? Porque el dinero se acaba, y sé que si un día lo pierdo todo, Jayden va a seguir conmigo de igual forma, él me ama por lo que soy, no por lo que tengo. Si eso responde todas tus preguntas puedes irte para seguir con tus obligaciones, deberías preocuparte más por convivir con Miguel y no fallarle a tu hijo.

—Por esto lo nuestro no funcionó, te gusta humillar a los demás.

Jayden entró azotando la puerta, causando un estrépito que hizo girar las dos cabezas que estaban en la habitación.

—Decir la verdad no es humillar, amigo. Ya la oíste, puedes irte.

Leandro lo miró y se dirigió a la salida dando zancadas largas, pero se detuvo antes de salir.

—Linda ropa —dijo, burlón, picándolo.

—Gracias, me alegra saber que te gusta algo que nunca volverás a tener.

El ex esposo de Miranda rechinó los dientes al entender la indirecta, terminó yéndose.

Se giró para enfocarla, alzó una ceja al tiempo que se acercaba a la camilla sin dejar de observar esos ojos que lo miraban con diversión. Su morenita estaba bien, consciente y sonriendo. Se detuvo junto a ella, amarró los globos en el respaldo y se inclinó colocando un brazo en la cima de su cabeza, con la otra le acarició la mejilla.

—¿Así que soy tierno y amoroso? —Se agachó hasta que sus narices se tocaron, acarició la de ella con la suya sin dejar de contemplar su mirada chocolate.

—Sí, y bondadoso e inteligente —murmuró.

—Vas a tener que repetirme eso cuando estemos en una cama y yo esté encima de ti. —La morena sonrió mordiéndose el labio. Jay recorrió su rostro, buscando algo, de pronto se puso serio—. ¿Estás bien? ¿Cómo te sientes?

—Estoy bien —susurró—. Me duele un poco la cabeza, pero creo que es por hambre, el médico acaba de autorizar que me suban la comida.

—Tuve mucho miedo de que te pasara algo malo, creí que te perdería, cariño, es lo peor que he vivido en mi vida, verte caer con la sangre en tu rostro, tus párpados pesados, tu mirada perdida. —Negó con la cabeza—. Pero estás aquí, mirándome como siempre, juro que te voy a recompensar, fue mi culpa y...

—Shh, nada es tu culpa, tenemos que conversar, pero primero quiero comer.

Miranda señaló hacia la puerta, miró por encima de su hombro y vio a una enfermera arrastrando un carrito.

Jay le ayudó a comer, ella se dejó consentir, disfrutando de la sonrisa que él tenía en el rostro. Se sintió contenta, a pesar de que había recibido un balazo, ese hombre ya no estaba y era como quitar una gran piedra del camino; una que, aunque seguiría existiendo, podría patear para seguir caminando. No podía dejar de contemplar cómo le acercaba el caldo de pollo, cuidando que no se derramara en su bata. También quiso darle la gelatina, le robó unos cuantos pedazos con una sonrisa picarona.

—Estoy perdidamente enamorada de ti —dijo de pronto, sorprendiéndolo—. Mientras me sostenías, tus ojos fueron la única cosa que me mantuvieron tranquila. Antes los comparaba con los de él, pero justo en ese momento me di cuenta de que son diferentes. Los tuyos brillan y me dicen te amo, me producen cosquillas en el estómago y calientan mis sentidos. Son tan claros que puedo ver tu alma. Amo mirarlos y perderme en tus ojos porque sé que me encontrarás para perdernos juntos.

Se quedó pasmado por un instante, luego hizo el carrito con la bandeja a un lado, se levantó, se acercó a la mujer y bajó hasta que sus labios tocaron los de ella. La besó con suavidad pues no quería lastimarla, acunó su cabeza con ternura.

—Me enamoras, morenita, siempre me enamoras —susurró antes de besarla de nuevo, con el corazón aleteando desenfrenado, pues ella había dicho las palabras correctas para espantar todos sus fantasmas. 


* * *

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro