| Capítulo 25 |
* * *
Ella le pidió que se fuera, así que hizo eso, la daría el espacio que había pedido porque no quería que siguiera sufriendo por su culpa, sin embargo, a Jay le dolía no tenerla cerca. La extrañaba como un loco, durante las noches, al poner la cabeza en su almohada, añoraba tenerla a su lado para rodear su cintura y pegarla a su pecho. Se había acostumbrado a su presencia, a escuchar sus respiraciones pausadas al dormir, a su sonrisa adormilada y a su cabello despeinado.
Con todas sus fuerzas luchaba cada día por alejar el fantasma que rondaba sus pensamientos, deambulaba en su mente y hacía que recordara los buenos momentos. Su madre, la señora Ariadna, le había dicho que quizá con el tiempo ella sanaría y lo dejaría acercarse; pero no estaba seguro, no después de ver el dolor en sus facciones. Lo había alejado a pesar de que lo amaba.
Recordó a la Miranda que conoció, a esa mujer con la barbilla alzada y la mirada helada, habían recorrido un largo camino, uno que difícilmente volvería a recorrer con ella. Extrañaba a Mickey, sin quererlo ese niño había conquistado su corazón, le dolía saber que no podría estar en sus próximos juegos y que se decepcionaría.
Se encontraba de pie frente a la ventana, mirando las luces de la calle de su casa, amaba Venezuela, pero sentía que su alma se había quedado en otro lugar. Respiró profundo para no echarse a llorar y movió el vaso lleno de licor, dio un trago largo que le supo amargo pues había empezado a beber para anestesiar sus emociones, no estaba sirviendo. Quería perderse en los recuerdos para no olvidar que fueron reales.
A Jay le hubiera gustado regresar el tiempo para iniciar de nuevo; pero, sobre todo, para abrazarla una vez más. También ansiaba besarla hasta que ella no pudiera respirar, tocar su cuerpo como si fuera la última vez y refugiar su nariz en su cabello, justo en la base de su oreja porque era su zona favorita para besar.
Le hubiera gustado regresar el tiempo para llevar a Mickey a pasear, comprar películas para que todos las vieran juntos con muchas palomitas de maíz. Le hubiera gustado enseñarle más trucos de béisbol para ver su sonrisa emocionada al golpear la pelota.
Le hubiera gustado regresar el tiempo para contarle todo a su morenita. Y le diría te amo cientos de veces en los momentos correctos.
Definitivamente, si Jayden hubiera podido regresar el tiempo, habría hecho todo diferente.
Consiguió un empleo decente, su estadía en una empresa norteamericana había contribuido a mejorar su hoja curricular. Jay les compró una cocina nueva a su madre y a su abuela, y un sofá reclinable para su abuelo, al que le gustaba pasar horas y horas sentado mientras respondía crucigramas. El único problema era que los horarios lo dejaban agotado, su turno era en la noche, así que esa mañana se dejó caer en su cama, cerró los párpados para descansar. No llevaba ni veinte minutos dormitando cuando su madre entró y lo sacudió, al ver que su hijo no respondía, aumentó la intensidad de los movimientos.
—Jayden, despierta, alguien te busca en el teléfono —le dijo.
El hombre gimió y restregó el rostro en la almohada sin poder abrir los ojos.
—Que deje un número, yo más tarde llamo.
—Es una llamada de México. —El sueño se esfumó tan pronto Ariadna dijo esas palabras, se irguió respirando profundo y miró a su madre, cuestionándola con la mirada—. No es ella.
Sus hombros se hundieron, se levantó de mala gana y fue a coger el teléfono que descansaba en una mesilla de la sala, cerca de donde se encontraba su abuelo con un periódico doblado. Se preguntó quién podría ser, por un momento se quedó congelado, se le ocurrió que podría ser Flaubert; pero, entonces, su madre no le habría pasado la llamada.
—¿Diga?
—Señor Donnelle, me alegra escucharlo. —Su frente se arrugó al reconocer la voz de su antiguo jefe en Grape Blue—. Lo busqué en su departamento hace unos días, pero me dijeron que se marchó de la ciudad, espero que no me tome a mal que lo esté molestando en la casa de su madre. Lo pensé muy bien después de ver su carta de renuncia y su explicación, no me agradó saber que estaba trabajando para el señor Flaubert Marione, pero al final hizo un trabajo intachable y nos dejó claro con quién debíamos de unirnos. A mi equipo y a mí nos gustaría que se integrara de nuevo, que retome su puesto y maneje el nuevo proyecto con Vinos Pemberton, pues necesito que alguien de confianza maneje esa cuenta, ya lo hablé con la presidenta de la empresa y no tiene ningún inconveniente en que sea usted el que nos represente.
Asombrado era decir poco, estaba completamente perdido, nunca se esperó que Grape Blue lo quisiera de vuelta. El corazón le dio un vuelco cuando escuchó que la presidenta no tenía ningún inconveniente, la respiración le falló por a la emoción que subió por su garganta debido a la idea de que Miranda lo estaba aceptando de nuevo en su vida.
Se talló la frente sudorosa, el calor era insoportable, no lo dejaba pensar con claridad, tal vez ya estaba alucinando.
—¿Puedo pensarlo? —cuestionó.
Quería ir, sin duda alguna, pero tampoco quería dejar a sus abuelos y a su madre, los había extrañado. Alzó la cabeza y se encontró con la mirada de Ariadna, quien le sonrió con alegría.
—Ve —articulo ella en silencio, sabiendo bien que su hijo ya no era feliz ahí, había encontrado la felicidad en otro sitio y ella no iba a ser un obstáculo para que la buscara.
—Necesito una respuesta ya mismo, si aceptas tendrás un boleto de avión para dentro de unas horas listo en el aeropuerto de Valencia. Cuando llegues a Monterrey habrá un departamento esperándote, al igual que un automóvil de la empresa...
Aceptó.
Desde Maracay tardó un poco más de cuarenta minutos en llegar a Valencia, se bajó del taxi y se encaminó al aeropuerto para recoger su boleto, tuvo que hacer una parada en Panamá, salió a la Ciudad de México. Jay pasó unos días ahí mientras firmaba un nuevo contrato, su jefe le dio instrucciones y le habló sobre las cuentas que manejaría. Después partió a Monterrey para reunirse con Vinos Pemberton, arrastró sus maletas hasta la salida, se montó en un taxi.
Todavía con su maleta, entró saludando a los guardias de seguridad, quienes le regalaron sonrisas al dejarlo pasar. Iba a entrar al elevador, pero Diego lo detuvo para darle la bienvenida y felicitarlo por el trabajo, juntos subieron a la planta donde se llevaría la reunión para repasar los puntos y los proyectos que harían, así podrían cerrar la asociación de las dos empresas.
Con los nervios a flor de piel, traspasó el umbral de la sala de juntas, ahí ya estaban dos viejos que se levantaron al verlo, Diego lo guio hasta su lugar.
—Disculpen que traiga la maleta conmigo, acabo de llegar del aeropuerto.
Los hombres le dijeron que comprendían, comenzaron a charlar de cuando uno de ellos viajó a Caracas.
Jay se puso recto cuando escuchó tacones, maldijo pues las palmas le sudaban y el corazón le latía descontrolado, parecía un joven inexperto enamorado, pero eso no era nada del otro mundo, con Miranda siempre se había sentido a la deriva.
Esperó que lo rodeara, pues la puerta quedaba a sus espaldas, sin embargo, la única que entró fue Dalilah. Se quedó esperando, ahogando las ganas que tenía de girarse para salir e ir a buscarla él mismo, ya que sentía que no podía contener las ganas de verla otra vez.
No entró, mientras Lila se instalaba en el lugar central de la mesa, se preguntó si ella no tenía inconvenientes de que trabajara con ellos siempre y cuando no lo tuviera cerca. Esa idea lo decepcionó un poco, en gran parte había vuelto a Monterrey porque ansiaba reencontrarse con ella, solo habían pasado seis meses, pero él los sentía como largos años.
—No está, no es la presidenta ya. —Buscó la voz de Lila, quien lo observaba con una sonrisa, su confesión lo sorprendió, ¿cómo que ya no era la presidenta? ¿Por qué él no había escuchado nada al respecto? ¿Había dejado el puesto por su culpa?—. Buenas tardes, señor Donnelle, y bienvenido al equipo de nuevo.
La junta empezó, hizo un gran esfuerzo pues los ánimos los sentía hasta el suelo, cuando su jefe le dijo que la presidenta no tenía problemas con su presencia no se refería a Miranda. Dalilah y los socios mayoritarios de Vinos Pemberton estuvieron de acuerdo con todas las propuestas de Grape Blue, expuestas por Jayden. Al final aceptaron firmar dentro de unas semanas el contrato final.
La nueva jefa se puso de pie, dando por terminada la reunión, así que se levantó con seriedad y lentitud, no quería toparse a los viejos en la salida, no tenía ganas de ponerse a charlar.
—Está trabajando, sin embargo —dijo Lila, llamando su atención. Se quedó quieto y la contempló, quería que siguiera hablando y deseaba preguntarle muchas cosas acerca de su hermana, pero eso podría incomodarla, por lo que se quedó callado—, dijo que ya no se sentía feliz en la oficina, tomó clases y cursos sobre agricultura, abrió unos cuantos viveros aquí en Monterrey, algunas plantas las siembra en la hacienda y otras las trae de otros lugares. Le he dicho que abra otros negocios, pero no quiere, le gusta eso, es feliz metiendo las manos en la tierra.
Una sonrisa temblorosa surgió en los labios de Jayden, podía imaginársela. Observó con curiosidad cómo Dalilah arrancaba un pedazo de papel de una de las hojas que estaban sobre la mesa, escribió algo y le tendió el papelito.
—En este momento está en el local central. —Ella señaló el pedazo de papel con la barbilla, inmediatamente supo qué era—. No sé si te lo has preguntado alguna vez, pero sigue guardando el cactus. Tiene una oficina en el vivero, lo puso al lado de la fotografía de Mickey.
Tragó saliva porque el nudo en su garganta quería asfixiarlo, sabía que el que ella guardara una planta no significaba nada, no obstante, colocó su regalo en un lugar especial. Se mordió el interior de su mejilla, las ilusiones y esperanzas volvieron a crecer en su pecho, tal vez no todo estaba perdido, quizá sí había necesitado un tiempo para sanarse.
—Tengo que irme —murmuró, al tiempo que se ponía de pie. Antes de darse la vuelta, por el rabillo de su ojo vio que Diego se acercó a Lila, la giró y la besó. Salió sonriendo de ahí, ¿qué otras cosas habían cambiado?
Le pagó al taxista antes de bajar, inspeccionó el lugar con la mirada. En el exterior había árboles, palmeras y flores de colores, acomodadas para que fuera agradable a la vista; rodeaban la única entrada, la puerta era de forja café, había un lindo letrero que parecía madera encima de esta. De pronto se sintió ridículo cargando su maleta y yendo a su encuentro, pero ya estaba ahí, no podía irse.
Abrió la reja, pasó y se quedó boquiabierto, ¡era hermoso! Un umbráculo gigante cubría casi todo el sitio, la lámina traslúcida medio dejaba que el cielo se percibiera, sostenido por postes metálicos iguales a la reja que había dejado atrás. Sin percatarse empezó a caminar, había tantas filas de plantas, tantas cosas que se sintió perdido; y olía a tierra mojada y a hojas. Se sintió orgulloso de ella porque había hecho muchísimo en muy poco tiempo.
Sin saber muy bien qué hacer, empezó a recorrer las instalaciones admirando los arbustos, sintiéndose fresco y ligero, algo en ese lugar le recordaba a su madre. El sistema de riego se encendía de vez en cuando en diferentes zonas y rociaba las plantas, las hacía brillar.
—¿Puedo ayudarlo en algo, caballero? —preguntó una mujer, él negó con la cabeza, pero ella se le quedó mirando con extrañeza a su maleta, entonces supo que tenía que hablar o hacer algo más que andar como un vagabundo impresionado.
—Acabo de llegar a la ciudad y me gustaría comprar una planta, ya sabe, dicen que traen buenas vibras y prosperidad —dijo.
La mujer asintió como si estuviera de acuerdo, en realidad no sabía lo que había dicho, se alegraba de que hubiera funcionado.
—Yo me encargo, Grethel.
Esa voz hizo que pirotecnia se encendiera en su estómago y explotara causando estruendos, tuvo que abrir los labios para poder respirar.
Jay alzó la vista y se quedó enmudecido al encontrarse con Miranda, llevaba un pantalón de mezclilla holgado de las pantorrillas, le llegaba casi a la cintura, una simple blusa blanca fajada. Su cabello estaba amarrado gracias a un paliacate de color rojo con estampado de flores, su cara estaba enmarcada por algunos cabellos rebeldes. Tenía puestos unos guantes que combinaban, los cuales se quitó. Se veía linda, terrenal y sensual, como una manzana fresca y apetitosa.
Se le salió una sonrisa al ver la mancha de tierra en su mejilla, oh, esta nueva versión le encantaba porque era muy ella, sus dedos picaron, quería alcanzarla. Sin embargo, lo más importante era que no estaba huyendo de él, no lo miraba con odio ni con miedo, sus ojos brillaban y a él le dio sed. Se aclaró la garganta, sintiéndose como un lunático que no podía quitarle los ojos de encima, no quería dejar de contemplar a su morenita, ni siquiera la había tocado y ya se sentía vivo.
—¿Así que quiere una planta? ¿Está buscando algo especial? —preguntó ella al ver que él no sabía qué demonios hacer.
Se le quedó mirando por unos segundos más, repasando sus labios rojizos, su cuello descubierto. La atracción entre los dos seguía ahí, tan fuerte y arrolladora como al principio.
—Sí, he conseguido un nuevo empleo y tendré una linda oficina, me gustaría poner una planta en mi escritorio, ¿se le ocurre algo? —Decidió seguirle el juego porque se estaba divirtiendo, hacía tiempo que no se sentía tan feliz y la tenía cerca, ¿qué más podía pedir?
—Depende de lo que le guste —respondió. El pecho de Jay se inflamó al ver que sus comisuras temblaron para retener la sonrisa—. Tenemos flores como las violetas que podrían adaptarse bien aunque es muy difícil mantenerlas, también bonsáis o... quizá le agraden los cactus.
—Me agradan los cactus, me hacen recordar a una persona especial.
Miranda entreabrió los labios, se quedó quieta un segundo y luego se giró sin decirle nada. Entonces Jay sonrió y comenzó a seguirla. La morena se detuvo en una fila, pudo ver su perfil, su nariz respingada que quería besar. Él quitó los ojos de ella para mirar lo que le señalaba con la barbilla.
—La mayoría se adapta bien —murmuró.
Jayden pasó detrás de Mandy, inspeccionando hasta que sus ojos cayeron en uno muy curioso con pelos blancos, parecían pelusas rodeándolo. Tomó la maceta y lo giró para verlo de cerca, luego regresó su atención a Miranda, quien agachó la cabeza, demasiado tarde pues él se dio cuenta de que lo había estado observando.
—Este me gusta —le dijo.
—Buena elección, tiene que ir a caja a pagar, se encuentra junto ahí. —Ella señaló una construcción de concreto en una esquina—. Gracias por su preferencia, señor, espero que le vaya bien en su nuevo empleo.
Quería seguir conversando con ella aunque estuvieran jugando a que eran dos desconocidos, pero supo que debía irse. Ella lo estudiaba con curiosidad ya que estaba estancado en el suelo, no podía moverse.
Jayden cerró las distancias entre los dos, haciendo que ella elevara la cabeza para poder mirarlo, la respiración de su morenita se aceleró, el rubor de sus mejillas se le antojó adorable, ella seguía siendo la misma de la que se había enamorado. No tenía idea de si lo había perdonado, ansiaba preguntarle, no obstante, no quería forzar las cosas cuando estaban yendo tan bien.
Se inclinó y depositó un beso en su mejilla, sus labios cosquillearon por el toque de su suave piel, su perfume endulzó todos los lugares que seguían doliendo y el suspiro que Miranda soltó le calentó el alma. Se echó hacia atrás con una sonrisa de lado, los párpados de su morenita revolotearon y sus ojos brillantes lo miraron.
—Gracias por ser tan amable y por hacer de mi llegada algo memorable.
Se dirigió hacia la caja sin voltear a comprobarla.
Una semana después Miranda se contempló en el espejo de su habitación y frunció el ceño, llevaba puestos unos jeans, botas y una camiseta de manta. Se acomodo el cabello suelto y se aplicó brillo labial.
Había esperado que él la buscara, que le llamara o que volviera a aparecerse en el negocio con un tonto pretexto, pero eso no sucedió. Sabía que ya se había instalado en su antigua oficina, que Grape Blue le había dado el automóvil y que estaba viviendo en un complejo departamental muy lejos de ella. Miranda se sentía desesperada, quería verlo, solo... necesitaba hablar con él.
Recordó ese día con una sonrisita, apenas lo vio salir corrió hacia la parte trasera del establecimiento, se refugió en su oficina cerrando la puerta con seguro. Recargó la espalda en la madera y esbozó una sonrisa, sus latidos eran tan rápidos que sentía que el corazón iba a salírsele por la boca. Dalilah le había dicho días atrás que Jayden volvería, por supuesto que jamás se imaginó que él iría al vivero. Después de eso no había podido dejar de sonreír, tampoco de recordar lo bien que se veía, creyó que tenía un poco más de barba que antes y su piel era más bronceada.
El reencuentro había sido perfecto, mejor de lo que hubiera esperado, pues la verdad se la había pasado imaginando qué pasaría cuando los dos se vieran de nuevo. ¡Pero si hasta le había coqueteado! Quizá él todavía se estaba instalando, sin embargo, Miranda se había quedado con las ganas de escucharlo, por lo que no le importó, salió al mediodía de su casa y fue a Vinos Pemberton gracias a Pedro.
Una vez en las instalaciones de la empresa, descendió de la camioneta y caminó hacia la entrada, se encaminó hacia el elevador con la vista perdida en una pancarta que no había visto, Dalilah estaba llevando muy bien la presidencia, las propuestas que Miranda había aceptado su hermana las había hecho triunfar; estaba orgullosa. Iba tan ensimismada en eso que se tropezó con alguien, elevó la mirada y recordó aquella vez hacía algunos meses cuando una escena similar había sucedido.
Frente a ella estaba Jayden Donnelle, la misma montaña de músculos en traje, con su mirada penetrante y su sonrisita de lado, el gesto la hizo temblar; o tal vez era porque estaba muy cerca de ella y podía oler su aroma varonil que le calentó las venas.
—Justo estaba por ir a buscarla, señora «gracias por su preferencia» —le dijo con coquetería, no pudo evitar la risita que burbujeó.
—Qué casualidad, señor «acabo de llegar y me gustaría comprar una planta».
—Touché —dijo sonriendo. Dios, él era tan hermoso cuando sonreía, sentía que se estaba derritiendo, si seguía siendo tan suave y tierno se lo comería a besos antes de siquiera arreglar las cosas—. ¿Te gustaría ir a comer conmigo? Hay un restaurante nuevo de comida italiana a unas calles.
—Me encantaría. —Él le ofreció su brazo para que le diera el suyo, Mandy elevó una ceja con picardía—. ¿Desde cuándo eres tan caballeroso?
Jayden se agachó hasta alcanzar su oído, sintió su respiración y quiso desfallecer. Tenía unas imperiosas ganas de estrujar las solapas de su traje y besarlo, tan fuerte para que la perdonara.
—Desde que tengo que reconquistar a Miranda Pemberton, pero no le digas a nadie porque es un secreto. —Se quedó sin aire, él se echó hacia atrás y volvió a ofrecerle el brazo—. ¿Nos vamos?
Quedaba a dos calles, caminaron por la acera en completo silencio. El lugar era pequeño y acogedor, tan escondido del mundo que lo amó apenas entró, había gente, pero no estaba lleno. Un mesero se acercó y los llevó a una mesa, les llevó una botella de vino después de que Jayden la pidiera, ordenaron y se quedaron solos. Era el momento para hablar, pero al parecer ninguno sabía cómo empezar. Le dio una mirada por debajo de sus pestañas, solo tenía que deslizarse para acercarse a su costado.
—Estoy nervioso —dijo él.
Ella tragó saliva, siendo consciente de que la última vez que hablaron le pidió que se fuera, así que no lo culpaba por no tener idea de qué decir.
—Fui a buscarte a tu departamento dos días después del juicio, pero no te encontré. —La miró con sorpresa, incluso abrió los labios formando un círculo—. Me arrepentí de lo que te pedí, quería hablar. Me comporté muy mal, lo lamento mucho, Jay, es que tenía tanto miedo y odio dentro de mí que no me detuve a pensar en ti, fui egoísta. Es cierto que me ocultaste quién era tu padre, pero siempre me protegiste y no quise verlo porque era más sencillo odiarte que enfrentar los problemas. Quería odiarte porque es más fácil expulsar lo que lastima que encontrar la manera de sanar las heridas. Te juzgué injustamente cuando siempre me demostraste cariño, paciencia y comprensión. Perdóname, Jay.
Jayden fue el que se deslizó en el asiento, se situó a su lado y le agarró la barbilla para que lo mirara.
—Tú no tienes la culpa de nada, no tienes por qué pedir perdón, cualquiera se hubiera sentido traicionado. Te mentí, cariño, y lo siento como no tienes una idea, me dejaste entrar a tu alma, te abrí la mía, pero no te mostré todos los rincones, siempre me voy a arrepentir porque jamás olvidaré el día que gritaste con terror al verme. Me sentí asqueado por haberte lastimado de esa forma. —Él arrebató una lágrima del rostro de la morena con una delicada caricia.
—¿Me sigues queriendo? —preguntó ella en un susurro.
—Te sigo amando —Soltó su mandíbula para llevar los dedos a su cabello, pasó el otro brazo por detrás de su cabeza y la encerró para que no pudiera escaparse. Mandy no podía dejar de admirarlo, lo había extrañado tanto—. ¿Puedo darte un beso?
—Siempre y cuando me des otro cuando termines —contestó.
Él se inclinó y despacio unió sus labios a los de ella para darle un beso dulce y húmedo, tierno, a pesar de que quería consumirla, también quería mostrarle que no solo lo hacía delirar, le provocaba sentimientos más intensos y profundos. Se besaron con calma hasta que el mesero se aclaró la garganta con incomodidad al dejar las órdenes. Los dos lanzaron risitas y se comenzaron a comer en silencio. Jayden deseaba preguntarle muchas cosas, sin embargo, quería disfrutar de su compañía primero. Casi cuarenta minutos después terminaron de comer y decidieron marcharse. Jayden le dio su tarjeta de crédito al mesero, pese a los reclamos de Miranda.
—Oye —susurró, inclinándose hacia su oído para que solo ella pudiera escuchar—, te invité a comer, puedo pagarte una comida, tranquilízate.
La morena sonrió con timidez. Se levantaron y fueron hacia la salida, una vez afuera, Jayden envolvió la cintura de ella para pegarla a su costado. Caminaron las calles para regresar a Vinos Pemberton, perdidos en sus propios pensamientos. Ubicaron el edificio e iban a entrar, pero un vendedor ambulante que estaba parado en la esquina llamó la atención de Jay.
—Te voy a comprar un globo con forma de corazón —dijo, soltándola y sacándose la billetera del bolsillo trasero de su pantalón.
—Nunca nadie me ha comprado un globo con forma de corazón —contestó.
La sonrisa que él dibujó en su boca la dejó sedienta.
—Espérame unos minutos.
Comenzó a caminar hacia el globero. Él sintió la vibración de su celular en su bolsillo, decidió no contestar, ya revisaría el número después, primero tenía que estar con ella. Casi no podía creer que aquello estuviera sucediendo, Miranda le estaba abriendo una vez más las puertas de su corazón.
Ella vio cómo Jayden se alejaba con el andar relajado, su teléfono había estado sonando por un buen rato, contestó al ver que era su hermana.
—Me dijo Diego que te fuiste con el buenorro de Donnelle a alguna parte. —La voz enérgica de Dalilah se escuchó como una explosión.
—¿El buenorro de Donnelle? —Soltó una carcajada al escuchar la voz indignada de Diego desde el otro lado.
Le dio una mirada de soslayo a Jayden, quien estaba buscando el indicado entre todos los globos.
—Amor, sabes que solo tengo ojos para ti. —Giró los ojos cuando escuchó risitas, Lila se aclaró la garganta—. ¿Está todo bien? Entre ustedes, quiero decir.
—Eso parece, todavía tenemos, quiero preguntarle algunas cosas, pero creo que estaremos bien. No tienes idea, Lila, de lo fel...
Detuvo en seco sus palabras, su corazón dejó de latir y la sangre dejó de transitar por sus venas. Ni en sus más temibles pesadillas se imaginó que al alzar la vista se encontraría al hombre que tanto terror le causaba.
Miró esos ojos pétreos carentes de emoción, creyó que se estaba volviendo loca, ¿qué no estaba él en la cárcel? Entonces, ¿por qué lo tenía frente a ella? No se movió, no dijo nada, ni siquiera se atrevió a respirar, todavía estaba esperando despertar de ese mal sueño que se percibía muy real.
—¿Miranda? —preguntó con preocupación Dalilah.
Abrió la boca, no para responder, para respirar. El celular se le resbaló, el aparato se desarmó en el suelo, el pánico la asaltó al ver cómo Flaubert Marione levantaba una pistola y la apuntaba con ella.
Supo que la mataría, pudo verlo en sus ojos. No quería que su vida acabara, no cuando era tan feliz. Pensó en su hijo, solo a él pudo verlo en medio del miedo, la sonrisa de Mickey destelló en su mente como una estrella en el cielo, pensó en que no podría verlo de nuevo. Justo en ese instante se preguntó si su padre había sentido lo que estaba sintiendo.
Pero no quería morir, entonces se movió y escuchó el primer disparo.
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