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| Capítulo 24 |

* * *


Se llevó una pila de libros de la biblioteca a su habitación. Se sentó encima de su almohada y se recargó en el respaldo, soltó un suspiro antes de abrir el primer libro, llevaban un buen tiempo empolvados en el librero, creyó que como quería distraerse era buen tiempo para empezar la lectura. Para ser sinceros, no podía concentrarse, sus pensamientos seguían repitiendo la escena del juzgado.

—Se va a ir, ¿no harás nada? ¿En serio, Miranda? —Alzó la vista y se encontró a Dalilah en el umbral de su habitación. Mandy se envaró pues no le gustó la mirada de reproche que le estaba dando. No es que se quisiera hacer la víctima, de verdad le dolía que Jayden le hubiera ocultado las cosas, estaba molesta y herida, y muy en el fondo se preguntaba si su padre le habría reprochado lo que sentía por el hijo de Marione—. Tú no eres así, el hombre solo te escondió quién es su padre, siempre te apoyó, estuvo ahí contigo cada vez que algo sucedía, te demostró una y otra vez sus sentimientos, nos dio las jodidas pruebas, hizo que te devolvieran a Miguel, ¿eso no significa nada para ti?

—¡No te metas en esto, Lila, que no eres nadie para juzgarme! —exclamó, cerrando el libro de golpe—. Perseguiste a un tipo que no te quería por años y ahora que lo tienes te da miedo aceptarlo en tu vida.

—¡Yo no me escondo por los rincones! ¡Enfréntalo y supéralo! Jayden te ama, Miranda, todo lo ha hecho por ti, ama a tu hijo y Mickey lo ama a él, ¿lo habías visto así de feliz alguna vez? Él le dio cosas que su padre nunca pudo darle y nunca le dará. Lo peor de todo es que tú lo amas, estás muriéndote por detenerlo, pero prefieres esconderte en vez de ir a pelear como siempre haces. ¿Te enoja? ¡Díselo! ¡Desahógate, con un carajo! ¡Deja los malditos libros! Esos seguirán ahí, donde los dejaste, Jayden no.

Miranda explotó, las lágrimas que había estado evitando todo el día comenzaron a salir, regando sus pómulos y sus mejillas. Se cubrió el rostro con las palmas, pues no quería que nadie la viera tan perdida, sin embargo, Lila se sentó a su lado y la obligó a bajar las manos.

—Lo siento —susurró, la voz le temblaba, le sucedía mucho últimamente—. No creo poder mirarlo sin recordar lo que nos hizo su padre, es su hijo.

—Sí, Mandy, un hijo al que abandonó cuando estaba en el vientre de su madre, sufrió por su culpa, tanto que durante años creció el odio en su corazón. Aunque lleve su sangre no es un Marione y lo sabes, así como sabes que papá no era rencoroso, por Dios, no sé de dónde sacaste eso de que estaría decepcionado si estuviera aquí. Papá no le daba la espalda a nadie, estoy segura de que si Marione le hubiera pedido disculpas, también lo habría perdonado. No te obligues a odiar a la persona que amas porque sientes que es lo correcto o crees que los demás esperan que lo hagas, pues vas a ser muy infeliz. No creo que a nuestro padre le hubiera agradado la idea de que su hija no pudiera perdonar a una persona inocente.

—No sé qué hacer —dijo, su mandíbula comenzó a temblar. Dalilah masajeó su espalda haciendo círculos para tranquilizarla y darle ánimos.

—Solo no te tardes demasiado en dejar ese orgullo, Mandy.

El silencio se instaló entre las dos hermanas, Miranda sorbió por la nariz y quitó la humedad de la piel de sus mejillas. Se enderezó y miró a Dalilah, quien esbozó una sonrisa triste.

Estuvo pensando durante días en que quería un tiempo para ella, lejos del mundo lleno de tiburones gordos que solo estaban buscando el momento correcto para hundirle los colmillos y destrozarla. Después de conocer a Jayden muchas cosas habían cambiado, Mandy nunca tuvo tiempo para para ser ella misma, para descubrirse. Por ser la hermana mayor sentía que era su deber llevar las riendas para no decepcionar a Thomas Pemberton. Necesitaba reencontrarse.

El día anterior había bajado las escaleras para desayunar, la voz de Dalilah la detuvo, su hermana hablaba por teléfono. Sin querer escuchó que había más infiltrados en la empresa, Isidora, su secretaria, era uno de ellos. Marione la amenazó con matar a su madre para que colaborara filtrando información. Eso hizo que Miranda se sintiera terrible, tuvo las respuestas frente a sus narices y no supo verlas, era la presidenta, pero no había hecho bien su trabajo. Su autoestima bajó considerablemente, se había esforzado tanto para nada porque al final no pudo dirigir Vinos Pemberton como le hubiera gustado.

—Creo que me tomaré un tiempo lejos de la empresa, hay veces que camino por los pasillos y siento las miradas de los ejecutivos puestas en mí. —Dalilah se quedó atónita al escucharla, desde que descubrieron todo y Mandy se vio forzada a descansar, ella se había hecho cargo de todo lo referente a la industria, sin embargo, jamás se esperó que su hermana quisiera desocupar el puesto—. Lo estás haciendo increíble, sé que lo harás mejor que yo.

—No creo que a papá le hubiera gustado la idea —susurró.

Miranda la observó, sabía bien lo que sentía Dalilah, pues una vez la había escuchado hablar con sus amigas. Creía que el señor Thomas amaba más a Mandy, pero estaba equivocada, el viejo las había querido a ambas, solo que con ella no había tenido tanto contacto debido a la muerte de la señora Pemberton. Las dos hermanas eran polos opuestos, él siempre lo supo, por eso jamás intentó que Dalilah siguiera los pasos de su hermana mayor, pues temía que su espíritu rebelde la alejara más. No obstante, durante la universidad, muchas veces conversó con él hasta altas horas de la noche, él siempre decía que la pequeña de las Pemberton tenía potencial innato para ser líder y esperaba que algún día estuviera lista para tomar el puesto en la empresa, su único error fue no decírselo a la hermana correcta.

—Papá creía en ti, me lo dijo, estaba orgulloso de su pequeña Lila —dijo—. Él sabía que yo haría un gran trabajo, pero estaba seguro de que tú eras excepcional.

La joven la miró con los ojos vidriosos, se mordió el labio con fuerza. No tenía miedo de tomar el puesto, después de todo se había preparado en las mejores universidades. Lo que le aterraba a Dalilah era que durante años creyó que su padre no la había querido lo suficiente.

—¿Y qué vas a hacer? —cuestionó.

—No lo sé todavía, quizá abriré un negocio —dijo—. O quizá pueda volver a la hacienda y convertirme en la mujer que aplasta las uvas.

Las dos soltaron una risita, sonrieron y se abrazaron.



Tal vez no era una buena decisión, pero no había marcha atrás. Pedro se estacionó en ese lugar que solo había visto en las revistas cotilleos, respiró profundo para darse valor, ¡podía hacerlo! Después de todo, ese hombre ya no estaba más en sus vidas.

—¿Desea que la acompañe, señora? —cuestionó el conductor dándole una mirada por encima de su hombro desde el asiento del piloto.

Miranda aceptó asintiendo con la cabeza.

Los dos se bajaron de la camioneta al mismo tiempo, ella se acomodó el vestido y volvió a respirar, pues de pronto sintió que todo se le venía encima. Camino por la acera hasta llegar a la reja de forja oscura, Pedro presionó el botón del timbre. La voz de un hombre habló pidiendo que se identificaran.

—Miranda Pemberton y un amigo de la familia, me gustaría hablar con la señora, si no es mucha molestia y puede recibirme —dijo ella, pegándose a la bocina.

Se demoraron en responder, pero terminaron abriendo el portón automático. Los dos pasaron y, sin saber realmente hacia dónde se dirigían, caminaron por un sendero empedrado rodeado de jardines llenos de colores. La casa era enorme, ostentosa como lo había sido el dueño, había fuentes de querubines, flores y árboles escondiendo las bardas.

Una mujer conocida salió por la puerta principal, la señora Isela era alta y rubia, parecía una muñeca a pesar de que la vejez en sus ojos empezaba a crear arrugas.

Isela le sonrió, asintió al reconocerla y se hizo a un lado para dejarla pasar. El interior de la casa era más hermoso si es que eso era posible.

—¿Les ofrezco algo de tomar?

Pedro negó la oferta, al igual que ella.

—Muchas gracias, solo vengo a hablar unos cuantos minutos y después me iré, lo que menos quiero es importunarla.

—Sabía que vendrías, no sabía cuándo, sin embargo. —La mujer comenzó a caminar hacia una sala, la siguieron y buscaron un asiento—. Dime en qué puedo ayudarte.

—¿Es cierto que mi padre y usted tuvieron una aventura? —cuestionó. Tal vez estaba siendo muy directa, pero no tenía tiempo para andarse con rodeos. Cuando escuchó eso le costó creerlo, sabía que el señor Thomas guardaba secretos, sin embargo, tener a otra mujer nunca se le pasó por la cabeza. De cierta forma le dolía por el recuerdo de su madre, aunque era egoísta recriminárselo.

—Sé lo que estás pensando y no, tu papá jamás engañó a tu madre, nunca tuvo ojos ni corazón para otra —dijo, tranquilizándola—. Conocí a tu padre en un evento de caridad, en ese entonces Flaubert ya sentía cierto resentimiento porque Thomas era su competencia en el mercado, pero tu padre era tan simpático, le bastó vernos una noche para descubrir que éramos infelices. Para Flaubert nunca hubo cosa más importante que su negocio y el poder, yo siempre estaba sola y triste. Por alguna razón él me buscó la siguiente semana y así empezamos una linda amistad a escondidas de mi marido.

—¿Alguna vez pasó algo más? —preguntó.

—Una día salimos a cenar mientras Flaubert estaba de viaje —susurró Isela, aclarándose la garganta y reacomodándose en su asiento—, bailamos, tomamos vino y me acompañó a casa. Nos besamos, jamás alguien había sido así de tierno conmigo, hija, estaba deslumbrada, pero sabía que estábamos caminando en aguas peligrosas. Tu padre seguía amando a tu madre y yo era una mujer casada. No tengo idea de cómo mi ex marido se enteró y el resentimiento se convirtió en un odio tan cegador que lo desquició. Durante muchos años me sentí culpable de lo que le pasó a Thom, él era un gran hombre, un gran padre. Mucho tiempo quise acercarme a ustedes para decirles que sentía su dolor, no pude despedirme de él. Él solo quería ayudarme y terminó muerto, perdóname, dile a Dalilah que me perdone.

Los ojos de Miranda se nublaron al ver cómo la señora se derrumbaba en sollozos. Se mantuvo en silencio, preguntándose si su padre había sentido algo por ella, ¿había estado enamorado? Y la respuesta era tan clara, por supuesto que sí, la amaba, por eso se arriesgaba a pesar de que sabía que Flaubert lo odiaba.

—Lo único bueno que hizo Flaubert fue tener hijos, Paula y Lorena son increíbles, y Jayden ni se diga. Hizo lo correcto, le agradezco porque después de tantos años al fin puedo respirar y andar descalza por la casa, comer salchichas con pan y beber algo que no sea vino. —Isela sonrió, pero se quedó seria al instante—. Escuché lo que pasó con ustedes dos y... sé que no soy nadie para darte consejos, pero si de algo estoy segura es de que Jayden no es como Flaubert, él debe agradecerle mucho a la vida el rechazo de su padre, fue lo mejor que pudo pasarle pues su madre se encargó de criar a un buen hombre. Se ve en su mirada, es limpia, cuando miraba a su padre yo temblaba.

Miranda tragó saliva, esas palabras calaron profundo en su alma ya que los había comparado antes por sus miradas parecidas. Sí, Isela tenía razón, no había comparación porque los ojos de Flaubert le daban terror, y los de Jay... en los de él podía refugiarse.

—Gracias, y-yo lamento que no haya podido acercarse el día del velorio. —La mujer negó sacudiendo la cabeza para restar importancia—. Y estoy segura de que sus sentimientos eran correspondidos, el corazón de papá era tan grande que pudo haber amado con intensidad a dos mujeres.

—Eres como él. —Tan pronto Isela dijo eso, agachó la cabeza y sonrió con tristeza.



Le pidió a Pedro que hiciera otra parada antes de volver a casa, el condujo fingiendo que no se alegraba de su petición. Llegaron al complejo departamental a eso del mediodía, cuando el conductor le preguntó si quería compañía, ella dijo que no era necesario. Mandy tomó una respiración profunda antes de empezar a caminar hacia la entrada, se subió al elevador y presionó su piso, el camino a la planta lo hizo repasando en su cabeza las palabras que le diría.

Hablar con la señora Isela le abrió la mente, le había servido no solo para aceptar la muerte de su padre, también para darse cuenta de lo que ya sabía, de que la sangre a veces no te hace igual a otro ser humano. Soltó todo el aire contenido en sus pulmones cuando se plantó frente a esa puerta conocida, la misma que había tocado muchas veces antes. Su corazón comenzó a latir con rapidez contra su pecho, elevó el puño y tocó. Esperó unos minutos, agudizando el oído por si captaba algún sonido proveniente del interior, pero no escuchó nada.

Las palabras que le dijo el día del juicio volvieron a su mente: «vete».

Y aunque intuía que él había hecho justamente lo que le había pedido, siguió tocando la puerta con un nudo en la garganta.

—¡Jayden! —exclamó, esperando que saliera.

—El señor Donnelle dejó el departamento el día de ayer junto con su madre. —Escuchó que alguien dijo, pero no volteó, apoyó la frente en la puerta, rasguñó la madera.

Todo lo había hecho mal, él se había ido, la había dejado porque se lo pidió. Cerró los párpados, por alguna razón recordó el último beso que se dieron y la última vez que la había tocado, recordó los momentos en la hacienda, él jugando béisbol con Miguel. Recordó sus sonrisas y su olor.

Ya no quería llorar, por Dios que ya estaba harta, pero de nuevo lo hizo porque antes había deseado con fuerzas que se fuera, que la dejara en paz, ahora ya no estaba y lo quería de regreso. Lo quería tan fuerte a su lado que marcó a su celular, a uno que ya no existía. Se sintió como la línea muerta, ¿así se había sentido también él? Lo había alejado sin dejarlo hablar, no había escuchado lo que quería decirle, tal vez jamás lo sabría.



A mitades de Julio, Miranda desempolvó las maletas que hacía mucho no utilizaba. Miguel saltaba por toda la casa debido a que estaba emocionado. Mandy decidió alejarse de la ciudad para pasar tiempo con su hijo y respirar otros aires.

Llegaron a Mazatlán y ocuparon una linda habitación con vistas al mar, no perdieron tiempo pues solo iban a estar ahí una semana. Desde el primer día bajaron con sus trajes de baño puestos para disfrutar de la arena, el agua salada y el sol.

—Si no te dejas poner esto vas a terminar como un chicharrón —dijo intentando ponerle bloqueador a un Mickey que se resistía pues el olor no le era agradable.

—Pero huele feo —murmuró, quedándose quieto, permitiendo que su madre le untara la crema en la espalda, el pecho, los brazos y las piernas.

—¿Prefieres oler feo o no poder moverte por el resto de las vacaciones?

Aceptó refunfuñando, el chiquillo se fue corriendo hacia el agua, no había tanta gente a esa hora del día, así que prefirió quedarse sentada. Sin quitarle la vista de encima a Mickey, sus pensamientos comenzaron a vagar. Las semanas habían pasado volando después de no encontrar a Jayden ese día en su departamento.

Sonrió al ver cómo su hijo chapoteaba en el agua con sus pies, durante días había preguntado por Jay, el niño quería jugar videojuegos con él, y ella no sabía cómo decirle que Jayden ya no estaba, no podía destrozar sus ilusiones con tanta crueldad.

El descanso no estaba sirviendo, pues seguía atormentándose como lo hacía a menudo en Monterrey, simplemente no podía dejar de pensar en él. Se sentía como un fantasma deambulando por el mundo, se sentía vacía. Ya no podía recordar quién había sido, se sentía como si su antiguo yo se hubiera esfumado junto con Jayden Donnelle, como si él le hubiera arrebatado el alma antes de irse.

Le dolía cerrar los párpados e imaginar que tomaba su mano para apretarla y animarla, aunque esta vez no escapaba del padre de su hijo o de Marione. Intentaba escapar de su rostro tatuado en su interior, pero ¿cómo olvidar al ser que con un solo roce la hacía más fuerte? ¿Dónde estaba sin su tacto? ¿Dónde estaba sin sus besos? ¿Dónde estaba sin sus brazos?

¿Dónde estaba sin él?


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