| Capítulo 23 |
* * *
Le dolía la espalda de pasar toda la noche sentado en la celda, no había podido dormir, pues la imagen de una Miranda llena de terror al mirarlo lo tenía verdaderamente preocupado. Se imaginó mil reacciones, ella lanzándole algo para romperle la cara, llamando a seguridad para que lo sacaran, hundiéndolo con palabras hirientes; pero jamás esos ojos brillando con temor, nunca que se hiciera hacia atrás y gritara de miedo. Prefería mil veces el enojo y el odio, que el temor porque había sido testigo de los ataques que sufría al ver a Flaubert, no quería provocarle eso a la mujer que amaba.
—Ya pagaron su fianza —dijo el oficial señalándolo con la barbilla y abrió la puerta. Jay se puso de pie y salió—. Recuerde que si las víctimas presentan cargos en su contra, puede pasar por un proceso legar e ir a juicio, le pueden dar unos cuantos años de cárcel, así que le aconsejo que no rompa la orden de restricción otra vez.
¡Y un carajo que no la iba a romper! ¡Le valía un cuerno la maldita orden!
Se preguntó quién había pagado para que lo liberaran, abrió la mandíbula con asombro cuando vio a su madre mirando sus zapatos. ¡Su madre! ¡Estaba en México! ¿Cómo era eso posible? ¿Cómo se había enterado de que estaba ahí?
Con pasos apretados se acercó a ella y la enfundó en un abrazo, la señora Ariadna se hundió en el pecho de su hijo, regresándole el gesto con la misma fuerza.
—¿Qué haces aquí? —cuestionó, echándose hacia atrás para volver a corroborar que no estaba alucinando ya.
—No soporté escucharte por teléfono, sonabas tan triste. Cuando llegué a México te vi en un periódico en los puestos de revistas.
Volvió a abrazar a esa mujer que tanta paz le daba, la había extrañado tanto.
—Tienes que dejar que esto pase, Jay, permite que sane un poco y se recomponga del impacto de la verdad y luego la buscas —dijo ella.
Él negó sacudiendo la cabeza, pues si algo sabía era que el tiempo con Miranda no funcionaba, no podía solo darse por vencido, sabía que tenían algo, solo debía recordárselo.
—No puedo, mamá. —Suspiró—. ¿Te importaría si hacemos una parada en Vinos Pemberton? De todas formas necesito recoger el auto, lo dejé cerca de ahí.
—¡Eres terco como tu abuelo!
Ambos salieron de ahí, se montaron en un taxi. Camino a la empresa, Ariadna le contó a su hijo cómo estaban sus abuelos y demás familiares. También le dijo que la situación en Venezuela cada día empeoraba más: toques de queda, el aumento de precios en los pocos alimentos y productos que había, los cortes de luz a ciertas horas del día, la delincuencia y muchas otras cosas. Jay escuchó todo en silencio, algo retraído, pero igual sintiéndose mal por su madre. A pesar de todo eso, jamás cambiarían su tierra.
Se detuvieron cerca de Vinos Pemberton, madre e hijo se montaron en el vehículo rojo y bajaron por la avenida hasta detenerse en la acera frente al edificio.
—Ahora vuelvo —dijo.
Descendió del auto y se giró, no iba a escabullirse esta vez, se iba a quedar afuera hasta que ella bajara. Iba a dar el primer paso cuando identificó un vehículo, rechinó los dientes al ver que el ex esposo de Miranda abría la puerta para dejar que ella saliera del interior del coche.
Se le detuvo el corazón, pues después él rodeó su cintura y la ayudó a entrar al edificio, ella no se lo estaba quitando de encima, eso le sacó el aire como si hubiera recibido un golpe directo a la boca de su estómago.
Pero lo que sucedió después fue lo más doloroso de ver, Leandro se inclinó hacia su morenita y depositó un beso cerca de sus labios. ¡Ese imbécil de mierda! Mil pensamientos corrieron por su mente, ¿y si la había lastimado tanto que no le importaba ya el daño que le había causado su ex? ¿Estaban juntos de nuevo o solo era una pantalla? La Miranda que conocía jamás habría dejado que ese tipo hiciera eso. Jayden sabía que lo amaba, entonces ¿por qué permitía que se le acercara?
Los celos florecieron tan rápido que le dio miedo, pues la rabia hizo que su sien palpitara y su corazón latiera de prisa.
Tragó saliva, aguantando la urgencia de correr hacia ella, para explicarle que nunca había querido lastimarla, todo siempre se trató de Flaubert Marione.
Los ex esposos se separaron, la mujer entró y el hombre regresó al auto. Leandro abrió la puerta del vehículo para montarse en el interior, sin embargo, levantó la mirada e hizo contacto visual con Jayden. ¡Ese maldito lo había hecho a propósito porque sabía que estaba mirando!
Después de que el auto arrancara, la valentía salió de su cuerpo, pero ¿qué estaba haciendo? No podía solo presentarse y obligarla a hacer algo que no quería ya que eso empeoraría la situación. Tal vez Ariadna tenía razón al decirle que le diera un poco de tiempo.
Al llegar al complejo departamental, Jay le mostró con cierta tristeza las instalaciones de su departamento. La señora hizo comentarios de apreciación, le daba gusto que su hijo estuviera viviendo en un buen lugar. Ariadna tomó asiento en un sofá, mientras esperaba que Jayden saliera de la cocina con un vaso de agua. El hombre se sentó a su lado y contempló cómo su madre bebía.
—Dime cuál es tu plan ahora que todo se sabe —pidió saber.
—Lo estuve pensando todo el fin de semana y se me hace muy extraño que de la noche a la mañana se haya enterado, ella no me estaba investigando, algo muy retorcido está pasando aquí, hasta he llegado a pensar que hay más infiltrados en Vinos Pemberton porque nosotros nunca hicimos pública nuestra relación, fue evidente en la hacienda, pero... —Una chispa centelleó en su mente—. Y ahí los únicos que pudieron enterarse de que estábamos juntos eran los que dormían en ese pasillo... Isidora.
—¿Quién es Isidora? —preguntó Ariadna, intentando seguir el ritmo de Jay.
—Una secretaria —dijo—. Tengo una grabación de él diciendo lo que le hizo al señor Thomas, solo que no sé cómo actuar, a dónde ir, no puedo confiar en cualquiera.
—¿Hay alguien además de Miranda que odie a Marione y sea de confianza? —cuestionó.
—Dalilah —dijo, perdido en los pensamientos que chocaban unos con otros. Se puso de pie para ir por el teléfono, solo le rogaba a los cielos que no hubiera cancelado su línea también. Marcó el número de la hermana de Mandy, afortunadamente timbró.
—¿Diga?
—Por favor no me cuelgues, es acerca de Marione —soltó, apresurado. Al ver que seguía en la línea, prosiguió—: No sé a quién más recurrir, me gustaría que habláramos, tengo pruebas que lo incriminan, solo puedo pensar en ti para dártelas.
—¿Cómo sé que no es una trampa? —cuestionó la joven con sospecha. Se lo merecía, no podía quejarse, entendía que desconfiaran de él.
—Estoy del lado de Miranda, solo que ella no lo ve.
Por un instante creyó que rechazaría la reunión, sin embargo, Dalilah aceptó y le dio la dirección de un café.
Dalilah colgó el teléfono y se quedó mirando al vacío, recordando la conversación que acababa de tener con Jayden Donnelle, el tipo que les había mentido para entrar a las instalaciones de su empresa y había enamorado a su hermana mayor. Lila sentía cierto interés por el tema porque era una persona intuitiva, y al ver los ojos de ese hombre, no podía encontrar nada más que amor cuando miraba a Miranda y a su sobrino. Por ese motivo sentía que no estaba bien, algo no encajaba en ese rompecabezas
Sabían que era el hijo de Flaubert, pero no provenía del matrimonio del hombre, y a leguas se notaba que era extranjero. Todo era tan retorcido cuando se trataba de Marione.
La joven se puso de pie y salió de la oficina para dirigirse a Recursos Humanos, entró al cubículo de Diego sin tocar la puerta y puso seguro para que nadie entrara y los sorprendiera. Él sonrió al verla y se recargó en el respaldo, si no hubiera estado tan confundida, habría tomado asiento en una de las sillas; pero necesitaba sentirlo, así que decidió dejar el castigo al que lo estaba sometiendo y fue a sentarse en su regazo, sorprendiendo al muchacho quien la envolvió como una enredadera.
—Mmh, ya extrañaba que te sentaras encima de mí —dijo él ronroneando, sacándole una risotada. Ella quiso acomodarse, pero Diego la ancló y sumergió la nariz en su cabello, respiró hondo para llenarse de su aroma—. Me gustas.
Se lo repetía una y otra vez, ella no se cansaba de escucharlo. Después de que Diego la había rechazado, quiso intentar algo serio con su amigo de la infancia, idea que descartó tan pronto él se dio cuenta de que sí la quería, pero no le iba a dejar las cosas tan fáciles.
—Vengo por algo importante, señor Espinoza, ¿podría comportarse?
—¿Comportarme cuando tu lindo trasero está en mi regazo? ¿Comportarme cuando te tengo así de cerca? No lo creo, no me pidas cosas imposibles.
—Jayden Donnelle me llamó. —La oración hizo que Diego se echara hacia atrás, la contempló con el ceño fruncido—. Me dijo que tiene algo que puede servirnos para hundir a Marione, quedamos de vernos mañana.
—No vas a ir —refutó el joven.
—No te estoy preguntando, te estoy avisando porque me gustaría que fueras conmigo y con el abogado. No confío ya en nadie aquí más que en ti.
Diego gimió.
—¿Por qué siempre sabes que decir para hacerme cambiar de opinión?
—Es un don —susurró, divertida.
La mañana siguiente, los tres entraron muy temprano al café, en una de las mesas ya estaba esperando el señor Donnelle, quien se puso recto en cuando los vio entrar. No pasó desapercibido para él que un par de guardaespaldas entraran minutos después, la familia Pemberton había pasado de no tener seguridad a ir a todas partes con un montón de agentes.
Las tres personalidades tomaron asiento, el abogado puso su maletín sobre la mesa; Dalilah le dio una mirada afilada que intentó esconder debajo de sus pestañas; y Diego no fingió al escudriñarlo.
—Buenos días, señor Donnelle —empezó el viejo que quedaba frente a él—. Mi nombre es Arguinaldo Montañez, represento legalmente a la familia Pemberton desde que el señor Thomas vivía, así que le aseguro que soy un hombre de confianza y que haría cualquier cosa por las dos hijas de mi viejo amigo, ¿está de acuerdo con que me quede?
—Supongo —contestó
—Perfecto, la señorita Dalilah me comentó que tiene algunas pruebas que podrían ser perjudiciales para el señor Flaubert Marione, ¿es cierto?
Jayden respiró hondo, del suelo obtuvo un maletín, el cual abrió.
—Hace unos días la esposa de Flaubert fue a mi departamento, ella me contó que había tenido una aventura con el señor Thomas... —Le dio una mirada de soslayo a Dalilah, quien frunció el ceño y se inclinó hacia la mesa—. La señora cree que por eso lo mandó matar, le tiene miedo a su esposo y me dio unos documentos que encontró en su oficina, se puede ver claramente que hay empresas fantasmas y algunas estafas, los inversionistas quisieron demandarlo, pero el juez estaba comprado.
Le tendió las carpetas al abogado, quien las obtuvo y comenzó a repasarlas. El hombre asentía conforme pasaba las hojas.
—Efectivamente, aquí hay mucho material que puede servir —dijo, sin siquiera haber terminado de leer—. ¿Sería posible que me llevara esto para revisar detenidamente?
Jay asintió
—También tengo esto. —Sacó la grabadora y se la ofreció al viejo—. Fui a la oficina de Marione y grabé la conversación, la cinta está en perfectas condiciones. Él habla acerca de Thomas Pemberton.
—¿Por qué estás haciendo esto? —cuestionó Dalilah, mirándolo con confusión, con la mirada llena de dudas—. Es tu padre
Jay soltó una risa sarcástica. ¿Padre? A ese hombre jamás podría catalogarlo como padre, ni siquiera como persona. Había mandado al infierno a Ariadna cuando se enteró de que estaba embarazada, la corrió de la empresa y se encargó de que en ningún otro lugar contrataran a la pobre extranjera a la que pronto se le acabó el dinero y no tuvo más que recurrir a sus padres con vergüenza. Su abuelo la había recibido como se le recibe a una hija. Eran tan pobres que no tenían dinero para comprar pañales o comida para bebé, sus cuartos eran pequeños, muchas veces había escuchado el llanto de su madre cuando era pequeño y no entendía por qué siempre estaba tan triste. Ese hombre la había roto, la había arruinado para siempre.
—Un padre que jodió todo lo que amaba. —El coraje en su tono fue tan palpable que Lila se echó hacia atrás. El abogado bufó entre dientes después de que terminó de escuchar la grabación.
—Prácticamente se delata solo, hablaré con el juez que está de nuestro lado, de esta no se salva. —El hombre hablaba con coraje, Jay supo que las pruebas estaban en buenas manos y se quedó más tranquilo—. Si juntamos todos los testimonios será la ruina. Por favor cuídense, esto se puede poner muy feo.
El viejo se levantó y se dirigió a la salida, los guardaespaldas salieron detrás de él, al parecer eran suyos.
Diego y Dalilah se levantaron al mismo tiempo, el pánico volvió a crecer en su pecho, los imitó y habló antes de que pudieran marcharse.
—¿Regresó con él? —preguntó con la voz temblorosa. Ella sonrió con tristeza.
—No, ella te ama, pero no sé si pueda perdonar que le hayas mentido. Está tan devastada, no sé, jamás la había visto así.
—Ayúdame a hablar con ella, al menos dile que nunca quise lastimarla, que siempre busqué hundirlo a él. —Se sentía patético por rogarle a la hermana de Miranda frente al gerente de Recursos Humanos, pero las opciones ya se le habían agotado, no sabía qué más hacer.
—Lo haré.
El abogado de la familia Pemberton movió sus contactos con discreción las tres semanas siguientes, tanta que Flaubert Marione jamás sospechó que un día por la mañana llegaría la policía para arrestarlo antes de que pudiera ingresar a las oficinas de su empresa. El evento fue un golpe duro para su ego inflado, pues los medios de comunicación captaron cómo le colocaban las esposas y lo trepaban a una patrulla.
Intentó salir victorioso hablando con peces gordos e influencias, pero la evidencia era tan clara que no podía solo zafarse de todo lo que había hecho. La familia Pemberton presentó una denuncia por el asesinato del señor Thomas y por agresiones posteriores, algunas víctimas estafadas también presentaron cargos. Incluso, mucha gente que había oído en las noticias que lo tenían detenido, se había atrevido a presentar denuncias por malos tratos y robos de propiedades.
Un montón de testigos subieron al estrado, la cara de Marione se volvió hielo cuando vio que su esposa lo acusaba, cuando se enteró de que había sido ella la que entregó las pruebas de sus fraudes. El viejo permanecía quieto en su silla, escuchando cómo su torre de naipes se derrumbaba, quizá todavía había secretos, pero tenían lo suficiente para llevarlo a la cárcel.
— El testigo no tiene pruebas para hacer semejante acusación —dijo el abogado de Flaubert cuando Jayden dijo que él había matado al padre de Miranda.
—¡Objeción, su señoría! —exclamó Arguinaldo Montañez, quien había dejado el cargo más alto para el final.
—A lugar.
El tribunal guardó silencio mientras la grabación sonaba, la voz de Flaubert Marione dejó a todos enmudecidos debido a la frialdad. Miranda castañeó los dientes, pues el hombre ni siquiera sentía remordimientos. Desde su lugar en la sala observaba la cabeza del hombre al que tanto miedo le había tenido, luego miró a Jayden, quien no le quitaba la vista de encima a su padre.
El acusado subió al estrado, Mandy agachó la cabeza cuando el señor Donnelle pasó frente a ella, él se sentó en la fila de adelante. Su corazón latió muy rápido, pero también dolió, así que se obligó a dejar de mirarlo, a pesar de que sus ojos morían por ver su perfil.
Flaubert se sentó al frente, a un lado de la juez, mientras Arguinaldo le hacía preguntas y el abogado defensor no paraba de hacer objeciones que fueron denegadas. Era notorio el apoyo de la mujer, no obstante, debían convencer al jurado de que el viejo era un criminal.
Miranda dejó de escuchar, pues en lo único que podía concentrarse era en los ojos helados y llenos de odio del asesino de su padre, quien observaba fijamente a Jayden. Sintió miedo porque ¿y si las cosas no salían bien? ¿Si lo dejaban libre? Sin embargo, nadie se esperaba lo que ocurriría.
—¿Cómo se declara el acusado? —preguntó la juez.
—Culpable —contestó Flaubert, seco, su timbre de voz carente de emoción.
El jurado no necesitó tiempo para deliberar, el corazón de Miranda se aceleró cuando una mujer abrió un sobre, sacó un documento y se acercó al micrófono.
—De los cargos de homicidio en primer grado: culpable... —No hizo falta escuchar más, solo eso bastó para que Mandy sollozara y empezara a llorar. Dalilah la abrazó, las dos se refugiaron en los brazos de la otra pues lo habían conseguido, al fin iba a pagar el daño que les había hecho.
No quiso ver cuando se lo llevaban, solo escuchó el sonido de los flashes. La gente empezó a salir, Lila le palmeó la espalda, instándola a levantarse. Dio un paso y se detuvo en seco al escuchar su voz llamándola.
—Miranda —susurró—, escúchame.
Cerró los párpados que los sentía pesados, esas últimas semanas no había podido dormir bien.
Su hermana había investigado más a fondo la vida de Jayden, descubrió que Flaubert había embarazado a su madre, dejándolos en la pobreza, la señora había resistido días de hambre y dolor hasta que pudo regresar a su país. Jay jamás tuvo contacto con ese hombre hasta que él requirió ayuda para dañar a Vinos Pemberton. Dalilah investigó en los correos de la empresa y leyó el discurso que Jayden había mandado a Grape Blue, y vio otro guardado en su bandeja, pues había decidido no dañarlos. Miranda estaba al tanto del odio que Donnelle sentía por su padre, pero aun así se sintió traicionada, burlada y herida. Todavía se sentía miserable por haberse dejado llevar, por no haberse dado cuenta antes del engaño.
La orden de restricción fue cancelada después de que él diera las pruebas. Ya no le tenía miedo ni pavor pues sabía que no era malo y que todo lo había hecho por otros motivos, sin embargo, no lo quería cerca.
—Vamos, escúchalo, solo deja que te hable un momento, así quieras perdonarlo o no, lo necesitas porque estás estancada, Mandy —susurró su hermana. Asintió, Lila la pasó, al igual que Diego.
Se dio la vuelta y lo enfrentó, había una señora a su lado, supo que era su madre cuando esta le sonrió con tristeza y salió de la sala, dejándolos solos.
—No podemos quedarnos mucho tiempo aquí, así que sé rápido —le murmuró, abrazándose a sí misma, mirando sus ojos negros que tanto le gustaban y que tantos malos recuerdos hacían que evocara.
El hombre dio un paso, apoyó una rodilla en la silla que se interponía entre los dos para quedar más cerca, su corazón latía contra su pecho a toda velocidad, casi lo sentía en su boca. La tenía frente a él después de tanto, pero parecía lejana e inalcanzable.
—Lo lamento, nunca quise lastimarte —dijo él, inhalando pausadamente para que la voz no le saliera temblorosa. Esos días sin ella habían sido una tortura, tantas veces quiso llamarle, acercarse a su casa, ir a los juegos de Mickey como antes... Los extrañaba como un loco, se habían convertido en todo para él, y ahora no sabía qué hacer sin ellos—. Tenía tanto miedo de que al enterarte me odiaras solo por llevar su sangre, te lo pregunté tantas veces y siempre decías que odiabas todo lo relacionado con él, yo simplemente no podía con la idea de ti rechazándome al saber que soy su hijo. Y mira, sí me odias, no puedes estar cerca de mí.
—No, Jayden, creí que te odiaba, pero no lo hago —dijo, jadeando—. No estoy lejos de ti por lo que piensas, no soporto tenerte cerca porque me mentiste, en mi jodida cara. Te pregunté tantas veces, tuviste muchas oportunidades y preferiste callar. ¿Tú crees que no me duele? Estoy destrozada porque te creí, confié en ti con los ojos cerrados, me sentía protegida en tus brazos, te abrí la puerta de mi casa, dejé que estuvieras con mi hijo, te conté mis secretos, mis tristezas, me sentía libre a tu lado; pero todo era una mentira Si tantas cosas te callabas, ¿de verdad te conocí? ¿Qué cosas eran reales entre nosotros? ¿Todo empezó como un juego? ¿Él te pidió que me sedujeras y después te enamoraste? Hay tantas preguntas en mi cabeza, me lastimaste tanto. No hay día que no me despierte y piense que fui una estúpida por creerte, por entregarte todo sin reservas, te di todo lo que pude.
Tuvo que detenerse para respirar, las lágrimas no la dejaban ver con claridad, la presión en su pecho la ahogaba. Él se acercó con el rostro contraído para limpiar sus mejillas.
—No eres una estúpida, yo fui el que se equivocó —susurró con la voz ahogada, cargada de sentimiento—. Nadie me pidió que te amara, eso fue inevitable, no pude resistirme a pesar de que lo intenté porque sabía que las cosas terminarían mal. Siempre que estuve contigo era yo, por favor no dudes de eso... Por favor.
—¿Sabías que se ese día se iban a llevar a Mickey?
Jay negó, los ojos le escocían. Verla así, tan triste podía con él, esa no era su Miranda, ¿dónde estaba?
—Tienes que creerme, nunca estuve de su lado, nunca estaría del lado de alguien que lastimó a mi madre, siempre estuve del tuyo. —Tomó aire—. Te amo, te amo muchísimo, no puedo estar sin ti, sin ustedes. Por favor déjame demostrártelo, déjame enmendar el daño, vamos a empezar de nuevo.
—Te creo, comprendo lo que hiciste, te agradezco de cierta forma porque sin ti esto jamás habría pasado, no hubiera recibido castigo alguno. —Aspiró, temblorosa. El llanto había parado, tuvo que mirar hacia otro lado pues no resistía tenerlo a tan poca distancia—. Sin embargo, n-no p-puedo hacer lo que me pides. Tú no seleccionaste llevar su sangre, pero sí elegiste mentirme. No quiero estar contigo.
Esas palabras hicieron que el corazón de Jay dejara de latir, hielo comenzó a cubrirlo, oscuridad a invadirlo. Sus hombros cayeron, su ánimo le pesó, desde que ella había quitado la orden de restricción guardó esperanzas; pero no, no lo quería ya, y si lo hacía se estaba obligando a no amarlo. La había perdido.
Se aclaró la garganta pues no encontraba cómo continuar sin que ella se diera cuenta de lo mucho que le dolía.
—Voy a regresar a Venezuela, sin ti no tengo por qué quedarme, no pienso hacerte más daño. Dime que me quede, Miranda, dímelo y lo haré aunque no pueda acercarme a ti, al menos podría verte de lejos.
Una lágrima rodó por la mejilla de la morena, se sentía débil, como una flor marchita aplastada en el suelo; ya no era ella, se había perdido en el camino. Le había entregado todo, ahora no sabía con qué reconstruir las migajas de su alma.
—Vete —susurró
Tuvo que girarse para salir, necesitaba alejarse de él lo más posible. Afuera, se encontró a su hermana, quien le cubrió el rostro para que las cámaras que las esperaban no le mostraran al mundo lo rota y vacía que estaba.
Y él la vio salir, con dolor contempló cómo se alejaba esa mujer que lo había elevado al cielo. Siempre supo que tarde o temprano iba a caer y sucedió, cayó.
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