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| Capítulo 21 |

* * *

Apenas se dejó caer en el sofá, su móvil timbró, vio el nombre de Miranda en el identificador por lo que no demoró en contestar.

—Morenita... —Iba a pedirle disculpas por haberse comportado como un cretino, después de todo Mickey era su hijo y ella sabía qué era bueno para él y qué no.

—No, escúchame —dijo, interrumpiéndolo—. Lamento ser de esta forma, cuando tengo miedo suelo ponerme así, a la defensiva. No te lo mereces, Jay, has sido increíble con nosotros, no tengo motivos para dudar de ti después de lo mucho que me has ayudado. Lo siento.

Cada palabra se le clavó como espinas, se hundió en su piel, tan adentro que tuvo que abrir los labios para respirar.

—El que lo siente soy yo, cariño. —Y lo hacía, Jayden de verdad sentía no tener el valor para contarle, lamentaba ser tan cobarde y sentir miedo a perderla.

—No quiero que estemos enojados.

—Yo tampoco.

—Y... entonces, ¿qué estás haciendo? —Sonrió al escuchar su pregunta, era la primera vez que hablaban de nada y de todo.

—Estoy sentado pensando en ti —murmuró, apoyó la cabeza en el respaldo y cerró los ojos.

—¿Qué piensas?

—Pienso en tu mirada. Tus ojos son tan cafés, como la tierra fresca por la lluvia que hace florecer a las plantas, mirarlos me calma, me transporta, son una probada de aire fresco.

—¿Desde cuándo eres tan romántico?

Él lanzó una risotada, ella lo imitó, pero todavía no había terminado.

—También pienso en tus labios, tan rojos, llenos. Tus labios son como dos uvas jugosas, siento que si los muerdo el jugo dulce me volverá un adicto a tus besos. —Miranda suspiró, no pronunció palabra alguna pues no tenía idea de cómo contestar tantos halagos, tanta poesía. Su corazón palpitó con tal rapidez desde el otro lado de la línea que temía que él pudiera escuchar los golpeteos—. También pienso en tus pechos, en lo mucho que me gusta verlos apretados contra tu sostén, pero me gustan más en mis manos porque son suaves, adornados por esos deliciosos pezones que saben a azúcar quemada.

—Me estoy sonrojando —dijo, acalorada. Jay se relamió la boca, aún con los ojos cerrados, la evocó.

—Ahora pienso en tu piel, en mis dedos recorriéndola. Pienso en tu sonrisa, en cómo se iluminan tus mejillas cuando te ríes, tus ojos se llenan de emoción. Pienso en ti, morenita, todo el tiempo, en ese corazón resguardado por paredes, escondido entre espinas para que todo aquel que quiera tocarlo no lo haga por temor a espinarse; pero una vez que te das cuenta de que lo que tienes que hacer es resguardarte a su lado, escabullirte entre sus espinas, ves la cosa más hermosa, sensible y amorosa que puede existir.

—Oh, Jayden... —La escuchó sorbiendo por la nariz.

—¿Estás llorando? —preguntó, alarmado—. Lo lamento, no quería molest...

—No, no es eso, es que has dicho todas esas cosas tan lindas, nadie me había dicho algo así antes.

Jay tomó aire, sintiendo valor de pronto.

—Te amo —susurró.

Miranda se quedó quieta y enmudecida, sosteniendo el teléfono móvil, sin poder creer que él hubiera dicho esas dos palabras. Se quedó sin aire, las chispas explotaron en su estómago, sentía las mariposas revoloteando por sus venas, su corazón latía más rápido que antes. Mordió su labio inferior para reprimir el grito de euforia que quería soltar, era peor que una adolescente emocionada porque el chico que le gustaba le había pedido una cita.

La amaba y le había dicho todas esas cosas significativas, llenas de emociones, de sentimientos. Quería a su hijo, así como Miguel lo quería. Era inteligente, audaz y apasionado. La hacía vibrar con sus caricias, con sus besos y miradas. La había conquistado una y otra vez, desde que lo vio sentado en el borde de su escritorio, desde que le había bailado esa noche en el cuarto del café, desde que le había hecho el amor tantas veces, desde que la había abrazado antes de que sus rodillas comenzaran a temblar, desde que le había enseñado a su hijo béisbol.

Dios, Miranda se sintió en las nubes.

—Y-yo también te amo —murmuró.

Escuchó la inhalación brusca de Jay, ni siquiera intentó borrar la sonrisa que se extendió en su boca al escucharlo vociferar incoherencias sobre lo mucho que la quería tener cerca.

—Prométeme que mañana nos vamos a besar y me vas a decir esas lindas palabras.

—Siempre y cuando lo prometas tú también.

Los dos lo prometieron, luego acordaron terminar la llamada, aunque ninguno quería colgar, por lo que no lo hicieron hasta bien entrada la madrugada y solo porque Miranda bostezó.



Mandy se levantó la mañana siguiente, tomó un baño y se vistió. Bajó las escaleras y se reunió con Mickey para desayunar, el niño quiso waffles con miel, ella solo tomó un poco de fruta y café.

—Hija, recogí el correo esta mañana y lo dejé en la mesita de la sala —dijo Estela colocando el plato con el desayuno frente a Miguel.

—Gracias, lo reviso luego.

Se despidió de Mickey, quien empezaría un ciclo escolar nuevo en agosto en otra escuela, la directora había aceptado pasarlo de año saltándose los exámenes finales con tal de que no los acusaran públicamente. Mandy seguía furiosa, quería publicar en todos los periódicos de la ciudad la falta, pero Leandro le dijo que era mejor dejar las cosas así.

Entró a Vinos Pemberton más temprano de lo normal ya que no tuvo que hacer la parada extra al dejar a su hijo. Pedro estacionó en su cajón y ella se dirigió al elevador después de saludar a los guardias de seguridad.

Isidora ya estaba en su puesto, miraba el computador con atención, pero desvió la mirada cuando se percató de la presencia de su jefa.

—Señora Pemberton, buenos días, su hermana me pidió que le dijera que la buscara en cuanto llegara en su oficina, dijo que es urgente.

Se dio la vuelta para encaminarse a la oficina de su hermana acomodándose la camisa de botones. Tocó la puerta y abrió sin esperar respuesta, ahí estaban Dalilah, Diego, el ingeniero de sistemas y el jefe de seguridad de la empresa. Su hermana levantó la mirada, inmediatamente supo que algo no marchaba bien.

—Siéntate. —Lila le señaló una silla que estaba vacía.

—¿Qué sucede?

—Señora Pemberton, recibimos una alerta el mes pasado, alguien intentaba colarse en nuestro sistema, creímos que era algo sin importancia ya que no es la primera vez que pasa, lo arreglamos cambiando los candados; pero esta última semana las alertas han aumentado, he cambiado los seguros, no puedo asegurar que no hayan encontrado la manera de burlarlos —dijo Francisco, el ingeniero encargado de todos los sistemas computacionales en la empresa, era importante que nadie pudiera ingresar, se necesitaba de una cabeza ingeniosa para proteger la información de Vinos Pemberton—. Por nuestra parte queríamos informarle, estamos con los ojos bien abiertos.

—Si me lo permiten, Miranda y Dalilah —intervino Vicente, el jefe de seguridad de toda la industria—. Hablé con Pedro, estoy al tanto de los sucesos de últimas fechas, lo que sucedió en la hacienda, el extraño rapto de Miguel y ahora tenemos a alguien queriendo colarse en nuestras bases de datos, no tenemos idea si es alguien interno o alguien de afuera. Me tomo el atrevimiento de pedirles que aumenten su seguridad contratando un buen equipo, puedo encargarme de ello, conozco gente de confianza, al menos hasta que todo esto se detenga.

—Por mi parte estoy haciendo un conteo de nuestro personal, indagando en las cuentas junto con Francisco, a ver si encontramos algún sospechoso —dijo Diego, quien tenía una mano sobre el hombro de Dalilah.

Mandy se quedó enmudecida, todos esperaron que dijera algo, sin embargo, estaba en blanco. ¿Qué podía decir? Era obvio que alguien estaba acechándolos, y todos sabían de quién se trataba. La obsesión de ese hombre iba mucho más allá de su entendimiento.

—¿Tú qué piensas? —le preguntó a Dalilah, quien no había musitado palabra alguna desde que se había sentado.

—Que quiero matarlo —susurró echando la cabeza hacia atrás, apoyándola en Diego—. Y que debemos contratar un equipo de seguridad para todos, se acabaron esos días en lo que solo esperábamos que nada malo nos pasara, al final nos pasó, si papá hubiera tenido un guardaespaldas quizá estaría vivo. No quiero perder a nadie más, Miranda.

La morena respiró profundo, miró a Vicente y asintió, este le regresó el asentimiento, comprendiendo que tenía autorización.

—No se va a arrepentir, es mejor para todos, al señor Thomas le hubiera gustado que sus hijas estuvieran protegidas.

Vicente era uno de los empleados más antiguos y confiables que tenían, su padre lo había contratado años antes de morir. No tenía más de cincuenta años, siempre le había pedido a su jefe que contratara guaruras, pero el señor Pemberton tenía creencias antiguas, no creía que fuera necesario tener a un montón de hombretones cuidándoles las espaldas.

—Gracias, Vicente —dijo, soltando un suspiro de cansancio.

Francisco también se despidió, prometiendo mantenerlos al tanto, asegurando que encontraría de dónde provenían esas cuentas que querían ingresar. Las hermanas se miraron por un segundo, el miedo entre las dos era como un chuchillo filoso, ninguna de las dos quería que sucediera una tragedia; pero no sabían cómo detener aquello que estaba fuera de sus manos.

Vio los pulgares de Diego acariciando los hombros de su hermana, supo que había llegado la hora de marcharse, pese a que quería acurrucarse con Dalilah para fingir que todavía eran pequeñas y no tenían que lidiar con un hombre peligroso que hacía todo lo posible por joderles la vida.



Puso el punto final en el informe definitivo que le enviaría a su jefe en Grape Blue. Volvió a repasarlo y agregó algunas cosas que creyó importantes, en el documento había una descripción detallada de lo que había visto en su estadía en Monterrey. No mintió, tampoco agregó más cosas de las necesarias, simplemente dijo la verdad. ¿Valía la pena unirse a Vinos Pemberton? Por supuesto, sin duda alguna. Nada tenía que ver con su relación con Miranda, a pesar de sus sentimientos era capaz de decir si algo era una mierda, y esa empresa no lo era. ¿Era una buena opción para asociarse? Definitivamente.

Expuso todos los puntos importantes, las cosas que le habían agradado, así como las que podrían mejorar. Calificó el desempeño de los empleados, mostró las estadísticas del mercado, las técnicas de producción, la calidad de los productos. El resultado fue un discurso bien redactado que favorecía muchísimo la unión entre las dos empresas.

Respiró profundo antes de adjuntarlo en el correo electrónico, después abrió otro documento y se le quedó mirando por un buen rato. Listo, estaba decidido lo que iba a hacer, ya después se haría cargo de las posibles consecuencias o represalias de su padre. La última vez que había hablado con él habían quedado en que enviaría el correo con el informe delante de él, pero se iba a adelantar.

Jayden miró con fijeza su carta de renuncia, así como una segunda carta donde explicaba sus motivos. Su jefe se enteraría que desde el principio había sido un infiltrado que tenía como misión perjudicar a la empresa que debía supervisar para favorecer a Marione. Le explicó que era una pieza en el tablero del ajedrez del hombre, y que iba a aceptar cualquier castigo que le impusieran, pues se lo merecía. Después de eso sería bastante complicado para Jay buscar un trabajo sin una carta de recomendación —que estaba seguro le iban a negar—, era prácticamente un suicidio laboral; pero él se lo había buscado.

Los adjuntó y volvió a revisar que todo estuviera en orden antes de enviarlos. Abrió un nuevo correo y tecleó la dirección secreta de su padre, escribió «se acabó el juego, ya no tengo empleo». Sabía que eso era declararle la guerra, estaba dispuesto a desenvainar su espada, por eso presionó el botón de enviar.

Justo en ese instante una morena irrumpió en la oficina, Miranda entró luciendo tensa. Iba a preguntar qué ocurría, pero se entretuvo cerrando la ventana para que no viera la bandeja. Ella recorrió la estancia, rodeó el escritorio y se sentó en su regazo.

Jay sonrió y la aferró con los dos brazos.

—¿Qué ocurre, morenita? —preguntó.

—Alguien quiere hackear nuestro sistema —soltó, sorprendiéndolo.

Jayden escuchó, tenso, todo lo que estaba sucediendo. Mandy le contó lo que había pasado más temprano en la oficina de su hermana. Que pronto tendrían seguridad cuidándolas, que aumentarían los candados, que estaban buscando mensajes infiltrados en el correo empresarial de todos los empleados. Dios, eso se estaba saliendo de control, tuvo miedo de que lo descubrieran.

—No te preocupes, cariño, los problemas se van a acabar un día, todos recibiremos lo que merecemos —dijo, sintiéndose melancólico de pronto. Todo se estaba terminando, cada vez sentía más presión, pero las palabras no salían, no podía decirle.

—No sé por qué todo es más fácil cuando te tengo cerca —susurró ella recargando la espalda en su pecho y recostando la cabeza en su hombro—. No quiero trabajar, quiero quedarme aquí.

—No trabajes, eras la jefa, podríamos decir que estás comprobando que haga correctamente mi trabajo. —Mandy lanzó una risa despreocupada—. Estoy esperando que me lo digas.

—Tú tampoco me lo has dicho —susurró ella echando la cabeza hacia atrás para mirarlo. Jay bajó los ojos y los llevó hasta sus lindos labios—. Te amo.

Era lo más hermoso que había visto y escuchado.

—Te amo, morenita.

Se acercó para tomar sus labios, pero ella puso un dedo entre los dos, la miró con diversión.

—Ayer me dijiste lo que te gusta de mí, ¿no quieres saber qué me gusta de ti? —preguntó mordiéndose el labio inferior. Jay alzó una ceja—. Me gusta todo de ti, Me me gusta quién eres, lo que hay en tu cabeza, en tu pecho, lo que encuentro en mi interior al besarte, lo que me haces sentir al tocarme. Cuando te miro a los ojos siento más que lo que he sentido en toda mi vida, Jay.

Ella lo miraba con los ojos brillosos y cristalizados, estaba exponiéndole su alma, a pesar de lo mucho que le costaba hablar sobre sus sentimientos.

Con un nudo en la garganta capturó sus labios para amasarlos con ternura, queriendo demostrarle lo que sentía.

Se echó hacia atrás. No podía más, tenía que decírselo, Miranda no se merecía que la engañara cuando era tan sincera y abierta, cuando lo estaba dejando pasar sin saber quién era en realidad. Amaba una idea equivocada, no todo lo que había en su interior.

—Necesito decirte algo muy importante —dijo con él con la voz temblorosa.

—Claro —susurró ella.

Sostuvo el rostro de la morena, intentando grabar esa mirada amorosa que desaparecería en cuanto supiera que le había mentido desde el principio.

—Yo... sé que esto puede ser un poco fuerte, no podía decirlo, pero ya no puedo esconderlo porque me está matando. —Ella frunció el ceño—. Soy...

No pudo terminar de hablar porque un golpe brusco en la puerta la hizo saltar y levantarse, la vio acomodarse la ropa, quería alcanzarla y obligarla escucharlo; pero en cuanto dijo «adelante» e Isidora entró luciendo agitada, pidiendo que fuera a la oficina porque tenía en el teléfono a un cliente importante enojado, supo que su oportunidad para sincerarse había terminado.

Antes de que pudiera salir, ella se detuvo en el umbral y le sonrió.

—¿Por qué no cenamos en tu departamento mañana y me cuentas qué es eso que te está matando? —Ella pareció analizar sus palabras, la frente se le arrugó tanto que creyó que se le quedaría así para siempre—. Un momento, ¿de verdad es importante? Si no puede esperar le diré a Isidora que le diga a Dalilah que se encargue.

—No, morenita, puedo esperar a mañana —dijo, no estando muy seguro, pero resignándose.

Miranda le dio una última mirada, analizando si lo decía por decirlo o porque de verdad podía esperar, le sonrió, ella relajó los hombros y le lanzó un beso antes de cerrar la puerta.



Dalilah le mandó un mensaje invitándola a pasar una noche de hermanas, quedaron de verse en un bar en el centro de la ciudad. Pedro permaneció cerca, en una mesa alejada, pero sin quitarles la mirada de encima, estaba decidido a cuidar de ellas hasta que el equipo de seguridad estuviera listo, por ese motivo llevaba un arma sostenida por su cinturón.

Miranda se sentó y alzó la mano para que el mesero le tomara su pedido, Lila llegó minutos después en unos tacones negros que combinaban con su blusa y su falda acampanada de color amarillo fosforescente. El aperitivo fue totopos con guacamole y carne asada, pidieron tequila y disfrutaron del ambiente intercambiando lo que había sucedido en la empresa a lo largo de la semana.

Por primera vez en el día se sentía relajada, se desparramó en el banquillo y disfrutó de cómo el alcohol quemaba al pasar. Unos cuantos tragos después, ya se sentía muchísimo mejor.

—¿Y el buenorro de Donnelle? —preguntó Dalilah chupando un limón.

—No deberías decirle así —dijo, burlona.

—¡Oh! ¿Así que las cosas se están calentando tanto que ya es tiempo para que lo vea como un cuñado?

—Eres una arpía manipuladora —contestó Miranda lanzando una risotada, comprendiendo muy bien la estrategia de su hermana para sacarle la información—. ¿Y Diego?

A Lila le cambió el semblante instantáneamente, intentó esconder su sonrisita detrás de un limón, pero Mandy conocía ese brillo en sus ojos, ¿ahora qué se traía entre manos?

—Bueno, en la hacienda se puso todo posesivo, persiguiéndome e intentado seducirme; ahora no para de hacerlo, no es como si ya no lo quisiera, pero los roles podrían haberse invertido. —Se mordió el labio antes de tomarse el vasito de golpe—. Y me estoy divirtiendo muchísimo, voy a hacerlo sufrir un poquito antes aceptar mi derrota.

—Lo vas a traumatizar —dijo, divertida.

—Él está disfrutando bastante. —El tono sugerente de Dalilah la hizo abrir los ojos con asombro, vio que iba a abrir la boca para decir algo, por lo que levantó las palmas.

—¡No! ¡No quiero saber los detalles!

La pequeña de las Pemberton soltó una risotada que fue acompañada por la de su hermana.

La reunión terminó antes de medianoche, Miranda invitó a Lilah a dormir en su casa, esta última aceptó. Manejaron en sus respectivos vehículos, sin embargo, Pedro le pidió a Dalilah que fuera adelante para vigilar.



Jay depositó las compras en la mesita de la sala, se le quedó mirando a las bolsas plásticas que contenían velitas y comida. Fue al supermercado a comprar lo necesario para la cena del día siguiente, se estaba esmerando porque tenía un mal presentimiento, solo se le ocurrió prepararle una cena deliciosa a Miranda y un escenario que mediara las verdades que le contaría antes de que la noche culminara.

El timbre sonó, temió que fuera Flaubert, con pasos cautelosos se acercó a la puerta y miró por la mirilla. La sorpresa que se llevó le heló la sangre, ¿qué hacía la esposa de su padre ahí? ¿Era una especie de carnada para tomarlo desprevenido y que abriera la puerta? Esa sería una gran estrategia pues si lo asesinaban no habría señales de entrada forzada. ¡Cristo! ¡Ya estaba alucinando!

La mujer volvió a tocar, miró hacia todas partes, lucía nerviosa; y eso lo enervó a él. Tragó saliva con nerviosismo antes de quitar el seguro y abrir. Se enfrentó a los ojos azules de una mujer bellísima, rubia, alta y refinada. La había visto muchas veces en fotografías, pero nunca en persona. No le asombró que supiera de su existencia, mucho menos que supiera su dirección.

—¿Puedo pasar? —preguntó la mujer con seriedad. Por un momento titubeó, todavía estaba esperando que alguien apareciera detrás de ella y le apuntara con un arma—. No te preocupes, nadie me mandó, vine por mi cuenta.

—¿Cómo sabe dónde vivo? —cuestionó, escéptico.

—Contraté un investigador privado.

La miró con los ojos entrecerrados, ¿qué demonios estaba ocurriendo? La estudió, buscando alguna señal de que estaba mintiendo. Vio que llevaba un sobre en sus manos, cosa que lo intrigó, no pudo evitar preguntarse por qué la esposa de su padre buscaría al hijo bastardo de su marido infiel. Abrió la puerta y la dejó pasar, más intrigado que otra cosa.



La mañana llegó pronto para las hermanas Pemberton que habían caído en la cama como tablas. Cuando Miranda despertó y bajó las escaleras, escuchó el parloteo entre Dalilah y Estela, estaban en la sala platicando. Cada vez que Lila iba a su casa, obligaba a su nana a sentarse a su lado a charlar, la señora disfrutaba muchísimo cuando su hermana los visitaba. ¿Y quién no? Dalilah era luz, fuego, colores vibrantes, días soleados y calurosos, estrellas fugaces.

Mandy estaba muy orgullosa de la mujer en la que se había convertido, todavía guardaba el espíritu travieso de aquella chiquilla que sacaba la ropa de su madre del armario y modelaba por toda la casa, o la que metía insectos a su recámara porque se sentían solos afuera. Recordó lo mucho que el señor Thomas las había querido, él siempre les recordaba cuánto las amaba, pero Miranda siempre había sentido que su padre sentía un tipo de orgullo diferente hacia Lila.

Entró a la sala y se dejó caer en uno de los sillones, las dos mujeres sonrieron. Estela quiso levantarse para ir a prepararle un café.

—¡Nada de eso! Mira que nací con manos, déjame usarlas. —Mandy se puso de pie y fue a la cocina, donde se preparó la bebida tarareando una canción.

Cuando regresó a la estancia, se quedó quieta revolviendo el azúcar. Dalilah veía una hoja blanca, lo que la alarmó fue que estaba pálida, sus ojos estaban casi desorbitados y un tanto cristalizados.

—¿Qué sucede? —cuestionó Miranda, acercándose. La tenía frente a ella, pero parecía que no la había escuchado, su hermana estaba perdida en sus pensamientos, con la vista fija en el documento. Depositó la taza en la mesa y se irguió, puso las manos en la cintura—. ¿Lila?

Vio el sobre amarillo abierto, aquel que había llegado el día anterior junto con el correo, el resto de los sobres permanecían intactos sobre el vidrio de la mesilla.

—Siéntate —dijo su hermana menos enfocándola—. Solo siéntate.

No entendía un carajo, empezaba a impacientarse, ¿qué estaba ocurriendou? Se sentó en el sofá, contempló como Dalilah se ponía más tensa conforme los segundos silenciosos transcurrían, lucía como si estuviera teniendo una batalla interna. Miranda se retorció, quería zarandearla para que reaccionara y le dijera de una buena vez por qué tenía esa cara, ¿qué decía esa hoja? ¿Era algo relacionado con Leandro y la custodia de Mickey? Eso fue lo primero que se le vino a la cabeza, ¿algo acerca de la empresa?

—Tienes que respirar, Mandy. —Oh, no, ella estaba usando ese tono que le advertía que algo malo se avecinaba, todos lo usaban cuando sabían que algo malo la alteraría. Respiró profundo, nerviosa, desesperada—. No sabemos si es cierto, hay que investigar primero, no podemos sacar conclusiones prec...

—¡Con un demonio, Lila! ¡Dame la hoja! —exclamó, agitada.

Su hermana le tendió el documento con la frente arrugada, Miranda lo tomó, temblorosa, y lo acercó a su rostro para leer.

Al principio no entendía nada, sin embargo, entre más leía más se enfermaba. Sintió que la respiración le faltaba, soltó el documento, llena de pánico, de terror. No tenía idea de qué hacer, ni siquiera podía respirar. Se sintió mareada de pronto, tuvo náuseas, quiso vaciar su estómago vacío y tenderse en el suelo en posición fetal; pero lo único que podía hacer era mirar a una Dalilah alarmada que le pedía alcohol a Estela, quien salió corriendo.

¿Había que investigar? Quizá, pero ya sabía la respuesta. Todo la golpeó, todas las coincidencias, las sospechas.

Mientras luchaba por no desmayarse, con Dalilah sosteniéndole la nuca, rogándole que olfateara el pedazo de algodón mojado, se preguntó por qué había sido tan idiota, ¿por qué no se dio cuenta? ¿Por qué estaba pasándole eso? Ni siquiera pensó en la traición, no pensó en nada, pues tenía miedo y vergüenza.

Mientras perdía la consciencia, en lo único que pudo pensar era en que Jayden Donnelle era el hijo bastardo de Flaubert Marione. 


* * *

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