* * *
Se despertó y esperó encontrarla a su lado, pero no había nadie. Se preguntó si la noche anterior la había empujado demasiado, en serio quería despertar y que fuera lo primero que viera, hacerle el amor de nuevo y tomar una ducha con ella. Se levantó suspirando y se fue a su dormitorio, donde tomó un baño rápido. Se vistió con jeans oscuros y una camisa de manta.
Bajó las escaleras de la inmensa hacienda, vio el cabello rojo de Isidora en un sofá de la estancia principal, le dio una sonrisa a modo de saludo antes de regresar a la revista que estaba hojeando.
—La próxima vez me compraré unos audífonos o unos tapones para los oídos. —La voz de Dalilah lo sorprendió, la muchacha le dio una mirada de pocos amigos. ¿Los había escuchado? Esperaba que no.
Se internó en la cocina pisando los talones de la pequeña Pemberton y se detuvo en seco al escuchar la carcajada de Miranda.
Ella estaba ahí luciendo tan hermosa y terrenal, llevaba pijama y estaba sonriendo, su cara tenía luz, se tambaleó porque era demasiado. Había una señora mayor a su lado riendo, Estela, y del otro lado se encontraba Mickey haciendo una mueca de asco a lo que sea que Miranda hacía en un recipiente.
—¡Qué asco, mamá! —gritó el niño y ella volvió a carcajearse.
No podía quitarle la mirada de encima.
—Pero si solo es un huevo —dijo, divertida, acercándole el bote a su hijo, quien salió disparado hacia atrás—. ¿Por qué no quieres comerte mis huevos, pero los de Estela sí? ¿Eh?
—Es que eso se ve muy feo —contestó Miguel
—Límpiate la baba —murmuró Dalilah a su costado, quien había permanecido quieta contemplando cómo el señor Donnelle miraba a su hermana, conocía esa mirada, le agradaba que Mandy tuviera a alguien especial que se preocupara por ella, se lo merecía—. El señor Donnelle dice que él tomara la difícil tarea de comer tu comida.
Mandy alzó los ojos y lo buscó, le dio una sonrisa que ella devolvió.
—¡Jay! —El grito de alegría de Mickey lo sorprendió, mucho más cuando el niño fue corriendo a saludarlo.
—Hola, campeón —contestó y se agachó para quedar a su altura y que pudiera saludarlo con los puños. Sentía la mirada de todos en él, saludó al pequeño chocando las palmas y luego despeinó su cabello—. ¿Qué están haciendo?
—Mamá hizo un huevo horrible, ven a ver. —Miguel tomó su mano sorprendiendo a todos y lo arrastró a la mesilla donde su madre seguía sosteniendo el recipiente, inmóvil—. ¿Verdad que se ve raro?
Se asomó como si el contenido del tazón fuera más interesante que los ojos marrones brillantes, Jay chasqueó la lengua y miró a la morena que no podía creer lo que estaba pasando. No solo le hablaba a su hijo, su hijo le hablaba a él.
—No creo que nada de lo que tu madre haga sea horrible.
La miró, lo miró. Reaccionó cuando vio que ella curvaba sus labios con picardía.
—No digas cosas de las que te puedas arrepentir, en verdad es horrible.
Así continuaron el resto de la mañana, Estela, Guillermina y la cocinera de la hacienda prepararon el desayuno mientras los tres intercambiaban bromas y Dalilah miraba su celular con los labios apretados, más tarde se unió Isidora.
Miranda tuvo que irse después de desayunar a ver las plantaciones con su capataz antes de que la vendimia iniciara, acompañada por su hermana. Isidora se perdió en su habitación, Estela optó por preparar la comida junto con las otras dos mujeres y Mickey sacó su bate y su pelota para practicar béisbol.
Jayden lo miraba desde los escalones de la entrada. El niño arrojaba la pelota e intentaba pegarle, pero no podía. Cuando era pequeño había jugado en un equipo de béisbol, así que sabía unos cuantos trucos. Se puso de pie y agarró el guante que estaba tirado en el suelo, Mickey no se había dado cuenta de que estaba siendo observado, el niño gimió con evidente frustración, aventó el bate y suspiró tembloroso.
—Regla número uno: no te rindas tan fácilmente —dijo Jay, Miguel se espantó al principio dando un brinquito, volvió a agarrar el palo de madera cuando vio al hombre haciendo una seña con la barbilla—. Yo soy el pitcher, la voy a arrojar y tienes que golpearla, no importa si no puedes, vamos a ver en qué estás fallando, ¿de acuerdo? Respira profundo.
El pobre niño asintió con la mirada nublada e hizo lo que le pidieron, respiró un par de veces y agitó el bate cuando la pelota salió volando hacia él. No pudo pegarle, así que la bola cayó al suelo y él arrugó el rostro.
Jay caminó hacia él y le pidió prestado el instrumento, el niño se lo tendió con curiosidad.
—Fíjate lo que voy a hacer, intenta aprendértelo, puedes hacerlo junto conmigo, Mike. Tienes que colocarte en la posición y doblar las rodillas, siempre asegurándote de que tus hombros coincidan con ellas, justo así. —Él abrió un poco las piernas hasta que quedaron paralelas a sus hombros y las flexionó en un ángulo de ciento veinte grados. El chiquillo lo miraba con los párpados bien abiertos y hacía lo mismo que él mostraba—. Muy bien, ahora, el bate siempre se agarra con la parte de arriba de tus manos hacia afuera, debes agarrarlo con fuerza, se mantiene encima de los hombros no hacia un lado porque puedes lastimarte.
Le ofreció el palo para que lo intentara y le dio algunas instrucciones hasta que estuvo parado correctamente.
—Así es como todo empieza, el pie que está más atrás es el que dejarás ahí, no puedes batear porque lo mueves, es difícil porque se nos olvida mantenerlo quieto, así que no te sientas mal. Cuando veas que el pitcher se mueve vas a girar tus caderas hacia atrás junto con tus manos, todo sin mover ese pie. —Jayden hizo el movimiento y se puso de cuclillas para ayudarlo a controlar el pie derecho que no dejaba de moverse—. Antes de que el pitcher lance la bola vas a dar un paso hacia adelante con el pie que puedes mover y mueves tus manos para pegarle a la pelota, ¿bien?
—Bien —dijo Miguel asintiendo como si estuviera muy concentrado.
—Voy a ir de aquel lado y voy a lanzarla, ¿estás preparado, amigo?
—Lo estoy —dijo en un susurro con su casco rozándole las cejas.
Tiró dos veces, las cuales falló, ya lo veía otra vez desanimado.
—Acuérdate de no mover el pie, campeón, el pie se mueve hasta que muevas el bate para golpear la pelota. Mike, tú puedes. —El niño lo contempló con el rostro impasible, se quitó el sudor de la frente y volvió a colocarse en posición—. Muy bien, ahí va.
Jayden lanzó y, en menos de un minuto, la bola salió volando. Miguel se quedó atónito al principio y después comenzó a saltar.
—¿¡Viste eso!? ¿¡Viste eso!? ¡Le pegué a la pelota! ¡Le pegué a la pelota! —Estaba tan emocionado que creyó que lloraría—. ¡Vamos a hacerlo otra vez!
Estaba agotada, sentía que los malditos pantaloncillos para montar se le pegaban a las piernas, le dolían los pies de tanto caminar. Lo único que quería hacer era tomar un baño de burbujas y dormir en su cama de donde nunca debió haber salido. Las plantaciones estaban en perfectas condiciones gracias al cielo, todo iba estupendamente bien. La vendimia iniciaba el día siguiente, no podía estar más ansiosa.
Mandy entró por la puerta trasera y se soltó el cabello en la cocina, donde Paloma, una de las cocineras ayudantes de Guillermina, estaba partiendo zanahorias. Se sirvió agua y se la tomó de golpe.
—¿Y Estela? —preguntó cuando se dio cuenta de su ausencia.
—Aquí, hija, tienes que venir a ver esto. —Su nana lucía feliz, le hizo una señal con la mano para guiarla hacia la puerta delantera—. Como no escuchaba a Mickey salí a comprobarlo y mira lo que me encontré.
La puerta estaba abierta, así que se asomó y todo el aire salió de sus pulmones, no podía creer lo que sus ojos veían. Jayden estaba jugando béisbol con Miguel, y al decir jugar es porque verdaderamente estaban haciendo eso. Su hijo estaba bateando la pelota que Jay le tiraba. Ella nunca lo había visto tirar, vio la gigante sonrisa, la risa eufórica cuando lanzó la pelota y Jayden tuvo que ir corriendo a recuperarla.
Su corazón se aceleró, pensó que le daría un infarto.
—¿No es genial?
Pero ya no pudo responderle a su nana porque salió.
—¡Mamá! ¿Me viste? —Le sonrió a su hijo, quien se aproximó corriendo para abrazarla, se lanzó a sus brazos—. Jayden me enseñó a hacerlo, él me dijo cómo.
—Me alegro tanto, cariño, ¿lo ves? No era tan difícil, ¿por qué no vas con Estela y le dices que te prepare algo rico mientras hablo con Jay?
—¡Buena idea! ¡Le diré que haga pastel de manzana con helado! —El niño irradiaba felicidad, se fue corriendo al interior de la casa.
Miranda se irguió y caminó sin darle una mirada a ese hombre que se estaba metiendo debajo de su piel, le tomó la mano y lo jaló. Solo podía pensar en besarlo de una manera no muy decente.
—¿Me vas a asesinar o a sacar los ojos por ayudar a tu hijo? —preguntó él, burlón, dejando que la mujer lo llevara por un camino que no conocía y disfrutando de la vista, su trasero lucía demasiado comestible en esos pantalones ajustados de color beige, las botas y la camisa la hacían ver como una vaquera sexy.
Se adentraron a lo que supuso era un establo, no obstante, no había animales alrededor. La vio comprobar si alguien los miraba y luego se detuvo frente a una puerta, le dio un empujón para que entrara. Lo último que supo Jayden es que ella lo empujó y se montó en su regazo a horcajadas. No cayeron al suelo nada más porque había una montaña de paja que sirvió como sillón.
—Estás algo violenta hoy —murmuró con sorna envolviéndola y pegándola a su pecho. Llevaba el primer botón de la camisa desabrochado. Ella se percató, así que se curvó para ofrecerlos y que pudiera mirar más.
Sin poder evitarlo, sus manos fueron a dar a su culo, rugió cuando Miranda friccionó sus caderas.
—Morenita... —Suspiró al sentirla jugueteando en su cuello, dejando que su lengua lamiera su piel, se puso duro como una piedra, su miembro palpitó en sus pantalones y se hinchó cuando ella volvió a mecerse. Él la empujó para que la presión fuera más placentera—. Alguien puede vernos.
Jay echó la cabeza hacia atrás disfrutando de cómo se mecía y suspiraba en su oído. Ese pantalón era delgado, podía sentir su piel caliente debajo.
—Me importa una mierda, es mi jodida hacienda, si quiero coger contigo aquí lo hago y ya. —Soltó una carcajada ahogada, pues ella lo estaba asaltando toda cachonda—. Estuve pensando en ti todo el día.
—¿Lo hiciste?
—Lo hice —murmuró frente a sus labios antes de comerle la boca. Mandy lo tomó con fiereza y, sin pedir permiso, le metió la lengua para acariciar la suya y juguetear esquivándolo.
—Dios... ¿qué hice yo para merecer esta preciosidad caliente?
Jay no pudo evitar el gemido ronco, permitió que ella se moviera tentativamente hasta encontrar su propio placer porque eso era lo que estaba buscando y a él le encantaba la idea de poder darle lo que deseaba. Y lo hizo, Miranda se corrió en sus brazos por el simple roce de sus cuerpos. Ella suspiró, complacida, se esforzó para recuperar el ritmo de su respiración.
Mandy sonrió y le dio un piquito que a él le derritió el alma, ese minúsculo contacto significaba muchísimo para él.
—Creo que me vas a robar el corazón —dijo ella.
Él le regresó la sonrisa, negando con la cabeza.
—No, morenita, no quiero robártelo, quiero que lo compartas conmigo y me dejes cuidarlo, sanarlo, vendarlo, besarlo y amarlo.
—Está muy roto —musitó.
—Vale la pena unir las piezas.
Esa noche se recostaron juntos después de cenar, la rodeó y le dio un jaloncito para que se pegara a su pecho, pero un travieso no estaba listo para dejarlos dormir. La castaña se enderezó cuando la puerta del cuarto rechinó, contempló a Miguel de pie en el umbral medio adormilado.
—Tuve una pesadilla —dijo.
—Ven acá, cariño. —contestó ella.
Mickey se acercó y se tendió a su lado, pegado al borde de la cama, la morena le dio a Jayden una mirada por encima de su hombro, preocupada por su reacción, él le ofreció una sonrisa y un beso en su sien para que se percatara de que no le importaba.
Ella se relajó y se durmió con una calidez en el pecho que hacía mucho no sentía.
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