| Capítulo 15 | parte I
* * *
Semanas después Miranda ya tenía todo perfectamente organizado para la fiesta de beneficencia que ocurriría esa misma noche. Se había reunido con la organizadora y habían coordinado el evento. La causa que apoyaban ese año era el cáncer de mama, todos los invitados debían hacer un donativo al entrar y seguir apoyando en el transcurso de la velada. Para que esto fuera posible harían actividades divertidas como subastas, venta de besos para los más jóvenes, venta de vinos de empresas Pemberton y de otras casas vinícolas que se unían a la festividad, después de todo no era una competencia, se trataba de apoyar a las personas.
El espectáculo central era un orquesta que había decidido regalarles la función, las decoraciones las había conseguido Dalilah, y el lugar era un terreno que tenía en la carretera a San Luis Potosí. Era sorprendente cómo un montón de empresas e instituciones se reunían para hacer todo eso posible, no era como si no obtuvieran algo a cambio, al día siguiente aparecerían en los encabezados de los periódicos.
La verdad es que estaba emocionada, no era la primera vez que hacían algo así, pero sí en la que se involucraba tanto. El cáncer le recordaba a su madre, a pesar de que le habría gustado recordarla de otra forma. Tenía vagos recuerdos de ellas hincadas en el pasto plantando flores, no obstante, de lo que más se acordaba era de su piel pálida, sus labios quebradizos, las ojeras debajo de sus ojos y los vómitos a altas horas de la madrugada; en ese entonces era una niña, no entendía qué estaba pasando y, aunque ya era muy tarde para ayudar a su madre, había otras vidas que podían salvarse.
Así que se arregló el cabello, con la tenaza se hizo rulos y se maquilló. Se vistió con un vestido de noche rojo, la falda al llegar al muslo se dividía en dos por uno de los lados, formando un triángulo, la parte de atrás era larga y la de adelante crecía conforme descendía. Sabía que era muy revelador, pero no era una niña inocente para usar algo simplón. La parte superior tenía bordados, partían de los costados de su cintura y subían por sus senos hasta cubrir los tirantes.
Se puso un collar con una gema carmesí y aretes a juego, combinó los zapatos junto con el bolso. Después de ponerse unas cuantas gotas de su perfume detrás de sus oídos y en la base de su cuello, salió de su habitación, posteriormente de la casa.
Mickey se quedó, pues sabía que prefería permanecer en casa jugando videojuegos, no era muy amante de aburrirse en fiestas donde la mayoría de los asistentes eran adultos y no había atracciones para los pequeños.
Pedro la condujo al terreno que había comprado años atrás después de casarse con Leandro para construir una casa, pero a él no le agradó, así que desechó la idea. A pesar de que su ex había insistido que lo vendiera, decidió conservarlo, ahora servía para eventos especiales.
Había una larga fila esperando poder entrar, los guardias de seguridad comprobaban las identificaciones y las invitaciones antes de dejarlos pasar. El hombre giró en una esquina para rodear y llegar por la puerta trasera que estaba reservada para la familia e invitados especiales. El vigilante les dio un asentimiento antes de abrir el portón y permitir que el conductor siguiera por un camino largo.
El terreno estaba dividido en tres partes por cercas de madera y antorchas: el estacionamiento para todos los asistentes, el estacionamiento para la familia y la zona de la fiesta.
Mandy divisó, mientras Pedro aparcaba, el gran toldo blanco que se extendía y casi tocaba el cielo. Telas colgaban de los costados y lucecitas brillaban, la carpa estaba rodeada por antorchas encendidas, había encargado que instalaran tablas para que las personas no tuvieran que caminar sobre las piedras y la tierra. Vio cómo la gente ya llenaba las instalaciones, dio un respiro profundo y comenzó a caminar gracias a la ayuda de su chofer.
Jay estiró el cuello de su corbata pues tenía calor, iba de un lado a otro, esquivaba las preguntas superficiales de los socios minoritarios de empresas Pemberton y huía de una rubia que no dejaba de acosarlo con la mirada. ¿Por qué Miranda todavía no llegaba?
El evento perfectamente decorado de diferentes gamas de rosado iba viento en popa, había un toldo gigante del que salían telas transparentes. Los invitados estaban en las mesas, algunos charlaban frente a las mesas con copas de vino, y los más jóvenes se reunían en la pista. El escenario estaba vacío, excepto por un podio que lucía solitario.
Se quedó en una de las esquinas contemplando una estatua de hielo del lazo del cáncer, con una copa de vino blanco cortesía de Vinos Pemberton.
—¿Cómo es posible que tenga esas piernas después del embarazo? —dijo una mujer a sus espaldas.
Le habría gustado que alguien le hubiera advertido para tomar el aire suficiente y no ahogarse, pero en cuanto vio a la bella mujer enfundada en un vestido rojo sexy, más que el de Jessica Rabbit, su mundo se detuvo para modificar la rotación. Inhaló profundo y la repasó con la mirada, desde sus tacones de muerte, sus piernas morenas descubiertas y su sugestivo escote, todo en ella era un conjunto de notas armoniosas. Miranda Pemberton era la mujer más despampanante que había tenido la fortuna de contemplar.
Imaginar que debajo había cosas más hermosas y que había acariciado cada una de ellas lo hizo flotar en una nube de lujuria y orgullo.
Su belleza, sus pasos decididos, su mirada helada y su barbilla alzada le daban ese aire de mujer inalcanzable y poderosa que estaba trastornándolo. Fue testigo de las decenas de miradas recorriéndola, de los hombres que contemplaban sus atributos y de las sonrisas coquetas que despertaba.
Un sujeto la detuvo en el recorrido, le besó la mano y la miró con deseo. Sin saberlo, Jayden se acercó automáticamente como un imán negativo siendo atraído por el positivo.
—Buenas noches, Miranda —dijo Jay cuando estuvo lo suficientemente cerca.
Esta elevó la vista, sus comisuras se alzaron al verlo. Él ofreció su mano para llevarla a donde le pidiera.
—Buenas noches, señor Donnelle, me alegra que haya venido —dijo dándole una mirada coqueta, aceptando su brazo. Le sonrió a modo de disculpa al otro y suspiró cuando estuvieron lejos—. Gracias.
—No tienes por qué agradecer, morenita, lo hice por puro egoísmo. —La morena frunció los labios con diversión y le dio un apretón a su brazo, pues comprendió a qué se refería. Una mesera los detuvo para darles una copa, Miranda tomó vino tinto y él recordó su primer encuentro en el hotel, lo bien que supo aquella vez. Contempló cómo sus labios atrapaban el cristal y daban un sorbo con elegancia—. Por cierto, te ves preciosa.
Ella respondió con una radiante sonrisa, Jay se inclinó hacia su oído y respiró hondo, olía a perfume dulce e hipnotizante.
—Quiero subirte ese vestido hasta la cintura, hacer que me rodees con tus piernas y cogerte tan bien con toda la tela alrededor —susurró y se echó hacia atrás.
Mandy respiró profundo y sonrió mordiéndose su labio, ese carnoso pétalo que también quería mordisquear.
—Tal vez más tarde.
La llevó a que saludara a todos los invitados, colgada de su brazo. Era profesional, saludaba, hacía un poco de plática cortés y se retiraba para ir al siguiente grupo.
En un momento tuvo que dejarlo para dar el discurso. La observó respirar profundo antes de subir al escenario.
—Buenas noches, bienvenidas y bienvenidos. Primero que nada quiero agradecer su tan esperada presencia y la ayuda que le están brindando a esta causa. Empresas Pemberton por años ha seguido las costumbres que el abuelo y mi padre, Thomas Pemberton, nos dejaron. Las enseñanzas y los valores que nos inculcaron a mi hermana y a mí. Nuestra casa hace cada año una fiesta para apoyar una causa, esta ocasión no es diferente, el día de hoy estamos apoyando al Centro Regiomontano por el Cáncer de Mama, el cual brinda apoyo económico y psicológico a las mujeres que padecen esta enfermedad... —No podía quitarle los ojos de encima, hablaba con tanta emoción, la vehemencia podía palparse—. Espero que disfruten la velada que hemos preparado para ustedes, así como esperamos que nos brinden su granito de arena. Gracias, disfruten esta noche.
Los aplausos la despidieron, se acercó para ayudarla a bajar las escaleras y volvió a apresar su mano. Mandy le agradeció con una sonrisita.
—Que discurso tan motivador, señora presidenta.
Esa voz los hizo levantar la cabeza al mismo tiempo.
Jay no podía creer que estuviera ahí, ¿por qué había ido si era claro para todos la gran enemistad? No supo si la música había parado o si era su mente la que ya no captaba los sonidos. La morena apretó su antebrazo hasta clavarle las uñas, estaba pálida como una hoja y parecía que iba a perder el sentido en cualquier momento. De verdad le tenía miedo, más que eso, le tenía terror.
Vio a lo lejos a Dalilah, que se encontraba igual, mirando con fijeza al viejo frente a ellos. Estaba esperando que Miranda lo mandara a la mierda o simplemente lo ignorara, pero los segundos pasaban y nada salía de su boca. ¿Por qué la amedrentaba tanto?
—Le voy a pedir amablemente que se retire de aquí, señor —dijo Jayden, contemplándolo con la mandíbula apretada, casi podía escuchar cómo sus dientes rechinaban—. A menos que quiera que todos vean cómo seguridad lo saca por la fuerza.
Sabía que eso bastaría para que diera un paso atrás, después de todo, era Flaubert Marione, y no se iba a arriesgar a que los medios hicieran un escándalo en su contra. El viejo esbozó una sonrisa sarcástica e hizo una reverencia.
—Con su permiso.
Miranda no quitó la vista de su cabello canoso hasta que lo vio fuera de la propiedad.
Estaba a punto de echarse a llorar, de tener uno de esos ataques en medio del gentío y los medios de comunicación que, seguramente, habían tomado un montón de fotografías al ver a los enemigos compartiendo el mismo aire. Así que, sin importar que los ojos los vieran, la arrastró hasta abrazarla, la apretó contra su pecho y colocó la mandíbula en la cima de su cabeza. No puso resistencia, se escondió en su cuello y lo abrazó de vuelta.
—No dejes que ese tipo arruine esta noche y las cosas maravillosas que estás haciendo. Eres increíble, inteligente y tienes una fuerza indescriptible, no puedes permitir que eche a perder esto ya que eso es lo que quiere, morenita.
Hundió su nariz en su cabello chocolate y respiró hondo. No se separó de ella hasta que percibió su estabilidad y cómo su respiración se calmaba.
—Gracias —susurró antes de apartarse y arrastrarlo a su mesa.
Pasó el brindis y la subasta en la que recaudaron un montón de dinero. Observó la gigantesca sonrisa de la anfitriona y se preguntó cómo era que hacía para lucir entera.
Esa noche, mientras bailaban una canción de Sinatra y se perdía en su mirada, mientras sus caderas se unían en ese baile que los alejó del mundo, descubrió que la admiraba. Comenzó a verla con los ojos de un hombre que tiene sentimientos, no con los que ve a una aventura.
El fin de la fiesta fue antes de medianoche, después de que Dalilah subió al escenario y dio las gracias dando la cantidad final recaudada. Los invitados se despidieron, poco a poco el sitio quedó vacío.
—Duerme conmigo hoy, lleva a Mickey si quieres, pero quiero tenerte cerca —le dijo, algo ansioso.
Ella asintió, dudosa.
—De acuerdo, nos vemos ahí en cuanto salga de esta horrible cosa.
Señaló al vestido, él pensó que no era horrible y se imaginó resbalándolo por sus hombros, creando un mar rojo a sus pies, claro que no se lo dijo.
Jayden llegó a eso de las once, vio un puestito de tacos en una esquina y decidió comprar unos cuantos por si el niño de Miranda tenía hambre. Ahora que veía el panorama con calma, estaba bastante nervioso. Ya se conocían, pero el hecho de que ella decidiera que estaba bien que los tres pasaran la noche en el mismo sitio era algo diferente, ¿no? Era entrar a un nuevo nivel que lo tuvo dando vueltas por toda la sala hasta que el timbre sonó.
Respiró profundo antes de abrir la puerta.
—Y te portas bien, Miguel, no quiero que te pongas a saltar en la cama y te quiebres la cabeza ahora por eso.
Jay esbozó una sonrisa al ver la escena. El pequeño rubio hizo un mohín y acomodó sus gafas, antes de enfocarlo con curiosidad.
—Tu madre siempre se preocupa, es más linda cuando ríe, ¿verdad? —preguntó, sorprendiendo a la mujer y logrando que el niño sonriera de oreja a oreja. Mickey asintió con la cabeza, la otra giró los ojos—. Pues bienvenidos.
Se hizo a un lado para que pasaran, Miranda lanzó un suspiro cuando el pequeño salió volando como un rayo para inspeccionar todo.
Jay alzó una ceja, observó el short blanco con estampado de besitos rojos y levantó una de las comisuras. ¿Cómo se le ocurrió llevar esa prenda que le pareció más mona que si se hubiera puesto un camisón de seda? Definitivamente prefería los shorts de algodón.
Pasó frente a él bamboleando las caderas, restregándole en la cara lo que podría ser suyo.
La vio dejar las cosas junto al sofá y poner los brazos en la cintura, observaba con desaprobación a su hijo, quien ya había abierto una bolsa plástica y empezado a comer los tacos.
—Mickey, ya cenaste, deja la comida de Jay en su lugar. Vas directo a lavarte los dientes y a dormir, jovencito.
¿Por qué le ponía tanto verla actuar como una madre enojona?
—Pero, mamá, no tengo sueño. —Hizo un puchero y dejó el platito en la mesa—. Jay, haz reír a mamá.
Quiso carcajearse cuando vio la indignación de Miranda.
—¿Qué te parece si vas a lavarte los dientes mientras yo me encargo de ella?
El chiquillo pareció conforme, pues se levantó y pidió indicaciones para llegar al baño. Recogió una mochila roja y se perdió azotando la puerta.
Caminó con pasos rápidos y la apresó con sus brazos. Olía delicioso todavía, había rastros de pintura negra en sus ojos, pero no todo el maquillaje que llevaba más temprano.
Rodeó su cinturilla y disimuladamente estrujó su trasero.
—¿Qué haces? —preguntó ella con una sonrisa, envolvió sus brazos alrededor de su cuello—. Nos puede ver.
—¿Y? Mickey me pidió que me encargara de tu relajación, soy su amigo, debo asegurarme de cumplir mis promesas. —Acarició su nariz con la suya y aspiró profundo.
—¿Desde cuándo es tan generoso, señor Donnelle? —cuestionó en un susurro.
—Desde que se trata de ti. —Le robó un beso corto—. No puedo dejar de pensar en ti, morenita.
—¿Eso te gusta o no? —preguntó con seriedad.
Era obvio, seguro también se daba cuenta que aquello, lo que había entre los dos iba creciendo conforme el tiempo pasaba. Era como una bola de nieve que giraba y se convertiría tarde o temprano en una avalancha. Imposible era que intentaran detenerlo pues la corriente los arrollaría.
Se separaron cuando escucharon que cierta personita giraba la perilla. Miguel salió tallándose los ojos y bostezando.
—¿Dónde voy a dormir? —cuestionó.
Muy bien, no había pensado en eso.
—Podemos dormir en los sillones —dijo la morena.
—Nada de eso, ustedes pueden quedarse con la cama —emitió Jay, contemplando los ojos marrones que estaban fijos en él.
Mandy asintió y guio a su hijo a la habitación, esperaba que volviera para tener una conversación de adultos que consistiera en muchos toqueteos y besos.
Tardó veinte minutos en volver, mordía su labio inferior y se acercó sin dudarlo.
Ella se le arrojó a los brazos, acarició con sus suaves palmas los hombros del hombre por encima de la tela de la camisa formal. Luego tomó la mandíbula cuadrada y delineó los contornos de esta, la incipiente barba picó en sus yemas.
—Gracias por lo que hiciste en la fiesta —susurró y tragó saliva. Vio cómo se le nublaba la mirada y pestañeaba varias veces para apartar el llanto—. Hubiera corrido a todo el mundo de no ser por ti.
—¿Ya vas a contarme? —cuestionó él, a pesar de que sabía que presionarla podía romper el momento, pero contrario a lo que pensó que ocurriría, ella asintió.
La condujo al sofá, se sentaron uno a lado del otro. Quería darle su espacio, creyó que lo necesitaría. Mandy subió las piernas y abrazó sus rodillas con la vista fija en sus dedos, dio un suspiro que le pareció eterno.
—Fue hace unos años, me encontraba en casa de mi padre porque Leandro y yo acabábamos de terminar. Estaba embarazada en ese entonces, no quería ver a nadie, así que agarré mis cosas y me quedé con él. Preparó empanadas y me obligó a comerlas, estábamos riendo, nos callamos cuando tocaron la puerta. Pensé que era la prensa pidiendo otra estúpida entrevista, le pedí que no abriera... —Se le estrujó el corazón al escuchar su sollozo ahogado, al ver cómo agachaba la cabeza para que no viera las lágrimas que caían por sus mejillas, estaba temblando. Un nudo se instala en la garganta de Jay al pensar lo peor—. No me hizo caso, le dijo a Estela que él abriría, a veces le gustaba hacerlo. Escuché el balazo como una maldita explosión en mi oído, me levanté asustada y corrí, lo vi tirado con una bala en el pecho, estaba manchado de sangre, me arrodillé y miré sus ojos vidriosos. Solo alcanzó a decirme su apellido, Marione lo hizo.
A Jay se le escapó el aire de los pulmones, la contempló en blanco, totalmente perdido, sin saber qué decir.
—¿C-cómo estás tan segura? —preguntó sin aliento.
—Vi las amenazas, las llamadas de números desconocidos en su teléfono móvil, estoy segura de que sabía lo que ocurriría. Algo estaba pasando, papá me lo escondió, no se lo dijo a nadie.
El señor Donnelle se puso de pie y comenzó a dar vueltas frenéticamente. Marione lo hizo. Marione mató a Thomas Pemberton, o por lo menos lo había mandado matar, pero no importaba que otra mano hubiera jalado el gatillo, el que ordenaba era el titiritero.
—¿Por qué no fueron con la policía? —preguntó, desesperado. Sentía que moriría ahogado en cualquier momento. Sobre todo, le asqueó Flaubert Marione, ¿hasta dónde era capaz de llegar para lograr sus objetivos? ¿Cuántas vidas más iba a destruir para salir victorioso?
—Tenía miedo de que nos hiciera algo, estaba embarazada y ya no contaba con el apoyo de Leandro, Dalilah era joven todavía y no entendía lo que pasaba, los accionistas de Vinos Pemberton nos presionaban para que vendiéramos la empresa, muchas personas dependían de nosotras. Todo el peso cayó sobre mis hombros porque era la mayor, era tan irreal, no podía dejar de extrañar a papá y no podía dormir por las noches, no quería abrir la puerta ni salir de casa. Teníamos contactos, pero Marione también, así que solo nos callamos.
Se detuvo en seco y se dirigió hacia ella, quien se encontraba hecha un ovillo. La acunó después de tomar asiento a su lado y la apretó contra su costado. Miranda lloró en su hombro. Quería fingir que eso no cambiaba las cosas, que su relación no afectaría los planes; pero no podía engañarse, estaba cayendo por esta mujer, estaba amando tenerla alrededor. Esta confesión cambiaba absolutamente todo.
Tragó fuerte al recordar que hacía un par de meses se había prometido que todo acabaría, que no se involucraría sentimentalmente, era claro que había fallado pues el corazón le dolía como si suyo fuera su sufrimiento.
Entendió tantas cosas mientras cepillaba su cabello y besaba su sien. Miranda Pemberton había entrado a su vida para nunca salir, era un buen momento para decirle quién era, sin embargo, la cobardía se instaló en su pecho y le cerró la garganta.
Ese hombre era un monstruo, ahora comprendía por qué le tenía tanto terror; y eso no le ayudó a calmarse.
¿Qué diría ella si se enterara de que era el hijo bastardo del asesino de su padre?
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