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| Capítulo 14 |

* * *

El lunes a las doce Dalilah entró a la oficina de su hermana mayor sin dar oportunidad de que Isidora la anunciara. Se aproximó y se dejó caer en una silla para después contemplar a Miranda con una media sonrisa que hizo que esta aplanara los labios. ¡Dios! ¡A esa mujer había que temerle! Muchísimo más cuando llevaba esa actitud de «todo lo sé, así que no intentes mentirme».

—¿Dónde estuviste el fin de semana? Fui a visitarte y no estabas, Estela dijo que habías salido con un hombre.

Se atragantó con su saliva, iba a tener una larga plática con su nana sobre no darle material jugoso a Lila.

—Creo que Estela malentendió la situación —dijo, evitando el contacto visual, con la vista fija en el ordenador.

—¿En serio? Porque me dio muchos detalles, como por ejemplo que se fueron en un auto hermoso de color rojo y el tipo era atractivo. —Su tono lleno de diversión comenzó a darle comezón. No quería tener esa plática, no quería que la gente se enterara de su pequeña aventura—. Así que... ¿te estás tirando al buenorro de Donnelle?

Abrió los ojos, tanto que su hermana lanzó una carcajada estruendosa que la hizo reaccionar y refunfuñar.

—No me lo digas, ya respondiste con tu cara. Te compadezco, no sé quién podría resistirse a ese tipo. Cuando te mira me dan ganas de abanicarme.

—Deberías estar trabajando, Lila —dijo con los dientes apretados.

Su hermana suspiró con resignación, pero no se movió.

—En realidad venía para otra cosa. —Su voz era extraña ahora, Miranda dejó lo que estaba haciendo y se concentró en ella—. Germán tiene que regresar a Baja California, me invitó a que me fuera unos días con él.

Abrió la boca con asombro.

—¿Y tú quieres irte? —preguntó, atónita.

—Creo que unas vacaciones me vendrían bien, pero voy a pensarlo, solo quería que lo supieras.

Quería decirle que no se dejara llevar por la decepción que Diego le estaba causando porque ese no era un buen motivo para fijarse en otra persona, eso solo acarrearía malentendidos y corazones rotos. Sin embargo, se quedó callada porque si ella estaba considerando poner tierra de por medio significaba que de verdad le dolía, ante eso no podía hacer nada.



Más tarde, entró a la oficina de Recursos Humanos y se encontró al chico flacucho detrás de unos anteojos gruesos. Diego se puso de pie tan pronto vio a la presidenta en el sitio y asintió como saludo.

—Solo vengo a preguntar si los empleados ya están al tanto del evento de caridad de este año —dijo, tomando asiento en una silla y contemplándolo con interés.

La verdad era que no entendía por qué Dalilah estaba aturdida con él cuando tenía a Germán en una charola de oro. Diego era bastante simplón, muy callado y reservado. Eficiente, eso sí, pero en todos los años que llevaba conociéndolo se había dado cuenta que trazaba una línea imaginaria para que nadie se acercara más de la cuenta. Con la única que hablaba más de lo normal era con su hermana —sobre todo porque nadie podía resistirse a la alegría de la pequeña de las Pemberton—, aun así la pared entre los dos era visible a miles de kilómetros.

—No he dado la noticia, vamos a empezar los preparativos con la organizadora de eventos de Velvet, si quiere me comunico ahora mismo. ¿Qué causa será la de este año? —cuestionó, al tiempo que levantaba el teléfono.

Miranda negó sacudiendo las manos, así que el joven dejó el objeto en su lugar y la observó con interés.

—Cáncer de mama —dijo—. Este año quiero dedicarme personalmente, deseo ayudar a la organizadora, así que avísame en cuanto te pongas en contacto con ella.

Cada año la empresa y los Pemberton hacían una fiesta para apoyar una causa, el año anterior había sido a los niños con leucemia, este iba a ser totalmente diferente. A veces participaba en la organización supervisando desde la lejanía que todo se hiciera correctamente, pero la mayoría de las veces lo hacía Dalilah.

—¿Y Lila? —preguntó Diego con el ceño fruncido, extrañado porque a la joven le encantaba meterse en ese tipo de cosas.

Sabía que estaba mal, pero la lengua le cosquilleaba, también por eso había acabado en su oficina en primer lugar. Tenía que hacer algo, si eso no lo motivaba, nada lo haría, todavía tenía esperanzas en el chico.

—No es seguro que Lila vaya a estar en la ciudad, mejor prevenir que quedarnos sin fiesta —emitió, viendo cómo la confusión se adueñaba de las pupilas del muchacho.

—¿Va a alguna parte? —cuestionó con las facciones serias.

¿A quién quería engañar? Se moría por su hermana, podía verlo, entonces ¿por qué demonios la alejaba?

—No lo sé. —Se encogió y lanzó un suspiro—. Germán, nuestro amigo, la invitó a irse una temporada con él a Baja California, si me lo dijo es porque realmente lo está considerando.

Quiso carcajearse al ver la expresión del hombre, ¡toma esa, chico! Se levantó de su asiento como si no hubiera lanzado una bomba nuclear y se encaminó a la salida.

—Nos vemos después.

Sin mirar atrás, salió del cubículo y regresó al suyo, sintiéndose como una niña que acababa de hacer una travesura. No tenía idea de si estaba complicándole las cosas a Dalilah.



A las doce del día, su teléfono celular sonó.

—¿Diga?

—¿Señora Pemberton? Mickey sufrió un accidente en clase de deportes, va rumbo al hospital en la ambulancia del seguro pues se abrió la cabeza.

Soltó un jadeo y se levantó como un resorte. Una punzada de preocupación caló en su pecho.

—¿A dónde lo llevan?

Escuchó con atención las instrucciones de la maestra, mientras se dirigía al ascensor con pasos apurados. Creyó que iba a caerse en cualquier segundo, ¡Dios! Esperaba que él estuviera bien.

La angustia creó una bola en su garganta, iba a vomitar. ¿Y si tomaba las escaleras? Las manos comenzaron a temblarle al pensar lo peor, ¿qué tal que estaba inconsciente? No, no podía pasarle nada malo a su pequeño, no a él.

Iba a voltearse para irse corriendo por otro lado cuando las puertas se abrieron, no dejó que el sujeto —al que no había visto— saliera, simplemente se metió al cajón y presionó el botón del estacionamiento.

—¿Me vas a secuestrar o algo así? —pregunto Jay al contemplar a la mujer que lo había arrojado a la parte trasera del ascensor. Ella alzó la vista, viéndose pálida—. ¿Qué pasa?

Se aproximó con pasos cautelosos y la tomó de los hombros.

—Es Mickey, está en el hospital, tuvo un accidente en la escuela.

Las palabras le salían precipitadas, se movía de un lado a otro con ansiedad y retorcía los dedos para luego tronarlos; Jayden tomó sus manos y la detuvo antes de que se los quebrara.

—Tranquila, no va a pasar nada —susurró para tranquilizarla y le dio un jalón, sus brazos la rodearon. Miranda se aferró a las solapas de su traje caro y sollozó en su cuello. No iba a dejar que se fuera así sin más—. Yo te llevo, ¿de acuerdo?

No contestó, pero intuyó que la respuesta era afirmativa cuando ella no se separó. La llevó por el estacionamiento acunando su cintura hasta su coche, la ayudó a sentarse en el asiento del copiloto y le puso el cinturón de seguridad. Ella le dijo cómo llegar con la voz hecha un caos, quería abrazarla y consolarla, susurrarle que todo estaría bien y acariciar su cabello. No sabía qué hacer con esos sentimientos, así que prefirió no pensar en eso.

Ella se bajó tan pronto detuvo el coche y corrió hasta desaparecer en el interior del hospital. Se apuró a alcanzarla, la encontró de pie en la recepción de la sala principal.

—Soy la madre de Miguel Romano, me dijeron que lo traerían —dijo con la voz ahogada.

—Lo trajeron hace unos minutos, está en emergencias.

Como un rayo, vio su figura femenina dirigirse hacia allá, esquivaba a las personas que caminaban por los pasillos, solo podía perseguirla. Se internó en una sala llena de camillas, fue directo a una donde un niño estaba sentado con sus piernillas colgando. Una enfermera estaba aplicándole algo en la frente.

Jayden se quedó quieto para darles su espacio. La morena se acercó y tomó la mano de su hijo, quien limpió con su pulgar el rostro de su madre, supuso que estaba llorando.

Ahí, de pie frente a ellos, en una sala repleta de enfermeros y enfermos, se preguntó cómo era que el padre del niño había abandonado a su familia. Era rubio y tenía unos ojos celestes gigantes, unas cuantas pecas adornaban sus mejillas sonrosadas y un curita blanco tapaba la herida de su frente.

Sonrió, inconscientemente, al verlo reír como si no tuviera la cabeza abierta. Quiso acercarse y dejar de sentirse como un observador, pero no lo hizo porque no era parte del cuadro, no pertenecía, el niño no lo conocía, así que no podía solo llegar y saludar como si fuera un amigo de toda la vida.

La enfermera puso un banco para que Mickey bajara, de la mano de Miranda se acercaron a Jay, quien se sorprendió de tenerlos cerca. Sin musitar palabra alguna se encaminaron a la caja y la madre pagó los gastos del chiquillo que lo observaba con extrañeza al punto de incomodarlo.

Una vez en el coche, el silencio se precipitó. Por el espejo retrovisor podía ver como el hijo de Miranda no le quitaba los ojos de encima. Deseó que ella le dijera que dejara de hacerlo, pero iba perdida mirando su teléfono celular.

—¿Tú y mi mamá son novios? —preguntó el pequeño rubio con una sonrisa pícara, como si los hubiera descubierto con las manos en la masa.

—No —dijeron al mismo tiempo.

—Somos amigos —dijo Mandy con timbre suave.

Jay le dio una mirada de reojo y le sonrió de lado, alcanzó a ver un ligero sonrojo en sus mejillas.

—¿Puedo ser su amigo también, mamá?

—Solo si Jayden quiere, cariño.

Lo miró por encima de su hombro y le sonrió para después volver a concentrarse en el camino.

—¿Podemos ser amigos? —preguntó el pequeño con los ojos expectantes.

—¿De qué hablas? No tienes por qué pedirlo, ya lo somos.

El chiquillo le dio una sonrisa complacida que lo hizo sonreír también.

Pronto llegaron a la casa, los acompañó a la entrada y se despidió de Miguel con un saludo de puños, luego entró corriendo cuando una mujer de edad avanzada le abrió la puerta.

—Ven acá —susurró ella tan pronto estuvieron solos.

Sorprendiéndolo, lo agarró del traje y lo obligó a que caminara de espaldas. Lo estampó en una pared que quedaba escondida gracias a un árbol gigante y tomó sus labios.

Ella lo estaba besando, no pudo hacer nada más que derretirse y rodear su cintura hasta que sus pechos se unieron debido a sus respiraciones. Lo besaba con suavidad, su lengua se internó en su boca y bailó provocativamente con la suya.

Miranda acarició su pecho por encima de la tela hasta llegar a su cuello y acercarlo todavía más. Su perfume a Dios sabría qué afrodisíaco lo hundió en una ola de inconsciencia. Su mente estaba en blanco, no podía hacer otra cosa que no fuera disfrutar de su sabor y su cercanía, de cómo sus finos dedos recorrían su barbilla y cómo su boca succionaba su lengua. Estaba indefenso, ella lo volvía débil con solo un roce y un beso.

Y por primera vez no quería pararlo. Era deliciosa, era cautivadora, era embriagante la sensación de querer poseerla. No pensaba en nada más que en ella arqueándose debajo de su cuerpo, de ella suspirando y gritando su nombre, de su largo cuello que parecía haber sido hecho para sus besos.

No supo cuánto tiempo permanecieron ahí, besándose como dos adolescentes, jugueteando con los labios y los dientes del otro, con el aliento y los jadeos que llenaban el aire fresco.

—Gracias —dijo la morena cuando se separó para tomar aire—. De verdad, muchas gracias. Mickey es lo único que tengo, tal vez soy una exagerada...

—Para nada, te entiendo, mi madre era una dramática. —Sonrieron de lado al mismo tiempo—. Creo que debería hacerte más favores si me vas a besar así.

Sus labios estaban hinchados, su cabello estaba despeinado, se veía hermosa. No quería dejarla ir.

La afianzó con más fuerza cuando intentó alejarse, ella alzó una ceja y rodeó su cuello.

—¿Ahora te estás poniendo posesivo? —preguntó con un ronroneo.

—Quiero llevarte a la cama —susurró, contemplando los dos ojos cafés que se tornaron oscuros.

—Te deseo mucho —murmuró con voz trémula y cargada de deseo al tiempo que le daba un pico—. Pero tendremos que esperar.

Jay hizo un gesto que le sacó una risita, Mandy lo abrazó con más fuerza y colocó su boca delante de su oreja, donde respiró y dijo:

—Puedes acariciarte hoy en la noche, en tu cama, pensando que soy yo.

Mierda, sí.

Se despidieron, ella entró y se quedó apoyada en la puerta con una sonrisa, y él manejó hacia su departamento sintiendo sus labios sobre los suyos.



Se estaba sirviendo un vaso de agua cuando el timbre sonó, frunció el entrecejo pues no conocía a nadie en esa ciudad más que a Miranda como para que lo visitaran a media noche.

Lanzó un suspiro y se encaminó a la entrada para ver por la mirilla, la mandíbula se le tensó al ver al viejo del otro lado de la puerta.

Tomó aire y se rogó paciencia, necesitaba que se largara, y sabía que no se iría de ahí a menos que hablaran pues lo había estado ignorando los últimos días.

Abrió la puerta sin más remedio y dejó que pasara. Observó cómo el viejo entraba junto con dos gorilas como si Jay pudiera dañarlo de alguna forma. Ganas no le faltaban, sinceramente, pero no iba a ensuciar las manos por un tipo como él. Lo detestaba, lo odiaba por todo lo que le había hecho a su madre, siempre lo haría, sin importar cuánto endulzara sus oídos, cuánto le prometiera.

—¿Por qué no contestas mis mensajes y correos? —preguntó. Su barba canosa estaba un tanto larga, sus lentes resbalaron por el largo de su nariz. Sus guardianes se quedaron parados a los lados de la puerta, mientras el viejo recorría el lugar con la mirada—. Un buen sitio tienes aquí.

Automáticamente quiso sacarlo a patadas, pero no podía.

—He estado ocupado haciendo lo que pediste —dijo con simpleza. El paseo de la mirada del hombre terminó al enfocarlo y alzar una ceja.

—¿Seguro que estás trabajando? El otro día en la degustación te vi muy preocupado, ¿si recuerdas por qué estás aquí o tengo que recordártelo? —Él hablaba con calma, su timbre era plano, sin embargo, había algo en su tono que no le agradó en absoluto, era como un cuchillo intentando perforar su piel para hacerlo sangrar hasta morir.

—Lo recuerdo, señor —dijo, seco.

—Es bueno saberlo, que no se te olvide.

Hizo una seña a sus guardaespaldas y caminó hacia la salida con extrema lentitud y confianza, disfrutando del recorrido a la salida, sabiendo a la perfección que no era bien recibido. Y salió sin más, con los dos postes que lo acompañaban.

Bufó y se apretó el puente de la nariz con exasperación.

¿Qué carajos iba a hacer?



No podía dormir. Se puso de pie y se dirigió hacia su computador portátil. La verdad es que no dejaba de pensar en los Pemberton y los Marione, en todo el misterio que había entre el par de familias.

Abrió el buscador y tecleó el nombre de Miranda, un montón de noticias y anuncios saltaron a sus ojos. Boletines de chismes de hace años, fotografías con Dalilah y su padre, con personas que no conocía.

Después buscó al señor Thomas Pemberton, había páginas enteras hablando sobre lo buen empresario que era; pero eso no fue lo que llamó su atención porque ya lo sabía, lo que lo impactó fue la nota de su trágica muerte.

Había pasado hacía unos cuantos años, el acontecimiento fue devastador para sus dos hijas y las personas cercanas a la familia. Su madre falleció de cáncer y él se dedicó de lleno a la empresa y a la crianza de las dos pequeñas. Miranda tomó el mando después de su divorcio, y a los pocos días el viejo fue encontrado muerto en la entrada de su casa con un disparo en la cabeza.

Jay se quedó contemplando enmudecido la fotografía del hombre, de la sonrisa en su cara y de la amabilidad que irradiaban sus ojos. En el artículo también se hablaba de las muchas labores que tenía con la población, de las asociaciones a las que apoyaba económicamente, de lo buena persona que era.

¿Por qué Marione le dijo que era malo? ¿Por qué no mencionó que había sido asesinado?



La mañana llegó pronto, Mandy hizo su rutina diaria y llegó muy temprano a las oficinas pues tenía una cita vía telefónica con la mujer que organizaría el evento de caridad. La señorita de Velvet era amable, sus ideas congeniaron bastante, así que Mandy se quedó tranquila porque al parecer había captado lo que quería mostrar en el evento. Era importante para ella porque su madre había sido víctima del cáncer, ayudar a otras personas como ella le daba esperanza.

También llamó al departamento de mercadotecnia para dar la autorización para que empezaran a moldear el nuevo proyecto, había decidido empezar vendiendo porciones pequeñas mientras averiguaba más acerca de las plantaciones de uvas y la posible elaboración de vinos de colección.

No vio a Jayden en todo el día, algo que, si bien no le agradaba, agradecía porque había aprovechado las horas para trabajar. No obstante, antes de salir a las ocho en punto de la noche, pasó por la oficina de su hermana para despedirse ya que alcanzó a ver la luz encendida. Iba a abrir la puerta, pero se detuvo en cuanto escuchó una discusión, Diego y ella estaban peleando.

Sabía que estaba mal fisgonear, pero no pudo evitarlo, se asomó por una diminuta rendija y abrió la boca con impacto cuando vio la escena. Dalilah estaba siendo arrinconada por el hombre, quien se inclinaba y murmuraba cosas en su oído mientras la otra le apretaba el saco e intentaba apartarlo.

Creyó que necesitaba ayuda, ¿la estaba acosando? Pero en cuanto escuchó el gemido de Lila se echó hacia atrás con las mejillas ardiendo.

—Te ves sexy hasta espiando a otros.

Saltó en cuanto lo escuchó a sus espaldas, se giró para encararlo. Jayden le dio un abrazo que duró unos cuantos minutos. La fuerza con la que la sostuvo la reconfortó, hizo que se sintiera segura en sus brazos.

—Tengo que ir a casa, debo acostar a Mickey —susurró.

—Lo sé, morenita, solo quería despedirme.

Muy a su pesar se separaron, Jay la acompañó a la salida y la vio subirse a la camioneta, luego Pedro se la llevó y él se preguntó por qué tenía tantas ganas de pedirle que lo invitara a su casa. 


* * *


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