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| Capítulo 13 |

* * *

—Si meneas la cuchara así conseguirás que los huevos se quemen —dijo Jay horrorizado al ver cómo raspaba el sartén con el utensilio.

Miranda le dirigió una mirada mortal.

—Si no te gusta mi técnica, ven y hazlo tú. —Dejó ir un gruñido.

No quería pelear un domingo por la mañana, así que dejó que hiciera lo que quisiera con el bendito desayuno, solo esperaba que no carbonizara el huevo.

La mujer sirvió en dos platos y arrugó la frente, él ahogó la risa en su boca porque no quería enfurecerla, parecía un león a punto de saltar para morder, se veía adorable también con esa camiseta de algodón con estampado de Star Wars.

Estaban quemados, Jayden no podía creer que no supiera preparar ni siquiera eso. Quería carcajearse, pero se ahorró las risas pues sus ojos afilados estaban esperando que riera o tirara el plato a la basura. Estaba toda malhumorada y hermosa, así que se lo comió.

—No hagas como que te agrada, es asqueroso.

No lo pudo evitar más, una risita burbujeó, la observó divertido.

—Me comeré lo que sea si tú lo preparas, corazón, solo no me envenenes.

Escuchó su bufido.

Quince minutos más tarde Miranda se metió en la ducha cerrando la puerta con llave para que el dueño del departamento, que insistía en que se ducharan juntos, no entrara. No la dejaba descansar, no es como si estuviera quejándose porque disfrutaba muchísimo de sus juegos y de cada caricia caliente que le daba, pero quería tomar el baño a solas.

Se depiló y se secó el cabello con una secadora que llevaba en el bolso, se puso su pijama que consistía en unos pantaloncillos cortos y una blusa de tirantes. Esperaba no salir a ningún lado.

Cuando salió él estaba parado detrás de la puerta, impidiendo que saliera. Tenía los labios fruncidos y el ceño tenso, ella no puedo evitar la sonrisa. Era tan guapo con esa barbilla y sus labios gruesos.

Dio un paso y rodeó su cuello con confianza, pegando su cuerpo al suyo. Inmediatamente fue invadida por una oleada de su aroma varonil.

—No te enojes, morenito, podemos disfrutar en nuestro sillón en un rato, ¿qué dices?

El mencionado respiró profundo y depositó un beso en la punta de su nariz.

—De todas formas no te perdonaré que cerraras con llave. —Hizo un puchero que le pareció adorable, estaba para comerse—. En serio, creo que me estoy haciendo adicto a tu piel.

No quería soltarlo, pero terminó haciéndolo para que pudiera bañarse. Se dirigió a la salita y se quedó parada en medio sin saber qué hacer consigo misma. Su vista paseó por todo el lugar, buscando algo para entretenerse, pero no había nada. Las paredes estaban vacías, los muebles también, todo se veía demasiado impersonal, demasiado frío.

Sabía que el señor Donnelle no se quedaría a vivir por toda la eternidad ahí, pero ¿por qué no le ponía un poco de color al menos? Algo que animara el ambiente.

Algo le llamó la atención, una tarjetita blanca colocada en el único estante de la habitación. Se acercó y se estiró para tomarla con curiosidad, pero unas manos la rodearon desde atrás y la hicieron retroceder.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó en su oído, aferrándola por la cintura.

—Tu departamento es muy plano, no hay color, no hay vida por ningún lado —murmuró recargándose contra su cuerpo.

—¿Cómo debería decorarlo?

Se encogió de hombros.

—No lo sé, ¿pintar las paredes? Podrías poner fotografías especiales, tal vez un cactus allí. —Señaló la madera donde seguía reluciendo el cartoncillo blanco.

—¿Te gustan los cactus? —cuestionó.

—Amo los cactus, son espinosos como yo.

—No eres para nada espinosa, morenita, eres suave, sedosa como el terciopelo y me fascinas.

Miranda tragó saliva con nerviosismo.

—Deberías hacer una meticulosa inspección porque creo que sí tengo espinas —susurró ella. Lo deseaba con tanta fuerza, le gustaba sentirse rodeada por sus brazos, lejos de asustarla, deseaba hundirse más en esa marea de sensaciones que creaban maremotos en su pecho, oleadas de pasión que la hacían suspirar.

—Buena idea —susurró antes de darle la vuelta con un solo movimiento. La colocó sobre sus pies e inició una caminata hacia la habitación. La tendió sobre la cama y la cubrió para besarla con pasión.

No ocurrió nada más que eso, ninguno buscó más, se conformaron con besos cortos que se alargaban en ocasiones hasta dejarse hinchados y sin aire. Era una seducción lenta, ella había caído antes de que comenzara.

Hubo caricias, fue delicado mientras la acariciaba por encima de las finas telas con lentitud y suavidad, como si temiera romperla.

—Me torturas —murmuró ella—. Me torturas muchísimo.

—Tú me torturas todo el tiempo. Me torturas con tu olor, con tus ojos, con tus labios. Morenita, me tienes.

Era fácil confundirse si él la trataba con tanto cuidado y le decía todas esas cosas que nunca nadie le había dicho. Y tenía miedo, miedo de desear cosas que hacía mucho que alguien no despertaba, pero cuando la tocaba y la besaba como si fuera un pétalo magullado, todo se le olvidaba.

Se sentía como que podía estira la mano y tocar el cielo con la punta de los dedos, palpar las nubes y usarlas como almohada.

Después de un rato él se recostó sobre sus pechos, mientras ella jugaba con su cabello.

—¿Es por eso por lo que no crees en el amor? —preguntó Miranda, más curiosa que otra cosa—. ¿Por lo que tu padre le hizo a tu madre?

Supo que se había pasado cuando Jay se tensionó. Mierda, pero ya lo había dicho, no podía echarse para atrás sin lucir como una cobarde.

—No te metas.

Su corazón se arrugó un poco por su gruñido, la había jodido, no tenía por qué meterse en cosas personales.

—Lo siento —susurró. Él suspiró con pesadez y negó con la cabeza, la burbuja ya no estaba y se sentía un poco incómoda. Quería levantarse y esconderse en el baño—. Pensé que podía preguntar, pe...

—No, lo lamento yo —dijo, sorprendiéndola—. Tú tampoco crees en esas cosas.

¿Eso era una afirmación? ¿No quería una relación por lo de sus padres? Eso sí que era muy jodido.

—Tienes razón, pero yo me di la oportunidad y decidí no creer más, tú no has experimentado, así que no puedes decidir si es una mierda o no solo por el problema que tuvieron tus padres. Es decir, no quiero que mi hijo se quede solo y no viva plenamente por mi culpa y la de mi ex esposo, fueron nuestros errores, no los de él, ¿entiendes lo que quiero decir?

Asintió sin musitar palabra.

El silencio se precipitó y Miranda quiso golpearse el rostro por arruinar el momento. Luego sintió cómo los dedos de él jugueteaban con las puntas de su cabello y se calmó. Estaba haciendo un lío en un vaso de agua.

—¿Te gusta hacer algo además de trabajar en tu empresa? —preguntó.

—No lo sé —dijo ella, ocasionando que Jay alzara la cabeza y la observara con el ceño fruncido, se veía tan confundido que quiso reírse—. No lo sé porque nunca pude hace otra cosa, desde que nací mi padre supo que manejaría la empresa algún día, nací para eso. No fue posible perder el tiempo en academias de arte o deportes porque debía tomar cursos para ser buena en las materias adecuadas.

Le hubiera gustado vivir como una adolescente normal, pero ella quería ser buena ante los ojos del viejo Pemberton, así que hizo siempre lo correcto. No como Dalilah, que había disfrutado bailando hip hop y practicando natación, al final su padre la tuvo que obligar a entrar a la universidad porque era muy terca.

—¿Nada? ¿No hay nada que te atraiga? Debe haber algún otro interés, señora presidenta —dijo con diversión.

Un recuerdo se hizo pasó en su cabeza. Su madre plantando a su lado y enseñándole sobre flores y arbustos, sobre frutos y árboles. Eso la relajaba, le gustaba meter sus dedos en la tierra fresca y sacar las raíces para cuidarlas; pero hacía mucho que no lo intentaba. Bastante, a decir verdad.

—Me gustan mucho las plantas, cuando era pequeña soñaba con plantar muchas flores y hacer un invernadero —dijo, perdida en sus recuerdos.

—Creí que dirías que te gustaba aplastar uvas con los pies. —Ambos soltaron una carcajada al mismo tiempo—. Yo amaba jugar béisbol, estaba en el equipo de la secundaria.

Miranda jadeó con emoción y lo obligó a echarse hacia atrás. La observó con la frente arrugada pues se veía bastante sorprendida.

—¿Béisbol? ¡Vaya! ¡Qué casualidad! Mickey ama jugar eso, también está en un equipo, es aficionado de corazón, claro que todo sería mejor si pudiera jugar bien y los chicos no lo molestaran.

Y así siguieron platicando sin detenerse, cosas pequeñas para no verse en aprietos, para no quitar todas las barreras que los mantenían dispersos.



A las siete en punto, Jay detuvo el auto afuera de la residencia de Miranda, quien se acomodó el cabello y lo enfrentó con una sonrisa.

—Gracias, la verdad es que me la pasé muy bien —dijo esta.

—Me la pasé más que bien —contestó con timbre bajo, haciendo que sus orejas se calentaran.

Ahogó un suspiro en su boca y se inclinó para depositar un beso en su mejilla llena de barba.

—Nos vemos mañana.

Lo vio asentir con una sonrisita de lado.

Entro a su casa y fue recibida por Estela, quien le arrebató la mochila alegando que debía meter la ropa a la lavadora. Le dio un beso en la mejilla y le pidió que dejara de actuar como si no fuera parte de la familia... Otra vez.

—A veces creo que lo haces a propósito —dijo Mandy girando los ojos, al tiempo que el timbre resonaba—. Yo voy.

Se encaminó hacia la puerta y comprobó que fuera Leandro con Mickey. El chiquillo corrió y se lanzó para abrazarla con fuerza, lo recibió con los brazos abiertos y una risa.

—Te extrañé, mami.

—Yo también, cariño —murmuró—. Adivina qué hizo Estela, es algo que te encanta.

—¡Pastel de fresa! —gritó, la soltó y se fue corriendo con premura hacia la cocina.

Se irguió y contempló al hombre frente a ella, quien la observaba impasible, pero podía sentir el aire de egocentrismo a su alrededor. Seguro pensaba que le haría alguna escena, no era así, estaba bastante contenta como para perder la alegría peleando.

—Gracias por traerlo, buenas noches —dijo.

Cerró la puerta sin darle oportunidad de contestar, y se rio por lo bajo con orgullo mientras seguía los pasos del pequeño.

Ahí estaba Mickey comiendo pastel junto a su nana, quien señaló un plato listo para ella. Tomó asiento y escuchó las aventuras de su hijo.


* * *

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