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| Capítulo 12 | parte II

* * *

Él ya estaba despierto cuando abrió los ojos.

—Buenos días —susurró él.

Sus piernas estaban enredadas de forma íntima. Le sorprendió lo mucho que le gustaba despertar así.

—¿Qué hora es? —preguntó ella.

—Son casi las diez.

No se quería levantar, estaba tan cómoda, Jay parecía pensar lo mismo, pero su estómago decidió que era momento de romper la burbuja.

Sus mejillas se colorearon cuando el rugido se escuchó, tenía hambre. Jayden soltó una carcajada estruendosa y ella solo quiso hundirse en la almohada.

—Vamos a tomar un baño y después controlaremos esa bestia en tu estómago —susurró y le dio un pico. Se puso de pie, mostrando toda su desnudez sin vergüenza y le ofreció su mano.

Miranda tragó saliva. Era precioso, sus músculos bien trabajados le hicieron agua la boca, parecía una escultura. Era una maldita obra de arte morena y dura, como una piedra.

Aferró la sábana blanca para esconderse y aceptó, puso sus dedos en los suyos. Le dio un jaloncito para ayudarla a levantarse y la unió a su pecho.

—Creo que esta cosa está estorbando —dijo al tiempo que le quitaba la tela y la dejaba al descubierto.

Mandy sintió las mejillas calientes cuando se hizo hacia atrás para contemplarla. Sus ojos eran penetrantes e inspeccionaban cada centímetro desnudo. Y él tenía que parar de hacer eso.

La arrastró al diminuto baño y se metieron a la ducha después de templar en agua. Mientras ella se limpiaba el cabello, él se encargó de enjabonarla entre apretones, miradas lascivas y caricias traviesas.

Miranda le dio una palmada juguetona en el dorso de la mano, después de unas risas cada uno se encargó de limpiarse.



No quería pensar mucho al respecto, no quería atormentarse con la idea de que estaba disfrutando más de la cuenta. Se estaban encerrando en una burbuja de familiaridad que lejos de asustarla, le agradó. Eso era lo que la descolocaba.

Después del baño no se esmeró en su apariencia, se colocó una de sus camisas de algodón que le llegaba a medio muslo. Su cabello todavía estaba mojado, se sentía libre.

Lo observó moviéndose en la cocina con elegancia, no llevaba más encima que un bóxer y una camiseta igual a la suya. Preparaba el desayuno.

—Lo siento, morenita, pero no puedes desayunarme —dijo al percatarse de la minuciosa inspección y los ojos ardiendo de ella.

—Creído —susurró enfurruñada, escuchando su risita divertida.

—¿No te gusta cocinar?

—Soy un asco, no sé qué sería de mi vida sin Estela, mi hijo comería nuggets de pollo todos los días.

—Mi madre me obligó a aprender, me dio lecciones junto con mi abuela.

Miranda esbozó una sonrisa al tiempo que Jay colocaba un plato lleno de panqueques que le hicieron agua la boca.

Se sirvió dos y los llenó de miel. No podía creer que supieran tan bien.



A eso de las cuatro, Mandy buscó su celular y marcó el número de su ex marido. Quería escuchar a su hijo. Leandro contestó la llamada y le pasó a Mickey inmediatamente.

—Hola, cariño —pronunció.

—Hola, mami —dijo este a su vez con tu timbre alegre e infantil—. Papá y yo fuimos a una piscina y ahora estamos jugando béisbol, me está enseñando algunos trucos, ¿no es genial?

—Es genial, solo no olvides tener cuidado.

—La novia de papá me puso unas rodilleras.

Sintió la boca amarga. La mujer no estaba haciendo nada malo, incluso sabiéndolo, no le agradaba la idea de ella estando con su hijo.

—Muy bien, entonces te dejo para que te sigas divirtiendo.

—Te quiero, .

Sonrió.

—También te quiero.

Escuchó la línea vacía, con lentitud dejó el teléfono a un lado y se quedó mirando a la nada. Debería sentirse feliz de que Leandro estuviera compartiendo tiempo con Mickey, simplemente no podía ponerse a saltar de la felicidad.

—Oye, ¿qué sucede? —Jay se acercó sin quitarle los ojos de encima. Le ofreció una mano que tomó dubitativa, no deseaba ser interrogada—. ¿Estás bien?

—Sí —dijo, escueta, mientras tomaba asiento en uno de los sillones.

—No lo creo, ¿qué sucede? ¿No te agrada que tu hijo esté con su padre? —preguntó un tanto intrigado, sin dejar de mirar ese rostro que intentaba esconderse de su escrutinio.

Miranda suspiró con pesadez y se talló los ojos.

—La verdad es que no, no me agrada.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —cuestionó y observó cómo ella asentía con la cabeza—. ¿Por qué se separaron?

Tenía miedo de que se cerrara y lo mandara a la mierda, pero debía intentarlo. Casi pudo escuchar las neuronas de Mandy saltando de un lado a otro, preguntándose si estaba bien adentrarse al terreno personal.

—Estaba embarazada cuando lo descubrí teniendo sexo en su oficina con su secretaria.

No lo miraba, estaba concentrada en sus manos como si estuviera avergonzada.

Jayden frunció el ceño pues no entendía su actitud, ¿aún estaba enamorada de ese sujeto?

—Fue mi primer novio y llegué virgen al matrimonio —siguió hablando—. No congeniábamos sexualmente, el sexo era aburrido y él me echó la culpa diciendo que era frígida, no lo satisfacía. Así que buscó eso en otro lugar, siempre lo sospeché, pero comprobarlo fue doloroso.

El tono amargo en su voz se podía palpar. Se le quedó mirando con impacto.

—¿Y tú crees eso?

—Durante mucho tiempo lo pensé, no podía llegar al orgasmo, no sabía qué estaba mal conmigo. Quería ser una buena amante, pero no tenía experiencia y a Leandro no le gustaba experimentar ni ayudarme.

¡Ese imbécil de mierda!

—Tú no tienes la culpa —dijo Jayden—. ¿Lo entiendes?

Ella se encogió de hombros, muy poco convencida de lo que decía.

Jay rodeó sus tobillos con las manos, sorprendiéndola. La giró y se coló entre sus piernas, la obligó a acostarse en el sofá para cubrirla con su cuerpo.

—¿Qué haces? —preguntó ella, divertida, apresando su cadera con esos muslos tan firmes.

¿Frígida? Le iba demostrar que su ex marido era un pasmarote que no supo satisfacerla, era más fácil echarle la culpa a otros que asumir que no sabías cómo hacer que tu mujer gimiera.

Shh.

Unió con suavidad sus labios a los suyos y los acarició, un suspiro se estampó en su rostro. Jayden delineó con su lengua su labio superior y lo atrapó con su boca, después hizo lo mismo con el inferior y dio un jaloncito.

Tomó las manos de Miranda y las puso encima de su cabeza. Su erección ya estaba punzando, lo ponía como una jodida moto. Friccionó con picardía, produciéndole un gemido que ahogó en un beso. Solamente los separaban dos delgadas prendas de algodón, por lo que los roces se sentían a la perfección.

Se hundió en su boca que sabía a gloria y miel. Se introdujo por completo a esa boquita de caramelo y succionó su lengua, para después acariciarla con la suya con pasión, al tiempo que una de sus manos vagaba por su torso y se apoderaba de su seno.

—Jay. —Su susurro lo hizo estremecer

—¿Tú también pensabas que eras frígida? —susurró en su oído, no recibió respuesta, así se empujó para clavarse en ella—. Dime, ¿lo pensabas? ¿Le creíste?

—A veces, a veces lo creo —murmuró, ya perdida en los escalofríos que le provocaba con un roce y un beso, una caricia bastaba para que perdiera el sentido. Se estaba haciendo adicta a Jayden y ya no se sentía tan mal sabiéndolo.

—Déjame decirte, morenita, que de frígida no tienes nada —dijo junto a su oreja, bamboleando las caderas, creando círculos con su miembro sobre su ropa interior. La estaba torturando de la forma más deliciosa—. Eres más caliente que el sol y hueles como el cielo.

Sin dejar de mover su cadera contra la suya que ya se empezaba a mover, hundió la cabeza en su cuello y depositó besos húmedos y ardientes en su piel.

—Dios mío, Jayden, esto... mmh. —Gimió y alargó el cuello, su pulso estaba disparado.

Aumentó el ritmo de sus movimientos, escuchando un coro de suspiros y jadeos que seguramente lo llevarían al límite también.

—Tu ex es un cabrón que no supo dónde tocarte, no supo ponerte así. —Le encantaba mirarla perder el control, sus párpados se cerraban y sus dientes apretaban su labio hasta que este se volvía blanco. Al final, gemía y dejaba la boca abierta—. Tu cuerpo es perfecto, tú eres perfecta.

Empujó con más fuerza, agudizó las caricias frenéticas que su erección creaba sobre su calidez. Oh, eso se sentía tan bien, era estupendo, como regresar a la adolescencia y ponerse cachondo con cosas simples. Así se sentía. Miranda rugió y apretó los muslos a sus costados cuando se corrió, atrapada por una convulsión.

—Eso es, preciosa.

Se detuvo y la contempló, era hermosa. Le daban ganas de morder su nariz pequeña y respingada. Su cabello era una cascada caoba que se arremolinaba alrededor de su cabeza. Y sus pestañas oscuras eran dos abanicos que se abrieron para dejar al descubierto esos ojos que le empezaban a gustar más de la cuenta.

Ella esbozó una sonrisita repleta de satisfacción y envolvió su cuello con los brazos para jalarlo y obligarlo a besarla.

Sentía su mirada puesta en su espalda mientras colocaba la película en el DVD, estaba sentado en el sillón con un plato lleno de palomitas de maíz y cacahuates. Vio que los cortos empezaban y regresó a su lugar junto a él, quien la rodeó con su brazo y la pegó a su costado.

Hacía mucho tiempo que no se la pasaba tan bien.

La película empezó, pero como ya había ocurrido antes, no pudo prestar atención pues Jay jugueteaba con su lóbulo. Fingió que no estaba derritiéndose y tomó un puñado de frituras.

—Morenita. —Su voz ronca la hizo suspirar, ¿no le iba a dar ni un segundo de paz?—. ¿Te gustan las películas románticas?

—Me gustan, ¿algún problema? —cuestionó recargando la nuca en su antebrazo y mirándolo cara a cara. Estaban muy cerca. Sus ojos cayeron en una cicatriz arriba de su ceja. Fue a tocarla y a delinearla—. ¿Qué te ocurrió aquí?

—Cuando estaba chico me caí de la bicicleta, me quedó una marca.

—Nunca me caí de ninguna parte —susurró ella sin dejar de observar el único defecto de su rostro.

—¿Eras como una princesa?

Ella sonrió sin poder evitarlo.

—Algo así, ¿y tú? ¿Es lindo Venezuela?

—Es hermoso, los colores, los paisajes, la comida, la gente.—Empezó con la mirada perdida, recordando los buenos tiempos—. No viví en un palacio, tuve que trabajar desde que era muy joven en un mercado, mi padre nos abandonó cuando se enteró que mamá estaba embarazada. Mis abuelos nos sacaron adelante, les intento regresar un poco de lo que me dieron.

Extrañaba tanto allá.

—¿Conoces a tu padre? —cuestionó ella acariciando su pómulo. Jayden se estaba convirtiendo en jalea, no quería que el momento se terminara. Las barreras no estaban, el hielo se había derretido, necesitaba tomar todo lo que pudiera.

—Sí, es un bastardo. —Pensar que el bastardo era él lo hizo arrugar la frente, no quería amargarse con esos pensamientos—. ¿Y tu padre?

—Era increíble —susurró, detuvo las caricias y miró hacia otro lado—. El mejor de todos.

Fue entonces cuando supo que estaba escondiendo algo y quería saber qué era.  


* * *


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