| Capítulo 12 | parte I
* * *
Como si estuviera familiarizada con el entorno, dejó que su bolsa cayera en el sillón y después se sentó escuchando los rechinidos del mueble.
—Gracias por la ayuda, morenita —dijo él al pasar por la puerta cargando la cena y una botella de refresco.
—Oh, lo siento —se disculpó
Ella se puso de pie con premura para echarle una mano, se dirigió a la cocina, donde buscó los platos, vasos y cubiertos. Él atrapó su cintura antes de que pudiera servir la cena.
—Era una broma —murmuró contra su oído, al tiempo que la obligaba a caminar hasta ubicarla en un banquito.
Habían decidido hacer unas cuantas paradas en el camino, se detuvieron en un local de pizzas y compraron la más grande. Se habían peleado por los ingredientes, al final optaron por dividirla.
Mandy no podía entender cómo es que si ya llevaba un tiempo viviendo en la ciudad todavía no compraba comida. Su refrigerador estaba prácticamente vacío: solo había unas cuantas botellas de agua, jugo, mantequilla y leche.
Se sentó con su ayuda, aunque no la necesitaba, pero no quiso decírselo porque estaba disfrutando de los toques intencionados que le daba. Desde que salieron de su casa fue así, él aprovechaba cualquier cosa, por mínima que fuera, para rozar alguna parte de su cuerpo.
Él se sentó en frente después de colocar dos vasos en la encimera. Cada uno se sirvió la gaseosa, Jayden fue el primero en tomar una rebanada de pizza.
—Así que te gusta la pizza mexicana. —Lo estaba afirmando, pero se escuchó como pregunta. La castaña mordió su pedazo y asintió con la cabeza, no obtuvo respuesta, así que lo enfocó con curiosidad—. ¿Cuál es tu helado favorito?
La pregunta salió antes de que pudiera meditar sus palabras. Mierda, ¿por qué le había preguntado eso? Era la cosa más tonta.
—¿Por qué te lo diría? —cuestionó ella con un dejo de diversión—. ¿Tienes que saberlo para tener sexo?
—Podría untarme tu helado favorito en el cuerpo. —Jay alzó una ceja con picardía.
—Fresas con crema, no hay nada que me guste más. —Hizo una pausa y frunció el ceño, después agregó—: Excepto los Doritos.
—¿Te gusta comer frituras? —preguntó, asombrado.
Ella rio por lo bajo.
—Creo que si como pizza, las frituras entran en mi dieta también.
—¿Qué prefieres? ¿Doritos con queso derretido o helado de fresas con crema? —De haber sido otro momento, se habría regañado por esa conversación, pero se sentía tan cómodo que le daba lo mismo.
Miranda se quedó pensativa, como si hacer esa decisión fuera la cosa más difícil del mundo.
—Doritos con queso derretido —dijo, antes de tomar otra porción de la caja.
Si alguien le hubiera dicho que la dueña de la importante fábrica Vinos Pemberton, quien además de ser millonaria, se codeaba con gente de alta alcurnia y siempre vivió rodeada de lujos, podía comer con las manos y lamer salsa de tomate de sus dedos... Jayden habría bufado.
Y si le hubieran dicho que comía helado de crema, refresco y frituras con queso, se habría carcajeado. Él jamás podría tener tanto dinero como para costear comida cara, así que era refrescante verla.
Miranda Pemberton era muy diferente a como se la había imaginado, muy distinta a la primera impresión que tuvo. Era fría y distante en ocasiones, pero sabía que solo era un escudo. Era fascinante.
—¿Y el tuyo? —cuestionó ella, dándole otra mordida a su cena.
—Odio el helado.
La boca de la castaña se abrió por el asombro.
—¡Por Dios! ¿A quién carajos no le gusta el helado? Es como decir que la tierra es cuadrada. ¿Por qué no te gusta?
—Solo... no es mi tipo de aperitivo. —Recargó el codo en la barra y colocó su barbilla encima de sus nudillos. ¡Joder! Miranda lo contempló, ¡le estaba dando la mirada caliente llena de palabras que quería escuchar a oscuras y al oído! Vislumbró cómo los ojos masculinos miraban sus labios—. Me gusta otra clase de golosinas, ¿crees que pueda tener un poco de azúcar después de la cena?
Tuvo que apretar las piernas debajo de la mesa para no desmayarse o, en el mejor de los casos, abanicarse. Este tipo tenía poderes o algo, de lo contrario no comprendía por qué su cuerpo se alteraba tan rápido. Él decía palabras soeces, tronaba los dedos y ya estaba ansiosa.
—No lo sé, tendremos que revisar tu comportamiento —torció con una sonrisa divertida, botando la masa sobrante de su rebanada en el cartón.
Vio el brillo en su mirada oscura cruzar de manera fugaz, tembló por la anticipación. Como un puma se puso de pie y se acercó. Giró el banquillo donde estaba sentada para que lo enfrentara y abrió sus muslos para situarse entre ellos. Miranda le rodeó la cadera, sus brazos se aferraron a sus hombros, mientras Jayden apresaba su cintura y la apretaba fuerte contra su pecho.
—No he parado de pensar en ti en todo el puto día. Ahora mismo estoy desesperado por acariciarte, quiero besarte. Morenita, eres muy peligrosa para mí, me haces perder la cabeza.
—Tú también eres peligroso para mí.
Sus manos gruesas bajaron por su columna, tomaron su cadera y la empujaron hacia adelante.
—No me sueltes —susurró en su oído antes de alzarla.
Jayden la cargó. Colgando, la llevó hacia un lugar más tranquilo. Hoy iba a disfrutar, no es que no lo hubiera hecho otras veces, pero esta se tomaría su tiempo. Cruzó la sala y se encaminó a su habitación.
Solo había una cama envuelta en sábanas simples de color café, dos mesitas, en una de ellas había una lámpara y un reloj digital. La puerta del armario estaba abierta, ella alcanzó a ver unas cuantas corbatas colgadas ordenadamente en un gancho metálico. No había lujos, pero todo estaba limpio y pulcro, y olía a él.
La dejó sobre sus pies en medio de la habitación, pero no la soltó. Retiró un mechón de cabello con una suave caricia y bajó sus labios a los suyos. El roce fue lento y tentador al principio, Miranda capturó el labio superior y lo succionó, después hizo lo mismo con el de abajo. Los dedos de Mandy cepillaron su corto cabello y jalaron con suavidad, el hombre soltó un gruñido.
Ella lo invitó, él no rechazó la oferta. El beso húmedo y cálido le supo a gloria, sus manos comenzaron a moverse por su cintura, sus caderas.
—Podría besarte todo el jodido tiempo —dijo él con la voz enronquecida.
La giró, poniéndola de espaldas. Su miembro erecto se presionó contra su trasero, su perfecto culo redondeado se bamboleó para provocarlo. Jay palpó los costados de su cintura, el suéter de algodón le pareció la prenda más tentadora y se la quería quitar ya. La ropa fue arrojada al suelo pues tener su piel de canela hirviendo merecía su atención.
Llevaba un sostén de encaje negro que acentuaba sus pechos, se relamió los labios para aliviar la picazón y la ansiedad de saciarse a lengüetazos.
Retiró el cabello de uno de sus hombros y lo pasó hacia el otro lado. La sintió temblar cuando rozó el lóbulo suave y dio un besito a la base de su oreja. Sus yemas trazaron una delicada línea que subía por su estómago y el medio de sus costillas. Mandy apoyó la cabeza en el duro hombro del hombre y se dedicó a sentir, ya su corazón iba desesperado.
Jay llegó al borde de encaje de sus bragas y tentó la tela con sus dedos.
—Qué lindo —susurró en su oído, dejando que su aliento le hiciera cosquillas.
Ella, por instinto, buscó la fricción. Jay flexionó las caderas y le dio lo que quería, logrando que jadeara y se mordisqueara el labio.
Su erección dolía, sentía la imperiosa urgencia de hundirse en ella, pero se contuvo.
Siguió su subiendo hasta llegar al nacimiento de su cuello, sin prestar demasiada atención a los dos pezones fruncidos que se notaban a pesar de la tela del sostén. Tomó su mandíbula y la giro para capturar sus labios en un beso fogoso, lleno de lujuria y succiones. Sus caderas se movían automáticamente, lo empujaba y rozaba hasta hacerlo gruñir.
Invirtió el recorrido que dio su mano, sin dejar de comerle esos labios que habían estado alrededor de su pene, esa boca que lo había llevado a la locura más temprano. Recordó y eso solo hizo que la deseara más, necesitaba comprobar que tan desesperada estaba. Bajó hasta llegar a la pretina de su apretado pantalón que escondía esas caderas de muerte.
Desabrochó el botón, entretanto succionaba su lengua. Lo único que se escuchaba eran las succiones de sus bocas, los suspiros, los jadeos ahogados y los gruñidos que él dejaba escapar. Dios, ¿por qué tenía que ser tan dulce?
Mordió su labio inferior y le dio un jaloncito, la miró a los ojos cuando bajó el cierre.
—Sí... —Suspiró ella, ahogada en el placer.
Jay depositó un beso en su hombro desnudo y después se echó hacia atrás, ella inmediatamente sintió el frío. Él se agachó un poco para besar el medio de sus escápulas. Así fue dejando un reguero de besos por su columna que se encorvaba mientras la recorría con la lengua. Se puso de cuclillas y ayudó a que se quitara las botas, después le bajó el pantalón.
Ante él quedó su trasero, guardado por unas delicadas bragas de encaje con dos moñitos a los costados. La besó ahí porque no pudo resistirse. Miranda gimió al sentir sus dientes y caricias traviesas.
Jay se puso de pie de un salto y le dio la vuelta. Se tomó un minuto para mirar la mujer que tenía delante.
Ella se mordió su labio y dio un paso. Sus manos volaron hacia su camisa, con dedos firmes fue desabrochando los botones, se la sacó recorriendo con sus palmas sus hombros, haciendo que los vellos se erizaran conforme iba tocando, y la arrojó al suelo. Jay no podía dejar de mirarla, de contemplar cómo sus ojos recorrían su pecho, cómo se le aceleraba la respiración al bajar la mirada hacia su abdomen.
Sus manos suaves y delgadas acariciaron esa zona, tembló de puro placer.
Detuvo sus manos cuando se dio cuenta que quería sacarle el pantalón. Hizo que sus brazos rodearan su cuello mientras caminaba con ella hacia la cama.
—¿Por qué no me dejaste? —preguntó, confundida y sofocada.
—Porque necesito saborearte primero.
Ella sonrió de lado al tiempo que la parte interna de sus rodillas toparon con el filo del colchón.
Mandy se soltó y se sentó para luego arrastrarse hacia atrás. Jay se coló entre sus piernas, la presionó contra en colchón y se sumergió en su cuello.
—Me vuelves loco, Mandy.
Ella se retorció al sentir su aliento en su oído, provocando que sus caderas encajaran y su dureza perforara su calidez. Su zona sensible palpitó, ¡Dios! Sentía que todo le daba vueltas. Él lamió su cuello, mientras una de sus manos apresaba su seno y lo apretaba por encima del encaje.
Sentía el peso de su cuerpo, era tan pequeña debajo de él. Sus manos grandes desabrocharon por delante el sostén y dejaron a la vista sus pechos redondos. Jay vio los pezones turgentes, tensos, listos para que los tomara.
—Tan hermosa —susurró contra su piel antes de capturar uno con la boca.
—Jay... —suspiró su nombre cuando lo sintió recorriéndola. El hombre succionó el botón, hizo que se encorvara y se entregara más.
—¿Te gusta?
Sus dedos femeninos cepillaron su cabello oscuro mientras atendía al pezón con su lengua, el otro pecho fue atendido con sus manos, sus dedos retorcieron el montículo siguiendo el mismo ritmo le daba su boca.
—Sí —dijo su timbre aterciopelado. No contenía los suspiros y los jadeos, los suaves gemidos.
Alzó la vista para mirarla, tenía los párpados cerrados y los labios entreabiertos.
Siguió bajando con sus besos, dejando que su lengua tocara sus costillas hasta sumergirse en su obligo. Sus labios impartieron una tortura, llegaron a los huesos de su cadera, los delineó de un lado a otro. Pensó que subiría, pero bajó para besarla por encima de la fina tela de su ropa interior.
—Ah... —gimió ella y apretó su labio para no ponerse a jadear sin sentido. La respiración se le aceleró cuando sintió su aliento calentándola. ¡Un beso ahí! ¡Justo ahí! Sus yemas trazaron la línea de unión de sus pliegues, mandando un espasmo que la electrificó—. Dios, sí...
—Estás muy húmeda —susurró con la voz ronca creándole un escalofrío.
Jayden se puso de rodillas y abrió sus piernas. Le deslizó con suavidad las bragas, dejando al descubierto su parte más sensible. Ella casi se corre al ver el fuego en su mirada, al ver cómo se relamía los labios, mirando ese punto que, aunque había sido tocado antes, jamás inspeccionado de ese modo.
Sintió pena, luchó con las ganas de pedirle que dejara de hacerlo solo porque estaba un tanto fascinada y excitada.
Se le atoró la respiración cuando él tomó su pierna derecha y depositó un beso en su tobillo, suspiró al sentir cómo subía dejando toques y mordidas traviesas en la piel de su muslo y entrepierna. Hizo lo mismo con el otro, solo que esta vez no se detuvo.
Se retorció cuando jugueteó rodeando sus nervios. Se atrevió a mirar y la vista hizo que gimiera, él estaba enterrado entre sus muslos. ¿De verdad iba a hacer eso? ¡Joder! ¿Ella lo resistiría? Jayden aspiró profundo.
—¡Jayden! ¡Oh, Dios! Necesito...
Sentía las contracciones en su parte baja, apretaba sus músculos, pero en lugar de aliviar hacia la necesidad más intensa. Estaba mojada, caliente y resbalosa. Los nervios le latían, estaba esperando que él hiciera cualquier cosa para estallar en mil pedazos.
—Morenita, hueles divino. —Él besó sus pliegues, pero evitaba tocar ese punto. Miranda lloriqueó—. Tranquila, cariño, ya voy.
Dio besitos, entretanto Mandy se retorcía y lloriqueaba, fuera de sí. Volvió a oler su embriagante aroma, el deseo lo estaba matando, ninguna mujer lo había puesto tan caliente.
—¡Mierda! —gritó, extasiada cuando sintió el primer lengüetazo tentando, echó el cuello hacia atrás. Apretó los párpados cuando subió y se concentró en la bola de nervios—. Santo Señor...
—Solo soy yo, preciosa.
Las vibraciones de su timbre eran otra cosa más para agregar a la lista de torturas deliciosas que Jayden Donnelle le hacía, justo ahí ocasionaban que sus músculos ondearan y se apretaran y le fundieran la mente.
Tocó alrededor con demasiada suavidad, ella quiso moverse a su ritmo, bailar según los movimientos de su experta y húmeda lengua, pero Jay ancló sus caderas al colchón.
—Por favor —suplicó.
—Mmmh. —Gimió—. Eres exquisita, mi dulce favorito.
—Oh, sí, Jay, e-eso se siente bien.
Jadeó percibiendo cómo las caricias la hinchaban. Él se movía hacia un lado y luego cambiaba la dirección, hacia un montón de movimientos que iban a volverla loca. Apretó el edredón con sus dedos y se entregó a su lengua, su bendita lengua. Ya no sabía qué estaba haciendo, abrió la boca y se arqueó cuando introdujo un dedo en su hendidura.
Sus sonidos y susurros de placer se hicieron indescifrables.
—Eso, morenita, vente para mí.
Sus piernas temblaron, su estómago se contrajo, su trasero se acalambró al partirse en millones de fragmentos.
Sintió que tocaba las estrellas cuando las ondas de placer la cubrieron, una explosión de sensaciones estalló en su vientre lleno y subió por todas sus terminaciones. Gritó mientras se convulsionaba y sacudía la cabeza hacia los lados.
Por un momento se quedó más que sumergida en esa nube erótica de la que no quería bajar. ¿Cómo es que este hombre andaba por ahí haciendo esas cosas? Tenía un arma y ella ni siquiera estaba enterada.
La cubrió y colocó sus manos a los costados de su cabeza. Jay besó su barbilla, entretanto sus brazos rodeaban su cintura.
—Eres increíble —le dijo él al oído.
Abrió los ojos y se topó con los suyos tan oscuros como un hoyo negro, quería navegar ahí y jamás volver. Le había dado el mejor orgasmo de su vida, todavía estaba temblando y sintiendo los espasmos placenteros que le erizaban la piel.
Lo atrajo dándole un jaloncito hasta que sus bocas se unieron y sus lenguas danzaron juntas. La lengua de Jay buscó la suya y la acarició haciéndola soltar un suspiro. Fue un beso tan lento y embriagador que no se esperó que su miembro se hundiera en su interior de un solo golpe. ¿Cuándo se quitó la ropa? ¿Cuándo mierda se puso el preservativo? Lo último que recordaba era que traía puesto el pantalón.
Sintió el grosor de Jayden palpitando en su interior, era caliente y lo sentía hasta el fondo causándole remolinos en la cabeza.
—Oh...—Suspiró, ahogando sus gemidos en ese beso húmedo cuando él giró las caderas. Era tan grande y grueso y no sabía qué demonios hacer, lo sentía hasta lo más profundo.
—Estás muy apretada —dijo y gruñó con la mandíbula tensa. Ella volvió a apretar sus músculos alrededor de él—. Mierda, me voy a correr si sigues haciendo eso.
Eso quería, deseaba volverlo loco así como él la estaba enloqueciendo. Jay se deslizó hacia afuera y después entró hasta el fondo, gimieron juntos. Adoptó un ritmo, entraba y salía con calma, y después movía la cadera en círculos, golpeando el punto exacto para hacerla suspirar. Sus piernas largas rodearon la cintura de Jay, quien gruño y la besó con más dureza.
Sus labios implacables la tomaron, le tomó la nuca y la echó hacia atrás para besarla profundamente, perdido por completo en sus sonidos de satisfacción. Salió otra vez, ella elevó la cadera para que pudiera regresar, lo buscaba, lo quería llenándola y eso hizo que perdiera la cabeza.
La observó de cerca, tenía los párpados cerrados, pero cuando los abrió y vio el calor en ellos, una corriente eléctrica se apoderó de su columna.
Aceleró el ritmo, ella se aferró a sus hombros y clavó sus uñas.
Jay sentía su miembro hinchado rozando su humedad. Tomó una pierna y la puso sobre su hombro para llegar más profundo, sabía que estaba cerca, él también.
La bombeo con frenetismo, al tiempo que giraba las caderas y disfrutaba de cómo ella lo apretaba.
No se iba a perder ni un segundo, le fascinaba su cabello revuelto, el rubor que coloreaba a sus mejillas, la ligera capa de sudor que se precipitaba en su frente, los ojos vidriosos que lo observaban, su respiración agitada que empujaba sus senos hacia arriba y cómo decía su nombre entre suspiros.
Gruñó al sentir cómo lo apretaba de nuevo.
—Me matas cuando me aprietas —murmuró casi rechinando los dientes. Solo tenía que soportar un poco más.
—¿Lo sientes? —preguntó, temblorosa—. ¿Te gusta?
—Se siente muy bien. —Su voz enronquecida en su oído le erizó más la piel, las puntas de sus pechos se fruncieron, se derritió.
Su vientre se fue llenando como un globo hasta que no pudo soportarlo más. Se dejó ir y volvió a correrse. Jayden también se dejó ir un segundo después y gimió en voz alta. Después aflojó el cuerpo y cayó encima de ella.
Miranda lo recibió y lo abrazó, sintiendo las palpitaciones y las contracciones. Sus piernas débiles cayeron en el colchón, se sentía extremadamente saciada.
Cerró los párpados e hizo una mueca cuando Jay salió de su interior y se alejó. Se perdió en una puertita que supuso era el baño.
¿Ahora qué? ¿Se levantaba? ¿Se vestía y se iba al sofá? Su cabeza era una maraña de preguntas. Creyó que a él no le gustaría que se quedara en su cuarto por toda la cosa de la aventura momentánea, así que se enderezó, dispuesta a vestirse.
—Ni se te ocurra —su susurro la paró en seco, lo miró con la ceja enarcada—. Eres mía todo el fin de semana, justo ahora quiero que te quedes en mi cama.
Lo analizó por un momento, su desnudez la dejó muda. Ella volvió a la comodidad de la cama, él también regresó a su lado. Se arrastró hasta que su cuerpo coincidió con el de ella, Jay no dudó en rodearla.
* * *
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro