| Capítulo 11 |
* * *
Entró a la oficina perfectamente vestida con su falda de vestir de color crema y una blusa de seda negra. En el brazo llevaba su saco colgado y su maletín en la mano libre. Germán le había marcado muy temprano en la mañana porque quería conversar sobre los incidentes en el viñedo.
Se detuvo en seco a mitad de camino. Jayden estaba afuera de su oficina, esperándola en uno de los sillones de recepción, quiso creer; pero no estaba solo. Isidora se encontraba sentada a su lado.
Apretó los dientes cuando la vio reír con coquetería, se acercó más de la cuenta a Jay, quien parecía no inmutarse, y eso no le gustó en absoluto.
Isidora era hermosa, su melena rojiza y ondulada era llamativa como el fuego. Delgada y de facciones refinadas, sus ojos eran grandes y sus pestañas largas.
Ella y Jayden no eran nada, eran encuentros casuales donde tenían el sexo más sublime que había experimentado alguna vez; pero nada más. Él podía salir con quien se le diera la gana, ¿quería salir con Isidora? No se le veía muy animado a su alrededor, pero tampoco era el ser más parlanchín.
No, no le gustó para nada porque sabía perfectamente qué era ese sentimiento que la asediaba, no iba a hacerse la tonta. Eran celos.
Estaba celosa de su secretaria.
El descubrimiento la dejó pasmada en el suelo. Otra vez.
¿Por qué demonios estaba celosa? No, no podía ser eso. La confusión se hizo paso en su cabeza. Se sintió ridícula, tenía que relajarse, respirar y retroceder.
Nunca había sido del tipo celoso, así que sentir eso la estaba poniendo ansiosa. Iba a dar un paso atrás para ir a mojarse la cara al baño, pero Jay levantó la cabeza como si hubiera sentido que estaba siendo observado.
Se obligó a que sus comisuras ascendieran, él se puso de pie con galantería y dejó a la mujer en el sofá. Bueno, al menos no parecía interesado. También le molestó el alivio que sintió cuando le sonrió de lado con la misma picardía de siempre.
—Buenos días —saludó sin dejar de mirarla.
No solo era atractivo, tenía esa presencia encantadora y traviesa, esa aura misteriosa, esos gestos que la perseguían por las noches, el olor hipnótico, se notaba que tenía cerebro y además cogía como los dioses. Miranda tenía miedo de sufrir un ligero enamoramiento, debía controlar la posesividad que despertaba o las cosas terminarían muy mal.
No podía mentirse diciendo que iba a alejarse porque no funcionaría, aunque eso significara que tenía poca fuerza de voluntad.
—Buenos días, señor Donnelle —contestó mordiéndose el labio—. ¿Se le ofrece algo?
El mencionado sonrió con suficiencia y se rascó la barbilla. Mierda, esa barba, esa jodida barba que se moría por tocar.
Sacudió la cabeza para apartar sus pensamientos pasados de tono, y se rogó concentración. ¡Vamos! ¡No era muy difícil!
—En realidad sí, quiero hablar contigo. —La seriedad con la que habló le indicó que era algo importante. Asintió e iba a caminar para que la acompañara, pero vio a Germán salir del elevador.
—¿Te parece si te busco más tarde? Pasa que ya tenía a alguien para esta hora.
Jayden buscó a Isidora con la mirada para comprobar si prestaba atención al intercambio, al ver que la muchacha estaba sumergida en una conversación telefónica, dio un paso hacia la morena. Quería ponerle las manos encima, tuvo que guardárselas en los bolsillos para no cometer una locura frente a todos.
—¿Y si te digo que es urgente besarte? —preguntó él.
Miranda tomó aire y se mojó los labios, la visión de su lengua lo hizo temblar. Se estaba haciendo adicto a esta mujer. Creyó que al tomarla las ganas de poseerla menguarían, no obstante, ocurrió todo lo contrario. Lo que sentía aumentó, la atracción se volvió irresistible. Ya no podía controlarse.
Le asustaba demasiado el hecho de desearla todo el tiempo y, al parecer, que nunca se saciaba; pero también era nuevo y le gustaba ver que ella parecía sentir lo mismo. No pasó desapercibida su reacción cuando lo vio junto a su secretaria, fue muy consciente de la mirada asesina que le dirigió a esta aunque intentaba esconderlo.
Pensó que correría lejos, pero como siempre, lo sorprendió y se acercó con la barbilla alzada. Era única.
—Si ese es el caso, tendría que cancelar la cita y pasarlo a usted —murmuró, complaciéndolo.
—Es urgente, pero puedo esperar, morenita. Atiende a tu cita y luego me buscas, ¿de acuerdo?
Asintió, conforme. Le dio una sonrisita de lado antes de rodearlo yencaminarse a su oficina.
Germán entró cinco minutos después y comenzó a charlar sobre el acontecimiento de la plaga en las cajas de uvas. La verdad es que no le dijo nada que no le hubiera dicho por teléfono, entonces supo que la visita era enteramente para ver a Dalilah.
No quiso preguntar nada al respecto, a pesar de que tenía la pregunta en la punta de la lengua, luego cuestionaría a su hermana.
Se despidió alegando que tenía que llegar al hotel, pues a pesar de que estaba en otra ciudad, seguía trabajando. Casi quiso pedirle que no hiciera nada y disfrutara su estadía, después de todo, nunca tomaba vacaciones, era normal verlo adherido a sus labores.
Mandó un correo electrónico y cerró la bandeja de entrada. El reloj indicaba que era la una de la tarde, seguramente todos ya estaban en el comedor.
Muy bien. Se puso sobre sus pies y se acomodó la ropa, ni siquiera sabía qué le iba a decir, no tenía idea de cómo reaccionar después de descubrir que se puso celosa. Tal vez estaba haciendo una tormenta en un vaso de agua, pero el sentimiento la hacía sentir vulnerable. Y ella odiaba la vulnerabilidad porque durante mucho tiempo la había acompañado.
Su marido hizo que se sintiera débil, perder a su padre también, y Marione entraba en la lista. Estaba un poco asustada, sabía que lo más prudente era simplemente dejar la relación con Donnelle, pero no podía, no todavía.
Sus tacones resonaron mientras caminaba hacia la salida, afortunadamente no había mucha gente en el área. Una que otra asistente, sin embargo, estaban sumidas en sus ocupaciones. ¡Gracias al cielo!
Se detuvo frente a su puerta y tocó dos veces.
—¡Adelante!
Tomó un respiro profundo para serenarse antes de entrar.
Ahí estaba él detrás de su escritorio, tecleando algo. Levantó la mirada y le prestó atención.
—Sé que quieres decirme algo, pero necesito empezar primero, será rápido. —Estaba tan nerviosa, incluso sentía las palmas sudorosas. No obstante, era necesario dejar algunas cosas claras—. Ehr... si vas a salir con alguien más de la empresa me gustaría que me lo dijeras porque no quiero problemas.
Él se recargó en el respaldo y la contempló con curiosidad.
—Morenita, Isidora no me interesa, si es por eso por lo que lo estás diciendo. Creo que te lo dije una vez, pero si no lo he hecho, lo repetiré. Sé perfectamente qué es lo que quiero y busco, y a ti es a quien deseo.
—Por ahora —murmuró, sorprendiéndolo.
—Sí, por ahora —confirmó, seco—. No me ando con juegos, si esto deja de funcionar, te lo diré. Creo que deberíamos hacer un trato.
—¿Un trato? —preguntó con sus ojos bien abiertos, parecía una niña pequeña queriendo aprender una lección.
—Ajá. Ven aquí. —Golpeó su regazo y arrastró la silla hacia atrás, invitándola a sentarse en sus muslos.
Dubitativa, rodeó la mesa y se detuvo frente a él. Estaba dudando, y a él le pareció tierno su semblante. Fue a tomarle la cadera y le dio la vuelta, para después sentarla sobre él.
Soltó una risita al sentirla tensa y muy quieta, casi como si no quisiera moverse. La abrazó desde atrás con ambos brazos.
—Tranquila, es normal sentirse así, no tengas miedo —susurró.
—¿Cómo sabes que me siento así? —preguntó un tanto cohibida. Su timidez le sacó un suspiro soñador, tenía tantos matices y todos los quería vislumbrar.
—Porque lo veo en tu cara. —Él apoyó la mandíbula en la curvatura de su hombro—. Es normal, ¿sabes?
—¿Qué cosa? —preguntó, escéptica.
—Sentir posesividad, es decir, cuando disfrutas tanto algo, no quieres que nadie más lo disfrute.
—¿Te ha pasado?
—No porque no te he visto con nadie. —La sintió sonreír y relajarse. Le gustaba relajada a su alrededor—. Sé que no me agradaría verte con otro, no he disfrutado lo suficiente, ¿tú sí?
Negó con un movimiento de cabeza y se apoyó contra su pecho. Sí, así estaban bien, no tenían por qué preocuparse.
—Te propongo que mientras estemos disfrutando el uno con el otro no disfrutemos con otras personas. Solo nosotros dos por ahora. Si quieres terminar esto o yo quiero hacerlo lo decimos y listo. Todos felices y contentos.
—De acuerdo —murmuró.
Hundió la nariz en su cabello y aspiró, llenándose de su olor.
—Hueles tan bien, Mandy.
Ella carraspeó, él tarde se dio cuenta del desliz, pero hizo como si nada hubiera pasado.
—¿Qué era lo que ibas a decirme en la mañana? —preguntó ella, quien se retorció en su regazo, tentando a su miembro creciente que empezaba a molestarle.
—Estoy haciendo el informe para enviar a Grape Blue, pensé que querrías verlo antes de que lo mandara. —Seguía navegando por su cabello y su cuello, olfateando su aroma.
—No, prefiero no leer, es tu trabajo y no quiero meterme en eso. No debes sentirte comprometido a decir cosas buenas porque estamos... ya sabes, acostándonos. Tengo el corazón duro, así que puedes ser malo.
—El que está duro soy yo, morenita, y seré muy malo si no te beso ahora mismo.
Miranda soltó una carcajada que le supo a su golosina preferida. Jay subió su mano hasta tomar su barbilla y girarla para que lo mirara. Sus ojos marrones ya estaban dilatados y se clavaron en los suyos. Eran brillantes, fascinantes. Podría quedarse mirándolos por horas.
Juntaron sus labios en un beso lento que se prolongó más de la cuenta, Jay empezaba a disfrutar de besarla y nada más.
Estaba tan perdido en el beso que jadeó con sorpresa cuando sintió una caricia que no esperaba. Rompió el beso y echó la cabeza hacia atrás. Su mano lo acariciaba y daba apretones placenteros. Le estaba dando el masaje más exquisito que alguien le hubiera dado alguna vez.
—Me sorprendes —dijo con la voz enronquecida, entregado por completo a las caricias que Miranda impartía. Dios, si le hubiera exigido que fuera su esclavo, el habría aceptado sin dudarlo.
—Tal vez no te he sorprendido lo suficiente.
La extrañó cuando ella se puso de pie. No pudo averiguar a qué se refería porque ella le abrió las piernas y se colocó en el hueco, luego descendió hasta quedar de rodillas. ¡Oh, santa mierda! ¿A caso iba a hacer lo que creía que iba a hacer? No iba a soportar demasiado.
La morena lo contempló con una mueca de diversión que solo hizo que temblara de deseo. Se mordió su labio, dejó que sus manos delicadas y suaves se colocaran sobre sus rodillas. Jay no apartó la mirada del mar marrón de sus ojos mientras le sacaba el aire, subiendo con lentitud por sus muslos hasta llegar a su entrepierna.
Su palma volvió a masajear su longitud, sus dedos lo apretujaron de nuevo, Jay soltó una exclamación cuando ella se relamió los labios. Jamás se había excitado tanto y tan rápido, quería engarrotar los dedos de los pies, tuvo que conformarse con apretar los brazos de la silla.
Miranda abrió el cinturón tan lento que juró que le regresaría el favor, la volvería loca de deseo cuando tuviera la oportunidad. Desabrochó el pantalón y bajó el cierre.
—¿Me ayudas? —cuestionó con la voz aterciopelada. A esas alturas no podía razonar, no sabía de qué estaba hablando—. Sácalo.
Con las manos temblorosas, sacó su dureza, la expresión que puso casi lo lleva al orgasmo. Fue peor cuando su mano lo tomó con fuerza y arrastró hacia abajo. Soltó un gruñido de placer. Ella regresó y volvió a bajar, sus movimientos eran fuertes y lo tenían de rodillas. Escalofríos se asentaron en su espalda baja y subieron hasta su cabeza.
Apretujó los párpados con fuerza al ver cómo se acercaba y, cuando su lengua lamió las gotas del líquido preseminal, no pudo contenerse.
—¡Mierda! —exclamó.
—Sabes bien —murmuró, él gimió.
—¡Joder, morenita! No me digas esas cosas, tu boquita es tan dulce...
Un gruñido salió de su garganta cuando su lengua lo rodeó. ¡Por Dios que quería verla! Pero si lo hacía explotaría y todo terminaría demasiado pronto.
Paseó por todo el miembro hinchado, recorriéndolo con paciencia, como si de verdad estuviera disfrutándolo.
—No voy a aguantar —musitó entre dientes, soltó un jadeo cuando lo tomó entero con la boca. Su lengua traviesa metiéndolo en problemas—. Oh, cariño, eso... eso se siente tan bien.
Sentía las vibraciones de sus gemidos en su miembro, rebotaban y lo hacían estremecer.
Su lengua volvió a bailar para volverlo loco. La enfocó y soltó un gemido al verla recibiéndolo. Sus ojos llenos de lujuria lo enfocaron.
No pudo más. La tensión contenida era demasiada.
—M-me voy a correr. —Escuchó su gemido y fue todo. Explotó echando el cuello hacia atrás y cerrando los párpados. El placer lo recorrió, satisfaciendo cada recóndito lugar de su cuerpo y de su mente.
Miranda tragó y lamió con picardía una última vez, antes de ponerse de pie.
—Eso fue espectacular, señor Donnelle.
Clavó sus pupilas en ella, quien estaba a su alcance.
—Eres perversamente increíble. —Suspiró.
Ella le sonrió con suficiencia, intentó responderle el gesto, pero todavía sentía los estragos de su asalto.
Se acomodó la ropa y puso todo en su lugar. Arrastró la silla para acercarse a ella, quien estaba sentada en el borde de su escritorio, todavía entre sus muslos. La encarceló y la admiró desde su posición.
—¿Estás libre el fin de semana? —Sabía que su ex iría por su hijo, pero necesitaba comprobarlo. Casi se puso a saltar de la felicidad cuando ella afirmó—. ¿Te gustaría pasarlo conmigo? No sé, podríamos hacer cosas interesantes.
La risita que soltó lo hizo babear, ¿por qué tenía que ser tan hermosa?
—De acuerdo, ¿pasas por mí hoy en la noche?
Oh, claro que lo haría.
—Cuenta con ello.
Miranda sonrió una vez más y se dobló por la mitad para darle un beso en los labios. Se hizo a un lado para dejarle el camino libre y la vio salir.
Mickey estuvo hablando de la salida con su padre toda la tarde, acomodó sus cosas en una maletilla. Obviamente su bate y su pelota de béisbol fueron los primeros tripulantes, su madre le ayudó con la ropa y todo lo demás.
Mandy repetía para sus adentros que no debía estar preocupada, pero sentía cierta presión en el pecho. Aunque no la percibía a menudo, si llegaba cuando Miguel se iba con su padre. Dalilah decía que era normal, que como siempre estaban juntos, tenerlo lejos le afectaba.
Para cuando Leandro llegó ella ya estaba lista para su cita. Se peinó el cabello y se puso los jeans más favorecedores que encontró en el armario, unos botines fueron los seleccionados para ser su calzado, y un suéter negro encima de una blusa gris finalizaban el atuendo. También preparó una mochila con su pijama, un cambio de ropa y su cepillo de dientes.
El timbre sonó y ella bajó corriendo, Estela ya había abierto la puerta para cuando llegó a la planta baja. Agitada, vio a su hijo tomar sus pertenencias y acercársele para darle un beso.
—No se te olvide que no debes desvelarte, cariño —dijo.
—¡Vamos, Miranda! Deja que se divierta.
La terapeuta de Mickey alguna vez le dijo que era muy importante que los padres no le quitaran autoridad ni contradijeran las reglas del otro, pero no pensaba repetirlo, hablar con Leandro era como intentar dialogar con una pared.
Mickey los contemplaba con el ceño fruncido, como si estuviera analizando algo importante.
—Te lo prometo, má —dijo él.
Miranda sonrió con dulzura y le aventó un beso, antes de que saliera con su padre hablando sobre sus notas del colegio.
Suspiró con pesadez. Era horrible perderlo de vista por tantos días.
Su nana se acercó y tocó su brazo.
—¿A dónde tan guapa? —preguntó a lo que negó con la cabeza, divertida—. ¿Irás de nuevo con el hombre misterioso del carro rojo?
—¡Lo viste! —Soltaron una carcajada al unísono, Estela no se perdía nada—. Voy a estar fuera el fin, pero regreso el domingo en la noche, ¿está bien?
—Claro, tienes que divertirte.
Media hora después el timbre volvió a sonar. Tomó sus cosas y se apresuró a salir. Él estaba del otro lado de la puerta sonriéndole, sus ojos oscuros estaban pintados de algo que no identificó
Él tomó su mano y le dio un jaloncito, ella le rodeó el cuello al estamparse en su pecho. Abrió la boca para saludarlo, pero Jay se adelantó.
—Ahora sí, eres toda mía.
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