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| Capítulo 10 |

* * *

Después del almuerzo se encerró en su despacho, le pidió a Isidora que no le pasara llamadas ni visitas a menos que fueran de la escuela de Mickey o Estela. Así que cuando timbró el teléfono soltó una maldición.

—¿Qué sucede? —preguntó con el temperamento controlado.

—Lo lamento, señora Pemberton, pero su ex marido dice que necesita hablar con usted y me dijo que no se cree que esté ocupada. Intenté convencerlo, pero...

¡Ese hijo de puta!

—No te preocupes, Isi, sé cómo es. Ponlo en la línea.

Tomó una respiración profunda mientras esperaba que el foquito verde parpadeara. Era común perder los estribos con él.

Deseaba fervientemente llevarse bien con el padre de su hijo por el bien de Mickey, pero Leandro no ponía de su parte.

—Buenas tardes, ¡qué milagro que te acuerdes! ¿Qué necesitas? —No podía dejar de apretar la mandíbula, sentía los dientes rechinar.

—Miranda, ¿cómo está Miguel? —Crispaba todos sus nervios, la ponía al límite. ¿En serio? ¿Después de dejarlo plantado preguntaba si estaba bien? ¿Después de largarse por semanas y no llamarlo para despedirse?—. Hablo para ver qué día puedo pasar por él.

—¿Cómo crees que está? ¿Eh? ¡Brincando de la felicidad porque su papá rompió su promesa otra vez!

Se puso de pie y clavó la vista en el asiento de en frente como si estuviera ahí.

—Estaba ocupado, deberías entender. —Su timbre estaba plagado de altanería, no había arrepentimiento, ni siquiera sabía por qué llamaba.

—¡¿Entender qué, Leandro?! ¡¿Que prefieres revolcarte con tu secretaria que pasar tiempo con tu hijo?! —Estaba levantando muchísimo la voz, pero sinceramente no le importaba quién pudiera escuchar. Después de todo, ya estaban acostumbrados a sus arranques de ira, Dalilah entraba y la calmaba con un té de manzanilla.

—No es de extrañar que la prefiera, ella me daba cosas que tú no podías darme. Necesitas relajarte y entender que estoy trabajando para mantenerlos...

Fue todo, no podía escuchar más.

—¡¿Mantenernos?! ¡¡No me hagas reír!! Tu dinero sigue en la cuenta y lo sabes muy bien, ¿crees que voy a usar tu maldito dinero? Mickey tiene de sobra, necesita que su supuesto padre se acuerde que tiene responsabilidades. Madura, Leandro.

Escuchó cómo aspiraba aire para contestarle, pero ella colgó en ese preciso momento. No quería oír más, estaba agotada de comprobar una y otra vez que era un patán. El problema era que Miguel no podía ver cómo era su padre, y no le apetecía abrirle los ojos para causarle más dolor.

La puerta se abrió, no levantó la cabeza para ver quién era, supuso que era su hermana.

—Es un idiota, lo lamento —susurró y apretó los párpados. No iba a llorar—. Dejó a Mickey plantado de nuevo, ¿sabes lo difícil que es explicarle que su padre no va a ir? Estoy cansada de esta situación, para el colmo me restregó en la cara su relación con esa mujer. —Suspiró—. «Me daba cosas que tú no podías darme».

Esperaba la voz de su hermana, pero le respondió alguien más.

—Definitivamente es peor que un idiota.

¡Oh, santo Jesús! Lo que le faltaba.

Encontró, sorprendida, los ojos del señor Donnelle. Su boca se abrió por la sorpresa, sintió cómo se le coloreaban y calentaban las mejillas. No solo la escuchó despotricar en el teléfono, también fue testigo de sus lloriqueos. ¡Qué horror!

—Lo siento, pensé que era mi hermana, no fue mi intención... —Se apresuró a aclarar, pero la interrumpió.

—Tonterías, no te disculpes.

Apartó la mirada y volvió a sacar el aire, la garganta la sentía rasposa. Deseaba estar sola, Leandro ya no le dolía, o quizá sí, no lo sabía; pero estaba segura de que lo odiaba por lastimar a su hijo.

Escuchó sus pasos, por debajo de sus pestañas lo vio rodear el escritorio y detenerse a su costado. Una de sus manos se posó en su hombro y apretó la zona, como si quisiera reconfortarla. Creó una marea en sus pensamientos de por sí revueltos.

—¡Epa, morenita! No te pongas así, seguramente es insufrible, pero necesitas calmarte. —La giró de un solo movimiento para que lo enfrentara.

Miranda alzó la vista para ver ese par de pupilas.

—Es que tú no entiendes, la única persona que sufre es nuestro hijo —susurró, decaída—. Ya no quiero que lo siga viendo...

—A ver, preciosa. —Tomó su rostro y lo alzó—. Ese sujeto es su padre te guste o no, ¿qué crees que tu hijo quiera? Si él no ayuda en esta relación, entonces hazlo tú por tu hijo. Si ya de por sí es complicado que lo vea deja que esté con él las pocas veces que puede. Al menos lo está intentando.

Se desinfló, sacó el aire de sus pulmones y deseó sobarse las sienes para calmar sus preocupaciones. Aunque le pesara, Jayden tenía razón, Mickey amaba a su padre y ella no iba a colaborar con su sufrimiento.

—Bien, le llamaré —gruñó, obtuvo una risita que la hizo sonreír.

Fue a coger el teléfono, marcó su número, le contestó la voz engreída de su secretaria antes de que se dignara a atenderla el otro.

—¿Ya estás más tranquila? —preguntó Leandro con tono burlón.

Apretó los puños y bufó, iba a soltar una sarta de groserías cuando sintió unos brazos fuertes rodearla y pegarla a un pecho.

Las palabras se le atoraron, al igual que la respiración, su miembro rozaba su trasero. Recostó la cabeza sobre su hombro y cerró los párpados.

Sip. —Fue lo único que pudo decir porque estaba más concentrada en los escalofríos que la recorrían. Jay dejó un besito en la curvatura de su cuello, quiso suspirar.

—Muy bien, ¿puedo pasar por Miguel el viernes por la noche?

Casi no podía escucharlo, era un murmullo lejano y distante, ya estaba en otra dimensión.

Las manos masculinas y venosas ascendieron por su estómago con lentitud, creando un mar de anticipación, unas ganas arrebatadoras de ser acariciada otra vez por sus dedos la embargaron. Quería que le arrancara la blusa y el sostén, y le mordisqueara los pechos después de raspar su piel sensible con los picos de su barba.

Comenzó a desabrochar los botones tan despacio que deseaba sacarse la prenda ella misma para que pudiera continuar. Se frotó contra su entrepierna, estaba más que listo para llenarla, se estaba poniendo toda resbalosa tan solo sintiéndolo.

Él volvió a mecerse al escuchar cómo se tragaba un gemido y aceleraba sus movimientos. Pronto la blusa quedó abierta.

No se reconocía, la Miranda del pasado lo habría sacado a patadas. En el mejor de los casos lo hubiera obligado a que la llevara a otro sitio; pero no ahí, no mientras hablaba con el padre de su hijo. Y mientras más lo pensaba, más morbo le daba.

—¿Miranda? ¿Sigues ahí?

Jay eligió justo ese momento para lamer su lóbulo.

—Sí... —Suspiró. Después se dio cuenta de lo que había hecho, carraspeó un tanto avergonzada—. De acuerdo, el viernes en la noche pasas por él. Que tengas buen día.

Tan pronto colgó, Jayden dejó las amabilidades, la volteó y caminó hacia atrás hasta que toparon con el filo del escritorio. Mandy se sentó, se arrastró hacia atrás y abrió las piernas para que él se situara en medio.

Su trasero fue acunado y amasado por encima de la ropa formal antes de atraerla hacia su cuerpo. Sus caderas encajaron, los dos soltaron un jadeo de satisfacción.

—No deberíamos hacer esto en la oficina, ¿sabes?

Miranda ladeó su cuello para dejarle el camino libre, el hombre no dudó ni un segundo. Besó el sendero hacia su mandíbula, ligeros toques que levantaron sus poros, mientras le sacaba la camisa resbalándola sobre los hombros, esta se arremolinó en la madera oscura de la mesa.

—¿Tienes reglas? Lindo, pero tú las rompiste primero, morenita.

Su dedo índice se colocó entre sus clavículas y bajó por el medio de sus senos, justo en la línea que los unía. Le provocó un temblor violento que repercutió en sus partes bajas. Sentía su erección friccionando su calidez, se meció contra él, ansiosa. Miranda se mordió el labio con fuerza, sintiendo cómo su bola de nervios reaccionaba y creaba oleadas de placer por todas sus terminaciones.

—Oh, Dios, parezco una adolescente.

Le daba tanta vergüenza la urgencia que sentía, pero sus músculos se apretaban involuntariamente, rogando atención. Su voz enronquecida y viril se combinó con una risita traviesa y divertida.

—Una colegiala sexy, ¿eh? —Su yema siguió bajando por el centro de sus costillas, rodeó su obligo y se detuvo en el borde de su pantalón, acaricio el borde, corriendo de un lado a otro.

—¿Esa es tu fantasía? —preguntó, sofocada. ¿Por qué seguían hablando?

—Mi fantasía eres tú —murmuró en su oído, entretanto le bajaba el pantalón que empezaba a estorbar. Sus muslos morenos rodearon su cadera, lo apresaron como una cadena. Mandy le clavó los talones para acercarlo más—. Mi fantasía eres tú desnuda en tu oficina porque eres caliente así. ¿Sabes lo que me gusta de ti?

Negó sacudiendo la cabeza mientras se obligaba a prestar atención y quitarle el puto pantalón, el cinturón entorpecía el movimiento de sus dedos, quería ver esa magnífica obra de arte que deseaba se sumergiera entre en sus profundidades.

No pudo continuar con la labor porque él pasó un dedo por encima de sus bragas, acariciando la división de sus pliegues. Intentó cerrar las piernas o rozar su dureza de nuevo, pero no se lo permitió. Su dedo presionó para llegar a la bola de nervios, las caricias se convirtieron en círculos que la llevaron al límite. Una, dos, tres veces, no lo supo. Solo podía retorcerse y guardarse los gemidos.

La acariciaba con infinita paciencia, la boca se le secó, tuvo que cerrar los párpados para ver las estrellas y disfrutar de las contracciones que la sacudían. No la estaba tocando directamente y ya estaba al borde del orgasmo.

—Mmmh... Tan ansiosa y lista para mí, me muero por probarte, pero no ahora porque necesito disfrutarte cuando lo haga.

—¡Joder, Jayden! Hazlo ya.

Su exigencia le sacó una sonrisa. Lo enfocó, solo entonces pudo ver sus ojos dilatados, su expresión llena de lujuria que la hizo temblar pues sus pupilas oscuras recorrían sus pechos, su cuello, su abdomen, la barría sin detenerse. Sus poros se levantaron al igual que la cima de sus senos se fruncieron.

Visualizó cómo se bajaba el pantalón con premura y colocaba un preservativo en toda su longitud. Su miembro le aceleró la respiración, gimió cuando lo vio acariciarse y echar la cabeza hacia atrás con satisfacción. Jay hizo a un lado sus bragas y acercó la punta a su hendidura.

—Sí... —No la penetraba, solo la abría, estiraba su interior y se echaba hacia atrás, jugueteando con sus terminales nerviosas y volviéndola loca—. Por favor, necesito sentirte.

No pudo más, no cuando ella lo miraba de esa forma. Sus labios entreabiertos liberaban suspiros y jadeos, se retorcía buscándolo.

Gimieron cuando, de una sola estocada, se introdujo hasta el fondo, hasta que no quedó un espacio desolado en su interior. Jayden vibró de deseo. Su pecho subía y bajaba, ver cómo se perdía en su interior, cómo desaparecía, lo excitó todavía más. Sus paredes lo recibieron y se cerraron a su alrededor como si lo hubieran estado esperando y no quisieran que se fuera. Mierda, no quería irse.

—¿Te gusta, Miranda? —Salió y volvió a estamparse, se inclinó para besarla algo desesperado. La unión de sus cuerpos los llevaba a otro estado corporal, a uno que inventaban con sus suspiros descontrolados y las palabras que salían de esos labios sabor cereza, rechonchos, deliciosos.

La recostó en la madera del escritorio sin importarle un comino lo que hubiera ahí y se sumergió en su cuello para lamer la zona donde sentía las palpitaciones aceleradas de su corazón. Siguió bajando e hizo a un lado la copa de su sostén para tragarse entero el montículo sin dejar de bambolearse, sin dejar de tentarla. Paraba cuando sentía que estaba a punto de correrse y luego empezaba otra vez. Le encantó que no se quejara y disfrutara del descontrol.

Ella gimió en su boca fuera de sí. Succionó su lengua y volvió a bombear, coló su mano para poder apretar ese culo redondeado y acercarla a él. Lamió y golpeteó con su lengua el botón fruncido, lo raspó con sus dientes y rugió de emoción cuando Miranda se los ofreció elevando su pecho con un sonido ahogado.

—Me vuelves loco, morenita, sobre todo cuando eres tan tú. Tan mujer inalcanzable de negocios, con tu carácter fuerte y respetable, nadie se atreve a acercarse demasiado. Me calientas tanto porque nadie puede ver la mujer malditamente abrasadora que me seduce.

Sus músculos se cerraron al tiempo que aceleraba el ritmo, sus embestidas se hicieron rápidas e implacables. Rebotaban y se unían una y otra vez.

Los movimientos se volvieron frenéticos, sus delicadas manos se aferraron a sus hombros, Jay casi se corre cuando ella clavó las uñas en su piel. La sintió temblar.

Tomó sus labios con los suyos para atrapar el grito de placer que salía de su boca al alcanzar el clímax, sabía a café y a galletas, y a él le hubiera encantado desayunar en su beso. Sus labios eran suaves y moldeables, tan exquisitos y suculentos. Ella hacía tanta presión y lo apretaba tanto que no pudo soportarlo mucho más, soltó un gruñido mientras explotaba; una explosión que lo dejó mudo y con la cabeza en blanco.

El beso continuó durante unos minutos, guardando los sonidos del fuego que los había quemado. Sus lenguas bailaron juntas, negándose a interrumpir el danzón y la lujuria que no menguaba.

La recostó en la madera y la besó profundo, todavía enterrado en su interior. Se separaron pues fue necesario respirar, y se miraron a los ojos sin pronunciar palabra alguna.

Cuando se apartaron, Jay le ayudó a ponerse la ropa. Se guardó el condón anudado en el bolsillo para deshacerse de él en el baño. Miranda le dio una sonrisita de lado.

—Gracias, Jay.

Le encantaba que lo llamara así. Se acercó para darle un piquito pues sus labios estaban enrojecidos e hinchados, su cabello un tanto alborotado. Se preguntó cómo se vería al despertar por las mañanas después de tener una noche alocada, pues le resultaba tentador.

—Encantado si se trata de ti.

Se despidió con un guiño coqueto y salió de su oficina con una sonrisa.



A las cuatro de la tarde, un torbellino de cabello castaño se precipitó en su puerta algo agitado. Dalilah esbozó una gran sonrisa. La contempló de arriba abajo, su atuendo, aunque llamativo, era normal.

—¿Estás lista? Según mis cálculos Germán está a punto de aterrizar, si no nos apuramos vamos a llegar tarde. —Se había ofrecido a acompañarla. Apagó la computadora y tomó su bolso—. Diego irá.

—¿Por qué?

Diego no conocía a su amigo de la infancia, así que le pareció de lo más extraño que las acompañara. Mientras se acercaba rodeando su escritorio, la vio sacudir su mano para restarle importancia.

—Una cosa rara sobre recibir al personal.

Las dos salieron y se dirigieron al elevador, acompañadas por Diego Espinoza, quien llevaba los labios hechos una línea dura.

El camino al aeropuerto fue de lo más incómodo, Dalilah no dejaba de hablar, Pedro no prestaba atención, el otro hombre en el vehículo iba ensimismado mirando por la ventana y ella solo asentía hacia los enunciados apasionados de su hermana.

Cuando llegaron tuvieron que esperar alrededor de veinte minutos, contempló cómo Diego iba detrás de la menor de las Pemberton como si estuviera vigilándola. Ella se estaba preparando un café en la tiendilla del establecimiento, presenciando cómo la custodiaba sin que la muchacha se inmutara de su comportamiento.

Se escuchó a una mujer avisando que el avión había aterrizado. Se pusieron de pie cuando un montón de gente salió por el túnel.

—¡Oh! ¡Mira, Mandy! ¡Ahí está!

Soltó una risita porque Dalilah estaba más emocionada que de costumbre, solo le faltaba dar brincos de alegría. Y ¿cómo no? Si ese chico había estado con ella siempre, juntos habían vivido los problemas típicos de la adolescencia: granos, citas, fiestas, bailes y graduaciones.

Germán arrastraba una maleta, mirando hacia todas partes. En cuanto sus ojos se estancaron en ellas, sonrió con suficiencia y levantó una mano para saludarlas. Sin embargo, no despegó la mirada de Lila una vez que la encontró.

Dalilah no esperó, fue a su encuentro dando zancadas largas en esos tacones de muerte. Los imaginó como en esas escenas de película donde los enamorados se ven después de mucho tiempo y corren hasta sumergirse en un abrazo. No la decepcionaron, Lila y German se abrazaron con fuerza, más tiempo del que había esperado. ¿En serio le iba a dar una oportunidad? Eso es lo que parecía.

Estaba igual de guapo que siempre, con su cabello miel perfectamente acomodado, al igual que su traje. Todavía tenía ese hundimiento en el medio de su barbilla. Era un hombre de negocios y se notaba por donde lo miraras.

Un bufido la hizo reaccionar, quiso carcajearse al ver el rostro encolerizado de Diego, quien observaba la escena del par con el entrecejo tenso y la mirada mortal. ¡Uy! ¡Alguien estaba celoso!

Se acercó a los dos para aligerar un poco el ambiente.

—¿Y a mí no me vas a saludar? Ella siempre te acapara y yo solo me quedo con las sobras —dijo Miranda.

Una risa ronca resonó, la miró con esos ojos azules todavía negándose a soltar a una Dalilah que se reía y se echaba hacia atrás.

La abrazó y la saludó con efusividad, pero su gesto cayó en cuanto llegó al jefe de personal de Vinos Pemberton. Los párpados se le pegaron a la frente al ser testigo de cómo se miraban y tensaban la mandíbula.

—¿Tienes hambre? Seguro que sí, ¿qué te parece si vamos a algún lado y después te llevo al hotel? —Su hermana se acercó sin ser consciente del intercambio tenso, colocó su mano en el codo de Germán con familiaridad.

—Esa es una idea fantástica, cariño.

Miranda iba a despedirse cuando escuchó a alguien más.

—Buena idea, así nos puede contar cómo van las cosas por allá, ya saben, ponernos al corriente.

Miranda no entendía cómo Diego se había atrevido a decir aquello, él no tenía por qué ponerse al corriente con nada, en todo caso sería ella. Estaba bastante claro que los recién reencontrados no querían compañía. Dalilah lo miró con estupefacción.

—No te preocupes por eso —dijo Mandy—. Germán no viene por cuestiones de trabajo, además, seguramente viene cansado y quiere relajarse antes de pensar en todo lo que dejó en Baja California. Se va a quedar unos días, así que después nos ponemos al corriente.

No, no, no. Si él pensaba que dejaría que arruinara las decisiones de su hermana, estaba muy equivocado, ya la había lastimado lo suficiente. Lo vio tensar la mandíbula. Tampoco comprendía por qué estaba tan frustrado si él dejó las cosas claras diciendo que no estaba interesado en ella.

¡Hombres! ¿Quién los entiende?

—Sí, tienes razón —dijo él con aire malhumorado antes de girarse y encaminarse hacia la salida con pasos apretados.

Miranda se despidió de los otros e hizo la misma marcha. Diego ya estaba en la camioneta cuando se subió. Antes de poder meditar y controlar su lengua afilada, soltó lo que debería haberse guardado.

—¿Es agradable? ¿Verdad? Papá siempre quiso que ellos dos terminaran juntos, no creía que fuera posible hasta ahora que los vi. Papá decía que Dalilah era especial y que Germán sabía verla como nadie más podía, él supo apreciar desde siempre lo valiosa que es, así que espero que esta visita los una.

Diego no musitó palabra alguna ni hizo señales de haberla escuchado. Se encogió de hombros sin importarle su reacción. Se lo merecía.



Sabía que ya era muy tarde como para llamarlos, pero lo hizo antes de que pudiera arrepentirse. Ileana Monsivais, la jefa de mercadotecnia, le contestó con su timbre ronco por el cigarro. Decidió darles una oportunidad a las propuestas que había rechazado con anterioridad.

Tenía mucho miedo de equivocarse, de aventurarse y echar todo a perder; pero las palabras de Jayden transitaban en su cabeza. Para ganar se debe arriesgar, así que analizaría todo con cuidado.

Notó la emoción de la mujer, quien aseguró que ella misma llevaría los cuadernillos con las diapositivas y las muestras impresas. Y no falló, diez minutos después entró a su oficina con los documentos. Le pidió que los colocara en la mesita de vidrio.

—Cualquier duda o sugerencia estaré encantada de responderla o apuntarla, señora Pemberton.

Agradeció su amabilidad. Entonces se echó un chapuzón en todo el papeleo. Eran tres proposiciones, una la descartó apenas leyó el objetivo; pero las otras dos parecían muy interesantes. Lo sabría con más exactitud si hubiera prestado atención el día de la junta.

La primera hablaba sobre llegar al ambiente juvenil con empaques modernos y llamativos, dejar la elegancia para tomar la frescura. Básicamente consistía en racionalizar el vino en porciones pequeñas para entrar a las tiendas menores. Esto atraería a otro público porque el producto bajaría de precio.

La otra tenía como principal meta adentrarse en las ediciones especiales. La producción de cavas sería pequeña, menos de 2000 botellas, usando uvas minoritarias como el Macabeo.

Las dos tenían ventajas y desventajas, así que la inseguridad volvió a inmiscuirse.

Tomó su teléfono y abrió la bandeja de entrada, sus dedos temblaron en el teclado; pero terminó escribiendo:

«¿Te has marchado ya

Esperó a que contestara, no demoró más de tres minutos:

«¿Por qué? ¿Me necesitas?»

Se mordió el labio con diversión, lo imaginó diciéndole eso al oído y se estremeció.

«Tal vez...»

Dejó el aparato en la mesa y regresó su atención a los documentos apoyados en su regazo. Un instante después alzó la vista al verlo entrar a la oficina.

—¿Algún día vas a tocar? —Solo recibió un guiño coqueto como respuesta. Jay se aproximó, mirando confundido la montaña de hojas revueltas y tomando asiento a su lado—. Decidí seguir tu consejo, les estoy dando una oportunidad a las propuestas de mercadotecnia, es solo que... me gustaría saber tu opinión.

Jayden se deslizó en el sillón hasta que sus muslos se tocaron. Le dio una mirada a lo que observaba: los objetivos. Leyó todo bajo su atenta mirada, quien esperaba ansiosa lo que tenía que decir. Se aclaró la garganta.

—Bueno, es evidente que las dos son buenas, en la primera propuesta ganas público; en la segunda refuerzas el que tienes y atraes a los extravagantes. —Asintió estando de acuerdo—. Y en las dos hay riesgos, la de las ediciones especiales es muy interesante y no todas las casas vinícolas las tienen, pero debes considerar que traer uvas menores podría acarrear muchos gastos, supongo que ustedes no las siembran.

—No, no las sembramos, quizá podríamos considerar hacer plantaciones nuevas —murmuró.

—Es una gran idea porque estarían evitándose muchos gastos e impuestos, pero es a largo plazo, es un proyecto que te llevaría varios años. En cambio la del público joven es algo que puedes empezar a moldear mañana mismo.

—Sí... —musitó, perdida en sus pensamientos—. Podría arrancar ambas, ¿no crees?

—Podrías, pero no creo que sea lo más conveniente, primero debes tantear el suelo con una sola y después empezar la otra.

—Tienes razón, quizá ninguna funcione, se perdería demasiado.

Él esbozó una sonrisa al ver su ceño adorablemente fruncido.

Todavía no podía creer que le hubiera pedido su opinión, ella era inteligente y audaz, no necesitaba que alguien le diera consejos. Que le hablara para eso movió algo en su interior. Ella levantó la mirada, sus párpados se abrieron al ver la cercanía. Dio un respiro profundo para llenarse de su olor a dulce canela.

—Gracias —murmuró.

Jay tomó las cosas que estaban en sus muslos y las hizo a un lado, colocándolas sobre la mesa. Pasó uno de sus brazos detrás de su cabeza y la mano libre rodeó su cintura. Miranda dejó que le diera un jaloncito y la pegara más.

—Cuando quieras, morenita —ronroneó.

Sentía cosquillas por toda su piel. Mandy clavó la mirada en sus labios carnosos y entreabrió los suyos. Sus respiraciones se hicieron lentas, miró su mandíbula y después bajó a su cuello.

—No me veas así.

Lo enfocó con rapidez al escucharlo.

—¿Cómo?

—Como si fueras a comerme en cualquier momento.

A ella se le escapó una sonrisa.

—Tal vez quiera hacer justamente eso.

Escuchó su carcajada masculina, echó el cuello hacia atrás para reír. Sintió su pulgar acariciando sus costillas.

—¿Qué esperas entonces?

Cerraron los espacios y se adueñaron de los labios del otro con una suave caricia. Los movieron tan lento, como si estuvieran disfrutándose por primera vez. Miranda cerró los ojos y le dejó el control, cosa que él no dudó en tomar. Acarició su labio inferior con la lengua, pidiéndole permiso. Gruñó cuando se lo concedió y pudo bucear en su aliento.

Jayden la miraba mientras la besaba, pensó que jamás la había visto tan hermosa. Y estaba entre sus brazos, y sabía como a los mejores vinos, y se sentía correcto.

Así que cerró los párpados y la besó más fuerte.


* * *

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