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| Capítulo 07 |

* * *

Abrió la boca por la impresión, verla actuar con tanta indiferencia lo descolocó sobremanera, pero ¿qué demonios? Primero se entregaba sin reparos y luego regresaba a su actitud distante llamándolo «señor Donnelle» como si no hubiera suspirado su nombre minutos atrás. Y no solo eso, se fue sin más, ¿iba a hacer como si no hubiera estado entre sus brazos?

Estuvo con muchas mujeres en el pasado, jamás le había sucedido algo parecido. Todas querían acostarse en la cama y tontear dando caricias vacías aunque ambos sabían que solo había sido sexo y que nunca iban a verse de nuevo. La mayoría intentaba atrasar el momento en el que se tenían que alejar, le pedían una cita y le tendían una tarjeta con su número telefónico. Muchas veces se había sentido mal porque para él no había significado nada, quizá el destino le había pagado con la misma moneda. Era una mierda.

No se atrevió ir a las oficinas porque no sabía si podría mantener sus manos en su lugar, la experiencia en el hotel fue gratificante, demasiado para su gusto. Quería repetirlo, sin duda alguna, y deseaba no pensar mucho al respecto.

Intentó topársela en el transcurso del miércoles, pero ella se la pasó encerrada, solo salió un par de horas para ir a una junta privada en la que no pudo entrar. Fue al comedor a horas distintas a las de él, oficialmente lo estaba evitando, no sabía cómo lidiar con eso. ¿Es que no le había gustado? No, no podía ser eso, siempre había sido muy cuidadoso para que sus amantes disfrutaran, ¿entonces qué? Intentó hacer memoria, tal vez había dicho algo indebido en medio de su frenesí, no obstante, no pudo recordar nada.

Solo esa mirada que le dio antes de salir del cuarto, en ese momento no pudo averiguar qué le ocurría porque estaba más perdido en sus propios pensamientos; pero había cierta melancolía que no comprendía.

—¡Basta! —se regañó mientras tecleaba frenéticamente. Las distracciones solo habían servido para alejarlo de sus obligaciones laborales, ni siquiera había contestado el correo electrónico de sus jefes. A ese ritmo acabaría siendo despedido antes de tiempo, no podía darse dicho lujo.

Terminó relajándose cuando inició una conversación de negocios con su jefe. Un hombre que había confiado ciegamente en él y que estaba muy entusiasmado con la idea de asociarse con Vinos Pemberton. Había varias empresas en el listado, los Pemberton y los Marione la encabezaban.



La mañana del jueves, se levantó a eso de las seis. Después de desperezarse, se mojó los ojos con agua fresca y se puso un atuendo deportivo, consistía en una camiseta negra, shorts y zapatillas.

Salió para hacer sus ejercicios matutinos, empezó a hacer el típico calentamiento para despertar los músculos e inició la carrera. Le empezaba a gustar mucho salir a correr en el parque que estaba a unas cuantas calles de su departamento. Desde que era un chiquillo le había gustado salir por las mañanas a ejercitarse, podía estar en paz corriendo sin que los demás interrumpieran sus diatribas, podía respirar y ser él mismo.

Media hora después, regresó a la comodidad de su residencia, se duchó con demasiada prisa y se vistió con un pantalón de vestir gris, una camisa y una corbata que combinaba. Se dispuso a seguir su rutina, así que se preparó unos huevos revueltos, desayunó mientras revisaba la bandeja de entrada en su celular. No había nada nuevo, afortunadamente.

Ya había gente cuando entró a las oficinas de la empresa, las recepcionistas de la entrada le sonrieron con más euforia de la que esperaba, les dio una sonrisa forzada para no verse grosero y antipático. La verdad es que se sentía bastante amargado y no sabía los motivos, o no quería verlos, más bien. Entró al elevador, iba a presionar el número indicado, pero unas uñas rosas detuvieron la puerta para abrirla.

La secretaria de Miranda entró al pequeño compartimento y se ubicó en el otro extremo. Era muy bonita, sin embargo, no era su tipo.

—Buenos días, señor Donnelle, ¿cómo amaneció?

Lo habría tomado como un saludo normal si no se hubiera inclinado hacia él al tiempo que pestañeaba y le lanzaba una mirada que podría catalogar como provocativa o sugerente.

¿Por qué se demoraba tanto en llegar la maldita cosa?

—Bien, ¿y usted? —torció, sin prestarle atención.

Si su madre hubiera estado presente, lo habría zarandeado. No quería hacerle falsas esperanzas, así que se lo dejaría claro. Además, no quería malentendidos con cierta mujer, eso sí que le traería problemas.

—Bien —dijo esta, quien pareció entender que el hombre no tenía ganas de conversar. Llegaron a la planta y salieron juntos, pero cada uno se fue en direcciones opuestas.

A eso de las diez estaba realizando el borrador del primer informe que enviaría a Grape Blue. Se suponía que debía escribir un reporte de elementos que favorecieran el acuerdo, y así lo hizo, no tanto porque era una orden, más que nada porque no había encontrado nada malo. Alguien tocó la puerta, desconcentrándolo.

—Adelante.

Levantó la vista para ver a Miranda entrar a su oficina, tragó saliva al admirar cómo iba vestida. El vestido que llevaba el otro día lo había trastornado, pero pagaría lo que fuera para ver en primera fila cómo esos pantalones se le pegaban a las caderas, muslos y piernas. ¡Y los malditos tacones! ¡Joder! Quería sentirlos en sus hombros, quería tantas cosas prohibidas. La observó evitando el contacto visual, recorriendo la estancia con demasiada paciencia, lo cual le resultó divertido.

Se reacomodó en su silla para mirar la función.

La morena se detuvo a unos pasos de su escritorio y lo enfrentó. Esos perfectos ojos marrones se clavaron en los suyos. Jayden alzó una ceja.

—No sé si lo recuerda, señor Donnelle, pero hay otra degustación a la que estamos invitados. Por mi equivocación del otro día, preferí venir a informarle, saldré en diez minutos, ¿vendrá?

Él apoyó el codo en el escritorio y se rascó la barbilla, con descaró barrió su cuerpo, demorándose más de la cuenta en su cadera y en su cintura. No podía estar seguro, pero creyó ver que se sonrojaba.

—Muy bien, te veré en el estacionamiento en unos minutos.

Le estaba costando horrores correrla de esa forma, pero era parte de su plan para arrinconarla. Justo pasó lo que había previsto, ella abrió la boca con indignación y entrecerró los ojos.

Jayden se obligó a llevar su vista hacia la pantalla, aunque era muy consciente de que sus sentidos estaban situados en su presencia. Era imposible concentrarse en otra cosa cuando estaba cerca.

—Idiota —refunfuñó entre dientes antes de salir y azotar la puerta.

Sus párpados se pegaron a su frente, luego soltó una carcajada estruendosa, ¡no podía ser cierto! ¡Lo había llamado idiota! Cualquiera se habría indignado, pero su estado de ánimo mejoró considerablemente.

Se apresuró a dejar todo en orden y partió hacia el estacionamiento. Ella estaba parada en la salida, su espalda estaba tan recta, deseó pasar los dedos en esa zona con la intención relajarla.

Lo localizó antes de que se acercara, sus labios estaban fruncidos por la evidente molesta. Una persona en su sano juicio hubiera dejado que se tranquilizara, se veía amenazadoramente tierna. ¿Es que siempre estaba furiosa y tensionada?

—Pedro nos está esperando, ¿podría apresurarse? —soltó ella con insolencia. Se giró y comenzó a caminar rumbo a su vehículo. ¡Endiablada mujer! De haber estado en un lugar apropiado le habría arrancado los labios a besos, toda su actitud malhumorada lo enardecía.

Tomó unas cuantas respiraciones antes de aumentar la velocidad, la alcanzó. Miranda le dio una mirada de reojo y volvió a mirar al frente.

—¿Estás segura de que quieres que vayamos juntos? No podrás escapar esta vez.

No hizo señal de haberlo escuchado, no supo qué hacer ante eso. ¿Y si había estado malinterpretando todo? Iba a repetir la pregunta, pero carraspeó.

—Pues si no se comporta tendrá que regresar en un taxi —respondió.

Él no dijo nada porque vio la tenue sonrisa que se dibujó en su rostro.

Saludó al chofer con un asentimiento cuando este les abrió la puertilla. Subió a la parte trasera de la camioneta, junto a ella. El camino al lugar lo hicieron en un cómodo silencio, se entretuvo mirando las calles abarrotadas. Esta vez no llegaron a un hotel, era un salón que tenía el logotipo de la industria al frente.

Se adentraron hombro con hombro y fueron desfilando por las diversas mesas llenas de copas de cristal y botellas. El sitio estaba decorado en exceso, demasiadas cosas que, lejos de darle ese toque elegante característico de esas reuniones, lo hacía ver sobrecargado. Los vinos tampoco eran la gran cosa, bastante sosos y ordinarios.

Caminaba detrás de ella, siguiendo todos sus pasos. Miranda se detuvo en seco, él casi se estampó contra su cuerpo. Entonces levantó la vista y no le gustó lo que vio. Un sabor amargo se apropió de su boca, apretó los puños al mirar a ese hombre. A pesar de la furia que sentía por dentro, mantuvo la expresión indescifrable. El viejo, que estaba entretenido con un bocadillo, los ubicó. Primero se vio sorprendido, después esbozó una sonrisa que Jay no supo interpretar.

Jayden escuchó las respiraciones pesadas de su acompañante, entonces se percató de que todo su cuerpo estaba en tensión. Estaba acostumbrado a verla recta, pero no era nerviosismo lo que emanaba.

Sorprendido porque no se movía, la rodeó y se ubicó frente a ella. Reconoció, inmediatamente el terror en sus facciones. Miranda exudaba miedo. Estaba ahí, más quieta que una estatua, con la vista fija en ningún lugar. Sus labios estaban más pálidos que la nieve, Jay se asustó cuando la vio temblar.

¿Qué mierdas estaba pasando? ¿Era un ataque? Había escuchado de eso, nunca estuvo con alguien que los padeciera.

—¿Miranda? —preguntó, apoyando las palmas en sus hombros. La sacudió con suavidad para que reaccionara—.Miranda, ¿qué sucede?

Ella pestañeó, sus pupilas dilatadas lo buscaron.

—Está aquí, él está aquí —murmuró, todavía perdida.

—¿Quién? —preguntó.

La vio tragar saliva, visualizó cómo intentó tranquilizarse cerrando los párpados. Tenía poco de conocerla, sin embargo, había visto que era una mujer dura, todos en la empresa lo sabían, le tenían respeto por su templanza. No podía creer que eso estuviera pasando, que se viera tan indefensa y frágil, tan desesperada.

—Por favor vámonos.

Su petición le sacó el aire, no solo por el hecho de que se lo pidiera a él, más que nada porque su timbre era tembloroso. Parecía que iba a romperse en cualquier segundo.

—Claro.

No le importó nada más, envolvió su cintura con familiaridad y la aprisionó a su costado. Ella lo rodeó también, se aferró como si temiera caerse. Salieron de ahí con prisa, Pedro se acercó tan pronto los vio.

—¿Qué sucede, Mandy? —preguntó, desconcertado, antes de lanzarle una mirada acusadora a Jayden.

—Nada —susurró—. Debemos irnos.

Hablaba como un robot. No entendía ese cambio, primero estaba muy bien y de pronto su actitud cambiaba. ¿Qué había visto? Más bien, ¿quién era «él»? ¿Se refería a su ex marido? ¿Qué demonios significaba todo su pánico y su urgencia por irse? Jayden jamás se había sentido tan confundido.

El chofer no preguntó más, notaba la desconfianza en sus movimientos. ¡Genial! ¡Ni que le hubiera hecho algo! No obstante, reflexionó y se dio cuenta de que la escena era sospechosa, cualquiera lo hubiera creído.

Se montaron en la camioneta, no habían estado en la degustación ni siquiera para el brindis y el agradecimiento a los anfitriones. Se preguntó por qué la pequeña de las Pemberton no había ido, tal vez ella sabría qué hacer con el miedo de su hermana, quien seguía recluida en su infierno personal, mirando por la ventana.

—¿Podrías acompañarme a mi oficina? —pregunto ella con el timbre plano, justo cuando Pedro apagó el motor en el estacionamiento de la empresa.

No supo interpretar sus emociones, tal vez iba a mandarlo a la mierda o, quizá, solo quizá le diría qué ocurría. Prefería la última opción, obviamente.

—Por supuesto.

No le quitó el ojo de encima en todo el trayecto por temor a que se cayera, ya había recuperado su porte y la altura de su barbilla, pero sus ojos seguían susceptibles. Podía ver que las barreras que la protegían todavía estaban abajo, estaba luchando por subirlas con desesperación.

Él entendía el sentimiento, lo había sentido muchísimas veces. Tal vez tenían más cosas en común de las que había creído.

Isidora les dio un saludo educado cuando los vio aparecer, se puso de pie con una libretilla, Miranda negó con la cabeza. La asistente se quedó estática por un segundo, después volvió a tomar asiento y siguió con lo que estaba haciendo.

La puerta se cerró tan pronto entraron, la castaña puso seguro. La frente de Jayden se arrugó al contemplarla, parecía avergonzada y decidida.

—¿Qué pasa? —preguntó, confundido.

Lo contemplaba con fijeza, si seguía con ese silencio buscaría a Dalilah.

Lo próximo que supo es que se le abalanzó, literalmente. Se le lanzó con fuerza, tanta que se tambaleó. Ella aprovechó su desconcierto para empujarlo y hacer que caminara hacia atrás, lo sentó en el sofá.

Miranda quería olvidar que había visto a ese hombre, deseaba sacar de su cabeza todos los recuerdos que atormentaban su corazón, no podía seguir pensando en la muerte de su padre, no quería llorar. No tenía idea de qué hacer y aquello fue lo primero que se le ocurrió, no estaba cuerda, pero no lo importó.

Necesitaba con urgencia que alguien borrara los malos sabores, aunque fuera por un segundo.

Jayden se sorprendió cuando se sentó a horcajadas, colocó una rodilla a cada costado y rodeó su cuello, pegando sus pechos.

—Muy bien, no es que no me agrade que te sientes en mi regazo, de hecho me estás volviendo loco, pero necesitas calmarte y contarme qué... —No pudo terminar porque unos labios se estrellaron contra los suyos. Fue a rodear su estrecha cintura e intentó despegar su rostro. No es que no quisiera besarla, es que ella no estaba en sus cabales y no era un aprovechado. Era obvio que algo le había afectado—. M-miranda, morenita, vamos a hablar primero. Cuéntame...

—Por favor, me dijiste que ayudarías a que me relajara, ¿ya te arrepentiste? —Las cejas de Jayden salieron disparadas, no entendía un carajo, ¿a qué venía eso? Lo había dicho y lo haría con gusto. Sin embargo, ella no se veía bien—. Ayúdame ahora.

Sus párpados se cerraron con deleite cuando la boca de Miranda buscó la base de su oído, tomó su lóbulo y lo lamió, para después darle un jaloncito sensual. El pobre hombre suspiró y se relamió los labios, sediento. ¿Cómo alguien podría resistirse al hechizo embriagante que le estaba lanzando? Dejaba una serie de besos en su mandíbula cuadrada, iba a perder el control pronto si no conseguía serenarse.

—¿Me estás seduciendo? —preguntó y abrió los ojos solo para ver los suyos hechos un tornado negro.

Ella asintió y besó su labio inferior, lo tomó entre sus dientes y jaló.

—¿Está funcionando?

Jay sonrió de lado, no creyó que las palabras fueran necesarias cuando tenía una erección torturándolo. La colocó en la posición correcta para que sus caderas se rozaran, ella respiró profundo al sentirlo y se retorció, logrando una fricción deliciosa que borró cualquier rastro de cordura que quedaba en su cabeza.

Estaban en su oficina con un montón de empleados afuera, podría jurar que la secretaria estaba pendiente de ellos en el exterior, cualquier persona podría hacer juicios sobre ellos... A ninguno le importó.

Se miraron con las respiraciones entrecortadas, Jayden miró sus labios carnosos y voluminosos, entreabiertos para recibirlo. Estudió su cuello largo que se le antojaba porque podía sentir las palpitaciones aceleradas de su corazón. Ahí estaba una pequeña marca que le había dejado el día del hotel, estaba maquillada, pero él podía verla.

Siguió bajando y fue a depositar un beso en sus clavículas, una de sus manos jugueteó con el primer botón de su camisa, mientras la otra la mantenía en su lugar. Era de color púrpura y quería arrancarla, ver cómo los botones salían volando. Se frenó porque podría asustarla y estaban en un lugar peligroso.

—Tu piel es tan suave. —Su pecho subió y descendió con lentitud, la mujer le apretó los hombros, hizo una nota mental para decirle después que dejara de hacer eso porque le gustaba más de lo aceptable. Besó el nacimiento de su cuello y desabrochó el primer obstáculo—. Tan tentadora.

Continuó deshaciendo las murallas que se interponían hasta que la prenda quedó abierta. Se hizo hacia atrás antes de abrirla porque quería contemplarla.

Miranda no dejaba de mirarlo, de grabar sus reacciones en su memoria, sintió sed al ver cómo la contemplaba. Nadie nunca la había hecho sentir así, nadie la había mirado de esa forma antes, nadie jamás le había hecho esa clase de inspección que mandaba descargas eléctricas por todo su cuerpo.

Le gustaba que el señor Donnelle la mirara y se mordiera el labio hasta que quedara blanco, como si tuviera que luchar para contenerse.

Jay esbozó una sonrisita al toparse con aquellos montículos tan llenos encarcelados por el sostén más sublime que había visto. Negro como la noche y con un adorable moñito en el centro, apresaba los montes que moría por probar, por ver, por tocar. Miranda era una maldita obra de arte pintada por los artistas más talentosos, era un río dulce en el que se quería ahogar.

Ladeó la cabeza y sonrió con ganas, la miró con picardía. Lejos de verse mortificada o avergonzada, se miraba deseosa de presenciar lo que él iba a hacer, le encantó su reacción.

Su dedo índice jaló uno de los tirantes y se quedó enganchado.

—Qué lindo, pero quiero ver qué esconde. —Pestañeó y llevó la vista a su dedo, su yema recorrió todo el borde del sostén, delineando los límites que subían y descendían por sus curvas. Le sacó los tirantes con su ayuda—. Yo creo que se verá más lindo en otra parte, ¿qué dices tú?

Las comisuras de Miranda temblaron, soltó una risita, divertida por la situación. En estos momentos se veía tan ella, algo se hinchó en el pecho de Jay, quería pensar que nadie más la había visto así, que solo él había sido testigo del brillo pícaro de sus ojos. Y ese sentimiento lo asustó.

Se apresuró a deslizar la mano que apresaba su cintura al interior de su blusa, tocó su piel caliente mientras subía por su espalda hasta alcanzar lo que tanto buscaba. Desabrochó el sostén con rapidez y este cayó, liberó sus pechos rellenos.

El aire se le escapó al contemplar lo perfectos que eran, se le hizo agua la boca, movió las caderas para que sintiera todavía más lo que le provocaba. Estaba tan empalmado, dolía como el infierno.

Los pezones marrones se fruncieron bajo su atenta mirada, la castaña cerró los ojos y se mordió el labio con fuerza cuando él acunó uno de sus senos. Su palma lo cubrió y lo amasó con firmeza y delicadeza, todo al mismo tiempo. Su tacto le quemaba, incendiaba sus sentidos y la hacía volar, olvidar.

Su dedo delineó su piel sensible con cuidado, haciendo círculos que le provocaron un estremecimiento violento. Jayden estaba concentrado, mirando cómo apretujaba los párpados por el placer y contenía los suspiros mordiéndose la lengua. ¿Cómo era posible que su ex marido la hubiera dejado escapar tan fácil? No sabía la historia, pero no podía concebir la idea de dejar a esta mujer que lucía como la mismísima manzana de la tentación.

Su pulgar talló la pequeña elevación oscura.

Ella gimió. Los dedos femeninos se sumergieron en su cabello y lo apretaron.

—Shh, afuera están tus empleados, no quieres que sepan cuánto estamos disfrutando aquí, ¿verdad?

Jay no esperó su respuesta, atrapó el botón tenso con su boca.

—¡Oh! —exclamó, sorprendida. Sus reacciones eran canciones que derretían sus venas. Era espontánea, estaba explorando y él quería enseñarle.

Su lengua hizo el mismo camino que su dedo segundos atrás, entretanto atendía el otro seno con su mano, siguiendo los mismos movimientos lentos y rítmicos. Miranda se arqueó, extasiada. Lanzaba quejidos de placer e intentaba ahogar los gemidos, algo que no estaba consiguiendo.

Golpeteó la exuberancia con su lengua, la mujer se retorció y jaló su cabello que comenzaba a picar por la fuerza que estaba empleando. Entonces no pudo más, la clavó contra su erección y la empezó a mover para menguar un poco el deseo que lo empezaba a asfixiar.

Succionó su punta y la sintió exquisita en su boca, sin dejar de amasar el otro pecho que ya estaba listo para recibir la misma meticulosa atención.

—Ni el mejor vino es tan delicioso como tú. —Él sabía qué decir, qué hacer, qué tocar para que su vientre se hinchara y la presión aumentara más y más.

—Jayden...

—Sí... —murmuró—. Soy Jayden, no señor Donnelle.

La castaña soltó una maldición cuando sus dientes apretaron su saliente oscura y la retorcieron. Una risa ronca se le escapó al observar su frenetismo, era demasiado receptiva, quería probar hasta dónde podía llegar.

Miranda buscó su boca con la suya y lo besó con pasión. Sus senos desnudos se pegaron a su camisa, la apresó y la adhirió a él. Sí... esto había estado esperando desde que salieron ese día del hotel, había estado tan malhumorado porque lo evitaba, tenerla justo donde la quería lo emocionó.

Sus lenguas bailaron juntas, sus dientes chocaron y las succiones de sus labios empezaron a ser ruidosas. Miranda quería gritar, se sentía tan resbalosa y dolorida, necesitaba que la acariciara, que se sumergiera en su interior. ¿Estaba bien desear cosas que en su sano juicio no eran correctas? ¿Estaba bien sentir tanta pasión? ¿Tanto deseo?

No lo sabía y, sinceramente, no se moría por saberlo. Si lo incorrecto sabía así de maravilloso, no dudaría en romper las reglas.

Unas manos fuertes acunaron su trasero y lo palparon, Jay apretujó porque eso había querido hacer desde que había entrado esa mañana con actitud fría a su oficina. Había querido subirla al escritorio para hacerle justo lo que le estaba haciendo: volverla loca.

La atendió porque se había bamboleado en sus narices en ese pantalón que tanto le gustaba. Ahogó un rugido de excitación en su boca. Quería más, iba a estallar.

Un timbre lo sacó de su neblina, dejó de besarla, Miranda se echó hacia atrás con los ojos más abiertos que una planta carnívora esperando a su presa. Se talló el rostro.

—Mierda —susurró esta, recuperando la compostura.

Entendió que todo había acabado. ¡Joder! ¡No!

No podía hacer nada, no podían ignorar dónde se encontraban. La ayudó a colocarse el sostén, ella le sonrió con dulzura y se levantó para abotonarse la camisa y acomodarse el cabello.

Corrió hacia su escritorio y levantó el teléfono.

—Dime, Isidora. —Jayden bajó la mirada hacia su regazo. Vaya... tenía un enorme problema ahí—. Dile que me espere unos segundos.

Después de colgar, se dirigió hacia él. Miranda se mordió el labio, no con coquetería, se estaba preguntando por qué él no hacía el amago de levantarse e irse. No quería echarlo, pero...

—No puedo solo irme —dijo él, adivinando sus pensamientos—. Tengo una puta erección, no puedo salir y pasear por ahí con una maldita carpa en los pantalones.

Se señaló y bufó, sin embargo, se relajó al escuchar su risa.

—Perdón, es Dalilah, si quieres puedes taparte con el cojín. Intentaré que se vaya rápido, ¿de acuerdo?

—Buena idea.

Se puso el cojín más cercano y sacó su celular para que la hermana de Miranda no le viera la mirada hecha un desastre. Escuchó cómo la puerta fue abierta y que unos tacones entraban a toda velocidad.

—¡Oh, Mandy! ¡Pedro me contó que te pusiste mal en la degustación! ¿Qué ocurrió? ¿Donnelle sexy y engreído te hizo algo?

Él contuvo la risa y alzó la vista, al parecer no se había percatado de su presencia.

La grande de las Pemberton cambió el peso a una de sus piernas y carraspeó.

—El señor Donnelle está dándome algunas ideas... —dijo.

Dalilah abrió la boca y desvió la vista hasta encontrarlo. Se sonrojó y le sonrió con vergüenza.

—Me disculpo, señorita Pemberton, jamás quise ser engreído con usted —dijo, socarrón.

La mencionada entrecerró los ojos, las hermanas eran tan parecidas, no solo en el físico, también en sus gestos. Y, al parecer, en la intuición. Los miró a ambos con sospecha y se concentró en su hermana mayor.

—¿Qué ocurrió?

—Nada, al parecer Marione decidió ir a último minuto, no estaba preparada, ya pasó, ya estoy bien. El señor Donnelle estuvo conmigo.

Ese apellido le hizo apretar la mandíbula, no obstante, eso no fue lo que lo aturdió. Se quebró la mente intentando encontrarle sentido a lo que decía, ¿preparada para qué? Ya no pudo escuchar qué más decían porque sus palabras se repetían como una grabación.

Miranda había visto a Flaubert Marione en el evento, eso es lo que la puso así, él también lo vio. Lo más extraño era que le había dado horror, casi se desmayó, creyó que vomitaría por lo pálida que estaba.

Se suponía que los Marione tenían inconvenientes al ver a los Pemberton por cosas que ni siquiera entendía, no al revés.

¿Qué demonios estaba pasando?

En la degustación pensó que la sonrisa cínica del viejo había sido para él, pero empezaba a creer que había sido para ella. ¿Miranda lo conocía? ¿Estaba involucrada de alguna forma? No le agradaba la idea.

¡Joder! 


* * *

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