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| Capítulo 04 |

* * *

El resto de la semana ocurrió sin contratiempos. El viernes por la noche, a eso de las ocho y media, fue a cenar —y a festejar— con Mickey a Mc'Donalds. El chiquillo se divirtió en los juegos junto con dos de sus compañeros del colegio, a los que había arrastrado a acompañarlo.

El sábado y el domingo la pasaron viendo películas de dibujos animados con Estela. Miranda intentó localizar a Leandro para informarle sobre el partido de béisbol del lunes, pero tuvo que tragarse una bola de rabia cuando le dijeron que se encontraba en otra ciudad por una junta de negocios y que llegaría en un par de días.

Le dio la noticia a Miguel, quien solamente hizo una mueca y siguió jugando videojuegos como si no le afectara, pero muy en el fondo ella sabía que le dolía. Y no tenía idea de qué hacer para enmendar esas heridas.

El lunes llegó a la empresa a la misma hora de siempre, afortunadamente, Isidora estaba esperándola. Le leyó la agenda de la semana. Unas cuantas juntas, casi nada importante.

Después de la pequeña reunión con el señor Donnelle en el restaurante de mariscos, estaba convencida de que solo podía seguir un camino: mantenerlo lejos por el bien de todos. Era lo mejor, no quería un picaflor oliéndole el trasero y aplicando sus artimañas. No, no, no, ya tenía suficiente.

No salió para nada de la oficina, ni siquiera para comer, se encerró en su mundo de negocios haciendo llamadas. Se enteró que la producción de algunas líneas en Baja California estaba parada debido a un problema con las uvas.

—¿Cómo pasó? —le preguntó al director general de la planta con el ceño fruncido.

—Todas las uvas llegaron en perfecto estado, los empaques venían sellados, pero estaban repletas de bichos, algunas cajas desaparecieron del almacén —dijo. Germán era muy tenaz, un hombre de negocios que había trabajado junto a su padre, pues fue su mentor mientras vivía. Prácticamente crecieron juntos desde la adolescencia y estaba perdido por su hermana, así que su tono preocupado no le gustó mucho, algo andaba mal.

—Pero en los viñedos no hay plagas, les llamé la semana pasada y el producto te lo llevaron antes.

—Exactamente.

—¿Me estás diciendo que alguien las echó a perder? —cuestionó, atónita.

— No sabemos cómo, ya estamos investigando en los viñedos y con el transporte, vamos a revisar las cámaras de seguridad, en cuanto tenga noticias te llamo.

Meditó sus palabras y terminó afirmando con un sonido nasal. Terminó la llamada, pero la tranquilidad no volvió, se quedó pensativa todo el rato, no le gustaba nada lo que estaba pasando.



Dalilah nunca faltaba a los juegos de su sobrino, era más puntual que el reloj, siempre aparecía en la casa con la gorra del equipo de Mickey y una banderita pintada en su mejilla. Miranda se lo agradecía porque al menos tenía el apoyo de ellas.

—¡¿Dónde estás, enano?! ¡Tu tía favorita ya está aquí? —gritó.

La grande de las Pemberton soltó una carcajada cuando Miguel corrió histérico y saltó para abrazar a su tía.

—¡Demasiado drama! Si se vieron la semana pasada —dijo, negando con diversión.

Juntos se dirigieron al pequeño estadio, ya la gente comenzaba a llegar. Descendieron de la camioneta, no sin que Pedro le deseara buena suerte al diminuto beisbolista.

Mickey corrió para juntarse con su equipo, las dos hermanas se quedaron en una fila para comprar hot-dogs y palomitas de maíz. Ya con la comida en una charola, buscaron un asiento en las gradas.

—El señor Donnelle es muy atractivo, ¿es soltero? —¡Oh, mierda! Detuvo el hot-dog a medio camino y la miró con asombro. ¡Santo Jesús! ¡No tenía idea!—. ¡Tranquila, Mandy! Solo te estoy preguntando si es soltero, no si le harías una mamada.

—¡¡Shhhh!! —pidió silencio, histérica. Dalilah soltó una carcajada al ser testigo de su inexplicable nerviosismo. Miranda comprobó que nadie estuviera alrededor y se talló el rostro—. ¿Cómo se te ocurre ser tan locuaz aquí? Hay niños, Lila.

La mencionada bufó y le restó importancia girando los ojos, se llevó un puñado de palomitas a su boca.

—Como si los niños de ahora no supieran lo que es una...

—¡Cállate! —Interrumpió—. Ya me quedó claro tu punto.

—Si no respondes la primera pregunta que te hice, voy a decir la palabra mam...

—¡¡NO!! —exclamó con la voz ahogada, la otra volvió a carcajearse. Así era Dalilah, hiperactiva y chispeante. Y le encantaba hacer que las personas perdieran los estribos, era una bruja macabra—. No sé si Jayden es soltero.

Volteó la cabeza como si estuviera buscando a su hijo para que cierta persona no mirara toda la verdad que seguramente llevaba en el rostro. Su táctica no funcionó.

—Con que Jayden, ¿eh? —Se estaba divirtiendo a su costa. Cuando eran más pequeñas y la ponía de los nervios, Miranda la perseguía por toda la casa para darle unos almohadazos. Si tan solo tuviera una almohada...

Se relajó cuando el juego empezó, sin embargo, no salió como ella hubiera querido. Mickey nunca se levantó de la banca. Desde la lejanía pudo ver su rostro afligido, sus ojitos azules tristes, quería llorar; pero se negaba a demostrarles a los demás lo mucho que le afectaba no jugar.

Suspiró con pesadez, Dalilah también.

—Es un niño, carajo —dijo esta última en voz baja.

Entendía la frustración, ella muchas veces quiso ahorcar al entrenador y a alguna mamá cruel que se sentía superior solo porque su hijo tenía más destreza. Si no le daban la oportunidad, ¿cómo demonios iba aprender a jugar?

Si supiera algo sobre el deporte habría agarrado el bate para enseñarle, le habría dado trucos, cualquier cosa que lo hiciera sentir más confiado.

Hubiera dado lo que fuera por ver su sonrisita, por verlo reír lleno de vida, pero no podía engañarse, su hijo debía aprender a sobrellevar la ausencia de su padre, no podía vivir la vida esperando que Leandro apareciera y le echara porras.

—¡Vamos, Mickey! ¡Eres el mejor! —Su hermana gritó, llamando la atención de todos. Las esquinas de la boca de Miguel temblaron—. ¡Tu equipo es una mierda! ¡Ojalá les pateen el culo!

Miranda apretujó los párpados y se hundió en su asiento, pero sonrió cuando lo vio reír.

Súper Dalilah salvando el día.

Como era de esperar, dejó a Mickey en la casa con su hermana y Estela, y regresó a la empresa. No iba a salir de ahí hasta averiguar qué había pasado en la planta de Baja California.

Las horas pasaron, no había ningún problema en los viñedos, las plantaciones estaban siendo examinadas, las empacadoras también; pero todo indicaba que el problema había sido causado directamente en la fábrica.

Eso no ayudó para nada a sus nervios, ¿por qué alguien querría perjudicarlos? No pudo evitar que en su mente se formara la imagen de Marione. Ese maldito hombre al que tanto detestaba, al que tanto miedo le tenía. Ni siquiera era capaz de pensar en él sin alterarse. Todo el dolor se instalaba en su pecho y le quitaba el aire. Contó hasta diez y se limitó a sacarlo de su mente.

Encontrarían al culpable y entonces sufriría las consecuencias.

Dieron las nueve de la noche, hacía un par de horas que Isidora había ido a despedirse. Así era casi siempre, ella partía tarde, cuando casi todo estaba desolado. Dalilah no dudaba en regañarla, sin embargo, no podía evitarlo. Le gustaba hacer las cosas bien en su trabajo.

Se puso de pie y se quitó el saco que empezaba a fastidiarle, se soltó el cabello jalando la liga y los pasadores hasta que cayó formando una cascada castaña. Deshizo el primer botón de su camisa de satén rosa ya que el bochorno se precipitaba a su alrededor.

Se encaminó fuera, necesitando con urgencia algo para beber. Sabía que el comedor estaba cerrado ya, y nunca se atrevería a cruzar sola el pasillo desierto y oscuro para llegar allá. Se tenía que conformar con un pequeño cuartito en el que había bocadillos como galletas y panecillos, también había cafeteras y un refrigerador. Las secretarias iban ahí a preparar los cafés para sus jefes. Yep, era su paraíso personal por las noches porque podía comer a sus anchas.

Husmeó en los cajones hasta que dio con un paquete plateado de sus galletas predilectas. Tarareó el coro de CandyMan de Christina Aguilera mientras esperaba que su café estuviera listo. Captó un movimiento en la puerta, de reojo lo vio.

Estaba ahí parado observándola, ¿por qué seguía ahí? Si hubiera sabido que andaba suelto se habría quedado en la seguridad de su cueva. Era un peligro ese hombre, su presencia cautivaba todo, ¿o la cautivaba a ella? Se lo imaginaba caminando para apresarla contra la cajonera, desnudándola, besando sus pechos y... ¡Y tenía que dejar de pensar en eso!

Pero no era su culpa, era la de ese cretino que la miraba como si fuera su postre. Al fin y al cabo era una mujer, podía caer un poquito en la tentación, ¿no? No le gustaba sentirse débil, y así se había sentido desde que llegó.

No supo qué demonio la poseyó, pero hizo como si no lo hubiera notado y siguió con su cancioncilla. Se atrevió a mover las caderas, bailando sutilmente. Su café estuvo listo, ella tomó el vasito y vertió dos sobres de azúcar.

—¿Sabía que espiar, señor Donnelle, es de mala educación? —preguntó con picardía, entretanto dejaba la cucharita a un lado y se giraba sobre sus talones.

Lo vio sorprendido, por primera vez alcanzó a ver un atisbo de desconcierto y quiso carcajearse. Él recobró la sonrisa petulante.

—¿Eso quiere decir que estabas moviendo las caderas para mí?

Miranda escondió la sonrisita dando un trago a su bebida humeante. ¿Quería fuego? Fuego le daría, le enseñaría que no todas se quemaban con sus insinuaciones, también podía quemar.

Dejó el café que ya no le apetecía tanto y se llevó una galleta a la boca, él no despegó los ojos de sus labios.

—¿Qué si sí?

Era una canción verle la cara en shock, una que le habría gustado grabar en un CD para reproducirla en su radio una y otra vez. Jayden abrió la boca con sorpresa, la mandíbula se le desencajó, estaba claro que no se había esperado esa contestación.

Aprovechando su desconcierto, caminó hacia él con toda la sensualidad que pudo reunir. Jay respiró profundo cuando se detuvo frente a él y pegó sus pechos al suyo. Estaba enmudecido.

—Calladito se ve más bonito —ronroneó. Tomó su corbata y comenzó a juguetear con ella, rozando con sus dedos la tela de su camisa, pegándose más de la cuenta, rayando lo imprudente. El pobre hombre estaba tan confundido y perdido que no podía moverse, pero era evidente que el jugueteo le gustaba, ciertos enemigos lo habían delatado. No podía esconder el gran bulto que topaba contra su muslo. Sin pensar demasiado en lo que estaba haciendo, colocó sus labios frente a los suyos—. Voy a ser muy clara, ¿de acuerdo?

—Ajá... —suspiró.

La morena de fuego depositó un beso en su barbilla, parecía que su mirada le decía que quería devorarlo.

—No quiero volver a repetirlo porque francamente me agobia. No voy a acostarme con usted ni ahora ni nunca. Nun-ca. No me apetece una noche loca con usted porque no es mi tipo, no me agradan los culos egoístas que tienen tanto ego que creen que todas van a derretirse por una miradita caliente. No me da la gana porque... ¡adivine! Tengo mejores cosas que hacer que pensar en su pene. —Sonrió con suficiencia al ver su estupefacción, dio un paso atrás—. Buenas noches, señor Donnelle.

Salió de ahí sintiéndose poderosa. Punto para Pemberton.

Estaba sentado en la punta de la cama más inquieto que nunca, recordándola. Dios... no se la podía sacar de la jodida cabeza.

Iba de salida cuando vio su mata de cabello revuelto, desordenado. Iba en una falda tubo que acentuaba su cintura curvilínea y el primer botón estaba abierto dando un vistazo tentador de lo que había debajo.

Su miembro se endureció con aquella visión.

Observó todos sus movimientos, la vio tararear una canción que no conocía y luego bambolear mortalmente esas caderas. Mil pensamientos se le vinieron a la cabeza, todos acababan con ella gritando llena de sudor.

Tenía un trasero tan redondeado, la vista le ponía. La quería encima de él, restregándolo. Y luego mandó sus putas dagas irresistibles, se le acercó como una víbora hechicera, con su aliento a galletas y café. Le quería arrancar los labios, pero estaba demasiado pasmado mirándola como para reaccionar.

De solo recordarlo se le ponía dura. ¡Joder! Necesitaba una ducha de agua helada para aplacar esa erección, lo había dejado todo cachondo a propósito. Vio la diversión en sus ojos, la sonrisita de suficiencia. Y no podía negar que lo había intimidado, tenía armas poderosas.

Se desvistió y se metió la ducha, intentó con fuerza, terminó maldiciendo, ni siquiera podía tocarse sin ponerse a temblar como un niñato inexperto. Era imposible, la erección no disminuía, y es que tampoco le estaba ayudando mucho a que se apaciguara.

Acunó su miembro erecto, empuñó y corrió hacia abajo, soltó una exclamación. Repitió el movimiento tomando un ritmo, más rápido cada vez. Sentía la hinchazón avanzando, creciendo, su pene latente lo estaba matando. Se puso debajo del chorro de agua, mojó su cuerpo desnudo, las gotas recorrieron cada rincón, imaginó que eran su yemas las que jugueteaban.

No iba a aguantar mucho.

—¡Mierda! —Una y otra vez, no detuvo las caricias. La recordó mientras le bailaba, sus ojos oscuros mientras se acercaba y su aliento.

No pudo más, sus músculos se tensaron y las contracciones se apoderaron de su cuerpo. Lo dejó ir profiriendo un rugido, sintiendo cómo el orgasmo lo llenaba por doquier.

Tembloroso, apoyó la frente en la pared, los azulejos helados lo hicieron estremecer.



La mañana llegó pronto, bufó cuando el despertador timbró, no había podido dormir. Apenas puso la cabeza en la almohada volvió a fantasear con sus curvas peligrosas y su piel brillante.

Una jodida casa de campaña se fijó en sus pantalones toda la noche, latiendo, burlándose de lo que le había dicho.

Se la encontró en el elevador muy temprano en la mañana, esbozó una sonrisita bobalicona al ver que examinaba sus uñas sin prestar atención. Salió antes que él, dando zancadas veloces hasta que se perdió en el interior de su oficina. Luego de un suspiro profundo, se encaminó a la suya bajo la atenta mirada de un par de secretarias que cuchicheaban.

A las diez de la mañana fue informado por Isidora que habría una junta del departamento de mercadotecnia y estaba cordialmente invitado a formar parte de ella. Llegó antes que los directivos y se sentó en una silla, observando cómo las asistentes iban y venían con profesionalidad.

La sala se empezó a llenar, el cañón salió disparado proyectando el inicio de una serie de diapositivas.

Las dueñas entraron a la habitación, llamando la atención de todo el mundo. Intentó ignorarla cuando se colocó en la silla de su costado, necesitaba prestar atención y con esa mujer a su lado no iba a poder. Su olor le llegó demasiado rápido y fue despertando uno a uno sus nervios.

Sacudió la cabeza para apartar las imágenes donde ella estaba desnuda en su regazo y fijó la vista al frente.

La exposición dio inicio, prácticamente estaban dando a conocer los pros y los contras de sus campañas publicitarias, querían modificar los métodos de promoción aunque eso significara aventurarse, pero no podían hacer nada sin la autorización de los directivos, quienes por algún motivo se negaban.

Todos observaban las posibles propuestas de los diseñadores, estaba muy entretenido cómo para percatarse de los maquiavélicos planes de Miranda hasta que fue demasiado tarde.

Se le resbaló accidentalmente una pluma, que de accidental no tenía nada ¡ni de coña! La castaña hizo una exclamación que le llamó la atención. Se agachó para recoger el bolígrafo. Jay se envaró cuando sintió que su delicada mano cayó en su rodilla y corrió al interior de su muslo.

Quiso gruñir al sentir cómo despertaba un deseo apabullante. La emoción incrementó al ver la satisfacción de la condenada, pero se limitó a respirar profundo para tranquilizarse y que los demás no se dieran cuenta de su perturbación.

Restregaba la palma contra su dureza, ocasionando que miles de escalofríos recorrieran su espalda y su vientre.

Rechinó los dientes en el momento que fue cruelmente abandonado, ¿no iba a seguir jugueteando? ¿A caso creía que se iba a quedar mirando nada más? Hizo una nota mental para decirle que si iba a jugar, la próxima vez no se pusiera vestido.



Hacía muchísimo tiempo que no se divertía con un hombre, se quería carcajear en plena reunión. El malhumor del pobre rebotaba en las paredes, quizá se había pasado un poco, pero había disfrutado de su cara de póquer otra vez.

Se atragantó con su saliva cuando sintió su cálida mano en la curvatura de su rodilla. No, no, ¿qué iba a hacer? La adrenalina comenzó a fluir al sentir a sus dedos acariciar el interior de su muslo. ¡Es que eso era trampa!

Miró hacia todas partes para comprobar que nadie los estuviera viendo y se enderezó hasta que su codo tocó la mesa. Apoyó la barbilla en su puño y no despegó la mirada de las letras de las diapositivas, aunque sinceramente su mente estaba demasiado nublada como para escuchar.

No hizo nada se limitó a sentir la danza que él daba con sus yemas en su piel, la cual se le puso de gallina, quería retorcerse. Apretó sus músculos internos por el baile, porque esos círculos que trazaba estaban concentrando tensión dentro de sus pliegues.

Se mordió el interior de su mejilla para no suspirar, entretanto su mano subía más y más. Abrió las piernas un poco, se sentía rebelde y mala, esperaba no arrepentirse después. La ascensión se detuvo y, pronto, la mano salió dejándola fría.

Quería chillar y tomar su muñeca para dirigirlo. Le dio una mirada llena de confusión, ¿por qué había parado? Él sonrió de lado con demasiada diversión, una chispa que le secó la boca cruzó por sus pupilas.

—Ojo por ojo... —susurró.

Tragó saliva y se obligó a encogerse de hombros, el enojo apoderándosede sus pensamientos. Nada de lo que hacía tenía sentido. 


* * *







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