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| INTRODUCCION |




En el último mes, toda mi vida se había puesto de cabeza. Mi matrimonio se había roto gracias al empleo soñado del que ahora era mi ex esposo. Mi maldita casa estaba en venta. Trabajaba como asistente de redacción para ShellPost, una revista en línea, con un jefe imbécil que había decidido encontrarse lo suficientemente estresado como para no seguir a cargo, y había puesto en su lugar al inepto de su primogénito, el cual no dejaba de intentar ligarme cada vez que tenía oportunidad. Sin contar que mi puesto de periodismo de investigación se lo habían dado al mejor amigo de su hijo.

Lo único bueno, era que siempre podía contar Kiara. Nuestras madres eran hermanas, lo que nos convertía en primas. Siempre habíamos estado juntas, incluso cuando termine en aquel internado del infierno hace ya casi diez años.

—El amor es una verdadera mierda —aseguré mientras tomaba la última caja de mi auto y caminaba hacia ella, quien me esperaba en la puerta de su casa con una sonrisa en sus labios.

—Lo siento mucho, linda. —tomó mi rostro entre sus manos y entorno los ojos —. ¿Quieres que usemos mis ahorros y viajemos hacia Sudáfrica a darle una buena golpiza?

—Me haría muy feliz, pero no se merece que gastemos ni un centavo en él.

Ella me sonrió. Ingrese a su apartamento y un enorme cartel de bienvenida me recibía, junto con toda una decoración de globos de colores, la mesa dispuesta con una hielera con un champagne y una tabla de sushi con mis gustos preferidos.

El perro de Kiara, llamado alcancía, se me arrojo encima y festejo mi bienvenida logrando que la caja mal empacada con zapatos se cayera al suelo. Mi prima era lo bastante creativa como para ponerle a un perro que le faltaba un ojo un nombre como ese. Ella era alguien increíble, y si no me había desmoronado hasta ahora, fue por su apoyo.

Me senté en el suelo mientras abrazaba al sabueso, obligándome a no caer en la autocompasión.

—No puedo creer que hayas corrido a tu compañera de piso por mí —dije, una vez nos sentamos a cenar.

—No lo hice solo por ti, lo hice también por mí bolsillo —tomó un roll de sushi, se lo llevó a la boca e hizo un gesto gracioso —. Hacía meses no me daba su parte de la renta, ni siquiera pagaba los servicios básicos que consumía. Prácticamente me has hecho un favor.

Sonreí.

—Gracias, Kia. —tenía una leve necesidad de largar mi llanto, pero me contuve —. No sé qué sería de mí sin ti en este momento.

Hizo un gesto, restándole importancia a la enorme ayuda que estaba recibiendo de su parte. Hasta que vendiera la casa, estaba prácticamente en números rojos y necesitaba ahorrar todo lo que pudiera, más pensando lo que la abogada de divorcio me cobraría una vez los papeles estuviesen firmados.

— ¿Has llamado a tu madre? —pregunto y negué con la cabeza.

—No quiero preocuparla. Además si se entera que me separe, lo más probable es que me obligue a volver a casa y ahí sí sería un suicidio asegurado.

Mi madre era de esas personas que creían que una vez que las mujeres contraían matrimonio, lo hacían para toda la vida. Por más que explicara que hacía más de seis meses vivía prácticamente sola y que las últimas semanas ni siquiera había hablado con mi esposo, me hubiese dado un sermón sobre cómo debo sobreponer las necesidades de Markus por sobre las mías, porque eso haría una buena esposa.

Lo que no sabía era que las necesidades de mi esposo consistían en alejarme de mi familia lo más posible y cumplir cada capricho de niño inmaduro que se le ocurriera. A Markus nunca le agradaron mis padres, y su familia siempre tuvo comentarios pocos acertados sobre ellos. Sinceramente, no entendía como había soportado tanto destrato por un hombre que ni siquiera me amaba.

—Espera... —gruñó Kia, depositando el botellón de cerveza sobre la mesa —, ¿aún no sabe que Markus se ha ido a Sudáfrica todo este tiempo y planea quedarse allí indefinidamente?

—No.

—Shoshanna... ¡maldición! —refunfuño, frunciendo el ceño —. ¿Me obligaras a mentir?

—No es mentir... —me defendí —, es omitir ciertas cuestiones.

—Mi madre se enterara. —expreso, dándole un sorbo al líquido espeso —. Siempre lo hace. Tiene un poder especial para saber cuándo estoy mintiendo.

— ¡Que no es mentir!

Ella hizo una mueca, no conforme con mis palabras, pero de todas maneras sabía que no me delataría. La madre de Kiara era muchísimo más conservadora que la mía, y tenía particular adicción por sacar a su hija de quicio. Esa era una de las razones por las que, a los dieciocho, Kiara decidió irse de su casa y alejarse lo más posible de ella.

Encendió la televisión y me quede congelada, mirando la pantalla. La imagen de mi peor pesadilla de la infancia predominaba la pantalla. Era un programa de noticias locales, y la pobre mujer hacía preguntas pero el hombre mal educado que deseaba entrevistar ni siquiera se limitó a prestarle atención. Pasó de largo, dejándola allí como si no existiera y me sulfure de solo escuchar mencionarlo como si fuese una especie de Dios.

Kyle Stantton no era un Dios. Era un demonio. Un demonio de rostro perfecto, con una dosis alta de belleza y manipulación. Era muy típico de él ser tan engreído y pasar por encima de todos como si fuesen sus subditos.

— ¿Lo has visto? —preguntó mi prima, señalando el aparato —. Tu amor adolescente se ha postulado para senador por el estado.

— ¿Si? —fingí no saberlo, pero lo sabía. Todo el mundo conocía su maldito nombre. Torcí el gesto —. ¡Ojalá pierda!

—No lo creo... —Kiara chasqueo la lengua, aumentando el volumen —. Todos lo aman. Sabe cómo ganarse a las personas.

Exhale con brusquedad.

—Si querías deprimirme aún más, hablar de Kyle Stantton es el camino correcto. —señale el aparato —. Apaga eso, por favor. No lo soporto.

—Es muy atractivo el condenado. —expreso mi prima, apuntando con el control remoto para silenciar a la tonta mujer que no hacía más que hablar maravillas del hombre que siquiera sabía de su existencia.

La entendía, yo había estado en su posición hace mucho. Adorar a Kyle Stantton era tan adictivo como destructivo.

—Lo que tiene de atractivo lo tiene de hijo de puta —masculle una vez la televisión se apagó —. El y su hermana son iguales. Sus hijos serán iguales y los hijos de sus hijos serán unos hijos de puta.

—Vaya, sí que te dura el resentimiento. —se burló Kiara.

—No es resentimiento.

Era resentimiento, pero me consideraba muy orgullosa como para admitirlo. Además, Kiara era tan resentida como yo... por algo aun no perdonaba a su padre por largarse y tener hijos con otra mujer, a pesar de que el pobre tío Lassyter hacia hasta lo imposible por recuperar a su hija. No iba a mencionarlo, porque sabía que ese tema abría heridas que aún no estaban cicatrizadas.

Me concentre en mi odio hacia los Stantton.

En toda adolescencia, las mujeres tenemos ese enamoramiento con el chico malo, arrogante, musculoso y popular que podía ser capaz de generar cinco cambios de ropa interior en un maldito día. Ese que con solo sonreír, dejaba a tu corazón palpitando durante semanas. Ese con esa belleza perfecta, que lograba hacer resaltar en tu cabeza cada inseguridad, cada miedo a no ser suficiente.

El mío tenía nombre: Kyle Stantton.

Él era todo lo que yo quería. Guapo, adinerado, inteligente y sumamente atractivo. El problema era que yo no solía ser del estilo de mujeres que a él le agradaban. No pertenecía al grupo de porristas, era dos años menor, no tenía dinero, ni siquiera tenía tetas grandes como las mujeres que lo frecuentaban. Eso, pensé en aquel momento, no iba a ser un problema para mí. Yo pertenecía al grupo de los invisibles que buscaban desesperadamente ser visibles, los patitos feos que esperaban transformarse en cisnes o las cenicientas que imploraban por su hada madrina.

Lástima que no supe buscar bien a mi hada madrina, y la que debía ser un ser precioso que me ayudaría a conquistar al príncipe azul, se convirtió en la villana del cuento que logro encerrarme en una celda oscura y sombría.

Que dramática, Shoshanna.

No era noticia que estaba sumamente colada por Kyle, la mayoría de las personas en el maldito instituto me habían visto babear por él, porque, bueno... yo era bastante obvia. Además, su hermana era mi mejor amiga, así que cuando en una fiesta intenté tener sexo con dicho adonis, no se sorprendió.

Se marcharía nuevamente a la universidad y pensé que ese verano era mi oportunidad de tener el acercamiento crucial que quedaría grabado en mi memoria para siempre: esa primera vez tan especial que me convertiría en una mujer con todas las palabras. Estaba obsesionada con Kyle Stantton, y cuando lo estas, crees ver ciertas actitudes amorosas donde no las hay. Yo creía ver su interés en mí, pero solo era un juego.

Yo era un juego.

Solo diré que las cosas esa noche no resultaron como yo esperaba. Incluso podía decir que fue todo un desastre. Mi corazón se rompió en pedazos, pase el ridículo delante del  tipejo que me traía loca y una fotografía mía en ropa interior círculo por los teléfonos celulares de mis compañeros durante largos meses, provocando que mis padres me enviaran a un internado religioso al enterarse del episodio.

Mi vida sexual se había arruinado incluso antes de comenzar, y eso era algo que me hacía repudiarlo aún más.

Cuando Kiara se acostó a dormir, intenté darme una ducha que me relajara un poco, lo cual fue imposible porque ni bien comencé a acomodar las cosas en mi nueva habitación, los sollozos comenzaron.

Apoye la espalda en la pared mientras sostenía la fotografía del día de mi boda. Con ese vestido blanco y una sonrisa en el rostro me veía tan bien, tan feliz. Y era feliz, porque creía que había conocido al amor de mi vida.

Markus también lo parecía, pero no era así. Yo no era suficiente para él, ya que a la primera de cambio, había tomado un empleo lo más lejos posible de mí y había extendido su estadía cuando su contrato terminó.

¿Cómo podía tirar por la borda seis años de matrimonio así, sin más? ¿Cómo podías, de un día para otro, ignorar a la mujer que te había dado todo de ella? Los proyectos que teníamos, la necesidad de armar una familia... de tener hijos. Todo se evaporo en ese instante que subió al avión y se alejó de mí.

Llene los pulmones con aire hasta el límite de su capacidad y contemple todo a mí alrededor. Por primera vez en la vida estaba tomando una decisión por mí misma sin pensar en los demás y me sentía conforme con ello. Nadie volvería a decidir nunca más sobre la forma en la que me manejaba o la manera en la que vivía. Era el comienzo de mi soltería, debía hacer todo lo que quisiera y después de seis meses de sequía, follarme todo lo que se me apeteciera.

Debía comenzar a escribir una nueva historia.
Desde cero.

•••

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