Pensaba que moría (Cap. 5)
Eva
El chico nuevo se acerca en dos zancadas veloces y pone su mano en mi espalda. Me observa con atención analizando la situación mientras yo lucho por mi vida entre tosidos desesperados.
—¿¡Estás bien!? —pregunta muy asustado. Su voz es tan grave, rasgada y potente, que si no estuviera al borde de la muerte, me estremecería.
Asiento mientras sigo tosiendo sin descanso y no parece que lo convenza demasiado. Alicia me tiende un vaso de agua y, cuando consigo dar algunos sorbos, parece que el chicle baja, ¡gracias a Dios!
Pensaba que moría. ¡Lo he visto cerca, uffff!
—¡Estoy bien! —aclaro en voz alta cuando veo que toda la sala me está mirando alarmada. Finalizo el numerito con lágrimas en los ojos de tanto toser—. Se me ha ido el chicle para atrás y casi me ahogo —aclaro abochornada.
—¡Hostia!, ¡qué puto susto! —suelta muy visceral el chico a la vez que deja de tocarme para ponerse una mano sobre el pecho, recuperándose realmente de un buen sobresalto. Luego resopla muy fuerte, como si hiciera un esfuerzo profundo por calmarse, y se vuelve para terminar de colocar bien su silla entre Luna y Fresa.
Me aguanto la risa al verlo tan preocupado por mi vida, sin conocernos de nada, ¡es gracioso cuanto menos! O quizá son los nervios que tengo encima, que me hacen reír por todo.
Y, por cierto, ¿de dónde ha salido este espécimen superior? En el reparto de atractivo, este individuo se puso las botas. ¡Qué cosa tan exagerada, joder! ¡Y qué injusto para el resto de mortales!
Dios mío, en cualquier comparación física que pueda hacer con este hombre, ¡todos pierden!
—Ahora que ya estamos todos, ¿comenzamos? —propone Alicia con una gran sonrisa mirándonos uno a uno a su alrededor—. Me gustaría empezar la sesión dando la bienvenida a un nuevo integrante en el grupo —propone dirigiendo su mirada al chico nuevo. Aprovecho para volver a mirarlo un poco más, ¡menudo magnetismo! A la que lo miro, me cuesta apartar la mirada de él.
Es jóven, de mi edad supongo; moreno, alto, de complexión fuerte, ¡muy fuerte! Su rostro tiene rasgos duros y marcados, están enmarcados con una barba corta de lo más sexy. Su mirada es oscura y la sonrisa es tan carismática que hasta se me encienden las alarmas de peligro de fondo. ¡Bah!, ¡esas se me encienden por todo.
Me pilla repasándolo —o comiéndomelo— con la mirada y aún se oscurecen más sus ojos.
¡Jolín! No tenía previsto sentirme tan perturbada ante la presencia de nadie. ¡Adiós a mi hora de introspección pausada y en calma!
—Hola a todos —saluda él forzando una sonrisa que no sale de modo natural. No parece estar muy alegre—. Gracias por aceptarme en el grupo.
¿Y ese deje en su acento es... italiano? ¡Ufff!. ¡Lo que me faltaba! He sobrevivido al chicle de sandía y voy a morir por combustión interna. ¡Esto es lamentable! ¡Muy lamentable!
—¿Tu nombre en clave para dirigirnos a ti? —pregunta Alicia con mirada divertida.
—No lo he pensado... —repone él, pensativo.
—Te voy a decir el nombre en clave de tus compañeros, a ver si te inspiras —propone Alicia y comienza a nombrarnos uno a uno señalándonos en sentido de las agujas del reloj—. A tu lado está Luna, después tenemos a Uve —hago un leve saludo con la cabeza y él me responde con una mirada interesada que podría calcinar a cualquiera. Mientras, Alicia prosigue con las presentaciones—, esta es Martes, yo soy Alicia, este es Gato, aquel es Blanco y ella es Fresa. ¿Se te ocurre algo? Si no, puedes pensarlo para el próximo día.
Todos lo observamos curiosos mientras él se lo piensa. Detecto una mirada fugaz que lanza en mi dirección y un alzamiento leve de comisura en sus labios.
¿Por qué me está turbando tanto todo esto?
—Equis. Podéis llamarme Equis.
Alicia aplaude y sonríe.
—Muy bien, Equis. ¡Bienvenido!
Equis...
Vuelvo a observarlo disimuladamente. Me encanta el look que lleva: camisa blanca; tejanos con desgastes —aportando un tono desenfadado—; y calzado negro, algo más formal. ¡Una combinación de lo más interesante!
¡Madre mía! ¿Y son tatuajes eso que asoma por el borde de ambas mangas de su camisa? ¡Lo que me faltaba! ¡Los tatuajes son mi perdición!
A partir de ese momento, Fresa relata cómo ha sido su semana bajo el mando del tirano de su jefe. Después, Blanco explica cómo se ha sentido esta semana con respecto a ir seguro por la calle de noche después de que lo apalizaran hace unos meses por darle la mano a su pareja, otro hombre. Martes nos cuenta que sigue reticente a tener relaciones sexuales a pesar de estar muy deseosa de hacerlo con su nueva pareja; la anterior la violó mientras aún estaban juntos.
El resto no estamos muy animados a decir nada. Alicia, al darse cuenta, aprovecha para hablar ella y lo hace sobre la seguridad mental; sobre crearla en nuestro interior, no esperar a que la vida nos la ofrezca, sino a salir a la calle con ella bien construida en la mente. También habla del perdón, de lo mucho que puede sanar cuando llegamos a soltar a esas personas que nos hirieron. Del perdón enfocado en uno mismo, de perdonar sin que la otra persona se entere siquiera, sólo como un acto de amor propio, de liberación. ¡Me parece tan inspirador todo lo que transmite esta mujer!
Cuando la hora está llegando a su fin, Alicia propone que cada uno lancemos una pregunta, un ruego o una palabra al aire para cerrar la sesión entre todos, a mí se me ocurre lanzar una cuestión: «¿volveré a sentirme segura alguna vez?». Equis me mira fijamente a partir de ese instante y se mantiene así poniéndome un poquito nerviosa.
¿Nadie le ha dicho que no puede quedarse mirando a alguien durante tanto tiempo? ¡Y todavía menos con esa mirada calcinaropainterior que tiene!
Cuando llega su turno estoy llena de curiosidad por escuchar qué dice. ¡En realidad lo estoy por saber cualquier cosa más sobre él!
—¿El perdón realmente nos libera?
¡Joder con la pregunta! ¡También es muy potente!
—Muy bien chicos, tomo nota de esas preguntas tan interesantes que habéis lanzado y hablaremos de ellas en la próxima sesión. Recordad que la seguridad no es exterior, no depende de circunstancias ajenas, no se crea con cosas materiales y no es responsabilidad de nadie más que de nosotros mismos. La seguridad es un lugar desde el que partimos en nuestra mente. ¡Os espero la semana que viene a la misma hora!
—Gracias —murmuramos casi todos a la vez en dirección a Alicia.
Nos levantamos poco a poco, algunos en silencio, en mi caso asentando la información de la sesión, y sin poder evitar seguir de reojo los movimientos de Equis.
Llevo la silla hasta el montón y la arrincono sobre otra. Me calzo las deportivas y luego me dirijo a la mesita donde están los vasos y tomo uno para llenarlo de agua, la bebo a sorbitos, pensativa, viendo cómo todos van poniéndose los zapatos y saliendo. Equis es el primero en salir a la calle, como si se ahogara aquí adentro. Otros hablan entre ellos y se marchan juntos.
Salgo a la calle, me abrocho la chaqueta, saco mi melena con un movimiento digno de anuncio de acondicionador y, cuando tengo pensado empezar a andar, justo lo que esperaba —y deseaba— atraviesa el aire frío de la calle y me llega de forma electrizante.
—Ha sido muy buena tu pregunta —comenta la voz masculina, dura, ronca y provocadora de Equis.
¡La virgen!
Me giro hacia él ocultando como puedo la satisfacción de que no se haya aguantado las ganas de hablarme y lo haya hecho.
—Gracias. La tuya también lo ha sido —observo sincera.
Equis está apoyado contra la pared, con una chupa de cuero, un cigarro en la boca y un casco de moto colgando del codo. Me inspecciona sin reparos, como si quisiera desencriptarme con la mirada.
¡Suerte con eso, guapo!
—¿Crees que conseguirás sentirte segura? —pregunta con interés al volver a mis ojos—. Me refiero a... gracias a todo eso —señala con la cabeza hacia la sala donde hemos hecho la terapia, lo hace con cierto escepticismo y desconfianza al referirse a la terapia.
—Eso espero, la verdad —aseguro con una sonrisa amable mientras emprendo el paso hacia mi coche.
—¡Nos vemos, Uve! —dice a mis espaldas. Me giro y lo saludo con la mano, desinteresada, mientras sigo avanzando, disimulando lo mejor que puedo lo nerviosa y afectada que estoy. Para tener una agenda llena, una soltería por elección y un amigo especial que me tiene muy satisfecha, ¡soy de lo más impresionable, joder!
Mi noche de sábado termina conmigo durmiéndome a la hora infantil. Eso sí, el domingo me despierto a tope de energía. Desayuno en la cama, me doy una ducha larga y me voy a casa de Iris a comer. Pasamos un rato de amigas de lo más relajado, ¡maravilloso!
Por la tarde resisto la tentación de mirar las redes sociales gracias a una serie de Netflix muy entretenida sobre una chica que empieza jugando al póker y termina metida en un follón que ni se imagina.
Me recuerda un poco a mí. Aunque yo no soy una ludópata, a veces me cuesta controlar los impulsos de hacer operaciones descocadas, ¡me puede la ambición! En ese sentido, mi mente es mi peor enemiga y últimamente lo es por muchos motivos más. Solo espero poder ir limando asperezas y volver a poner en orden mi azotea.
¿Lo conseguiré?
La semana pasa volando entre velas al alza, movimientos de riesgo, ventas exitosas y muchos más euros en la cuenta de Haydar. Y también en la mía, por supuesto.
Voy a nadar muchas tardes; quedo alguna noche con Marc; me compro bastante ropa online aprovechando las rebajas —aunque todo que compro es de nueva temporada, para qué engañarnos—. Y consigo mantener mi mente bastante calmada, a pesar de que estos últimos días, la sensación de que alguien me sigue cuando estoy caminando por la calle, es cada vez más palpable. He intentando redirigir mis pensamientos hacia la posibilidad de tener un guardaespaldas, me da más seguridad y tranquilidad que la de pensar en que alguien me sigue para hacerme daño. No debo bajar la guardia, pero tampoco volverme loca.
El despacho Royes no ha dado señales de vida. Supongo que Haydar está pensando sobre la cláusula que propuse añadir.
¡Qué piense, qué piense! Que mientras, yo sigo configurando mi seguro.
El sábado por la tarde me estoy mirando en el espejo del coche antes de entrar a la sala de la terapia y maldigo mi aspecto. ¡Para haber ganado tanta pasta esta semana y haberme sentido tan exitosa, parezco una fracasada, joder! Ojeras marcadas, piel apagada, más palidez de lo normal, pelo descuidado... ¡estoy fatal!
Veo llegar a Equis en su moto y vuelve a impactarme físicamente su atractivo. ¡Qué magnetismo! Me deleito repasándolo con detalle desde el interior de mi coche. Tiene una espalda ancha y unos brazos enormes. Debe entrenar o practicar algún deporte, eso no sale de forma natural. ¿Y la forma de andar que tiene? Con tanta seguridad, con ese porte tan masculino y tan... Alfa. Joder, ¡siento impulsos de bajar la ventana del coche y gritarle barbaridades cual camionera!
La motivación que me provoca verlo se traduce en forma de eyeliner y brillo de labios. Me atuso el pelo y, cuando vuelvo a mirarme al espejo, me parece que soy otra Eva, ¡la triunfadora! Y tengo que reconocer que no es solo por el maquillaje, es por la actitud.
¡Que me gusta a mí ir viendo retazos de la Eva que fui!
Me bajo del coche y hago como que no lo he visto cuando paso por su lado.
—¡Eh!, hola —saluda con sorpresa al verme.
Me giro haciéndome la distraída y moviendo mi pelo de un lado a otro, coqueta.
—Ay, ¡hola! Equis, ¿verdad? —lo miro en plan «¿eres tú?, ¿o te estoy confundiendo?».
—Sí, exacto —afirma sonriente y con cierta gracia, como si le resultara cómico que alguien pueda confundirlo u olvidarlo. Cosa que no me extraña; es obvio que a nadie se le olvida ese atractivo tan rápido.
Avanzamos juntos los pasos que nos separan de la sala.
—¿Cómo vas? Me alegra mucho ver que no has muerto a causa de ningún caramelo esta semana —comenta sacando un cigarro y mostrando cero prisas por entrar en cuanto llegamos a la entrada.
—Ja, ja, ja —hago como que me río, cargada de ironía. Y de paso le transmito lo poco que me divierte su broma, aunque en realidad es muy buena—. ¿Sabes que eso —señalo su cigarro mientras lo enciende—, además de perjudicial para la salud y apestoso, nos cuesta una pasta a todos?
Primero me mira un poco en shock. Asimilando lo que acabo de soltarle. Después observa el cigarro y se parte de risa.
—¡Así que eres de esas personas!
—¿De cuáles? —quiero saber muy intrigada y divertida.
Me imagino sus posibles cavilaciones como «las antitabaco, las sanas, las peseteras».
—De las que te dicen lo que piensan, ¡sin filtro!
Sonrío más halagada que si acabara de llamarme mujer maravilla.
—Pues va a ser que sí. Los filtros dejémoslos para las fotos.
—Me gusta. ¡Me gusta mucho eso! —afirma convencido repasándome con la mirada y haciéndome dudar sobre qué es lo que le gusta tanto, ¿mi falta de filtros o la estructura de mi cuerpo?
—¿Italiano? —sondeo llena de curiosidad.
Una sonrisa extremadamente maliciosa aparece en sus labios. Asiente en un leve gesto con la cabeza. No dice nada más. Me gustaría lanzarle una pregunta tras otra: «¿de qué parte de Italia?», «¿cuánto llevas aquí?», «¿qué te trae por la terapia?», «¿sabes hacer pizza?», recuerdo a tiempo el anonimato en el que nos refugiamos los del grupo y decido mantener los labios cerrados.
Compartimos durante los siguientes segundos un silencio extraño. Uno de esos que compartes con una amiga o con alguien con quien tienes cierta confianza. ¿Por qué siento de pronto complicidad con este desconocido? Fresa nos saluda al llegar y pasa entre nosotros hacia el interior de la sala. Cuando Equis termina el cigarro, lo pisa y me señala la puerta con un gesto caballeroso de su mano para que entre yo primera.
Cogemos dos sillas, las llevamos al círculo y las colocamos juntas. Cada vez que nuestras miradas coinciden, a mí se me escapa una minisonrisa y a él un gesto que no consigo descifrar, ¡pero que me gusta más que el Bitcoin! Y, joder, ¡eso es mucho! ¡Demasiado!
Durante la siguiente hora, somos las dos personas más calladas de la sala. Al menos yo, me limito a escuchar atenta y a procesar la información. Alicia nos da más tips y termina la sesión enseñándonos una respiración de diafragma para cuando aparece la ansiedad. Me fijo mucho en todos los detalles para poder reproducirla en casa, me va a venir bien en más ocasiones de las que me gustaría reconocer.
Equis me observa sorprendido cuando coloco las manos sobre mi vientre y practico varias veces, llena de interés. Parece que se aguantara la risa, como si estuviera muy por encima de todo esto.
¿Para qué paga la pasta que valen estas sesiones si no cree para nada en que pueda serle útil?
Una vez nos despedimos y salimos, me demoro a propósito un poquito más de lo normal en llegar al coche. Lo justo y necesario como para que...
—Oye, ¡Uve! —Equis me llama desde atrás y me giro sobre mis talones buscando su mirada. Por alguna extraña razón, me gusta sentirla sobre mí, querría atraparla y que solo me mirara a mí durante horas.
Sonrío al ver que se acerca apresurado por llegar a mi lado. De nuevo me llama la atención esa forma suya de andar y de moverse con un punto chulito que no pasa desapercibido para nadie, ¡ni aunque lo intente! Es como una declaración de intenciones: «aquí estoy, ya he llegado, dame toda tu atención».
Oh, sí, ¡ya lo creo que te la doy!
—¿Conoces algún sitio por aquí cerca donde se pueda tomar un café? ¡Estoy destemplado! —explica poniendo cara de malestar y a mí se me borra la sonrisa de golpe.
—¿Te encuentras mal?
—Me encuentro... raro —hace un gesto entrecerrando los ojos y juntando los labios que me despista durante un breve lapso de tiempo pero enseguida consigo centrarme de nuevo—. No sé si ha sido esa chica hablando de su violación... ¡Joder! ¡su relato me ha dejado un puto mal cuerpo de la hostia! O quizá sea el puto frío que hace en esa sala del infierno pero, en cualquier caso, ¡necesito tomar algo caliente!
No puedo evitar reír al verlo tan intenso. Rectifico el gesto y vuelvo a parecer una chica cuerda y preocupada. ¡Para nada una chica deslumbrada ni cautivada por su atractivo y magnetismo!
—Vale. Ven, te acompaño —me ofrezco sin pensar. Cuando alguien necesita apoyo o ayuda del tipo que sea, se activa una parte de mí que ni sopesa las consecuencias, solo se lanza a por ello y ya esta.
Emprendemos el paso hacia la cafetería más cercana, está a cien metros.
Equis me sigue sin decir nada y prefiero ni mirarlo. Una vez entramos, nos sentamos en la barra. Ni lo pienso, simplemente es lo más rápido y estoy en modo práctico. Pido dos cafés solos antes de que Equis tenga tiempo siquiera de acomodarse.
—Perdona, no sé ni cómo lo tomas —reconozco al darme cuenta.
—Lo has pedido muy bien.
—Es verdad, que eres Italiano —me recuerdo a mí misma asociándolo a su fama de apasionados por el café.
Equis se saca la cazadora y la deja en un taburete libre a su lado. Coge mi abrigo en cuanto me lo saco y lo pone sobre su cazadora. Me inquieta no tenerlo cerca, pero recuerdo que no hay nada de valor ahí. Tengo el móvil colgado al cuello con la cuerda que lleva incluida la carcasa y un monedero en el bolsillo del pantalón que solo contiene monedas y billetes pequeños. ¡Ya no llevo ni bolso! He aprendido la lección. Solo falta que alguien vuelva a intentar atracarme, ¡con lo tensa que estoy soy capaz de cargármelo a bolsazo limpio!
En cuanto tenemos las tazas de café delante, le damos un sorbo largo, saboreándolo. El disfrute es proporcional al arrepentimiento: ¡luego no duermo! Es una idea de las peores tomar café pasadas las siete de la tarde. ¡Me tenía que haber pedido un gin-tonic!
Observo las caras de las personas que hay en la cafetería. No sé qué busco, supongo que alguna que me resulte conocida o pueda sonarme de algo. Nada. Son todo rostros nuevos.
—Es justo lo que necesitaba —sonríe Equis con claro gesto de sentirse mejor. Ha recuperado el color de su tez con ese ligero bronceado dorado y vuelve a estar tan atractivo, que desconcentra a cualquiera.
—La calidez de un café recién hecho... —confirmo pensando en ello y deseando tener una noche tranquilita y ser capaz de conciliar el sueño a pesar de la cafeína que tontamente estoy metiendo en mi sistema.
—Sí, aunque me refería a la calidez de tu compañía —me corrige con tono juguetón. Me giro sorprendida hacia Equis buscando alguna respuesta en su expresión.
¿En qué momento ha pasado de encontrarse mejor a estar en modo seducción? Me lo he perdido.
Me río por lo inesperado, pero me gusta. Mentiría si dijera lo contrario. ¡Me gusta más que a un niño un caramelo! Y más si el caramelo está tan tremendamente bueno como lo está él. Mientras le da otro sorbo al café, aprovecho para observar con detenimiento su pelo negro cortito por la nuca y más largo por arriba formando un tupé desenfadado. Su barba recortada y la sonrisa tan bonita, blanca y alineada que muestra a cada rato. ¿Y eso que asoma por el lateral de su cuello es otro tatuaje? ¿Pero cuántos tiene? Joder, ahora quiero verlos todos y saber cada detalle.
Eva, ¡prepárate para estar a solas y a poca distancia de este ser magnético y cautivador!
—Veo que has recuperado la temperatura —afirmo tras repasarlo de arriba abajo.
A él se le oscurece la mirada en cuanto me coloco bien la blusa y quizá —solo quizá—, mis movimientos sean un poquito más coquetos de lo que sería normal entre dos desconocidos que no están buscando acabar juntos en la misma cama.
Que tire un poco del bajo de la blusa hasta dejar asomando el borde de mi escote tampoco es una maniobra descabellada, ¿no?
Los ojos de Equis clavados en ese punto exacto de mi anatomía confirman mi éxito. Después, el italiano carraspea y redirige su mirada a mis ojos, recuperando el control. Yo sonrío lujuriosa y me mojo los labios acariciando el de abajo con el de arriba. Me gusta ver que pierde el control con tanta facilidad, también me encanta ver cómo se esfuerza por recuperarlo. Ver los mecanismos automáticos de las personas me da información sobre ellas y eso, me hace sentir control y, a consecuencia, cierta seguridad.
—¡Vaya, Uve! Eres más cálida de lo que esperaba —exclama sorprendido y nada disgustado con su descubrimiento.
—¿Y eso te gusta? —sé que sí, solo lo pregunto para seguir avanzando en esa línea que disfruto tanto. ¡La de hablar bien de mí!
—Mucho. Más de lo que te imaginas —constata consternado y me divierte cada vez más. Hago esfuerzos por no sonreír como una loca.
—¿Soltero? —pregunto directa. ¿Para qué andarme con rodeos? Desde que lo vi la semana pasada en la terapia, la posibilidad de acercarme a él ha aparecido varias veces por mi mente. ¡Y alguna ha hecho parada entre mis piernas!
—No estoy casado ni comprometido con nadie —responde rápido—. ¿Y tú?
—Soltera por decisión. Estoy casada con mi trabajo y no me queda tiempo para el amor, ¡ni para relaciones serias! —explico intentando dejar claro que es lo que no busco.
—¿Y para pasarlo bien?, ¿tienes tiempo para algo divertido?
Giro el taburete hacia Equis y me enfoco enterita hacia él. Lo acaba de conseguir: ha captado toda mi atención. Tapo mi boca por el costado con una mano como si fuese a contarle un secreto inconfesable.
—Me encanta divertirme —susurro con tono pícaro y un pelín obsceno dejando claro que sé de lo que hablamos. Su sonrisa se ensancha.
—A mí también —coincide girando en su taburete hacia mí. Sus piernas chocan contra las mías y Equis, con toda la confianza del mundo, pone sus manos sobre mis rodillas y me mueve las piernas hasta situarlas entre las suyas. Sus manos frías no se apartan, se quedan agarradas a la parte superior de mis rodillas. Y, eso, es algo que me acelera el pulso. ¡Un poquito solo!
Su contacto, la proximidad y lo que se está cociendo entre nosotros en este preciso instante, en vez de incomodarme, me incitan a querer más, mucho más.
—¿Cuál es tu juego favorito? —pregunto con muchas, muchas intenciones traviesas, divertidas y picantes acumulándose entre mis piernas.
—Este —responde sin pensárselo ni dejar de clavar su mirada en la mía.
—¿Te gusta ligar con desconocidas? —intento aclarar y Equis se ríe. Tiene una risa seductora tremenda.
—Me gusta la seducción. Y, sí: el anonimato tiene su punto, también.
Sus ojos se detienen unos instantes en mis labios y vuelvo a jugar con ellos, provocando.
—Además, no sé por qué, me da que tú eres una gran jugadora... ¿No es así, Uve? —sondea regresando la atención a mis ojos. El marrón miel de sus iris se me clava en lo más profundo.
Mmmmm... este tonteo me está poniendo a mil.
—Me da que tú también eres un gran jugador, Equis... —susurro acercándome a su oído como si se tratara de otro gran secreto. Antes de que pueda alejarme, se gira, me agarra inmovilizándome y me susurra él algo a mí.
—¡No te haces una idea! —amenaza con una voz baja y profunda que provoca que mi vagina se contraiga enterita—. ¿Vives por aquí cerca?
¿¡Qué!?
Recupero el espacio entre nosotros enderezándome sobre el taburete. Mis ojos deben delatar el microsusto que acabo de experimentar.
¿Hablar de dónde vivo con un desconocido? ¡Ni hablar!
¡Alarma! ¡Alarma! ¡Alarma!
—Perdona, ¡no pretendía incomodarte! —se excusa con preocupación al advertirlo—, ¿quizá he ido demasiado rápido? es mi otra adicción, intento mantenerla a raya pero, a veces, se me escapa.
¿Eh?
—A parte del café —señala cogiendo su taza—, la otra es el sexo.
¡Ahí va!
—¡No te asustes! —pide sonriendo y parece mucho más relajado—. Es solo que canalizo mucho mis nervios y estrés con el sexo. Polarizo ese aspecto de mi vida cuando otros se escapan de mi control.
—¿Y ahora mismo tienes muchos aspectos fuera de control? —intento adivinar aparentando una calma que me gustaría sentir de forma auténtica. ¿Por qué he pasado de estar caliente como un hoguera a estar a la defensiva y sintiéndome en peligro? Ah, sí, porque un hombre que apenas conozco ha preguntado dónde vivo.
—Más de los que me gustaría, pero... quiero pensar que la terapia va a ayudarme a sentir seguridad desde mi mente —concreta señalándose la frente—, quiero ser optimista. Cambiemos de tema, por favor, cuéntame algo sobre ti, me gustaría mucho conocerte en profundidad.
En profundidad, sobre todo.
—Bueno, en realidad, ambos estamos en ese grupo de terapia en el que aconsejan mantenernos anónimos. Quizá venir a tomar un café juntos no ha sido una de mis mejores ideas del día —me lamento al darme cuenta de la trampa peligrosa en la que me he metido yo sola.
¿Quién coño es Equis?, ¿y quién dice que puedo fiarme de él? ¡No debo!, ¡de nadie! Ni aunque esté tan bueno que quiera mojar pan en él hasta empacharme.
¡No, no y no! No puedo permitirme más brechas en mi seguridad.
—Tranquila, me refería a que me contaras algo... seguro. No sé. Algo como si estás viendo alguna serie de Netflix que te gusta, o algo así —sonríe con amabilidad y simpatía y me creo por un instante que puedo fiarme de él. ¡No! ni hablar.
Eva, ¡no vayas a caer!
—Estoy viendo una que no sé ni cómo se llama —explico sonriendo y entrando en el tema encantada, contra todo pronostico—, es de una chica que juega al póker y se mete en unos líos épicos.
—¡Sé cual es! —exclama muy alegre—. La vi entera hace unas semanas. Me encantó. Me sentí muy identificado con ella —explica pensativo y endurece el gesto al darse cuenta de lo que ha dicho—. Por el póker, me gusta mucho.
—A mí también —coincido sincera.
—¿Algún otro vicio confesable? —cuestiona con su sonrisa pulverizabragas más potente. ¿Y ese perfume tan... masculino y fuerte que me está llegando al estar tan cerca de él?
¡Dios! ¿Cuál era la pregunta?
¡Vicios! Eso es.
¡Madre mía! ¡menudo tema!
—Ehm... vicios... pues... coincidimos en todo hasta ahora —comento presa de un ataque de sinceridad inaudito. Miro hacia la barra para deshacerme de su mirada incendiaria y me bebo lo que queda de café como si fuera un chupito de Jager. ¡Ya me gustaría que fuera Jager, joder!
—¿Tienes ganas de beber algo más fuerte? —pregunta muy divertido y yo lo miro fulminándolo con la mirada, en broma. ¿Cómo hemos pasado a tener este nivel de complicidad en tan poco tiempo?—. Espera, ¿qué has dicho? —cuestiona asombrado recuperando algo que se le estaba escapando—. ¿Qué coincidimos en todos los vicios? —repite entre perplejo y encantado ante esa información—. ¿Quieres decir que tú también...? ¡Oh!, entiendo —comenta al caer en la cuenta, y se aguanta la risa.
Joder, qué puta vergüenza.
¿Acabo de reconocer que yo también canalizo mucho con el sexo?, ¿con un adicto a ello?, ¿del que no sé nada?
¿Qué me está puto pasando?
Este patinazo puede suponer una brecha en mi seguridad y en mi estabilidad. ¿Será su perfume? Igual lleva algo que bioquímicamente me está provocando una parálisis cerebral o cognitiva. ¿Existirá algo así? Quién dice una parálisis cognitiva, dice un calentón que flipas.
¡Dios!, ¿qué infierno de calor es este?
Siento como fogonazos intermitentes. Vienen y van. Se encienden y se apagan. El agua helada del miedo se ocupa de ir aplacándolos, pero Equis enciende muchos más y así es como hemos entrado en una dinámica de la que no sé cómo saldré sin consumirme entera en sus brasas.
¡Eva, cierra el pico, las piernas, y vete a casa! ¡Así es como sales de esta!
¡Y hazlo ya!
¡Es una orden de la parte racional de tu mente!, ¡la única que, milagrosamente, aún funciona!
—Bueno, Equis, ¡una que tiene que irse! —explico levantándome del taburete como si le hubiesen salido pinchos, saco el monedero y desparramo unos cuantos euros sobre la barra, no sé ni cuántos pero espero que sean suficientes como para cubrir ambos cafés—. ¡Nos vemos, eh! ¡Que vaya muy bien! ¡Hasta la próxima!
Paso por su lado, me detengo para coger mi abrigo y ponérmelo.
—Espera, ¿ya te vas?, ¿y me dejas así?
Me vuelvo hacia él esperando que —como mínimo— esté señalándose una erección pero, no. ¡Evidentemente no es ese el gesto que me encuentro! Equis señala su café a media taza.
¿Es normal que con un calentón me encuentre tan perturbada?
Asiento nerviosa y la sonrisa que él me dedica hace que, automáticamente, aparezca la mía. Su mirada es oscura pero su sonrisa es de las que iluminan cualquier tipo de oscuridad, me encantaría explorarla a fondo. Muy a fondo. ¡Del todo!
—Está bien, Uve... Entonces, ¿nos vemos la semana que viene? —pregunta sin dejar de penetrarme con... ¡con su mirada!
Mientras sonrío genuinamente y asiento por inercia, doy pasos torpes hacia atrás, intentando alejarme de su magnetismo y su química destructora. Recupero el control; me giro, ¡y me largo sin mirar atrás! Con golpe de melena incluido al salir del local. ¡Que no se diga! Eva es digna incluso cuando está más cachonda y aturdida que una gata en celo.
Consigo recuperar mi paz interior en cuanto arranco el coche y me alejo de esa zona.
Notas mentales importantes a destacar mientras conduzco y analizo lo que me ha pasado durante ese café tan explosivo:
Los calentones hacen que baje la guardia.
En contraposición, he descubierto que mi miedo es capaz de enfriar cualquier calentón.
¡Equis es un puto player! Ha instaurado entre nosotros un tablero de juego.
Y estoy DESEANDO volver a verlo y empezar la partida.
¿Cómo podría jugar con él sin abrir ninguna brecha insalvable en mi actual y frágil sistema de seguridad?
Por mucho que lo esté deseando, tengo que reflexionar sobre el último punto antes de mover ninguna ficha.
En este momento de mi vida, mi seguridad es la prioridad número uno.
¡Hola, chicas!
¿Cómo estáis?
Espero que vuestra semana esté empezando muy bien y hayáis disfrutado del capítulo. Si es así, no olvidéis votarlo ⭐️ y dejar algún comentario ❤️
¿Quién creéis que es X? 🤔😬 y, ¿qué os ha parecido? 🤭
¡Os leo!
Un besazo ❤️
Carol
🌍 Grupo de Facebook de las Lectoras Vibrantes: https://www.facebook.com/groups/vibratinglove
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro