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Cap. 33 Cambio de planes

Cuando va a responder la llamada, escucha una voz conocida a su lado y que, a pesar de no llamarla por su nombre, sabe que se dirige a ella:

—Adriana...

—Hola, Claudia.

—¿Qué haces tú aquí? No sabía que estabas con Carlos. Me dijo que él ya estaba aquí, pero no me comentó que tú también. Quería quedar con él para preparar la reunión de mañana...

—Creo que está ocupado...

—Sí, siempre está ocupado este hombre... Bueno, supongo que tú ya te habrás dado cuenta, ¿verdad? Sabe muy bien cómo hacer negocios... 

Claudia le dedica una sonrisa cargada de intención, pero Andrea no se la devuelve. Claudia no entiende qué habrá visto en esa chica tan vulgar, pero tiene muy claro que Carlos siente algo por esa chica. No se lo dijo abiertamente, pero intuye que hay algo entre ellos, algo que pudo percibir la primera vez que los vio juntos. Y Claudia no estaba dispuesta a perder su oportunidad de conseguir sus favores. Tuvieron un encuentro sexual hacía bastante años y ella tenía muy claro qué era lo que nunca podría obtener de él, pues así se lo hizo saber cuando ella se insinuó. Aunque todavía conservaba la esperanza de poder obtener algo más. Quizás él no hubiera abierto nunca su corazón porque no había encontrado a la mujer adecuada, y Claudia estaba segura de que ella podría ser adecuada para él. Sin embargo, la presencia de su directora adjunta le incomoda, más aún cuando le había parecido ver que en Carlos se había despertado un especial interés por esa chica. Así que, tal vez ella podría hacer algo por apartarla de su lado, de una manera sutil e inteligente. 

Mientras Andrea la escucha en silencio, ella sigue hablando.

—De hecho, su habilidad para los negocios es lo que puede darte una gran oportunidad a ti. Tiene muy buena opinión sobre tu talento, tal y como me ha hecho saber, y yo también creo que eres la persona ideal para ocupar ese puesto directivo.

—¿Qué puesto? —pregunta Andrea contrariada.

—¿Es que no te lo ha dicho todavía? Vaya, igual he estropeado la noticia. Vamos a abrir una delegación en Los Ángeles, para dirigir la filial de Fémina allí. Y yo también estoy de acuerdo en que seas tú la directora. 

Andrea se queda totalmente sorprendida, algo que se refleja en la expresión de su rostro.

—¿Directora? —pregunta Andrea—: Y... Y Carlos... ¿Carlos quiere...?

—Confía mucho en ti, querida. Él mismo propuso tu nombre para ese puesto. Es una gran oportunidad, Adriana, y aunque la junta tiene otros candidatos, yo confío también en el criterio de Carlos, por lo que si aceptas, el puesto será tuyo, ¿qué me dices?

—Yo... Bueno... No sé... —musita Andrea confusa. La noticia de haber sido propuesta para dirigir una revista es muy gratificante, sin embargo, saber que esos son los planes que ha hecho Carlos para ella, enviándola a tantos kilómetros de distancia, le provoca una sensación de contrariedad, y también de cierta decepción.

—Supongo que te verás capacitada para dirigir la revista, ¿verdad? De eso no me cabe ninguna duda. Así como de la pasión y entrega con la que harías tu trabajo. Pude verlo en la presentación que hiciste aquel día. Estoy segura de que lo harás muy bien y que eres digna merecedora de toda nuestra confianza.

Claudia termina su discurso sin que Andrea sepa qué más añadir, así que ella da por finalizada la conversación.

—Bueno, cariño, esperaré a que se haga el nombramiento oficial, pues imagino que Carlos querrá darte la noticia en persona y despedirse de ti, claro. Nos vemos mañana en la reunión. ¡Chao!

Andrea se queda allí de pie, observando cómo Claudia cruza las puertas del hotel. Su teléfono vuelve a sonar y ve la llamada entrante de Carlos.

—Dime —responde.

—Siento mucho toda la escena que has presenciado —empieza a decirle Carlos—: Me ha hecho mucha ilusión verte, no te esperaba.

—De eso ya me he dado cuenta...

—Y quiero que sepas que tampoco esperaba la visita de Sofi, me crees, ¿verdad?

—Sí, supongo que no tengo otro remedio —contesta Andrea con resignación.

—¿Dónde estás? ¿Podemos hablar?

—Ya estamos hablando.

—Pero quiero contarte a qué he venido...

—Ya me lo dijiste, para ayudar a tus padres en un negocio familiar. Y parece que lo has conseguido.

—Andrea, por favor, déjame que te lo cuente todo. Supongo que, visto desde fuera, esta situación puede resultar... extraña. Pero quiero explicártelo todo. Y me da igual que no quieras que te dé ninguna explicación. ¿Dónde estás?

—En la calle.

—¿En la calle? ¿Por qué? ¿Te marchas?

—Sí. Yo...

—No, Andrea, espera, por favor. Cena conmigo.

—No puedo.

—¿Por qué? Espera, no te vayas —va diciendo Carlos, mientras baja de su habitación para ir a buscarla—: Necesito hablar contigo, quiero contarte todo...

—No hace falta, Carlos, ya lo sé...

—No, no lo sabes. No sabes todo. Pero quiero contártelo yo.

Andrea escucha la respiración entrecortada de Carlos, que sigue descendiendo los escalones a toda velocidad. Pero ella no se encuentra con ánimo de hablar con él en ese momento, así que, hace parar al taxi que pasa por delante de ella en ese momento y se sube en él.

—¡Espera! —le grita Carlos cuando sale a la calle y ve cómo Andrea se mete en el taxi—: Por favor, Andrea, espera...

—Ahora no me apetece hablar.

—¿Dónde vas? 

—A buscar un hotel donde pasar la noche...

—No hace falta, puedes pasar la noche conmigo.

—No quiero, Carlos, quiero irme. Y me iría a mi casa ahora mismo, si mañana no tuviéramos una reunión importante...

—¡A la mierda la reunión! —le interrumpe Carlos—: Solo quiero hablar contigo, por favor.

—No puedo decepcionar a Müller, si habéis confiado en mí para dirigir la revista en Los Ángeles, ¿no?

—¿Qué? —pregunta Carlos, extrañado.

—No esperaba que hubieras pensado en mí para ese puesto.

—Yo no había pensado en ti para...

—¿Es que no crees que pueda dirigir la revista?

—¡Pues claro que lo creo! Creo que serías una directora fabulosa, Andrea, pero...

—Habría preferido que me lo dijeras tú mismo, ¿sabes? 

—¿Que te hubiera dicho el qué? ¿Que serías una perfecta directora?

—No, que me habías propuesto para ocupar ese puesto.

—Pero yo no...

—Acabo de hablar con Claudia y me lo ha dicho —le interrumpe Andrea—: Y lo he aceptado. 

—¿Que has hecho qué? ¿Por qué?

—Quizás sea lo mejor, Carlos. Me vendrá bien un cambio de aires. 

Carlos se queda en silencio.  No sabe qué decir. Escuchar que Andrea ha aceptado irse a Los Ángeles acaba de dejarle completamente helado. Y no consigue entender ese cambio repentino en Andrea. Ni siquiera es capaz de considerar que todo lo que acaba de ocurrir en el pasillo del hotel ha podido influir en su decisión. Porque lo único que siente es un profundo dolor en su pecho. Una desilusión que incluso dificulta su respiración. Y de inmediato le aparece la imagen de Pol, la complicidad que demostraron en la improvisada sesión de fotos y el apasionado beso que se dieron en la oficina. 

Le asaltan cientos de dudas, junto al pensamiento de que el hecho de que Andrea hubiera aceptado ese puesto tenía algo que ver con que era en Los Ángeles, donde también estaría Pol. Y así se lo hace saber.

—¿Te vas a Los Ángeles por Pol?

—¿¡Por Pol!? —pregunta Andrea sorprendida y enfadada—: ¿Qué tiene que ver Pol con todo esto?

—No lo sé. Dímelo tú —dice Carlos en un tono cortante. Y Andrea emite un bufido, demostrando su malestar.

—Uf, mira, déjalo, Carlos. Nos vemos mañana en la reunión.

—¿Por qué no quieres hablar ahora, Andrea?

—¡Porque estoy enfadada! ¡Porque cuando hablo enfadada digo cosas de las que luego puedo arrepentirme! ¡Y porque me parece increíble que después de lo que ha pasado, me saques el tema de Pol! —exclama Andrea, elevando su tono de voz—: Tengo que colgar, Carlos. Tengo que buscar un hotel donde alojarme esta noche.

—No vas a encontrar. Hay una feria y están todos los hoteles llenos —le dice Carlos, también en tono cortante.

—¡Pues buscaré una pensión!

—¡No hay una sola habitación libre!

—¡Pues dormiré en la calle! —Y Andrea cuelga la llamada.

—¿Dónde la llevo? —le pregunta el taxista.

—Todavía no lo sé —contesta Andrea, mientras se pone a buscar alojamiento desde el móvil.

—Si no tiene reserva, es posible que le cueste encontrar alojamiento. Si quiere, puede probar en este hostal —le dice, entregándole una tarjeta—: Está algo alejado, pero quizás quede alguna habitación libre.

Andrea coge la tarjeta y llama al número que aparece en ella. Allí no tienen ninguna habitación libre. El taxista le recomienda un par de alojamientos más, pero obtiene el mismo resultado.

—Pues si no hay habitación en ninguno de esos, es que no queda una sola habitación libre en toda la ciudad...

Pero Andrea sigue insistiendo en varios establecimientos más, mientras el taxista sigue dando vueltas sin rumbo fijo. Al cabo de media hora, se da por vencida, y le pide que detenga el coche, sin saber dónde pasará la noche. En ese momento, recibe la llamada de Carlos.

—¿Has encontrado alojamiento? —le pregunta en tono conciliador.

—No —responde ella sin más explicación.

—Me acaban de decir que aquí se ha quedado una libre, ¿la reservo?

—Sí, por favor, gracias.

Cuelga la llamada y le da instrucciones al taxista de que regrese a la dirección del hotel. Cuando llega, encuentra a Carlos en el hall, pero ella se va directamente a recepción.

—Ya tengo la llave —le dice, mostrándole el trozo de cartón.

Los dos suben al ascensor, incómodos y en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos, confusos y erróneos pensamientos.

Al llegar al tercer piso, Andrea sigue los pasos de Carlos, sin darse cuenta de que es el mismo pasillo que había estado recorriendo hacía un rato.  Se detiene frente a la habitación 312 y abre la puerta.  Hace pasar a Andrea y Carlos la sigue, pero ella se gira y lo mira con gesto interrogante.  Vuelve a girar su cabeza y observa que la cama está desecha.

—¿Qué es...?

—Es mi habitación.

—No voy a quedarme en tu habitación —dice Andrea, dándose la vuelta con la intención de marcharse. Pero Carlos la coge por los hombros y se lo impide.

—No vas a encontrar alojamiento, Andrea.

—¿Y por qué no me lo has dicho?

—Porque no habrías querido venir si te pedía que te instalaras en mi habitación.

—¡¿Y, claro, mejor engañarme, verdad?!

—¡Pues si es para evitar que pases la noche en la calle, sí, mejor engañarte! ¡Si no fueras tan testaruda, no tendría que haberlo hecho!

—¡Oh sí, cómo no! ¡La culpa de que seas un mentiroso es mía! —Andrea da un manotazo para quitarse las manos de Carlos de encima—: ¡Esto es increíble!

—¡Si tan horrible te resulta pasar la noche en mi habitación, no te preocupes, dormiré en el pasillo! —exclama ahora Carlos, dirigiéndose hacia la cama para agarrar una de las almohadas. Y con paso decisivo, sale de la habitación y cierra la puerta tras de sí.

Andrea resopla y se pone a caminar por la habitación, refunfuñando y dedicando improperios a Carlos:

—¡Tonto de los cojones! ¿Será capaz de quedarse en el pasillo? ¡No! ¡Idiota! Seguro que lo hace para que yo me  sienta mal. ¡Falso! Pues no pienso caer. ¡Que se fastidie! ¡Será imbécil! ¡Y yo más!

Sigue caminando de un lado a otro, mordisqueándose una uña, gestionando su enfado y sintiéndose culpable. Se acerca hasta la puerta y pega su oreja, por si encuentra algún sonido al otro lado. Pero todo está en silencio. Pone su mano en el pomo, con la intención de abrir, convencida de que se va a encontrar a Carlos allí de pie, con su cara de pillo, esperando a que ella haga justo eso, abrir la puerta.

—¡Pues no lo voy a hacer! —vuelve a musitar, para seguir dando vueltas por la habitación. Pero su cargo de conciencia pesa más que su ira, y no puede evitar sentirse mal por dejarle en el pasillo. 

Se acerca de nuevo hasta la puerta y piensa qué excusa ponerle para abrirla. Pero cuando la hace y tiene que bajar la vista hasta el suelo, donde, inesperadamente, se encuentra a Carlos hecho un ovillo delante de su puerta, se queda muda.

Él se gira e incorpora su cabeza de la almohada. 

—¿Vas a echarme las sobras de la cena? 

—¿Es que piensas dormir ahí? 

—Eso intento, si me dejas...

—¡No voy a dejar que duermas en el pasillo, obvio!

—¡Parecía más obvio que no quisieras dormir conmigo!

—¡Entre dormir contigo y dejarte dormir en el pasillo hay un término medio!

Carlos se levanta, coge la almohada, entra airado en la habitación y le dice:

—Pues, busquemos ese término medio —tira la almohada al suelo y se pone a dar largas zancadas hacia un extremo de la habitación, contando en voz alta. Luego se va al otro extremo de la habitación y vuelve a dar zancadas hacia el centro. Coge la almohada y la deja caer de nuevo, a unos centímetros—: Este es el término medio.

—Muy bien —acepta Andrea—: Así que, ¿tú te quedas en ese lado y yo en este?

—¡Exacto! 

—¿Y dónde piensas mear, en el cenicero? Porque el baño está en mi lado.

—Pues no meo  y punto —responde Carlos, cruzándose de brazos.

—¡Perfecto! —contesta Andrea, y sin vacilar, se va hacia su lado de la cama, se sienta, se descalza y se tumba.

Carlos hace lo mismo, en su lado de la cama. Los dos están tumbados bocarriba, con la mirada fija en el techo. 

—¿Tú no habías quedado a cenar? —le pregunta Andrea.

—He dicho que no contaran conmigo —responde Carlos.

Y vuelven a quedarse en silencio. A los pocos minutos, Andrea vuelve a preguntar:

—¿No hace un poco de calor? 

—Yo estoy bien.

—¿Te importa que abra la ventana?

—No.

Andrea se incorpora de la cama, pero cuando va a cruzar la habitación, ve la almohada que sigue en el suelo y que delimita la estancia.

—Está a tu lado de la habitación.

—Lo sé. Y no puedes pasar —dice Carlos sin moverse de la cama.

—Muy bien —Andrea vuelve a su lado de la cama, se sienta sobre ella y descuelga el teléfono que hay en su mesita —: ¿Podrían subirme un sándwich mixto y una botella de agua a la habitación 312, por favor? Gracias.

Cuelga el teléfono y le pregunta a Carlos:

—¿Quieres algo para cenar?

—Sí, gracias —responde él. 

Pero Andrea se tumba en la cama, bocarriba, y apoya las manos sobre su estómago.  Carlos se incorpora de medio lado y se queda mirándola. 

—El teléfono está a tu lado —le dice.

—Lo sé —contesta ella. Y Carlos resopla, mientras vuelve a dejarse caer sobre la cama. 

Permanecen en silencio hasta que, a los pocos minutos, alguien llama a la puerta. Andrea se incorpora y abre. Un joven le entrega la cena que ha pedido. Antes de que se marche, Carlos grita desde la cama:

—Perdone, ¿podría subirme otro sándwich, por favor? Gracias.

Andrea va a sentarse a la mesa para comerse su cena, pero comprueba que está en el lado de Carlos, así que se frena. Decide sentarse en el suelo, con las piernas cruzadas. 

Al cabo de un rato, vuelven a llamar a la puerta. Andrea abre y coge el nuevo sándwich que ha pedido Carlos.  Se sienta de nuevo en el suelo y sigue cenando.

Carlos se incorpora y se pone de pie frente a ella, esperando que le entregue su sándwich, pero ella sigue comiendo, ignorándole. 

Cuando Andrea va a coger la botella de agua, le da un golpe sin querer y sale rodando, desplazándose hasta el lado de Carlos, quien la detiene con su pie. Ella levanta la vista y observa su rostro con la ceja levantada.  Abre la botella y le da un largo trago y Andrea refunfuña. Extiende su brazo para entregarle el sándwich y lo deja estirado, esperando que Carlos le devuelva la botella. Después, él se sienta también en el suelo, frente a ella, y empieza a comerse su sándwich. 

Ninguno de los dos es consciente de la comicidad de la escena que están protagonizando, pues cada uno de ellos está ofuscado en su enfado y en su orgullo. Ninguno está dispuesto a dar su brazo a torcer. 

Se terminan la cena en silencio, sin dirigirse ni una mirada ni una palabra.  Cuando Andrea termina, coge su bolsa y se va al lavabo, se lava los dientes, se pone la camiseta que utiliza para dormir y se mete en la cama.  Le da al interruptor de la luz, con intención de apagarla, pero no funciona. Así que, con el malestar todavía instalado en su pecho, la luz encendida y los movimientos de Carlos, que le indican que él también se está metiendo en la cama, sabe que no va a ser capaz de pegar ojo. Pero aun así se acomoda de lado y se cubre con la sábana hasta el cuello.

Al cabo de un rato, Carlos apaga la luz y se queda tumbado también de lado, pero dándole la espalda a Andrea. No tiene ni pizca de sueño y sentir la presencia de ella tan cerca, así como su aroma, hace que le resulte imposible dormirse. 

Los minutos siguen pasando hasta que, de pronto, la televisión se enciende, haciendo que ambos den un respingo. 

—¡Joder, qué susto! —exclama Andrea.

—Me olvidé que había programado la televisión. Juegan los Warriors y no quiero perdérmelo —le explica Carlos. 

Se incorpora, va a por la almohada que estaba en el suelo y se la coloca detrás de la espalda, dispuesto a ver el partido de baloncesto que comenzará en unos minutos.  Andrea sigue en la misma posición, intentando, sin éxito, conciliar el sueño. Tras una sonora y expresiva exclamación de Carlos, por lo que parece una excelente jugada de alguien del equipo al que anima,  no puede evitar girar la cabeza para ver la repetición, mientras Carlos sigue exclamando, con total emoción:

—¡Qué barbaridad! ¡Ese tío es un putocrack! ¡Oh, oh! ¡Increíble!

El partido sigue y las muestras de ferviente admiración por parte de Carlos también, lo que provoca que Andrea también acomode su almohada en su espalda y decida disfrutar de tan emocionante partido.

Sin darse cuenta, ambos están comentando juntos algunas jugadas, animando a los Warriors cuando, tras ir todo el partido por debajo en el marcador, consiguen ponerse a un punto de su rival, quedan 8 segundos y tienen la posesión del balón. Un triple de Stephen Curry en el último segundo, hace a los Warriors campeones, y Carlos y Andrea se abrazan emocionados sobre la cama.

En cuanto se dan cuenta del abrazo, se separan rápidamente y disimulan. Andrea vuelve a su posición original y se tumba sobre la cama. Carlos se apoya sobre la cabecera de la cama y dirige su mirada hacia la televisión, aunque sin prestar atención a lo que emite. 

Al cabo de unos minutos, Carlos le pregunta:

—Entonces, ¿te vas a Los Ángeles?

—Sí —responde ella sin moverse—: Creo que es lo mejor. 

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¡Ay, ay, ay..., que la lían parda...!

Y advierto  de que quedan muy pocos capítulos para terminar esta historia, así que, espero que Andrea no siga decida a marcharse, porque entonces me temo lo peor.

De momento, todavía queda noche por delante. ¿Creéis que alguno se atreverá a decir lo que siente realmente? 

¿O  van a seguir siendo tan sumamente cabezotas?

Os espero en el próximo capítulo para descubrirlo. 

Cavaliere


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