Cap. 27 En el peor momento
—Por favor, Carlos, te necesitamos. Solo te pido que vayas al Palace y te hagas ver. Que te la presente tu padre y le muestras tu interés, eso es todo —le pide Adela.
—Y nada más. No voy a hacer nada más.
—No será necesario, de verdad. Esa chica es una niña caprichosa y consentida. Seguro que con saber que puede disponer de ti a su antojo tiene suficiente. No tiene ni idea de negocios, solo necesita un aliciente para firmar el contrato. Eso es todo, te lo prometo.
Tras pensárselo unos segundos, Carlos accede, volviendo a recalcar su condición de que no tendrá sexo con ella, además de añadir que todo ese acuerdo se mantendrá en el más absoluto secreto.
Su madre acepta y le da un fuerte abrazo y sus sinceras gracias.
—Tu padre está allí ahora —le dice Adela.
—¿Ahora? ¿Tengo que ir ahora? Estoy en una fiesta de celebración de la revista que dirijo, mamá.
—Bueno, puedes ir un poco más tarde. Aquí ya has hecho acto de presencia, que es lo que tiene que hacer un director. Luego desapareces porque eres un hombre muy ocupado. Todo es imagen, cariño.
—No, mamá, te equivocas. No todo es imagen —dice Carlos antes de marcharse.
Todavía permanece un rato más en la fiesta, sin decidir qué excusa ponerle a Andrea para marcharse, sin contarle que tiene que ir al Palace, ni por supuesto el motivo, pero tampoco quiere mentirle, aunque sabe que algo tendrá que inventarse para justificar su ausencia. Al final, se le ocurre decir una media verdad.
—Voy a ir a ver a mi padre —le dice—: Te pediría que me acompañaras, pero está en el Palace y ya sé que no te gusta ese ambiente y yo solo estaré un rato para saludar.
—Sí, claro, no hay problema. Tu madre es encantadora —comenta Andrea con una sonrisa.
—No lo sabes tú bien... —ironiza Carlos—: Espero que en mi ausencia, Pol no te convenza de que te vayas a Los Ángeles con él, ¿eh?
—Mmmm, depende de lo que tardes en volver —bromea Andrea—: Aunque no creo que me quede mucho más rato. Estoy muy cansada y he saludado a muchas más personas de lo que mi sociabilidad soporta.
—Me paso por tu apartamento cuando llegue, ¿te parece? —le propone Carlos.
—Vale, pero solo si no es demasiado tarde, porque seguro que caigo dormida como un lirón y no me entero si llamas.
—Podríamos solucionar eso, si me dieras una copia de tus llaves...
—Tú lo que quieres es tener un refugio para cuando pierdas las tuyas.
—¡Me has pillado! —ríe la broma de Andrea—: Te veo luego.
Tal y como había previsto, Andrea no tarda mucho en despedirse de sus compañeros para marcharse a casa. Se prepara un vaso de leche y se queda un rato viendo la tele en el sofá. Sabe que si se mete en la cama, caerá profundamente dormida y no se enterará si Carlos llama a su puerta.
Mientras, Carlos va con desgana al Palace y, como tenía previsto, saluda a su padre, le deja que él le presente a Sofía, la hija rica que tenía que aceptar su negociación, y pone una excusa para marcharse.
Sin embargo, sus planes no salen tal y como había imaginado. Después de una agradable conversación, en la que él se muestra muy amable, su padre comienza a interpretar por él, el papel que estaba asignado a su hijo.
—Carlos es muy tímido, ¿sabes? —le dice a Sofía—: Pero es más abierto cuando coge confianza. Le has debido de dejar muy impresionado, porque lo conozco bien y sé cuánto se esfuerza por disimular que una chica le gusta.
—¡Papá! —protesta Carlos molesto.
—Eres un encanto, Carlos. A mí también me pasa. A veces, un chico ha pensado que soy una estúpida porque no decía una palabra, y lo que en realidad me pasaba es que estaba muy nerviosa y no sabía qué decir.
—Ya, los nervios son muy traicioneros.
—Creo que tenéis muchas cosas en común —sigue hablando su padre—: Conforme hablaba contigo, me daba cuenta de que me recordabas mucho a él. Los dos sois guapos, introvertidos, inteligentes y con encanto muy poco habitual. Y además modestos. Sofía es una empresaria con mucho talento y pronto saldrá en todas las revistas de finanzas como todo un referente del empoderamiento femenino. Pero, mírala, es muy sencilla y discreta. Igual que tú, hijo, que estás dirigiendo una revista de éxito, de la que todo el mundo ha empezado a hablar desde que te pusiste al mando. Es el director de Fémina, ¿sabes?
—¿Fémina? ¡Me encanta esa revista! Y el último número es espectacular —comenta Sofía con entusiasmo.
—Oye, podríais hacerle una entrevista a Sofía para el próximo número, ¿qué te parece? —propone su padre, como si se le acabara de ocurrir la idea.
—Sí, claro, sería estupendo... —acepta Carlos.
—A mí me encantaría... —admite Sofía.
—¡Fantástico! Pues solo tenéis que cuadrar agendas —sigue entrometiéndose el padre.
—Por supuesto, si me das tu teléfono, concertaremos una cita y hablamos sobre cómo enfocar la entrevista, ¿de acuerdo? —le pregunta Carlos. Y mientras ella busca una tarjeta, él se excusa diciendo que está muy cansado y que al día siguiente tiene una reunión de trabajo a primera hora. Pero, antes de dejar que se vaya, Sofía le dice:
—Perdona, no llevo ninguna tarjeta encima. ¿Me dejas tu teléfono y te apunto mi número?
—Sí... —acepta Carlos poco convencido. Y saca su teléfono con la intención de pedirle su número, pero ella se lo arrebata de las manos.
En ese momento, Carlos siente un manotazo sobre su hombro. Se gira y encuentra a Antonio.
—¡Hombre, mira quién está aquí! Te echaba de menos, cowboy.
—¡Hola, Antonio! ¿Cómo estás? Iba a llamarte para quedar esta semana —le dice Carlos.
—Pues ya no es necesario, podemos quedar ahora mismo. Necesito que me acompañes un momento —y disculpándose ante Sofía y el padre de Carlos, lo agarra del hombro para que le acompañe, y este se deja llevar, aprovechando la ocasión para desaparecer de allí.
Antonio empieza a hablarle sobre un ligue que acaba de conocer, que es una mujer bellísima, que cree que se ha fijado en él sin otro tipo de interés, que quizás haya encontrado a su media naranja... Carlos asiente sin mucho interés, pues no es la primera vez que Antonio le cuenta una historia parecida. Ha conocido a tantas medias naranjas, que podría cubrir la ciudad de zumo. Pero le había venido bien esa interrupción para salir de allí, y mientras le da ánimos y le invita a que le cuente todo su romance, con pelos y señales, en una próxima cita, aprovecha para salir del local e irse a casa.
Comprueba la hora antes de llamar a la puerta del piso de Andrea. No es muy tarde, pero teme despertarla. Antes de llamar con sus nudillos, decide enviarle un mensaje para preguntarle si ya está dormida. Entonces se da cuenta de que se ha dejado su teléfono móvil en manos de Sofía.
—¡Mierda! —exclama en voz alta. Le ha dejado el móvil desbloqueado, por lo que puede acceder a todo su contenido, conversaciones privadas incluidas. Cuando va a darse la vuelta para regresar al Palace y recuperar su teléfono, ve a Sofía caminando por el pasillo en su dirección.
—Te olvidaste el teléfono —le dice Sofía—: Mi casa me pilla de camino, así que he decidido traértelo, porque supongo que lo necesitarás.
—Oh, vaya, muchas gracias, has sido muy amable. Ahora mismo iba a volver a recuperarlo.
Andrea sigue en el sofá de su casa. Está algo adormilada pero le ha parecido escuchar voces en el pasillo. Se levanta, todavía algo aturdida, a mirar por la mirilla. Cuando va a abrir la puerta, al escuchar la voz de de Carlos, se detiene al oír también una voz femenina que lo acompaña.
—Entonces, ¿me has anotado tu teléfono? —le pregunta Carlos.
—Sí, te fuiste tan rápido que no me dio tiempo a devolverte tu móvil.
—Perfecto, pues a ver si te llamo esta semana y quedamos, ¿vale?
—Vale. Esperaré tu llamada —contesta Sofía.
Se quedan un momento en silencio, esperando que el otro diga algo, ya sea una invitación para continuar la velada, como todo lo contrario. Andrea sigue escuchando con la oreja pegada a la puerta. En el silencio de la noche puede oír con claridad toda la conversación.
Está a punto de abrir la puerta, cuando de repente escucha un comentario de la chica que la deja completamente helada.
—Por cierto, a mí también me gustaría jugar a eso de los mensajes anónimos desde un número privado. Siento haber curioseado, pero no he podido evitarlo. Tal vez no seas tan tímido como decía tu padre... Y enviar mensajes en ese... tono, sin revelar tu identidad, me parece una buena estrategia para perder la timidez.
—Oh, vaya... Pues... Bueno, eso no es... Es un tema que...
—No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo. Solo quiero saber una cosa: ¿esa Andrea es alguien... especial para ti? Porque esas conversaciones son muy íntimas y tu padre no me dijo que tuvieras pareja.
Andrea siente que el corazón se detiene un instante, para retomar los latidos después a un ritmo frenético. Cientos de preguntas se cruzan por su mente, y una única respuesta intenta hacerse hueco entre ellas. Se esfuerza en pensar que no puede ser verdad lo que parece haber descubierto. ¿A qué mensajes anónimos subidos de tono, escritos a Andrea desde el teléfono de Carlos, se refiere esa chica? La respuesta solo puede ser una.
—Ah, no, no... —dice Carlos sin pensar, solo intentando restar valor a lo que Sofía ha encontrado en su móvil—: Es... Era solo un juego...
—Ya... Un juego muy erótico, por lo que he visto —sigue diciendo Sofía, con tono sugerente y a la espera de que Carlos le haga alguna insinuación. Pero como no llega, decide marcharse, y antes le dice—: Te he guardado mi contacto como Sofi. Espero poder jugar yo también y recibir pronto algún mensaje desde tu número privado... Buenas noches, Carlos.
—Buenas noches —responde él. Y espera a que ella desaparezca de su vista, para mandarle un mensaje a Andrea y tocar débilmente con sus nudillos en la puerta.
Pero Andrea no puede leer el mensaje. De hecho, no puede ni reaccionar. Está allí plantada, delante de la puerta, con los ojos inundados de lágrimas, sintiéndose como una auténtica idiota e intentando buscar cualquier argumento convincente que le haga apartar la evidencia que acaba de descubrir; que Carlos era su anónimo.
Pone la mano sobre la manivela de la puerta, ya no con la intención de abrir, sino porque siente que sus piernas le flaquean, y Carlos puede percibir un leve sonido desde el otro lado, lo que le anima a pensar que Andrea está despierta. Vuelve a llamar con sus nudillos y en voz baja, pregunta:
—Andrea, ¿estás ahí? ¿Sigues despierta? Solo quiero darte un beso de buenas noches...
Andrea se esfuerza por contener las lágrimas, toma aire y abre la puerta. Al ver su rostro compungido y su mirada triste, Carlos sospecha lo que ha pasado.
—¿Qué te pasa? ¿Estás bien? —le pregunta.
—¿Por qué? —pregunta ella con un hilo de voz—: ¿Un juego? ¿Esto es todo para ti? ¿Un juego?
—¿Qué? ¿De qué...?
—Lo he oído todo.
—No, no, no, Andrea, espera, déjame que te explique —le dice Carlos, mientras da un paso al frente para intentar entrar. Pero ella se lo impide extendiendo su mano, haciéndole frenar en seco.
—¡No! ¡No quiero que entres!
—Escúchame Andrea, esa chica es... No es nadie. Es por un favor que le estoy haciendo a mis padres. Déjame que te lo cuente y...
—Esa chica es lo que menos me importa, ¿sabes? —y Andrea no puede reprimir más sus lágrimas, que empiezan a resbalar por sus mejillas—: ¿Por qué has jugado conmigo?
—¡No, no! No he jugado contigo, Andrea, de verdad. Quería decírtelo, pero... No llores, por favor, no soporto verte sufrir.
—No lo entiendo, de verdad. No consigo entender por qué has hecho todo esto, y me siento tremendamente estúpida —sigue diciendo Andrea, desolada.
—Yo soy el estúpido, Andrea. Todo es culpa mía, lo sé, pero déjame que te explique todo...
—No hace falta, Carlos —le interrumpe Andrea—: Déjalo, en serio. Es muy tarde y estoy muy cansada.
—No, espera un momento, por favor...
Y Andrea empieza a cerrar la puerta, mientras Carlos intenta a hacer fuerza para evitarlo:
—Por favor, Andrea, déjame pasar y hablamos.
Pero ella sigue empujando la puerta, sin responder, y Carlos deja de hacer fuerza para impedírselo, y antes de que cierre totalmente, le pregunta:
—¿Hablamos mañana, vale? ¿Andrea? Dime que hablaremos mañana, por favor.
Pero ella cierra la puerta sin contestar.
Se queda apoyada de espaldas a la puerta, mientras Carlos, por el otro lado, apoya su frente y cierra los ojos. Sabe que ha metido la pata, que tenía que haberle contado todo desde el principio, que es más fácil justificar una verdad oculta antes de que sea descubierta, que hacerlo después, y más aún, después de la forma en que se había destapado esa. Pero ahora ya nada podía hacer al respecto. Solo le quedaba confiar en que Andrea estaría dispuesta a escucharle, a comprender qué le había motivado a iniciar y mantener esa conversación anónima, y a que le perdonara.
Andrea se va a la cama abatida, con un torbellino de emociones en su interior que no sabe cómo gestionar. Está dolida, se siente engañada y acaba de perder, de un plumazo, toda la confianza en Carlos, en lo que les unía y en sus sentimientos.
Solo podía pensar que todo había sido una ilusión. Que se había dejado llevar por unas emociones que partían de un engaño, y que posiblemente siguieran siéndolo. Descubrir la identidad de su anónimo la había dejado perpleja, tanto, que ni siquiera le había prestado atención a cómo lo había descubierto ni a las palabras con las que Carlos había definido lo que significaba todo eso para él.
Pero ahora empieza a escucharlas con total claridad, mucha más de la que había escuchado detrás de la puerta: Era solo un juego.
Y se pregunta el porqué. Por qué había querido Carlos jugar así con ella y sus sentimientos. ¿Se trataba de una venganza por haberle rechazado en la infancia? ¿Era así como se divertía? ¿Era ese tipo de relación el que mantenía con las mujeres?
Está tan confundida y apesadumbrada que ya no le salen las lágrimas. No quiere ni pensar en cómo actuará a la mañana siguiente, porque ni siquiera tiene fuerzas para imaginar cómo será encontrarse con Carlos después de lo ocurrido.
Antes de que suene el despertador, el sonido del teléfono la despierta. Se levanta a trompicones de la cama y contesta la llamada de un número desconocido:
—¿Diga?
—¿Eres Andrea, la que vivía en el 5ºC de la calle Florista? —le pregunta una voz femenina.
—Sí, soy yo, ¿quién eres?
—Soy tu vecina del 4ºA. Te llamo porque ha venido la policía con una grúa y se están llevando tu coche. Al parecer, alguien ha denunciado que estaba abandonado y...
—¡No! Diles que no se lo lleven, por favor. ¡Voy enseguida!
Se viste y llama a un taxi para que la lleve a su antigua residencia. De camino, llama al servicio de asistencia de su compañía de seguros, para pedir una grúa porque ha pinchado una rueda. A continuación, llama a la oficina para dejar un mensaje en el contestador, que Carmen se encargará de recoger, avisando de que llegará más tarde porque tiene que solucionar un problema con el coche.
Cuando llega, un policía está hablando con una señora, en la puerta del patio. Andrea se acerca corriendo y se presenta como la propietaria del vehículo.
—No puede dejar inmovilizado un vehículo en ese estado durante tanto tiempo —le explica el policía.
—¿En qué estado? Solo tiene una rueda pinchada —y al mirar su coche, que acumula toda la porquería de varios días inmovilizado, más todos los anteriores que ella no había limpiado, ofrece una imagen de completo abandono—: Bueno, vale, quizás parezca abandonado. Pero es que no pude cambiarle la rueda y tampoco he tenido tiempo de encargarme del problema.
—Está bien. Pero tendrá que llevarlo a un taller y solucionarlo —insiste el policía.
—Sí, sí, la grúa del seguro ya viene en camino. Hoy mismo lo llevo al taller.
Y con esa explicación, el policía y la grúa municipal se marchan, dejando a Andrea en la acera, en compañía de la señora, y a la espera de que aparezca el servicio en carretera del seguro.
—¿Has sido tú quien me ha llamado? —le pregunta Andrea.
—Sí, soy Ana, del 4º A. Le he pedido tu teléfono al dueño.
—Muchas gracias, Ana. Has sido muy amable.
—No hay de qué —responde Ana—: Para eso estamos los vecinos, o los exvecinos, ¿no?
—Sí, bueno... Muchas gracias, de todas formas.
Y Ana se mete en el patio, mientras Andrea sigue esperando.
Cuando Carlos se levanta y después de darse una ducha, lo primero que hace es ir a llamar a la puerta de Andrea. Casi no ha pegado ojo en toda la noche, preocupado por cómo reaccionará ella esa mañana. Al comprobar que no recibe respuesta ni por los toques en la puerta ni por las llamadas que le hace al móvil, sabe que la cosa no marcha bien.
Se va directamente a la oficina y pregunta por Andrea en cuanto entra. Carmen le dice que ella ha dejado un mensaje diciendo que tenía que resolver un asunto del coche y Carlos se queda todavía más intranquilo, pues está impaciente por poder hablar con ella e intentar aclarar las cosas, para que todo vuelva a ser como antes.
Antes de que pueda concentrarse en el trabajo, recibe una llamada de un delegado del grupo Müller, diciéndole que debe de salir urgente a una reunión en la otra punta del país. Carlos le muestra sus reparos a tener que partir de una forma tan precipitada, pero no puede eludir su responsabilidad, ya que se trata de un encuentro con los altos cargos del grupo editorial, con los directivos de las nuevas adquisiciones al mismo.
A lo único que tiene tiempo es a preparar rápidamente una bolsa con algo de ropa, para pasar dos días fuera, y a dejar instrucciones al equipo sobre el trabajo. También a dejarle a Carmen un recado para Andrea, en el que le dice el motivo de su inesperada partida y que por favor le llame en cuanto pueda. Carlos sigue llamándola hasta minutos antes de subir al avión en el que el grupo Müller le había reservado el pasaje. Pero sigue sin recibir respuesta.
Andrea deja sonar las llamadas de Carlos sin responderlas y, después de haber solucionado el tema del coche, vuelve a la oficina cargada con todo el valor que ha podido reunir para enfrentarse a Carlos. La noticia de que está de viaje los dos próximos días, la recibe con cierto alivio.
Durante esos dos días, Andrea sigue sin responder las constantes llamadas de Carlos, quien aprovecha cualquier minuto libre para intentarlo de nuevo. Prueba a mandarle varios WhatsApps, que ella ni siquiera lee. Y cuando prueba a enviarle un mensaje desde su número privado, comprueba que lo ha bloqueado.
Parece que Andrea está dispuesta a pasar página sin concederle ninguna oportunidad para explicarse, y eso le tiene sumido en la desesperación y la tristeza, más cuando a miles de kilómetros, no puede hacer otra cosa que esperar.
Y esa es la decisión que ha tomado Andrea. Ha preferido esconderse en el búnker del olvido, en el desesperado intento de convencerse de que todo ha sido producto de su imaginación. Una historia de ficción que nunca ha existido en realidad. Como si acabara de terminar de ver una película con la que se ha emocionado, en la que se ha metido de lleno, y ahora que ha terminado, todavía le queda alguna sensación de lo que ha visto, pero siendo consciente de que todo ha sido ficción, interpretada por unos personajes que dejan de existir cuando la película termina.
A pesar de sus esfuerzos por disimular, es más que evidente que Andrea no muestra su particular entusiasmo y alegría en el trabajo, algo que no pasa desapercibido para nadie.
Después de que todos le hayan preguntado qué le pasa, y ella haya respondido con excusas vagas y con falta de fundamento, todos los compañeros le piden a Marta que se encargue de sonsacarle toda la verdad, amenazando con declararse en huelga.
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¡Vaya por dios! Se ha tenido que enterar de todo en el peor momento y de la peor manera.
Quizás, el hecho de que Carlos haya tenido que irse unos días fuera, sea positivo para que se calmen las aguas. Así, cuando vuelva, tal vez Andrea no esté tan reticente a escuchar sus explicaciones, puedan hablar, aclarar las cosas y retomar su relación.
¿Creéis que será posible? Yo voy a intentarlo, pero no sé si lo conseguiré, porque Andrea está muy dolida...
Cavaliere
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