Cap. 16 Confesiones
Andrea se mete en su cama, dejando a Carlos acomodándose en el sofá, y por mucho que intenta relajarse y apartar de su pensamiento la idea de que él está en su sofá ahora mismo, sigue tumbada boca arriba, con las sábanas sujetas entre sus manos, por debajo de su barbilla y los ojos como platos fijos en el techo de su habitación.
Mientras, Carlos también está tumbado boca arriba, mirando el techo del salón de Andrea, imaginándola sobre su cama, a solo unos metros de distancia y pensando en que, ahora mismo, le gustaría estar a su lado. Pero agita levemente la cabeza para intentar borrar esa imagen de su cabeza. ¿Cómo puede estar pensando algo así?, se pregunta. Está convencido de que ella no querría nada con él. Y, aunque parece que entre ellos hay una conexión especial, y le ha parecido ver que despierta en ella ciertas emociones, sabe que hay alguien más en su vida. No sabe exactamente qué relación mantiene con Pol, pero es perfectamente consciente de que ha pasado algo entre ellos. Además, también sabe que Andrea no le conoce lo suficiente. De hecho, ignora cómo fue su primer encuentro en la niñez, y teme confesarle que era él aquel chaval que, por utilizar sus influencias, dejó sin plaza a su mejor amiga, lo que provocó que Andrea le odiara con todas sus fuerzas.
Quizás, ella ni siquiera se acordara de aquel episodio de su vida. Habían pasado muchos años y eran unos niños. Él tampoco era consciente de que debido a los contactos de sus padres estaba perjudicando a otras niñas. Carlos, simplemente, había dejado que sus padres hicieran lo que estaban tan acostumbrados a hacer. Él solo era un niño. Pero era un niño que se moría por hablar con aquella chica tan simpática, a la que todo el mundo adoraba, que siempre estaba riendo, ayudando a sus compañeros, siendo tan generosa... Y cuando por fin consiguió hablar con ella, se sintió el ser más afortunado y feliz de la tierra. Creía que aquel campamento sería la experiencia más maravillosa que había vivido en su vida. Solo cruzaron unas pocas palabras, porque pronto ella se enteró de que por su culpa, su mejor amiga se había quedado sin plaza, y después de decirle que le parecía la persona más egoísta, desleal e injusta del planeta, le prometió que nunca más volvería a dirigirle la palabra. «No quiero estar cerca de personas sin escrúpulos», le dijo Andrea antes de darle la espalda. Y Carlos tuvo que ir a un diccionario a buscar el significado de esa palabra tan extraña, que no había escuchado antes, pero que le había sonado francamente mal.
Todavía sin poder pegar ojo, Carlos no se siente orgulloso por lo que hizo en su infancia, pero todavía se siente menos por saber que no está siendo sincero con Andrea. Y, aunque pensaba que con el tiempo podría tener la oportunidad de que ella le conociera mejor, y que el pasado no se interfiriera entre ellos, también es consciente de que el tiempo, precisamente, jugaba en su contra, pues no estaba siendo completamente sincero con ella. Y la falta sinceridad, que es otra forma de llamar a la mentira o al engaño, se iba haciendo más grande conforme pasaban los días.
Antes de que consiga dormirse, decide que pronto buscará el momento adecuado para rebelarle a Andrea toda la verdad.
Todavía no ha amanecido cuando Carlos abre los ojos. Se levanta con sigilo y va al baño, sin hacer ruido. No puede evitar la tentación de asomarse a la habitación de Andrea, quien sigue dormida. Abre la puerta lentamente y se acerca, para comprobar su pausada respiración. Se queda unos segundos observando su rostro relajado y su plácida postura sobre la cama, con una mano doblada sobre su cabeza, una pierna estirada y la otra doblada, desnuda, asomando por encima de las sábanas. Esa posición le parece muy erótica, más cuando imagina que ella está completamente desnuda al no ver nada de su pijama.
Ella se mueve y Carlos se queda inmóvil, deseando que no se despierte y lo descubra allí, observándola indiscretamente. Pero Andrea cambia de postura y sigue durmiendo.
Carlos sale de la habitación, va al baño y vuelve al sofá. Todavía no son ni las 6 de la madrugada, pero ya no es capaz de volver a conciliar el sueño. Se pone a dar vueltas sobre el sofá, hasta que decide levantarse. Quiere llamar a la oficina de la calle Princesa para pedir que busquen las llaves de su apartamento y se las lleven lo antes posible, pues querrá darse una ducha y vestirse antes de ir a la oficina. Pero recuerda que también se ha dejado el teléfono móvil en su casa.
Así que, se levanta y va hasta la mesa de la cocina, donde ve que está el móvil de Andrea. Lo primero que aparece es la conversación de WhatsApp que se había dejado abierta, a la que Carlos echa un vistazo y se le pone un nudo en el estómago. Cierra un momento los ojos, se muerde los labios y suelta un fuerte bufido.
Va hasta el salón y hace la llamada, intentando hablar lo más bajo posible para no despertar a Andrea. Contacta con el portero de la oficina de la calle Princesa y le da las instrucciones pertinentes para que le traigan las llaves. Después, se queda con el teléfono en la mano, mirando por la ventana las espectaculares vistas de la ciudad que empieza a despertar con las primeras luces del alba.
Se queda absorto mirando por la ventana y no se da cuenta de que Andrea se ha levantado y camina de puntillas hacia el salón, con la intención de comprobar si él sigue durmiendo. Al verlo allí de pie, vestido solo con una camiseta y un bóxer ajustado, siente un electrizante cosquilleo que le recorre todo el cuerpo, y el corazón se le acelera súbitamente. No quiere que la descubra allí, observándole a escondidas, pero no es capaz de moverse, deleitándose con esas piernas musculosas y ese culo respingón que encuentra tremendamente sexy.
Se muerde el labio inferior y se deja llevar por su alocada mente, que la lleva a imaginarse cómo se acerca hasta él, le rodea con sus brazos, pegando el cuerpo al suyo, apoyando la cabeza en su espalda y pasando las manos por sus pectorales, deslizándolas por el que intuye un duro abdomen, bajando lentamente hacia la cintura e introduciendo su mano por la goma del calzoncillo para agarrar su miembro erecto.
Esa escena, que se dibuja en su mente con excesiva claridad, le provoca una tremenda excitación y hace que sus pezones se dibujen, tiesos, a través de la camiseta que lleva.
Cierra los ojos un instante, deleitándose con esa fantasía antes de obligarse a apartarla. En ese momento, Carlos se gira y la encuentra allí de pie, las piernas desnudas, rozándose un pie con el otro, con los ojos cerrados y el pelo enmarañado, y la encuentra irresistiblemente encantadora.
Cuando abre los ojos y se encuentra con los de Carlos, da un leve respingo.
—¿Te he despertado? —le pregunta él.
—No, no... Iba... Había... Venía a buscar el móvil porque no sé si le puse la alarma —improvisa ella.
—Ah, perdona, te lo he cogido prestado un momento —dice Carlos, acercándose a ella con el móvil en la mano—: He llamado a la oficina para que me traigan las llaves, no te habrá molestado, ¿verdad?
—No, claro... —Andrea extiende su mano y al coger el teléfono, sus manos se rozan un instante.
Los dos se quedan mirándose, uno frente a otro, y Carlos hace un gran esfuerzo por no desviar sus ojos hacia el pecho de ella. La tensión sexual se podría cortar con un cuchillo, pero ambos están dispuestos a disimularla como pueden.
Ella se da la vuelta y se dirige hacia la cocina.
—¿Café? —pregunta de espaldas a él.
—Sí, gracias.
—¿Siempre madrugas tanto?
—Solo cuando duermo en camas ajenas.
—Ah, claro... Para largarte antes de que la chica se despierte y no tener que dar explicaciones, ¿no? —bromea Andrea, mientras va sacando las tazas—: Vaya, siento haber sido tan madrugadora, jeje.
—Contigo no lo habría hecho, por supuesto.
Y al escuchar eso, a Andrea se le cae la cucharilla al suelo.
—Quiero decir, que no me habría ido sin darte las gracias por tu hospitalidad, claro —se encarga de aclarar Carlos, poniéndose también nervioso—: No es la misma situación...
—No, claro, no es lo mismo...
—De hecho, no he dormido en tu cama.
—Ya, sí..., lo sé... —Andrea sigue sirviendo el café, con el corazón latiéndole a mil por hora. No se ha dado cuenta de que se ha dejado la puerta del armario abierta, así que al girarse, se golpea en la cabeza y exclama —: ¡Me cago en la host...!
Carlos se levanta de inmediato y le pone la mano en la frente, mientras que ella permanece de pie, sujetando las dos tazas con sus manos, intentando que no se le caigan. Aprieta los ojos y Carlos le quita las tazas para dejarlas sobre el banco, y ella se lleva las manos a la frente.
Él le aparta las manos con cuidado y le mira la frente:
—¿Tienes algo? Déjame ver... No te has hecho corte, pero te va a salir un chichón.
Andrea puede percibir el aroma de Carlos, esa mezcla de coco con el olor a limpio de su camiseta. También siente su aliento junto a su cara y cuando abre los ojos, no es capaz de levantar la mirada del suelo. Pero, al ver sus pies descalzos y sus piernas desnudas, se obliga a subir la vista a su rostro, para no seguir el recorrido hacia su entrepierna.
Él deja de mirarle la herida para encontrarse con sus ojos, que se deslizan hacia su boca. La tiene tan cerca que no cree que pueda evitar besarla. Carlos abre ligeramente sus labios y ella los mira con deseo. Se muere de ganas de probarlos. Pero ambos levantan de nuevo sus miradas y los dos parece que piensan lo mismo en ese instante, pues ella da un paso hacia atrás y él se gira para abrir el congelador:
—Será mejor que te pongas un poco de hielo, para que no se te inflame —le dice, agarrando la cubitera.
Ella se pone de espaldas, mirando hacia un lado y otro, buscando algo en qué fijarse, algo que hacer, pero no se le ocurre nada. Carlos saca un cubito de hielo y se acerca hasta ella para ofrecérselo.
—Toma, ponte esto —le dice.
Andrea se gira e intenta coger el cubito evitando rozar su mano, y lo hace con tanta rapidez que el hielo se le resbala de las manos y cae al suelo. Los dos se agachan a cogerlo, pero al extender sus manos y ver que van a tocarse de nuevo, ambos la retiran a la vez. Carlos se incorpora rápidamente y ahora es él quien se golpea en la cabeza con la puerta del armario que sigue abierta, y emite un gesto de dolor, acompañado de un taco.
—¡Ostras! ¿Estás bien? —le pregunta Andrea preocupada.
—Sí, sí...
—¿Tendremos que compartir cubito? —pregunta Andrea, enseñándole el trozo de hielo que ya ha empezado a derretirse sobre su mano.
—No hará falta, yo tengo la cabeza muy dura. Me vendrá mejor tomar el café. Pero antes, voy a cerrar la puerta asesina —bromea Carlos.
Los dos se sientan a la mesa y empiezan a tomarse el café en silencio. Un silencio que es interrumpido por la alarma del móvil de Andrea. Ella la apaga y se queda mirando la pantalla, para comprobar que todavía sigue abierta la conversación de WhatsApp con su anónimo. Como Carlos le ha tomado prestado el teléfono para hacer la llamada, se pregunta si él habrá visto el chat y si habrá leído algo de la conversación. Levanta su mirada y se encuentra los ojos de Carlos observándola. Se pone colorada y se encoge ligeramente de hombros.
—No tengo por costumbre leer conversaciones ajenas —le dice enseguida Carlos.
—Oh, ya... Bueno, no pasa nada. Quizás te parezca raro que hable con alguien que no conozco...
—¿No le conoces?
—No...
—¿Y habláis habitualmente?
—Sí, bueno... Es algo extraño, lo sé. Pero... es curioso, me siento cómoda hablando con él. No creo que sea ningún psicópata o depravado. Es... no sé cómo explicarlo.
—Entonces, mantienes una comunicación con alguien que no conoces ¿y te sientes cómoda? ¿No te parece extraño?
—Al principio sí, pero... —Andrea no sabe si contarle su extraña relación con ese desconocido, pues al intentar hacerlo, se siente un poco ingenua.
—No tienes que contarme nada, si no quieres, claro —le dice Carlos—: Pero me resulta raro que, oyéndose las cosas que se oyen sobre ciberacoso, puedas sentirte cómoda con... eso.
—Ya, lo sé. Mi amiga quería que lo denunciara a la policía enseguida, pero no me está acosando ni nada parecido. Al contrario, es un tipo muy respetuoso y me gusta hablar con él. Además...
Andrea se queda callada, no se atreve a confesarle el tono de algunas de las conversaciones que ha mantenido con él.
—¿Además...? —pregunta Carlos, animándola a que siga hablando.
—Nah, nada... —Andrea remueve la taza vacía con una mano, mientras con la otra se enreda el pelo.
—En un curso que hice sobre expresión corporal, me dijeron que cuando una persona tiene la mirada perdida y juega con sus dedos de manera inconsciente, es que está buscando las palabras más adecuadas para decir algo que quiere decir y no sabe cómo —le dice Carlos, haciendo un gesto con sus manos para invitarla a seguir hablando.
—Vaya, tienes razón—dice Andrea, ruborizándose—: Pero es que no encuentro las palabras para contarle esta historia a mi jefe.
—¿Qué jefe? No soy tu jefe. Somos dos vecinos olvidallaves que comparten chichones y experiencias.
Andrea se ríe y se relaja un poco, pero sigue sin estar segura de sincerarse tanto con Carlos.
—¿Te preocupa no saber quién es? ¿O por qué se esconde en el anonimato? ¿Tienes curiosidad por conocerle?
—Sí, mucha —se lanza a decir Andrea—: De hecho, ya le he pedido que nos conozcamos, pero se ha negado.
—¿Por qué?
—Dice que primero quiere que le conozca de verdad, para que luego no me importe saber quién es. Y no, no creo que se trate de algo relacionado con el físico. Además, yo tampoco soy una persona que le da especial importancia a la imagen.
—Pero el físico es importante. O a lo mejor es el "químico"... Quiero decir, que la atracción física es importante. Puede gustarte mucho una persona, pero que no te atraiga físicamente, ¿no? Y al revés, claro.
—Sí, claro. Los primeros son los amigos y los segundos son los rollos de una noche, ¿no?
—Mmmm, sí, podría ser un buen resumen —acepta Carlos—: ¿Y él te gusta como persona?
—Lo que he conocido hasta ahora sí.
—¿Y Pol?
—¿Pol? ¡Ah! Mmmm... Bueno, a Pol no lo conozco suficiente.
—Pero, ¿te gustaría conocerlo más?
—Sinceramente, no lo sé... Creo que ni siquiera me lo he planteado. Además, ahora está al otro lado del mundo.
—Entonces, recapitulando: tienes a un chico interesado en ti, al que has besado, que está al otro lado del charco y no sabes si quieres conocerle más. Y tienes a un tipo desconocido, con el que hablas por WhatsApp, que no conoces, pero sí quieres conocerle más. ¿Alguien más? ¿Alguien a quien sí conozcas suficiente, pero que no te haya besado todavía?
Andrea suelta una risotada, demasiado exagerada quizás, provocada por los nervios que le ha provocado esa pregunta. Si fuera completamente sincera, tendría que decirle que sí, que está él, de quien le está gustando todo lo que va conociendo, y quien le habría gustado que le basara hacía solo unos minutos. Pero, obviamente, eso no lo va a confesar, así que recurre a la broma.
—¡Madre mía! Dicho así parece que tenga una vida de lo más emocionante y ajetreada sentimentalmente. Y la realidad es todo lo contrario —comenta Andrea, poniéndose de pie y llevando las tazas a la pila—: Si añades que estoy desayunando con mi jefe porque ha dormido en mi casa, todavía resultaría más picante.
—Sin duda, podrías ser una protagonista de Sexo en Nueva York.
—Sí, claro, pero yéndome a la cama sola todas las noches. No creo que así me dieran el papel, je, je. Bueno, voy a darme una ducha. ¿Tú quieres ducharte?
—¿¡Contigo!? —pregunta Carlos espontáneamente.
—¡Noooo! ¡Por dios! —responde ella completamente avergonzada. Carlos ha hecho esa pregunta de forma natural, traicionado por su subconsciente y totalmente sorprendido por lo que le había parecido una proposición de Andrea, así que no puede evitar ponerse también colorado por su indiscreción.
—¡Ja, ja, ja! Ya creía yo que querías ganarte el papel en la serie, ¡ja, ja, ja! Si no te importa, y si no me traen las llaves de mi apartamento antes, sí me gustaría darme una ducha. Después de ti, por supuesto, je, je.
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¡Vaya dos! No sé cuál es más torpe.
Seguro que a Carlos le habría gustado aprovechar ese momento de confidencias, para contarle cómo se conocieron en la infancia. Pero como todo ha ido derivando hacia una conversación que parece haberse convertido incómoda para ambos, tendrá que esperar a otra ocasión.
Y sospecho que esa ocasión sucederá pronto (o ya me encargaré yo de generarla).
¡Nos vemos en el próximo!
Cavaliere
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