
Cap. 11 No te quites la toalla
Cuando sale del despacho, Marta se acerca rápidamente hasta Andrea para preguntarle:
—¿Qué ha pasado ahí dentro?
—Que tengo que organizar una presentación en 24 horas, para intentar convencer al grupo Müller de que nos incluya en su editorial.
—¡¿En serio?! ¿Y ya tienes pensado cómo hacerla? ¡Es mucho trabajo, tía! ¿Vas a poder hacerlo tú sola? ¡Madre mía! ¿Y serás tú quien hable en público? ¿Quieres que te ayude a prepararla? ¿Cuándo tienes que presentarla? ¿¡Mañana!?
—Deja el interrogatorio, por favor...
—En 24 horas es mañana, entonces, ¿no vas a venir al cumpleaños de Rubén?
—¡Hostia, ni me acordaba! —exclama Andrea—: Pero no, es para el lunes por la mañana...
—Ah, genial, entonces tienes todo el fin de semana por delante...
—El fin de semana lo voy a dedicar a hacer mudanza.
—¿Mudanza? ¿Te cambias de piso? No me habías dicho nada... ¿Cómo es que te ha dado por cambiarte, así, de repente?
—No ha sido idea mía. Mi querido casero me ha informado esta mañana de que su hijo vuelve de no sé dónde, para instalarse en el apartamento, así que tengo que sacar todas mis cosas antes del lunes.
—¡No me lo puedo creer! Además, creo que eso no puede hacerlo. Tendría que avisarte con más tiempo de antelación. No puede echarte de la noche a la mañana —protesta Marta, mostrando su indignación.
—Bueno, me ha dado la alternativa de quedarme y compartir el piso con su adorable hijo, trabajador y responsable, y que me quede el tiempo que sea necesario.
—Ah, pues entonces no hace falta que te mudes corriendo este fin de semana, ¿no?
—¿¡Estás loca!? ¡No le conozco! Y el piso tiene escasos 40 metros cuadrados y una única habitación. ¡No voy a quedarme allí!
—¿Y dónde vas a ir? Te ofrecería mi piso, pero acaba de venir mi prima Laura del pueblo, y se ha traído a su novio, y a los tres músicos que le acompañan en lo que pretende conseguir que sea la nueva banda indie del momento. Dos de ellos están durmiendo en el sofá...
—¿Por qué siempre hay alguien durmiendo en tu sofá? Realmente, ¿has llegado a dormir alguna vez sola desde que te independizaste? —le pregunta Andrea entre sorprendida y malhumorada.
—Pues, ahora que lo dices... Creo que no, la verdad es que siempre tengo visita —responde Marta. Y tras unos breves segundos, le pregunta—: Entonces, ¿qué vas a hacer?
—Todavía no lo sé. Algo se me ocurrirá. De momento, me quedaré trabajando hoy hasta que termine la putapresentación... Y acudiré a la fiesta directamente.
—¿Seguro? No me fío... Seguro que se te hace muy tarde y luego llamas diciendo que estás muy cansada, que te conozco...
—Que no...
—¿Y piensas ir con estas pintas?
—¿Qué le pasa a mis pintas? —pregunta Andrea mirándose la vestimenta—: Vaqueros y camiseta, es la ropa ideal para todo.
—No. Lo puedes utilizar también como excusa. "Es que voy hecha un desastre. Querría darme una ducha y no me da tiempo..." —dice Marta, burlándose de Andrea.
—¡Yo no hablo así! —protesta ella.
—Bueno, déjalo en mis manos —y Marta se va hacia su mesa.
La jornada sigue con su ajetreo habitual y, cuando llega la hora de marcharse, Rubén les recuerda a todos que los espera en el local que un amigo le deja para celebrar su cumpleaños. Justo cuando está indicando la dirección exacta del sitio, sale Carlos de su despacho.
—Jefe, te espero esta noche, ¿verdad?
—Intentaré pasarme, gracias. Por cierto —le dice acercándose hasta él y sacando un sobre del bolsillo interior de su chaqueta—: No sabía qué comprarte, así que he pensado en regalarte esto. Ya sé que no es muy elegante regalar algo que te han regalado a ti, pero no se me ha ocurrido nada mejor, espero que sepas disculparme.
—¡¡Dos entradas para el concierto de Coldplay!! —exclama Rubén entusiasmado—: ¡Si están agotadas desde hace meses!
—Lo sé —admite Carlos—: No tenía muy claro si te gustaba ese grupo, pero en cualquier caso, podrías sacarte un buen pico en reventa. Así que...
—¡Estás de coña! Ni aunque me pagaran un millón de euros vendería estas entradas. ¡Gracias! ¡Muchísimas gracias! —le dice Rubén, lanzándose a su cuello de manera espontánea.
Se separa de Carlos, quien lo observa con una amplia sonrisa, y Rubén va, compañero por compañero, enseñando con gran entusiasmo su primer regalo.
—Has puesto el listón demasiado alto —le dice Andrea, quien está sentada a su mesa, enfrascada en el trabajo de la presentación—: Seguro que te sirve el mejor güisqui y nos deja el de garrafón para los demás.
—Tranquila, te daré un trago del mío.
—Pero, ¿vas a ir?
—Lo intentaré.
—Eso suena a que no irás —le dice Andrea, volviendo la vista a su pantalla.
—¿Tú vas a ir?
—Lo intentaré.
Carlos sonríe y sale de la oficina.
Cuando cree que todos se han marchado ya, aparece Marta con una bolsa que deja sobre la mesa de Andrea:
—Kit de supervivencia. Ya no tienes excusas.
—¿Qué es esto?
—Base de maquillaje, colorete, rímel y pintalabios "rojo pasión", todo cortesía de Marylin. Me lo dieron en la presentación —empieza a explicar Marta, mientras va sacando los productos y dejándolos sobre la mesa—: Pero además, gel hidratante, champú con acondicionador y leche corporal de coco y vainilla, el favorito de mi chica. Puedes darte una ducha en los baños de la oficina, ¿sabías que había duchas? Yo lo descubrí hace un par de meses, aunque nunca las he utilizado. ¡Ah! Y me he comprado esta camiseta monísima, que te va ideal con esos vaqueros.
—¡Joder, Marta, eres una crack!
—Lo sé. Y ahora, ya no tienes excusa para no ir a la fiesta. ¿Te queda mucho?
—Bueno, lo llevo bastante adelantado. Tenía el borrador de la presentación que empecé el año pasado y que nuestra querida exjefa gruñona no me dejó hacer.
—¿Ves? No hay mal que por bien no venga. Bueno, te espero en la fiesta. No me hagas tener que venir a buscarte. ¿Lo prometes?
—Sí, lo prometo —acepta Andrea—: Muchas gracias, Marta.
—Es un placer. ¡Hasta dentro de un rato!
Andrea vuelve a enfrascarse en la presentación. Con toda la oficina en silencio y sin interrupciones, el trabajo le cunde mucho. Al cabo de un par de horas, lo tiene todo listo. Mientras va subiendo el archivo a la nube, mira todos los productos que Marta le ha dejado, y decide utilizarlos, al menos, el gel y la loción corporal, y va a darse una ducha.
Tanto silencio le da un poco de repelús, así que decide poner algo de música desde su móvil.
Cuando sale de la ducha y después de untarse la crema con olor a coco y vainilla, envuelta en la toalla, se pone a bailar frente al espejo. Con el sonido de la música no se ha dado cuenta de que alguien ha entrado en la oficina, a comprobar que todavía estaban algunas luces encendidas.
Al escuchar la música procedente del baño, esa persona se acerca hacia allí con sigilo. La puerta está ligeramente abierta y puede ver en el reflejo del espejo, a una entregada Andrea que baila con desenfreno uno de los temas de moda.
En ese momento, Andrea escucha el sonido de una notificación en su móvil. Abre el WhatsApp y se encuentra un mensaje de su anónimo:
Número privado: Estás ocupada?
Andrea: Sí y no
Número privado: Explícate...
Andrea: Tengo que vestirme
Número privado: Estás desnuda?
Andrea: Sí, salgo de la ducha. Y no te vas a imaginar dónde estoy...
Número privado: Mmmmm..., en el baño? 🤷♂️
Andrea: Jejejeje. Sí, pero en el baño de la oficina! 🤭 Nunca me había duchado aquí
Número privado: Trabajando hasta tarde?
Andrea: Sí, tenía que terminar unas cosas. Y ahora me voy a la fiesta de cumpleaños de un compañero
Número privado: Así que, estás desnuda en la oficina... 🙄 Y sola... 😏
Andrea: 🤭 Sí! 🤭 Y sabes qué? Es bastante excitante 🤭
Número privado: Estás excitada?
Andrea: Un poco 🤭 Estoy frente al espejo del baño, envuelta en la toalla, y me apetece soltarla y dejarla caer al suelo 🤭
Número privado: No te da miedo que pueda entrar alguien y descubrirte?
Andrea: Sí. Pero creo que eso lo hace todavía más excitante 🤭
Número privado: Te gustaría que apareciera alguien?
Andrea: No! Bueno... No sé...
Número privado: Quién crees que podría aparecer?
Andrea: El portero. En este edificio hay portero las 24 horas del día
Número privado: Lo sé. Te gustaría que apareciera el portero?
Andrea: No!!
Número privado: Te has quitado la toalla?
Andrea: Lo iba a hacer. Lo estoy haciendo, pero pensar que podría aparecer el portero me ha frenado en seco! 😅
Número privado: Quién más podría aparecer?
Andrea: No sé... Mi jefe, tal vez. No sería la primera vez que aparece cuando no lo espero
Número privado: Te gustaría que apareciera tu jefe?
Andrea: No!! Me moriría de vergüenza
Número privado: Te has quitado la toalla ahora?
Andrea: Lo estoy haciendo... 🤭
Número privado: Entiendo... 😏
Andrea: Qué entiendes?
Número privado: Pensar que podría aparecer el portero, te frena en seco. Pero pensar que podría aparecer tu jefe, te anima a quitarte la toalla... 😏
Andrea: 🤦♀️ No saques conclusiones equivocadas...
Número privado: 😅 No lo hago
Número privado: Pero, quieres quedarte desnuda en el baño de tu oficina, sabiendo que podría entrar tu jefe o el portero...
Andrea: Un momento!!! ¡¿NO SERÁS TÚ EL PORTERO DEL EDIFICIO?!
Número privado: Noooo, 😅. Pero, sinceramente, ahora mismo me gustaría serlo! Y estaría subiendo hasta tu oficina corriendo!!
Cuando a Andrea se le ocurre que su desconocido podría ser el portero del edificio, un escalofrío le recorre todo el cuerpo. Sin embargo, se tranquiliza de inmediato, pues no sabe por qué, pero algo le dice que no es él. Y vuelve a dejarse llevar por la excitación.
Con el teléfono en una mano, se mira nuevamente al espejo y con la otra, deja caer la toalla a sus pies. En ese mismo momento, escucha un sonido junto a la puerta del baño. Rápidamente, se agacha a recoger la toalla y se envuelve de nuevo con ella.
Andrea: Creoque hay alguine!!!!
Escribe con dedos temblorosos.
Número privado: Estás segura?
Andrea: No lo sé. He oído algo. Tengo miedo!!
Número privado: Tranquila. Llama a recepción y pide al portero que suba
Andrea: Estoy desnuda!!
Número privado: Eso no se lo digas al portero 😅
Andrea: No estoy para bromas!! Estoy asustada!!
Número privado: Tranquila. Es un edificio vigilado, no puede entrar ningún desconocido. Seguramente no habrá nadie, pero así estarás más tranquila
Número privado: Y vístete antes de que suba el portero...
—Joder, joder, joder... —susurra Andrea mientras empieza a vestirse rápidamente, sin quitarse la toalla y con un ojo puesto en la ranura de la puerta, a ver si consigue discernir si hay alguien o se ha imaginado el ruido que ha escuchado.
Ya se ha puesto las bragas y, cuando está abrochándose el sujetador, escucha una voz casi al mismo tiempo que se abre la puerta del baño:
—¿Hay alguien? —pregunta Carlos, entrando con cierto sigilo. Y, en cuanto ve a Andrea semidesnuda, se da la vuelta y empieza a disculparse —:¡Lo siento!
—¡¿Qué haces tú aquí?! —pregunta Andrea nerviosa, mientras se pone la camiseta y los pantalones.
—Perdona, lo siento... Escuché ruidos y... Lo siento, no sabía que estabas aquí —sigue disculpándose Carlos, todavía de espaldas.
El teléfono de Andrea empieza a emitir varias notificaciones seguidas.
Número privado: Todo bien???!!!
Número privado: Hola???!!!
Número privado: Dime que estás bien!!!
Andrea: Sí. Era mi jefe!!!
Número privado: Ha aparecido tu jefe???!!
Andrea: SÍ!!!!!
Número privado: Te has llegado a quitar la toalla??
Andrea: SÍ!!!! 🤦♀️
Número privado: Te ha visto desnuda???
Andrea: Espero que no. Ya te contaré. Adiós
—¿Qué demonios haces aquí? —le pregunta Andrea a Carlos, que sigue de espaldas.
—Vi luz en la oficina y pensé que alguien se la había dejado encendida.
—Me has dado un susto de muerte — dice Andrea pasando por su lado, para dirigirse a su mesa. Y Carlos puede percibir el dulce y profundo aroma que desprende Andrea, sintiendo un agradable cosquilleo por todo su cuerpo—: ¿Tú no tendrías que estar en el Palace?
—¿Y tú no tendrías que estar en una fiesta de cumpleaños?
—Sí, y ahora me voy para allá.
—¿Quieres que vayamos juntos?
Andrea se gira y piensa un momento su respuesta. Después de la situación vivida, no se siente muy cómoda estando sentada a su lado en el coche. Y ese silencio, Carlos lo aprovecha para añadir:
—Yo voy hacia allá, y tú no tienes coche... Aunque puedes irte en taxi, claro...
—Está bien, vamos juntos —decide Andrea por fin, y así se ahorra el dinero del taxi, que dada su situación actual, cualquier ahorro le vendrá bien a su economía.
Se pone a recoger sus cosas ante la atenta mirada de Carlos. Una mirada que la está poniendo cada vez más nerviosa. Su jefe acaba de verla en sujetador, y espera que haya llegado en ese momento, pues todavía alberga la duda de que el ruido que había escuchado justo en el momento de quitarse la toalla, hubiera sido también él. Lo que significaría que la habría visto completamente desnuda, aunque solo hubieran sido unos segundos.
Salen de la oficina en silencio, el mismo silencio que les acompaña al entrar al ascensor. Pero cuando Carlos se acerca ligeramente a ella para apretar al botón, vuelve a embriagarle su profundo perfume, y con toda la naturalidad que puede, dice:
—Hueles muy bien.
—Gracias —responde ella sonrojándose—: Son los productos de la marca Marylin, que le dieron a Marta en la presentación, y ella me ha dejado amablemente para que me duchara antes de ir a la fiesta.
—Coco, ¿verdad?
—Sí, y vainilla.
—Me gusta mucho el olor a coco, siempre uso loción con olor a coco.
—Lo sé —responde ella sin pensar, y de inmediato se arrepiente de haberlo dicho.
Pasan junto al conserje, que les abre la puerta amablemente y la vuelve a cerrar cuando se han marchado y les ha deseado que pasen una buena noche. Andrea le sostiene un instante la mirada, intentando adivinar si ese hombre podría ser el anónimo que le escribe mensajes. Es un hombre de unos 50 años, orondo y con uno de esos rostros que te hacen pensar de inmediato que es muy buena persona. No hay nada que le pueda hacer sospechar que se trate de la misma persona, aunque tampoco hay nada que le pueda decidir a pensar todo lo contrario.
Una vez en el coche, Carlos conecta la radio y justamente empieza a sonar la misma canción que Andrea estaba escuchando en el baño, y con la que se había desatado a bailar frente al espejo. Ella mira a su jefe de reojo y le parece ver una sonrisa disimulada, una sonrisa que parece intentar contener apretando los labios, un gesto que Andrea interpreta de inmediato como la evidencia de que su jefe estaba tras la puerta del baño, mucho antes de que hubiera revelado su presencia. Y eso hace que se ponga completamente colorada.
Carlos gira su cabeza hacia ella y Andrea se siente todavía más incómoda. Tiene que decir algo, pues el silencio, su mirada y la canción, hacen que quiera sacar cualquier tema de conversación que alejen todos los pensamientos de su cabeza.
—Y tú, ¿qué pasa, que vives aquí?
—Podríamos decir que sí —responde Carlos—: Aunque, lo mismo podría decir de ti. Sabes que no pagamos las horas extra, ¿verdad?
—Perfectamente. De ser así, tendríamos que vender el triple de revistas para pagar mi sueldo.
—Trabajas demasiado.
—Eso díselo a mi jefe, que me encarga preparar una presentación un viernes, para hacerla el lunes.
—Pensaba que tendríamos una presentación preparada, y solo tendríamos que repasar los puntos el lunes a primera hora.
—Pues no. Yo tenía una medio preparada, porque la empecé el año pasado. Pero la anterior directora no me dejó hacerla, así que tenía bastante adelantado el trabajo.
—Lo siento. Podrías habérmelo dicho y te habría echado una mano. Si quieres, te puedo ayudar este fin de semana...
—No es necesario —le interrumpe Andrea—: Ya la he terminado.
Y entre los dos vuelve a instalarse el silencio. Un silencio que ella dedica a pensar en todo lo que tiene que hacer ese fin de semana, y él a rememorar toda la secuencia que ha visto escondido tras la puerta del baño.
Sabe que no ha actuado correctamente, que tendría que haber avisado de su llegada en cuanto había visto la luz encendida y que era ella quien estaba en el baño. Pero al verla envuelta en la toalla e imaginar su cuerpo desnudo debajo, no había podido evitar portarse como un niño travieso. Le había encantado verla bailar desinhibida frente al espejo, y de inmediato había dejado volar su imaginación. Había tenido el impulso de entrar en el baño, quitarle la toalla suavemente, levantarla en brazos, sentarla sobre el lavabo, abrirle las piernas y empezar a acariciarle cada centímetro de su piel. Había podido sentir el aroma de coco desde el momento en que había cruzado la puerta de la oficina, lo que le había indicado con total claridad que Andrea seguía estando allí. Aunque no imaginaba que la iba a encontrar recién salida de la ducha, tan guapa, tan graciosa y tan sexy.
Esa chica estaba empezando a volverle loco y era una sensación que ya creía tener olvidada. Sin embargo, había renacido nuevamente en él, veinte años después de haberla visto por primera vez, en un campamento de verano, donde solo consiguió hablar un par de veces con ella, aunque lo apartó de su lado cuando se enteró de que él había conseguido su plaza allí por las influencias de sus padres, lo que había provocado que la mejor amiga de Andrea se quedara sin asistir al campamento al que llevaban planeando ir desde hacía un año.
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¡Anda! Pues no me esperaba yo que Carlos ya conociera a Andrea de la infancia...
Y, es evidente que Andrea no se acuerda de él. ¿Le recordará Carlos ese verano?
Parece que este Carlos es más pillo de lo que parecía... 🙄
Ahora nos vamos a la fiesta, a ver qué pasa por allí. El próximo viernes, os cuento.
Cavaliere
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