Cap. 10 La mano del universo
A la mañana siguiente, Andrea se despierta con una extraña sensación en el estómago. Una sensación que ya conocía, pues la había experimentado con anterioridad, y que interpretaba como augurio de que algo importante iba a ocurrir.
A pesar de que no consigue identificar con claridad esa sensación, intenta armarse de optimismo para convencerse de que, a partir de ese día, todo iba a ir a mejor.
Sin embargo, cuando baja a la calle para irse al trabajo, comprueba que tal vez las cosas no iban a cambiar tan favorablemente como esperaba.
Cuando se mete al coche y lo arranca, un chico en una moto se para a su lado y, con tono despectivo le dice:
—Tienes la rueda en el suelo, ¿dónde vas?
—¿Y dónde quieres que la tenga, en la guantera? —contesta ella con el mismo tono chulesco.
—¡Que la tienes pinchada! —dice el chico antes de acelerar su moto y salir a toda velocidad.
Se baja del coche y comprueba que, efectivamente, tiene una rueda pinchada. Abre el maletero y saca una herramienta metálica que supone debe ser para desenroscar los tornillos que sujetan la rueda al coche. Pero, tras infructuosos intentos, no ha conseguido mover ni un milímetro ninguno de los tornillos, y se ha llenado las manos de grasa.
Como ve que se le está haciendo tarde, decide coger un taxi para ir al trabajo y buscar una solución a su rueda pinchada más tarde.
Justo antes de subirse al taxi, escucha que alguien la llama por su nombre y apellido. Se gira, con gesto de sorpresa y encuentra a su sonriente casero a su espalda:
—Buenos días, Andrea, justamente venía a dejarle esta nota en el buzón.
—Buenos días, señor Norberto. ¿Una nota? ¿De qué se trata? —pregunta Andrea desdoblando el papel.
—Lo siento mucho. Ha sido usted la mejor inquilina que he tenido, pero...
—¿Qué? ¿Me va a echar?
—No la hecho, querida. Me veo en la obligación de pedirle que se marche del piso, como le explico en la nota. Mi hijo regresa de los Estados Unidos esta semana y necesita instalarse aquí. Las cosas no le han ido tan bien como esperaba, sabe, le acaban de echar del trabajo y allí la vida es muy cara. No ganaba mucho dinero y no ha podido ahorrar lo suficiente para mantenerse por sus propios medios y...
—¿Esta semana? ¡Pero si hoy es viernes!
—Lo sé, lo sé... Y no hace falta que se marche hoy. Puede irse el lunes y así hace la mudanza este fin de semana.
—Pero, no tengo adonde ir... ¡Me deja usted en la calle!
—¡Ay, cuánto lo siento, Andrea! —dice el hombre, aparentemente preocupado—: Pero, no se preocupe, mi hijo es un chico joven, muy apuesto y está soltero. Seguro que no le importa compartir piso hasta que usted encuentre otro lugar. Y, quién sabe, igual hacen buena pareja y quiere quedarse a vivir con él...
—Este piso solo tiene una habitación.
—Bueno, ustedes los jóvenes tienen otra mentalidad. Ahora eso es normal, ¿no? Casi todos viven juntos sin casarse, ni nada...
—Señor Norberto, no puedo quedarme a vivir con su hijo, ¡ni siquiera le conozco!
—Es un chico muy apuesto. Y muy trabajador, seguro que encuentra otro empleo muy pronto y...
—Se lo agradezco, señor Norberto, pero tengo que irme a trabajar. Hablamos luego, ¿vale?
—Entonces, ¿le digo que te quedas unos días con él? El lunes se instala.
—No, gracias, este fin de semana me llevaré mis cosas. Gracias.
Andrea se mete al coche y resopla en cuanto cierra la puerta.
¿Dónde se iba a instalar ahora? Podría pedírselo a Marta, pero vivía en un apartamento todavía más enano que el suyo y, no sabía cómo lo hacía, pero siempre lo tenía lleno de gente. No podía irse a casa de sus padres, porque vivían a más de 100 kilómetros de allí. Quizás se lo propusiera a alguno de sus compañeros de trabajo... Y, lo que ha pasado por alto, es que tiene que organizar la mudanza ese fin de semana, cuando estaba deseando que llegara el viernes por la tarde, para tirarse en el sofá y convertirse en ameba.
Cuando llega a la oficina, Carmen le pregunta qué le ha pasado, pues la encuentra desaliñada y abatida, además de con una mancha de grasa en la cara.
—Creo que hoy no es el mejor día de mi vida —responde Andrea mientras se va directa a la máquina de café.
—El jefe ha preguntado por ti varias veces, y no sé cuántas más te ha llamado por teléfono, sin que le contestes.
—¿Me ha llamado? —pregunta Andrea sorprendida. Y al sacar su teléfono, comprueba que lo tiene apagado y sin batería.
—Me parece que está un poco enfadado...
—¡Estupendo! —exclama Andrea con sorna—: Después de una rueda pinchada y un desalojo, ¿viene el despido?
Y con cierta preocupación, se dirige hacia el despacho de Carlos, dando los buenos días a sus compañeros con poco ánimo.
—Llegas tarde —le dice Carlos en cuanto entra por la puerta.
—Lo sé —responde ella, con tono serio y distante.
Carlos se queda mirándola fijamente y ella retira su mirada, incómoda. Su propósito de borrar de su mente todo lo acontecido en los últimos días desaparece de un plumazo. Los contratiempos de esa mañana le habían hecho tener la mente en otros asuntos, pero al tener al jefe delante, mirándola de esa forma, todo parece retomarse desde el mismo punto en el que lo dejaron el día anterior.
Recuerda cuánto le molestaron sus comentarios, y cuánto le molestaba que le hubieran molestado. Intenta apartar todas esas emociones, y sigue con su mirada apartada, porque no consigue controlar ese extraño nerviosismo que se instala en su interior y que le resulta tan incómodo.
—¿Qué te ha pasado? Tienes un aspecto horrible —dice Carlos en tono conciliador.
—He pinchado una rueda y mi casero me ha tirado del piso —responde—: Por eso he llegado tarde.
—Vaya, lo siento... No debe ser tu mejor día, supongo.
—Pues no. No ha empezado demasiado bien. Y si vas a echarme la bronca, te agradecería que lo hicieras ya, quiero ponerme a trabajar.
—No voy a echarte la bronca.
—Pues, "llegas tarde" y con el tono que lo has dicho, no parece que vaya a ser el inicio de una conversación muy agradable.
—Tienes razón. Lo siento —se disculpa Carlos—: Te he llamado unas cuantas veces, pero tenías el teléfono apagado.
—Sí, y no me había dado cuenta.
—Solo quería disculparme.
Y ante esa declaración, Andrea se queda boquiabierta y le dedica una mirada de sorpresa.
—Ayer no tuve un buen día y lo pagué contigo. Sé que no debí hablarte así y lo siento.
—Oh —es lo único que es capaz de decir Andrea.
—Hoy he venido temprano porque quería hablar contigo para arreglar las cosas, y al ver que tardabas, me he puesto nervioso. ¿Me perdonas?
—Sí..., sí, claro —responde Andrea nerviosa—: Me molestó que pudieras pensar que yo... Ya te dije que yo no... Lo que pasó fue...
—No tienes que darme explicaciones sobre tu vida privada, Andrea. Me comporté como un cretino y reaccioné mal a lo que vi, eso es todo. Por favor, no me lo tengas en cuenta.
—Claro. Todo olvidado.
—Estupendo. Porque ahora tenemos mucho trabajo. Quería hablarte sobre la propuesta de participación que nos ha hecho el grupo editorial que te comentaba ayer. He concertado una cita para dentro de una hora, pero antes quiero ver algunos puntos contigo. Es una grandísima oportunidad para abrirnos al mercado internacional, y soy consciente de que otras publicaciones matarían por conseguir un acuerdo de este calibre. Por eso, quiero que lo dejemos todo bien definido, que les demos una buena impresión, les digamos lo buenos que somos y se lo crean, para convencerles de que somos su mejor opción. Me consta que hay otras revistas nacionales interesadas en acuerdos similares, y quiero que este grupo editorial solo tenga ojos para nosotros.
—Muy bien, pues ¡manos a la obra! —acepta Andrea con entusiasmo. Se sienta a su mesa, frente a él, y espera a que le vaya compartiendo documentos e informes, para revisar el proyecto que él mismo ha preparado y que necesita los ajustes de quien mejor conoce esa revista. Al coger el primer papel, se da cuenta de que tiene las manos muy sucias y exclama—: ¡Madre mía, si voy llena de grasa!
—Bueno, es normal mancharse cambiando una rueda...
—¡Pero si yo ni siquiera he sido capaz de mover un tornillo!
—Pues llevas grasa hasta en la nariz.
—¿En serio? ¿Y por qué no me lo has dicho? Voy al lavabo —dice Andrea, poniéndose de pie.
—Pero no te quites la mancha de la nariz —bromea Carlos—: Trabajas en una revista de moda, quizás crees una nueva tendencia.
—¡Buena idea! Entonces, contrátame a mí para la próxima portada —sigue la broma Andrea, antes de salir.
Cuando regresa del lavabo y, antes de entrar de nuevo al despacho de Carlos, Daniel reclama su atención para consultarle unas dudas sobre diseños.
El tema a tratar le ocupa más tiempo del que esperaba, pues tiene que solucionar un problema con el logotipo de una marca anunciante, que tiene que resolver de inmediato, así que pasa un buen rato hablando por teléfono, pasando de una llamada a otra. Mientras espera que le contesten desde la empresa de cosméticos, Andrea le pide a Daniel que avise a Carlos de que se va a retrasar un poco.
Después de que la dejen la llamada en espera, escuchando una música aburrida durante varios minutos, Andrea sonríe pensando en la disculpa de Carlos. Quizás se haya precipitado al juzgarle, y que le haya pedido perdón, le hace que recupere la buena sensación que le había producido la primera vez que le conoció. No era tan cretino como había pensado y el incómodo nudo que se había instalado en su pecho después de su discusión, había desaparecido. Sin embargo, ahora tenía un electrizante cosquilleo que tampoco terminaba de agradarle, pues, aunque se empeñaba en negarlo, lo cierto era que Carlos le gustaba.
Enfrascada en su conversación telefónica, no se da cuenta de que una joven elegante, muy atractiva, bien vestida y con una larga melena rubia, cruza la sala para dirigirse directamente al despacho de Carlos.
Cuando por fin deja el tema solucionado, Andrea respira profundamente, sale a la sala donde están sus compañeros y les anuncia entusiasmada que la marca ha quedado encantada con la propuesta de diseño que les han hecho, y han incrementado su presupuesto en publicidad. Todos aplauden y la vitorean, y Andrea, de espaldas a la puerta acristalada del despacho de Carlos, levanta los brazos y en voz alta, pregunta:
—¿¡Qué somos!?
—¡Los mejores! —responden todos a la vez.
—¡Qué orgullosa estoy, joder! —exclama, mientras abre la puerta. Va a contarle a Carlos lo ocurrido, pero al ver que no está solo, se queda cortada.
—Andrea, te presento a Claudia Von Müller, del grupo editorial Müller. Están interesados en incluir nuestra revista en su editorial.
—Hola, Claudia, encantada.
—Tendrías que puntualizar, querido. Sois vosotros, al igual que otras tantas revistas, los que estáis interesados en que os incluyamos en nuestro grupo editorial. Estoy aquí, precisamente, para comprobar hasta dónde llega tu grado de interés. Tú ya sabes hasta dónde llega el mío —dice Claudia en un tono sugerente.
Andrea se da cuenta de ese gesto, así como de la sonrisa complaciente que Carlos le devuelve. Apostaría a que los tres saben a qué tipo de interés se está refiriendo.
—Bueno, Andrea te puede dar datos que pueden ser de interés, ¿verdad Andrea? Hay varias empresas que no solo eligen nuestra revista como medio principal para anunciar sus marcas, sino que alguna ha renovado el contrato, ampliando su presupuesto, ¿cierto?
—Así es. Como Larial Cosmetics, con quien acabo de hablar ahora mismo. Me han comunicado que quieren una doble página para el próximo número —Andrea sigue hablando sobre los datos de ventas y cifras en cuanto a ingresos de publicidad, con seguridad y entusiasmo. Sin embargo, se da cuenta de que Claudia no le está mostrando especial interés, dedicando constantes miradas a Carlos que, si no supiera que es una reunión de negocios, Andrea pensaría que son una pareja de novios flirteando.
—Todo eso está muy bien, cielo, pero Carlos me conoce bien y sabe cómo convencerme, ¿verdad? Yo quiero saber cuántos eventos anuales celebra esta revista.
—Claudia es una mujer a la que le gustan mucho los actos sociales —comenta Carlos sonriendo.
—Sí, soy una mujer muy sociable —añade Claudia—: ¿Hoy irás al Palace?
Al escuchar ese nombre, a Andrea no le cabe ninguna duda de lo que necesita Claudia para tomar sus decisiones. Dirige su mirada hacia Carlos, enarcando sus cejas en gesto interrogativo y le parece ver que él evita su mirada y se mueve algo incómodo en su asiento.
Después de que Andrea haya dado una elocuente explicación sobre los progresos de la revista, sin que al parecer eso haya impresionado demasiado a Claudia, principalmente porque sospecha que ni siquiera le ha prestado atención, se queda callada, a la espera de saber si necesitan algo más de ella. Pero, como ninguno dice nada, es ella quien se adelanta:
—Bueno, si no necesitáis nada más de mí, tengo mucho trabajo que...
—Gracias, Adriana, ha sido un placer conocerte —le dice Claudia extendiéndole la mano—: Yo no necesito nada más, al menos de ti. ¿Nos vemos esta noche en el Palace, Carlos?
—Mmmm, sí —responde él con cierta timidez.
Andrea sujeta la puerta para cederle el paso a Claudia, con la intención de salir tras ella, pero Carlos le pide que se quede un momento.
Se sienta a su mesa y ella se queda de pie, frente a él, esperando. Parece que está algo incómodo, muestra un gesto serio y evita mirar a Andrea a los ojos. Ella sospecha que es debido a las alusiones que ha hecho Claudia sobre la forma de convencerle de que elija a su revista para incluirla en el grupo editorial. Y siente una especie de sensación de victoria, pues parece que los papeles que vivieron el día anterior, ahora habían cambiado radicalmente.
—Supongo que eres consciente de lo importante que sería entrar en el grupo Müller, ¿verdad? —le pregunta Carlos con seriedad.
—Por supuesto —responde Andrea y, enarcando una ceja, añade—: Y también soy consciente de cómo se cierran los tratos en el Palace.
Ese comentario, que Andrea no ha querido decir de manera ofensiva, a Carlos parece haberle molestado, pues se incorpora rápidamente y apoya las manos sobre la mesa con gesto enérgico. Ella da un paso hacia atrás instintivamente, y espera algún comentario brusco de su parte. Con su anterior jefa, había experimentado esa misma situación en numerosas ocasiones, cuando aquella mujer explotaba en cólera por cualquier motivo y lo pagaba con quien tuviera delante en ese momento, que, la mayoría de las veces, era la propia Andrea.
Sin embargo, Carlos toma aire profundamente, agacha ligeramente la cabeza y resopla, para después añadir:
—Supongo que me lo tengo merecido. Pero las cosas no son siempre lo que parecen —dice al fin.
—Exacto. Tú deberías saberlo bien —responde ella, retándole.
—¿Incluso aunque las muestras sean excesivamente claras? —le pregunta Carlos, levantando una ceja.
—Incluso así —responde Andrea, cruzándose de brazos.
—Entonces, supongo que no sacarás conclusiones equivocadas.
—Las conclusiones se verán cuando llegue el momento de firmar el contrato —sigue diciendo ella, ofreciéndole una media sonrisa.
—¿Lo dices porque ya hemos firmado el contrato con Pol? —pregunta Carlos, siendo él quien le dedica ahora una sonrisa burlona. Gesto que a ella le molesta enormemente, ya que vuelve a demostrar que su jefe todavía no tiene claro que ella no ha tenido nada que ver en ello, o al menos, no de manera consciente por su parte.
—No. Lo digo por cómo se firmará el acuerdo con el grupo Müller.
Carlos resopla, molesto, y con gesto serio le dice:
—Te he dicho que no saques conclusiones equivocadas.
—Pues no lo hagas tú tampoco —dice Andrea, también con gesto serio. Y tras decir eso, sale del despacho.
Carlos sale tras ella y en voz alta, lo que llama la atención del resto del equipo, dice:
—¡No hemos terminado la conversación!
Andrea suelta un bufido y se da la vuelta para regresar al despacho de Carlos. Él la espera en la puerta y tiene que apartarse rápidamente cuando ella pasa por su lado con paso airado. Se queda de pie, con los brazos cruzados, respirando profundamente para intentar calmar los nervios.
Cuando entra, Carlos cierra la puerta y se pone frente a ella, intentando encontrar las palabras más adecuadas para retomar el papel de director editorial, y no el de novio celoso, que es lo que parece estar demostrando con su incontrolada actitud.
—Quiero que te encargues de la presentación.
—¿Qué presentación? —pregunta Andrea con desconfianza.
—La que vamos a hacer a Müller para convencerles de que somos la revista que necesitan en su grupo editorial.
Ella se queda un momento en silencio, tragándose las palabras que se amontonan en ese momento en su garganta, deseando salir para decirle que cree innecesario hacer esa presentación, si ambos saben cómo va a convencerle a la señora Müller. Pero Andrea es prudente y prefiere no echar más leña al fuego.
Sin embargo, su cara debe de ser tan transparente, que Carlos ha podido intuir lo que está pensando, así que de inmediato, añade:
—Y me gustaría que no hicieras ninguna alusión al Palace.
—¿Quieres que haga allí la presentación? —pregunta Andrea con tono irónico.
Carlos ladea ligeramente la cabeza, enarca levemente una ceja y deja escapar una medio sonrisa ante ese comentario, que hace pensar a Andrea que podría haberle molestado y seguir contraatacando con el mismo tema. Sin embargo, él prefiere seguir con la ironía y contesta:
—No, creo que te desenvuelves mejor en la oficina.
—Qué cabrón —dice Andrea en un susurro casi inaudible.
—Perdona, ¿qué has dicho?
—Nada, nada...
—Entonces, ¿podrás tener la presentación para el viernes por la mañana? Iremos a la delegación de Müller en la ciudad.
—Por supuesto, jefe, sus deseos son órdenes.
Y Andrea sale del despacho sintiendo que las discusiones con su nuevo jefe son mucho menos violentas que con su antigua jefa, aunque le dejan una sensación de incomodidad que no sabe cómo controlar.
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Yo diría que la química entre estos dos es más que evidente...
Lo que no sé, es hasta cuándo van a poder disimularla ambos.
Y no nos olvidemos de una cuestión; ¿creéis que Carlos hará lo que tenga que hacer para conseguir entrar en el grupo Müller?
Veremos qué pasa en el próximo capítulo. ¡Os espero!
Cavaliere
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