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Capítulo 11

Siento la crema caer sobre mis hombros, y esto solo hace que respire pesadamente porque se lo que viene detrás. Sus manos fuertes, cálidas y firmes masajeando mi cuerpo. En cuanto sus manos tocan mi piel me pongo tensa completamente y un escalofrío recorre todo mi cuerpo.

—Relájate Lia. —me dice mientras comienza a frotar.

Es muy fácil decirlo, pero él no es el que está acostado semi desnudo mientras le hacen un masaje. Pero no es el solo hecho de que esté recibiendo un masaje. También está el factor de la innegable atracción sexual que hay entre ambos.

—¿Le has hecho masajes a muchas mujeres? —le pregunto tratando de relajarme y porque veo que se le da muy bien.

—Hace tiempo que no lo hacía. —me dice mientras presiona un nudo. —Eres la segunda a la que se lo hago.

¿Soy la segunda?

¿Y quién fue la primera?

Me pregunto mientras el continúa con su masaje. No es que me interese. Pero la forma en que me lo dijo, me hace pensar que no suele darle masajes muy seguidos a las mujeres.

Después de un rato masajeando en mis hombros, comienzo a relajarme. Él aprovecha que estoy más relajada y comienza a bajar por mi espalda. Su toque envía descargas eléctricas por toda mi piel. Sus pulgares frotan en el centro de mi espalda mientras sus dedos recorren el contorno de mi cuerpo, rozando el contorno de mis senos y las costillas. A cada instante mi respiración se va acelerando más. Y cuando sus manos llegan a la parte baja de mi espalda, vuelvo a tensarme.

—¿Nunca te habían dado un masaje? —me pregunta mientras frota en esa zona y yo contengo un gemido.

—Por supuesto, en un SPA. —le contesto nerviosa mientras el presiona fuertemente en esa zona.

—Me refiero a alguna de tus parejas. —me pregunta riendo.

—Te aseguro que si alguno hubiese sabido darme un masaje no lo dejo. —le contesto mientras ambos reímos a carcajadas.

Presiona y comienza a subir hacia mis hombros nuevamente. Y entonces siento su respiración en mi cuello.

—Entonces nunca te han dado un masaje erótico. —me dice en un susurro que hace que me estremezca completamente.

¡Mierda! Esto no me lo esperaba. ¿Qué es lo que piensa hacer? Excitarme hasta que pierda la cordura. Y no es que me falte mucho para eso. Cada toque de sus manos en mi cuerpo hace que aumente mi excitación.

—No...nunca. —le contesto nerviosamente con la respiración acelerada.

—¿Quieres que te dé un masaje erótico Lia? —me pregunta en tono sensual mientras sus manos bajan nuevamente por mi espalda y todo mi cuerpo se tensa una vez más.

¿Y lo pregunta en ese tono?

Pensemos.

No he tenido novio desde hace...he perdido la cuenta, así que no he tenido un orgasmo decente en mucho tiempo (masturbarse no cuenta) y tengo a un tipo bueno sentado a mi lado, mientras yo estoy desnuda y él me está dando un masaje. El primer masaje que me da un hombre en mi vida. Y no solo eso, se está ofreciendo a darme un masaje erótico. ¿Acaso alguien en su sano juicio le diría que no? Yo no lo haré.

Pero tampoco puedo contestarle. No cuando los músculos de mi vientre se tensan en deliciosa anticipación y los pensamientos coherentes, los pocos que me quedan, se esfuman cuando sus manos llegan nuevamente al final de mi espalda. Y se detienen allí. ¿Acaso él está teniendo problemas para hacer esto? Porque no voy a negar que yo los estoy teniendo también. Ya he olvidado mi mantra, he olvidado todo.

—¿Pensaba que podías contenerte? —le pregunto mientras giro brevemente mi rostro hacia él.

—Lo estoy haciendo. —me dice mientras abandona mi cuerpo por más crema.

Giro mi rostro nuevamente hacia la cama.

—¿Qué sucedería si no pudieras hacerlo? —pregunto nerviosa y ansiosa a la vez porque vuelva a tocarme y pierda el control.

—Ambos sabemos perfectamente lo que sucedería Lia.

En estos momentos no hay nada que anhele más que el pierda el control de la situación que el mismo ha creado. Espero pacientemente que vuelva a tocarme, pero no lo hace.

Vuelvo a mirarlo.

—¿Sucede algo? —le pregunto al ver que no me toca nuevamente.

—¿Quieres una cita conmigo Lia? —me pregunta mientras yo lo miro frunciendo el ceño.

—¿Pensaba que ibas a darme un masaje?

—No creo que pueda terminarlo. No sin hacer algo que prometí que no haría sin tener una cita antes. Así que necesito que me respondas.

Él me dijo que no me besaría y que no se acostaría conmigo sin tener una cita antes. ¿A qué se está refiriendo?

—De acuerdo. —termino aceptando.

Ya mi cuerpo no puede negar más esto. Extraño el sexo. Lo extraño, lo necesito y lo deseo como nunca antes había deseado nada. Pero lo más extraño de todo. Es que deseo que sea con él.

—Vístete, iremos a cenar y después te daré un masaje como dios manda. —me dice mientras lo veo levantarse de la cama y caminar hacia la puerta de la habitación.

—¿A dónde iremos a cenar? —le pregunto haciendo que se detenga en la puerta y me mire.

—Ponte algo informal, no iremos muy lejos. —me dice mientras sale de la habitación.

Me siento en la cama mientras tiro de la toalla y me cubro el cuerpo. Me levanto de la cama y abro nuevamente el armario. ¿Algo informal? Busco unos jeans desgastados y rotos, una camiseta verde olivo y encuentro unos converse en el fondo del armario. Por suerte Beth y yo usamos el mismo número. Coloco todo arriba de la cama y después abro la gaveta de la ropa interior. Me quedo mirando la ropa. Mi gran debate es un tanga o unas bragas de encaje. Cierro los ojos pensativa y después de un rato me decido por el conjunto de encaje. El tanga quedara para otra ocasión.

Me visto y salgo hacia la habitación después de arreglarme el pelo. Y allí está Alex esperándome. Lleva unos jeans oscuros y una camiseta de cuello V gris. Desliza su mirada por mi cuerpo y me sonríe seductoramente.

—¿Lista para la cita? —me pregunta mientras da un paso en mi dirección.

Se detiene justo frente a mí. Sube una mano hacia mi mejilla y yo inevitablemente cierro los ojos. Me encanta el contacto de su mano cálida en mi piel.

—Abre los ojos Lia. —me pide.

Y me pierdo en su mirada. Tiene su frente pegada a la mía, su rostro, por primera vez, está justo pegado al mío. Sus labios tentándome a besarlos. Pero no quiero hacer ningún movimiento. Él dijo que me besaría después de la primera cita.

—Yo también muero por besarte Lia. —entonces desliza su nariz por mi mejilla y hacia mi cuello donde siento su respiración. —Me vuelve loco el olor a crema de coco que tienes en el cuerpo. —me dice antes de darme un beso y separarse de mi sonriendo.

—Es una suerte que no la tenga en todo el cuerpo. —le digo con una sonrisa. —De seguro que te sería imposible de resistir.

—Ya me es imposible de resistir, así que mejor vamos. Cuando más rápido cenemos, más rápido te tendré desnuda para continuar con el masaje y besar cada parte de tu cuerpo.

Si continúa hablándome así, no creo que lleguemos a salir del apartamento.

Enreda su mano con la mía y tira de mi hacia la puerta del apartamento.

Para mi sorpresa, no cogemos el auto. En su lugar, caminamos tomados de la mano por las calles de New York. Voy distraída. Tanto por el ambiente a esta hora en el centro de manhattan como por el calor y el cosquilleo que recorre todo mi cuerpo dese su mano entrelazando la mía. Ni siquiera soy consciente de que unas cuadras más tarde nos detenemos frente a un restaurante italiano. Afuera hay varias mesas dispuestas y rápidamente Alex tira de mi mano hacia una de ellas.

—¿Has comido alguna vez aquí? —me pregunta mientras hace una seña para que lo atiendan.

—No. —le contesto mientras me pierdo en su mirada.

Hasta hace 72 horas vivía muy lejos de aquí.

—Estás a punto de probar la mejor pizza de tu vida. ¿Compartimos una Hawaiana?

—De acuerdo. —le digo automáticamente.

No puedo pensar ni siquiera en cena mientras lo tengo sentado al frente. Mucho menos sabiendo lo que sigue después de la cena.

Alguien se acerca a nuestra mesa. Lo primero que pienso es que es el camarero. Pero por el efusivo saludo en italiano que comparte con Alex, sé que es el dueño del pequeño restaurante.

—Buonanotte, signor Alex. Bella la compagnia che hai questa sera. Avete intenzione di ordinare? ¿Le porto la lista dei vini? —Alex le sonríe mientras le contesta para mi sorpresa en italiano también.

—Buonanotte, Máximo. Due birre e la tua migliore pizza hawaiana.

—Subito, subito. — dice mientras se marcha rápidamente.

Me le quedo mirando fijamente.

—No sabía que hablaras italiano.

—Viví un tiempo en Italia. Se te llega a pegar el idioma. —me dice con una sonrisa.

—¿Vienes a menudo aquí?

—Siempre que puedo. —un muchacho nos interrumpe poniendo dos cervezas delante de nosotros. —Máximo es un buen amigo. —lo veo tomar de su cerveza. —Lo conocí en Italia, allí nos hicimos amigos y cuando regresé el me acompaño y se instaló aquí. Lo ayudé un poco con su negocio.

—¿Lo ayudaste? —pregunto asombrada.

—Si. Soy copropietario del local.

—Entonces eres el dueño del mejor restaurante de New York, copropietario de un pequeño restaurante italiano, ex campeón de Kick boxing, das clases. Estoy impresionada. —pero él me sonríe.

No es una sonrisa normal. Es la sonrisa pícara de alguien que esconde un secreto.

—¿Me falto algo más?

—Sí, te falto un club nocturno, también soy copropietario.

—Si tienes tantos negocios, no creo que necesites el empleo de chofer, ¿cierto? —ni tampoco necesita dar clases.

—No, no lo necesito. Es un favor que le estoy haciendo a Laura.

Ya eso me lo había dicho. ¿A qué clase de favor se refiere?

—¿Eso quiere decir que eres millonario? —le pregunto asombrada ahora.

—No me considero así. Pero sí, tengo el dinero que no voy a gastar en mucho tiempo.

Y me entero así. Estoy viviendo con un millonario o casi millonario, al cual no le gusta especular su dinero, y él lo dice como si nada.

—Imagino que Beth no lo sabe.

—No muchas personas lo saben, soy muy reservado con algunas cosas.

—¿Por qué lo haces? —necesito saberlo.

Si no necesita trabajar. ¿Porque tiene tantos empleos? Da clases de kick boxing, trabaja en un club nocturno, que imagino es el suyo, aunque no sé qué hace realmente ahí. Y recientemente está de chofer. No entiendo nada.

—No me gusta sentirme inútil. El primer negocio fue este y después vino el club nocturno. Después del accidente dediqué mi tiempo a aprender a cocinar. Pues no tenía nada que hacer encerrado entre las cuatro paredes del apartamento. Y al final decidí montar el restaurante al que fuimos la otra noche.

—¿Y las clases?

—Las clases comenzaron después de terminar la rehabilitación y volver a ponerme en forma. Así mantengo mi forma física y soy útil enseñando a los demás lo que aprendí. —me dice con una sonrisa. —¿Por qué comenzaste a practicarlo? Todo el mundo tiene un motivo particular por el cual lo hace. ¿Cuál es el tuyo?

Lo miro fijamente mientras bebo de mi cerveza. No sé si contárselo.

—No he tenido mucha suerte con los hombres. —le digo mientras el alza una ceja, incrédulo. —Y pensé que no me vendría mal aprender a defenderme por si me tocaba algún otro idiota.

—¿Alguien te maltrató?

—No. Pero con la suerte que he tenido, mejor prevenir. —le digo mientras ambos reímos a carcajadas.

—Tienes una sonrisa hermosa. —me dice mirándome fijamente.

—Gracias.

En ese instante somos interrumpidos por nuestra pizza. El camarero la deja y se retira rápidamente. Y comenzamos a comer la deliciosa pizza. Alex no mentía cuando dijo que era la mejor pizza del mundo. No sé cómo nunca la había probado. Nuestras miradas se cruzan de vez en cuando. Y yo le sonrío y el a mí. La pizza es enorme y rápidamente la terminamos entre los dos. Alex pide la cuenta, paga sin siquiera dejarme opinar y después de despedirse de Máximo nos marchamos.

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Espero les guste este capítulo. ¿Que se trae Alex entre manos?
Déjenme sus comentarios y no olviden dejar su voto.

Xoxo
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