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Capítulo Uno:

Hacía frío, aire corría a través de aquel largo corredor provocando escalofríos en YoonGi mientras avanzaba en silla de ruedas hacia su habitación, pero no le importó; nada lo hacía en realidad.

Min YoonGi, un joven muchacho de piel pálida, cabello negro al igual que sus ojos, labios finos y nariz pequeña, estaba ya acostumbrado a ser internado; y sin embargo, su cuerpo no parecía poder acostumbrarse a la fría temperatura del hospital de su familia.

Estaba cansado, sin apetito, aburrido con el mundo y consigo mismo. Un inútil, un ser vacío e insensible que solo provocaba angustia en su familia, quienes apenas notaron su malestar, decidieron volverlo a hospitalizar en la habitación que había pertenecido al pelinegro desde que lo diagnosticaron hace unos cuantos años con la esperanza de que los psiquiatras y sus medicinas lo ayudaran a mejorar.

Él ya ni siquiera entendía por qué seguían intentándolo.

No valía la pena.

La enfermera que había estado empujando su silla se detuvo en el mostrador para recoger el historial del paciente, mas al encontrar el puesto vacío, tuvo que buscar la carpeta ella misma.

—¡Licenciada Kim! ¡Hola! —Escucharon desde el pasadizo.

—Hola, pequeño, ¿a dónde vas? —Cuestionó la mujer con cierta severidad.

—A ducharme —respondió el extraño y a YoonGi le pareció oír un cierto matiz travieso que lo instó a levantar la mirada, quedando automáticamente impresionado ante lo que aquel rostro de ojos y nariz pequeños, labios gruesos y mejillas regordetas causó en su vacío ser.

—Ten cuidado —advirtió la mayor observando al extraño por encima de sus gafas.

El muchacho asintió antes de bajar la vista hacia YoonGi, encontrándose con la mirada fija del pálido sobre él, observándolo con los labios ligeramente entreabiertos. El extraño bajó la cabeza con algo de timidez antes de volverse a enfocar en los ojos del pálido y sonreírle con un dejo de coquetería mientras pasaba junto a él en dirección a la ducha general del piso.

YoonGi jadeó ante el cosquilleo que crecía en su estómago y giró el rostro buscando volver a encontrarse con esos pequeños y traviesos ojos, pero sin lograrlo antes de ser nuevamente empujado por la enfermera hacia su habitación.

Detestaba las prendas de hospital, pero odiaba más que tuviera una muda de ropa especialmente guardada para los casos como aquel, cuando sus padres volvían a internarlo ante la mínima señal de supuesto peligro.

Soltando un suspiro y sin que le importe más lo que pasaba con él, YoonGi se dejó mover y vestir por los enfermeros y técnicos a su cuidado sin poner resistencia alguna, permitiéndoles incluso sujetar sus manos contra los barrotes laterales de la cama.

Como si realmente tuviera ánimos de hacer alguna locura.

—Vaya... —escuchó y volteó hacia la entrada de su habitación, sorprendiéndose al encontrar al extraño de hace un rato apoyado en el marco de la puerta, observando el espacio con curiosidad— Debes tener dinero... —murmuró ingresando y comenzando a caminar por el espacio con curiosidad.

Se paró junto a la cómoda ubicada al otro lado de la cama de YoonGi y observó las fotos desplegadas sobre la superficie con atención.

—¿Este eres tú? —Cuestionó con ternura ante la foto de un pequeño niño vistiendo un suéter amarillo, posando para la cámara con dos de sus deditos levantados en la universal señal de amor y paz.— ¡Qué adorable! —Chilló el extraño.

El corazón de YoonGi latió con rapidez y el cosquilleo en el estómago que había sentido antes volvió a ocupar su cuerpo, alterando su respiración.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —Continuó preguntando el extraño mientras revisaba la cómoda, encontrando los cajones ocupados con distintos objetos, desde pijamas hasta lo que pensó era un piano de juguete.

YoonGi continuó observando al muchacho sin pronunciar palabra, dedicándose a detallar cada una de sus expresiones. Atrás había quedado el cansancio. Su cuerpo completamente sumido en lo que aquel extraño le estaba provocando.

—De acuerdo, ya entendí —dijo el muchacho poniendo los ojos en blanco antes de tomar la silla ubicada a lado de la ventana y colocarla a lado de la cama del paciente para entonces sentarse en ella.

Si notó las manos atadas del pálido, no lo demostró.

—Mi nombre es JiMin; soy Libra, tengo diecisiete años y quiero ser bailarín —contó sonriendo.

YoonGi permaneció en silencio.

—Estoy aquí por una tontería —el menor contó negando, con una sonrisa rota que causó que el corazón del pálido se estrujara dentro de su pecho, volviendo a sorprenderlo—, soy gay y mi padre me internó para que los doctores pudieran curarme —suspiró.

El pálido frunció el ceño, indignado, provocando que JiMin riera.

—Lo sé, ¿cierto? Es una tontería, todos aquí lo creen también —explicó—, por eso me dejan quedarme hasta que sea mayor de edad y entonces pueda irme por mi cuenta sin tener que rendirle más cuentas a mi padre.

Volvió a suspirar, esta vez dejando caer la cabeza, mostrándose realmente herido con su situación.

—Aún así, no lo odio ni nada, ¿sabes? Es mi padre, fue él quien me enseñó a caminar, él me cuidó cuando estaba enfermo, él me llevó sobre sus hombros celebrando mis logros, ¿cómo odiarlo?

YoonGi empuñó sus manos y, por primera vez desde que recordaba, deseó poder liberarse de la tela que lo aprisionaba para poder tomar las manos o el rostro del muchacho y así consolarlo. Deseó salir del entumecimiento que solía invadirlo y realmente hacer algo.

—Está bien —pronunció el joven acercando sus propias manos a una de las del pálido y tomándola con dulzura—, la intención cuenta mucho más que vanas palabras —declaró volviendo a sorprender a YoonGi. ¿Acaso había leído su mente?

JiMin rió y se encogió de hombros antes de comenzar a hablar sobre distintas experiencias que había vivido en el colegio, llenando la habitación con su voz, su risa y su aroma, los cuales YoonGi no tardó en memorizar.

Cuando llegó la noche, el muchacho se despidió de YoonGi con una amplia sonrisa y dejó la habitación con sumo cuidado de no ser descubierto por las enfermeras.

A pesar de haber prometido regresar para continuar con su plática al día siguiente, JiMin no volvió. Y el pálido comenzó a sentirse cada vez más ansioso por el creciente deseo de ver a aquel joven de mejillas regordetas y sonrisa adorable que había causado estragos en su sistema, motivándolo de una manera que ninguno de los médicos que lo trataron alguna vez habían logrado.

Pero él había desaparecido.

Tras cumplir los dieciocho esa misma noche, JiMin mismo había firmado su orden para el alta y dejado tanto el hospital como su propia casa para seguir con la vida que él mismo eligiera, justo como quería.

YoonGi no se atrevió a impedírselo, decidiendo simplemente seguir su ejemplo y también avanzar con los planes y sueños que se había trazado, pero siempre pensando y agradeciendo a aquel muchacho por darle el impulso que por años había estado necesitando.







Hola,

Bienvenidx a este nuevo proyecto, el cual mencioné al final de "Álbum de promesas" hace un millón de años , cuando aún era una gota mentalmente estable hahaha. 

Desde ahora contaré la historia de YoonGi y JiMin. Espero te guste.

Gracias infinitas por leer.

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