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21. «Sanación»

Aitana observa a sus amigos –viejos y nuevos– divertirse al ritmo de la música no muy lejos de su asiento y esboza una pequeña sonrisa antes de tomar otro sorbo de la cerveza que ha robado directamente de la heladera del dueño del piso cuyo nombre no recuerda. O, mejor dicho, “ha tomado prestada sin devolución”, ya saben que eso de robar no es muy bien visto por la sociedad actual. Además, es un término un tanto fuerte, ¿no les parece?

Analiza detenidamente el panorama y su sonrisa se ensancha:

Pedro salta al ritmo del beat e intenta que Rodrigo siga su ejemplo, aunque el pelinegro se mantiene firmemente pegado al piso y reticente a moverse a pesar de los zarandeos; al mismo tiempo, Claudio y Facundo acompañan y admiran a sus chicas como los bobos enamorados que son.

Valentina parece estarlo pasando de lo lindo y eso es algo que la conmueve. Después de su ruptura con Marco llegó a estar profundamente preocupada por el estado quebradizo de la cordobesa, sin embargo, contra todo pronóstico y dando a conocer ese lado fuerte y resiliente que la había hecho levantarse y quitarse el polvo como una auténtica guerrera tras la muerte de su madre, Valu había recogido y vuelto a armar los diminutos fragmentos de su corazón roto, soldándolo con acero y creando así, una aleación bastante particular, una resistente pero penetrable. Aunque el apoyo de Facundo, aunado al esfuerzo de ella y Brenda tampoco es un factor en su recuperación que pueda ser negado. Aitana no podría estar más orgullosa de su noble pulguita.

Respecto a Brenda, tiene numerosos sentimientos encontrados. Siempre supo que jamás podrían reconstruir por completo lo que alguna vez tuvieron y echaron a perder, y con “echaron” me refiero a que el noventa y cinco por ciento de la culpa de lo sucedido la tuvo Aitana, aunque este no es precisamente el momento indicado para buscar responsables. El punto es, que como ya ha dicho la rubia, aún tiene esa espinita (con vocecita diabólica incluida) clavada en su cabeza que la obliga a actuar a la defensiva en presencia de la pelirroja, como si no estuviera lista para ondear la bandera blanca y recapitular en pos de alcanzar la paz, incluso si fue ella quien pidió perdón en un inicio.

Empero, no intenten buscar mucha lógica dentro de la cabeza de Aitana Martínez, ese hervidero de ideas y contradicciones está tan enredado que necesitarías de una saga completa para desatar semejante nudo.

Mas, pensándolo bien, no sería tan mala idea, ¿verdad?

—Buenas noches —Una voz grave y encantadoramente sexy, (si es que “sexy” puede calificar como un adjetivo apropiado para una voz), se abre paso para arrasar con la concentración de Aitana y sus cavilaciones, y para qué mentir, hasta a mí me desconcentra este bombonazo—.

—¿Y vos quién sos? —La rubia alza una ceja con perspicacia ante la pose y tono arrogante de su interlocutor—.

—Dentro de muy poco: el amor de tu vida, nena —Ella luce realmente sorprendida por el atrevimiento del chico—. Sin embargo, por ahora me conformo con que me llames Ricardo.

—Seguro de sí mismo. Me gusta —La ojiazul finge hablar consigo misma, como si estuviera haciendo una especie de anotación mental—. Pero no tomés demasiada confianza, ¿eh? No me agradan lo ególatras, para eso estoy yo.

Ambos se sonríen altivamente antes de empezar una plática… interesante.

...

—¿Realmente le hiciste una broma a un maestro?

Valentina apenas supera el estado de shock al enterarse de que el correcto, disciplinado e introvertido Rodrigo ha roto las reglas (y una que otra ley por daños a la propiedad privada) al vandalizar el coche de su profesor de Filosofía.

Parece que los hermanos Oliva comparten un rasgo de chicos problemáticos que, tarde o temprano, ha de salir a la luz.

—Estuvo jodiéndome toda la maldita semana con Platón, Aristóteles y no sé qué otro tipo de la Antigüedad con demasiado tiempo libre, para encima, atreverse a darme un puntaje mediocre en mi último proyecto, así que decidí jugársela. Es uno esos estúpidos que veneran su auto más que otra cosa en el mundo, por lo que rayárselo un poco no fue ninguna proeza.

Valu alza las cejas, aún asombrada, mientras sus cómplices, Facundo y Pedro, ríen a cada lado por su reacción. A un par de metros de la escena, Ricardo viene en camino de la mano de Aitana.

—Hermanito, me enorgullecés —El chico finge secarse una lágrima que surca su rostro; su hermano menor rueda los ojos—.

—Sí sabés que no trataba de probarte nada, ¿verdad? No es como que necesite algún tipo de “validación” de tu parte.

—Si de eso querés convencerte, ¿quién soy yo para impedirlo?

Rodrigo vuelve a poner sus ojos en blanco con molestia, mas, esta vez no replica. La ojiazul pasa a tomar la palabra:

—Yo y Ricardo saldremos un rato…

El reciente criminal se apresura a corregir a la belleza rubia.

—Querrás decir: “Ricardo y yo”. Recordás que el español tiene reglas, ¿cierto?

—Rodrigo, cariño, si vas a ser mi cuñado en un futuro cercano, necesitás entender esto: Nadie va antes que yo.

El chico queda realmente confundido en tanto observa a la pareja marcharse. Pedro y Facundo parecen atorarse con sus propias carcajadas al mismo tiempo en que Valentina se limita a sostener una tímida sonrisa.

Los cuatro los siguen con la mirada y es allí cuando Ricardo se gira con ojos brillantes para formular una frase, sin sonido alguno, en la que constata una declaración sorprendente: “La adoro”.

¡Vaya par de locos!

...

Tras una llamada sin precedentes proveniente de una Brenda extremadamente borracha, Agustín y Caro deciden pasar por la fiesta para verificar el estado de sus amigos, especialmente porque una celebración llena de universitarios tiende a salirse de control con bastante frecuencia.

Sintiéndose fuera de lugar, ambos entran por la puerta principal, abierta de par en par para todo aquel que tenga ganas de divertirse; y buscan de inmediato a sus amigos.

El cordobés expulsa un breve suspiro de alivio al reconocer a Valentina, quien platica serenamente con un muchacho de rulos, enajenados del ruido a su alrededor. Enseguida le indica a su novia y se acercan a ellos.

—¿Agustín? ¿Carito? ¿Qué los trae por acá? —pregunta confundida e igualmente complacida mientras los saluda con un beso en la mejilla a cada uno—.

—Tuve una extraña plática con Brenda hace media hora. Aunque por la rara forma en la que arrastraba las palabras y la obsena música de fondo, creí que mi móvil debía estar en un error. Lo único que entendí fue la dirección y vos no contestabas tu teléfono así que decidimos pasar por aquí para asegurarnos de que todo estaba en orden.

—¡Oh, no saben cuánto lo siento! Mi amiga se ha pasado un poco con la bebida, estuvo vomitando por al menos quince minutos antes de que Claudio la convenciera de irse a casa y no volver a tomar alcohol por el resto de su adolescencia —La cordobesa hace una diminuta morisqueta de asco, como si recordara algo que no le causara mucho gusto, entendible si tenemos en cuenta el tópico de la conversación—. Quise acompañarlos, sin embargo, él me aseguro que se las arreglaría. Por otra parte, mi celular se quedó sin pila y tuve que ponerlo a cargar en una de las habitaciones. De verdad, lamento haberles arruinado la noche.

—No tenés de qué preocuparte, Valu —Caro parece muy divertida por lo que le ha contado—. De cualquier modo, estábamos aburridos en casa.

—Aparte esta fiesta se ve buenísima, ¿podremos quedarnos?

La pregunta de Gastón, dedicada a nadie en particular, es respondida por quien hasta el momento ha permanecido en silencio:

—Por supuesto, todo el que quiera venir está invitado.

—Ché, ¡eso está genial! Muchas gracias.

—Ni que lo digas. Los amigos de Valen son mis amigos.

Ambos hacen gala de su característica simpatía y eso le produce una gran sonrisa a Valu, quien realiza las presentaciones pertinentes:

—Chicos, él es Facundo —Señala al de rizos para luego dirigirse a él—. Facu, te presento a Agustín y Carolina.

—Un placer.

—Lo mismo decimos —La más pequeña usa un tono sugerente que su ex cuñada decide pasar por alto—.

—¿Tendrán bebidas por acá?

—Sí, vení, te muestro el camino a la cocina.

El cordobés asiente con agradecimiento por la propuesta antes de girarse hacia su novia—: Te traeré una soda.

—Gracias, amor.

Los dos chicos se alejan envueltos en un agradable ambiente de camaradería cuando Carolina se dirige a Valentina con una sonrisa perspicaz.

—Muy guapo, ¿eh?

La castaña parece haberse quedado perdida en medio de un limbo envolvente en tanto aprecia al pelinegro desde la distancia cual obra de arte; es por ello que siente su rostro hervir debido a la vergüenza de ser atrapada en semejante acto, sobre todo porque se trata de su ex cuñada.

—Lo es —admite evitando sus ojos inquisidores—.

—Me alegro mucho por ti, Vale —La rubia sostiene su mano con confianza para infundirle calma y confort, pues comprende que la situación en la que actualmente se encuentra Valentina con todo aquel que lleve el apellido Casanova no es la ideal para continuar con su estrecha amistad—. Mamá no para de preguntar por ti. ¿Si sabés que sos bienvenida en casa incluso si ya no sos novia de mi hermano, cierto? Nuestra madre está completamente encantada con vos, te extraña muchisímo y estoy segura de que amará que volvás a visitarla —Una sonrisilla se revela en el rostro de Valentina, sin embargo, dicho gesto se deforma un poco al escuchar un último murmuro de su amiga—: Ha estado algo triste desde el divorcio.

—Oh, lo siento tanto —lamenta mientras un nudo se apodera de su garganta—. No me sentía cómoda y tampoco quería ser una intrusa.

—Puras pavadas, Valu. Sos como de la familia —Carolina captura su otra mano para asegurarlo vehemente una vez más—: Somos familia.

A la castaña le resulta imposible no conmoverse. Rosario y Carolina conquistaron lugares de honor en su vida durante el tiempo que duró su relación con Marco; una de ellas adoptó el puesto vacante dejado atrás por la mayor de sus pérdidas, mientras la otra se aseguró de complementar la familia que siempre había anhelado tener.

Es innegable que Rosario se comportó como su propia madre y se ganó ese cupo en su corazón. Se preocupaba por el bienestar de Valu de manera genuina y ella adoraba recibir todo ese cariño maternal. Por otro lado, acudiendo a ella por consejos respecto a chicos o asesorías de moda, Caro se desempeñaba como la hermana menor de sus sueños.

Tanta es su emoción que se lanza a abrazarla sin reparos.

—Iré a visitarla pronto, lo prometo —susurra en su oído antes de que ambas se separen. Transcurren varios instantes hasta que Valentina finalmente se anima a hacerle la pregunta que ha estado revolviendo su cabeza desde hace un mes—: ¿Cómo está él?

Superándolo –contesta la Casanova en tanto ladea la cabeza—. Recibe ma ayuda de un psicólogo y mi madrina asegura que está progresando bastante. Con un poco de suerte, volverá a casa para Navidad.

—Estoy muy feliz de escuchar eso.

—Lo sé. Sé que realmente lo estás, así como también sé que serías incapaz de desearle el mal a nadie, incluso si hizo el papel de un verdadero canalla con vos como fue el caso de mi hermano —Ahora es el turno de Carolina de tomar la iniciativa de abrazarla y aprovechar para susurrarle algo al oído—: Sos demasiado buena para este mundo, Valu. No lo olvides.

...

Están bastante alejados de la fiesta, aunque no lo suficiente como para que la música a tan alto volumen no invada sus oídos. Facundo observa a la distancia una versión de Valentina que jamás había conocido, una tan profundamente perdida en sus pensamientos que vacila en su determinación de acercarse.

—¿Pensativa? —Al final, ha elegido interrumpir sus cavilaciones y tomar asiento a su lado en el último peldaño de la escalera alfombrada que adorna el recibidor del edificio—.

—Un poco —confiesa la chica sin siquiera echarle un vistazo—.

—¿Qué hacés acá afuera?

—Llamé a Claudio para asegurarme de que todo andara bien con Brenda. Sé quejó de una nueva dosis de vómito en sus zapatos y jeans favoritos, pero asevera que le parece que eso ha sido todo y la ha dejado durmiendo en su habitación —resume en veinte segundos lo que ha sido una complicada llamada de casi media hora—. Si los padres de Brenda la vieran en ese estado, le pegarían un tiro al pobre; así que me tocado ser la coartada y decirles que se ha quedado a dormir conmigo. 

A pesar de decir lo último como una broma y sonreír ante la misma, el pelirrizado no se inmuta en ello, pues su mente se encuentra trabajando en algo más: una sospecha preocupante.

Una extraña atmósfera silenciosa cargada de alguna especie de tensión estática, se instala entre ambos y, tras unos minutos, Facundo decide que es mejor enfrentar lo que sucede, en lugar de evadirlo y dejar de comerse la cabeza con suposiciones sin certezas.

—¿Es él? —La corta pregunta confunde tanto a Valu, que por primera vez desde que esta rara charla ha comenzado, quita su vista de la calle frente a ella y la centra en su interlocutor—.

—¿Mm?

—¿Es él quien te tiene así? —Valen hace su mayor esfuerzo para darle sentido a las palabras del pelinegro—. Vi que te quedaste conversando con su hermana, ¿te dijo algo?

—Sí, me dio noticias suyas. Afortunadamente, se está recuperando —responde ella como si nada, antes de caer en el verdadero peso de la interrogante y añadir algo más—: Pero eso no tiene nada que ver con lo que estaba pensando.

Facundo deja escapar un suspiro breve, inmensamente aliviado por la contestación obtenida y cien por ciento seguro de que Valentina jamás le mentiría; sin embargo, mantenerse en la ignorancia respecto al motivo real del estado dubitativo y melancólico de su chica le preocupa todavía.

—¿Qué es entonces?

La castaña se inclina hacia la derecha y apoya parte de su peso en el cuerpo de su acompañante, al mismo tiempo, oculta una porción de su rostro en su pecho para aspirar su aroma varonil y conseguir sentirse más cerca de él mientras deja salir las meditaciones que la tienen tan abrumada:

—Pensaba en mi vida, ¿sabés? En todo lo que ha sucedido en estos últimos años —Respira hondo para mantener su voz clara—. Esta horrible pandemia detuvo al mundo entero durante demasiado tiempo y no puedo evitar sentirme afligida por todas las personas que murieron, o aquellas que aún viven con el dolor de haber perdido una parte de sí mismas: un padre, un hermano, un amigo, un hijo, un abuelo… —Muerde su labio para ahogar un sollozo al pensar en el fallecido y siempre amable señor Casanova y las repercusiones que trajo su deceso para sus seres queridos—. Sé, de primera mano, cuán dolorosa puede llegar a ser una pérdida de esa magnitud. Lo viví en carne propia y no tengo palabras que alcancen a describir lo desgarrador que puede resultar —Una imagen de su madre y el calvario atravesado luego de su muerte apuñalan su memoria—. Y es horrible la cantidad de personas que ha tenido que pasar por lo mismo a raíz de ese condenado virus. Gente que, como Marco, aún intenta salir adelante…

Para este punto, sus lágrimas no pueden ocultarse y Facundo siente que se quiebra junto a ella mientras intenta secarlas.

—Lo siento mucho, cariño. En verdad lo lamento.

Se aferran el uno al otro, consolando penas y cerrando ciclos. Un abrazo curativo que dura lo suficiente para que, llegado su final, Valentina se sienta libre de reflexiones angustiantes.

—Ya, ya, no es momento para tristezas —La chica se aparta del escondite provisional en su pecho para depositar un suave beso en su mejilla—. Te tengo a vos, y eso es realmente bueno para mí —Toma su mentón y lo obliga a encararla—: Sos bueno para mí, ¿lo sabés, cierto?

Con ojos aguados por la emoción, Facundo asiente (pues no se fía de su voz) y coloca la cabeza en el regazo de Valu. Se quedan callados varios minutos, disfrutando de un silencio tranquilo y su limitado tiempo a solas.

—Me encanta tu cabello _comenta la chica mientras acaricia los sedosos rizos azabaches—.

—A mí también me gusta, aunque, ¿adiviná qué? —El de orbes obscuros se levanta de su cómoda posición para mirarla a los ojos y acariciar su rostro—. Vos me gustás mucho más.

En un impulso, la cordobesa toma el rostro del chico entre sus manos y junta sus frentes para luego acariciar sus labios, que desgraciadamente no alcanzan a tocarse por la intromisión del cubrebocas.

—¿Es en serio? ¿Nuestro primer beso tendrá que ser con mascarilla?

—Lo siento amor, su uso es obligatorio en espacios públicos.

Facundo está demasiado frustrado para caer ante el hecho de que Valu acaba de llamarlo “amor” y la castaña está demasiado enfocada en reírse de las raras expresiones de su novio para notarlo también.

El pelirrizado no puede soportar la ira y suelta un grito del que David, padre adoptivo de Alvin y las Ardillas estaría muy orgulloso:

—¡Maldito virus!

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