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07. «Aceptando Realidades»

—Buenos días, señor Linares —La rubia saluda en tono cansino y toma asiento frente al rector con desgano—.

—En realidad, no tan buenos —se queja el hombre de más de cuatro décadas de vida con una pequeña morisqueta—. Hoy en la mañana, al ver el sol brillar desde la ventana de la habitación que comparto con mi esposa, creí que sería un buen día. Uno tranquilo y sin barullos donde finalmente podría terminar todo el papeleo que llevo acumulando desde hace semanas —Se pierde brevemente en su ensoñación antes de recordar lo erróneo de su predicción—. No obstante, parece que un par de estudiantes han decidido que deba posponerlo a causa de su comportamiento inadecuado. Primero el joven Casanova incursa en el adictivo arte de fumar en mi instituto y luego usted le echa en cara su inaptitud para el magisterio a una de las profesionales más insidiosas bajo mi cargo —Su mirada de regaño mezclada con una minúscula pizca de diversión recae en Aitana—. Nop, la verdad ha sido bastante decepcionante.

El hombre deja salir un suspiro de sus labios mientras la chica ni abre la boca.

—¿Qué le sucede? —cuestiona el directivo—. Siempre he recibido amables e insistentes sugerencias de remover a la profesora Heredia de su empleo, sin embargo, sus declaraciones, que encima de todo han sido esparcidas por Internet, fueron bastante contundentes al respecto.

—Solo le dije la verdad, tarde o temprano debía saberlo.

—Hay algo más…

Linares es capaz de notarlo con tan solo detallar su postura y Aitana no tiene tapujos en confesarlo:

—No quiero estar aquí.

—Nunca fue de las alumnas más entusiastas por el estudio, pero asistía a clases y cumplía con sus deberes sin rechistar. Su desinterés es palpable incluso con esa mascarilla ocultando la mitad de su rostro. Si le soy sincero, me preocupa mucho su actitud, señorita Martínez.

—Ha sido difícil e incómodo regresar.

—Demasiado tiempo en libertad, ¿eh? –Una diminuta sonrisilla traviesa se oculta tras el barbijo de la figura de autoridad—. Ese “libre albeldrío” no le ha sentado bien a un considerable por ciento de estudiantes.

—Me cuesta volver a la rutina.

—Es uno de los tantos efectos que ha tenido este confinamiento tan prolongado —apunta el mayor antes de clavar sus ojos escrutadores en Aitana—. ¿Sabe por qué debe asistir a la escuela?

—¿Para aprobar y obtener un título que me certifique como alguien “no mediocre” y que luego me servirá en algún empleo que me provea de alimento en el futuro? —La rubia rueda los ojos, hastiada de la bizarra situación—.

—Más o menos —concede el adulto a cargo con cierto deje travieso. La irrefrenablemente franca verborrea de la muchacha de apellido Martínez es simplemente refrescante—.

—Solo, no le hallo el punto de tenernos encerrados en esta jaula como animales en un zoológico. Antes tampoco lo entendía, pero no me molestaba, y ahora tengo esa insufrible espinilla clavada en mi cerebro.

—El colegio es un lugar para crecer —responde finalmente el señor Linares—. Muchos dicen que la vida se trata de encontrarse a sí mismo, pero, en lo personal, creo que se trata de crearse a sí mismo —Las sabias palabras del maestro atraen la atención de la chica de inmediato—. El propósito de este sitio es ayudarlos en ese proceso constructivo. Mostrarles lo que les gusta, lo que no y proyectarles una visión de aquello que quieren ser en un futuro. Para que quizás, algún día, se conviertan en la persona que realmente quieren ver frente al espejo. No encasilles al colegio como un encierro o una prisión, es un sitio de experimentación donde averiguarás quién quieres ser.

—Yo… —Aitana queda sin palabras, el peso de sus reflexiones cae de sopetón sobre sus hombros dejándola enmudecida—. No tengo idea de quién quiero ser en el futuro.

—Entonces, es momento de cometer errores. Quizás descartando logres algún avance —aconseja el hombre y una nueva idea cruza su mente—. Y creo que sé por dónde podrías empezar —Se inclina sobre su escritorio, apoyando sus antebrazos sobre el fino buró de caoba—.Tengo una propuesta para ti.

Su ofrecimiento reaviva el interés de la rubia en la conversación, quien permanecía meditabunda en el caos en que se habían transformado sus pensamientos:

—Le escucho.

—Hablé con la junta y quieren que modernicemos nuestra presencia en el mundo digital. La etapa de cuarentena nos mostró las numerosas deficiencias que tenemos en ese campo y necesitamos una remodelación urgente. Y quiero que tú te encargues de ello.

—¿Yo?

—¿No viste el video?

—Escuché algo, pero no, no lo he visto.

—Los estudiantes se identifican contigo, se ven a sí mismos reflejados en ti. Creo que podrás crear un material que les agrade. Tus opiniones son fuertes y no temes pronunciarlas. Dinos lo que quieren.

Aitana no tarda mucho en tomar una decisión antes de soltar un decidido: —Lo haré.

—Bien.

El maestro vuelve a apoyarse sobre el respaldo de su silla giratoria, orgulloso de su triunfo.

—¿Eso quiere decir que no tendré un castigo por lo sucedido?

La ingenuidad de la más joven provoca una corta risa en el mayor.

—Su simpatía es impresionante, señorita Martínez. Acompañará a la profesora Heredia dos horas en detención durante una semana. Veremos si encuentra más de cien maneras de morirse de aburrimiento en cinco minutos, como mencionó. Por si acaso, tendré listo el número de emergencias.

—Bueno, al menos debía intentarlo —La rubia se levanta y camina hacia la salida—. Hasta pronto, director Linares.

—Tal vez no tan pronto, ¿eh? —contesta el hombre de buen humor mientras toma uno de los tantos documentos de la pila de la esquina de su oficina para comenzar a llenarlos y firmar—.

。*✧*。

—Valu, debo confesarte algo yo… —Una agitada pelirroja interrumpe de improvisto su propio discurso al notar el ánimo derrotado de su mejor amiga—. ¿Te encontrás bien?

A pesar de la prominente inteligencia de Brenda la pregunta es, en vocabulario claro y llano: monumentalmente estúpida. No hay que ser un genio para deducir por su expresión desorientada y ojos cristalinos, que Valentina Carvajal se encuentra de todo, menos bien.

—Siendo franca, no tengo idea —admite la cordobesa soltando un suspiro de resignación—. Excepto cuando murió mi mamá, nunca antes me había sentido así de perdida en toda mi vida.

La porteña siente pena por su amiga mientras toma asiento a su lado en el verde pasto que adorna el patio del colegio.

—¿Qué ocurrió?

—Marco ocurrió, lo hallaron fumando aquí en el colegio.

—¿Marco? ¿Fumando? —Nunca creyó que esas dos palabras pudieran estar juntas en una oración sin el pronombre “no” de por medio, especialmente teniendo en cuenta los graves padecimientos médicos del chico en cuestión—. ¿No tuvieron los médicos que ponerle respiración artificial porque apenas podía respirar por su cuenta cuando tuvo covid? Oí que después de esa clase de invasión en las vías respiratorias la gente debía tener mucho cuidado. Además él siempre ha sido asmático. El cigarrillo podría matarlo, ¿no es cierto?

—Sí, por supuesto. No sé en qué demonios estaba pensando.

Oír a Valentina Carvajal maldiciendo no era una situación que ocurriera a menudo, de hecho, Brenda cree que es la primera vez que la escucha decir algo grosero desde que la conoce hace ya un año y medio, lo que la preocupa porque no es un buen indicio de lo que está atravesando la dulce Valu.

—Sinceramente, no creo que halla estado pensando —declara la pelirroja y toma la mano de su única amiga con la intención de hacerla sentir mejor—.

Valen recae en su acción y le da una mirada de agradecimiento, conoce de primera mano lo reticente que es su amiga a establecer muestras de afecto y al contacto físico en general.

—Es probable. Pero, no es momento para esto, sé que él no te agrada mucho y aquí estoy hablando como un loro sobre él —La castaña pestañea repetidas veces para eliminar todo rastro de humedad en sus orbes—. Lo lamento.

—Pues no tienes por qué —asegura Brenda—. Sí, Marco no es mi persona favorita, pero vos sos mi amiga y estaré aquí siempre que me necesites.

—Gracias, es muy amable de tu parte.

—Sé que harías lo mismo por mí.

—No te atrevas a dudarlo —Ambas ríen un poco y Valentina decide cambiar de tema cuando recuerda la determinación de su amiga de contarle alguna noticia momentos atrás—. Y bueno, ¿qué sucede?

La pelirroja capta de inmediato la nueva dirección que ha tomado la plática y sus nervios se disparan.

—¿Qué sucede? ¿Por qué tendría que suceder algo? ¿A qué te referís?

La cordobesa entrecierra los ojos confundida por la inusual actitud que ha tomado su amiga, pues, de la nada, luce ansiosa. Y eso señores, es toda una novedad en Brenda Ponce.

—Amiga, no hace ni tres minutos venías muy dispuesta a confesarme algo. ¡Vamos, soltalo! —la exhortación cariñosa de Valentina la pone aún más nerviosa—. Sabés que podés hablar conmigo de lo que sea.

—Sí, lo sé. No sos vos ni tu reacción lo que me preocupa, sino que, al salir de mi boca se tornará… —La pelirroja deja la oración inconclusa, no se anima a decir la palabra—.

—¿Se tornará qué?

—Real —La más reservada traga en seco ante su admisión—. Se tornará real y eso me aterra —Ahora es el turno de Valu de tomar sus manos para infundirle valor—. Tendré que darle la cara a esto que me está pasando y no sé si estoy lista para enfrentar algo de esta magnitud.

—Vale Brenda, estoy oficialmente asustada por lo que sea que te está ocurriendo. Te ruego que hables de una buena vez antes de que tenga un colapso nervioso.

La pelirroja respira horondamente antes de soltarlo rápidamente, como cuando te quitas una vendita de la piel:

—Estoy enamorada de Claudio.

Al principio, Valentina cree que no ha escuchado bien, pero al rebobinar y concluir que, en efecto, ha escuchado bien, le es inevitable preguntar—: ¿En serio?

—Sí.

La afirmación de Brenda es todo lo que necesita para confirmarlo. Sabe que ella jamás jugaría con un tema así, por más ficticio que parezca.

—Solo espero que esto no sea producto de su cambio físico —sisea con cuidado, porque le preocupa que, en su inexperiencia amorosa y con la nueva y sorprendente apariencia de Claudio, su amiga confunda una mera atracción con un verdadero enamoramiento—.

—No, claro que no. Ya tenía esta clase de pensamientos desde antes de la cuarentena —confiesa muy a su pesar—. Reencontrarnos simplemente lo empeoró.

Valentina no deja pasar el tono resentido con el que Brenda habla sobre lo que siente.

—¿Por qué hablás del amor como si fuera una enfermedad terminal?

—¿Qué acaso no lo es? —espeta con remordimiento—. Mirate, sufriendo por un chico que definitivamente no te merece. Al menos el cáncer no te rompe el corazón…

Sus contundentes declaraciones ponen en alerta a su amiga, es su deber ayudar a que la pelirroja acepte sus sentimientos antes de quedar atrapada en un espiral de amargura y soledad.

—Ey, no lo veas así —le pide Valu tomando a Brenda del mentón para que la mire a los ojos—. Puede… —Pasa saliva bruscamente porque no es su amiga la única que debe aceptar su nueva realidad—.  Puede que mi relación con Marco esté en decadencia y ande muy triste por ello pero ese no es motivo para condenar al amor —Una suave sonrisa nostálgica se abre paso bajo su mascarilla—. He tenido momentos maravillosos con él y nada podrá cambiar eso. No todo es blanco o negro, hay una multitud de tonos grises en el medio.

Los ojos de la de cabello color fuego se cristalizan—. ¿Y qué es lo maravilloso cuando salís lastimada?

Valentina le responde con una nueva pregunta:

—¿No te sentís irrevocablemente feliz cuándo estás con él? ¿Y con esas irrazonables ganas de sonreír sin una razón objetiva solo de pensar en él?

Brenda demora en responder, pero termina admitiendo su verdad:

—Sí.

—Entonces, ¿no es eso maravilloso?

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