Parte/38
Enseguida se escucharon unos pasos de mujer, ésta entro a la habitación llevando consigo una jarra de barro con agua de frutas fresca, sirvió un jarro y se lo ofreció. Eduardo no la rechazó eran tiempos calurosos, por lo tanto el agua le supo deliciosa ya que el barro mantiene el agua fría.
-Gracias.
La mujer salio de la sala, mientras bebía su jarro con agua paseo la vista por el lugar, la estancia estaba amueblado al estilo mexicano, las paredes lucían alegres colores, los cómodos sillones, estaban tapizados del mismo color, había una cómoda, con varias fotografías con marcos de plata, se acercó y grande fue su sorpresa al ver a su hermano en casi todas acompañado de un hombre muy bien parecido, algunas de ellas fueron tomadas en varios países del mundo, no entendía nada-. Poco tiempo después se escucharon de unos pasos que se acercaban un hombre, entro a la estancia y saludó con suma educación.
-Buenas tardes, señor disculpe la demora, pero me estaba poniendo presentable, Mauricio Castillo a sus órdenes.
-Eduardo Takumi.
El hombre al oír el nombre palideció, se tuvo que sentar, Eduardo le preguntó.
- ¿Se siente usted bien?
-Oh perdón usted debe ser, hermano de Fabián.
-Por lo visto usted y mi hermano se conocen muy bien, lo digo por las fotografías, parece que usted recorrió el mundo con mi hermano, aunque, a decir verdad, disculpe que se lo diga, pero en lugar de usted debería estar mi cuñada Paulina su esposa y madre de sus hijos- ¿Me podría decir que relación tenía usted con mi difunto hermano?
A Eduardo le corría un frío por toda la columna vertebral, aunque se estaba imaginando la respuesta su sentido común se negaba a aceptarla.
-Mire Eduardo porque no lo dejamos así, no me haga manchar la memoria de su hermano confórmese con que le diga, que he sufrido la muerte de Fabián igual o más que su misma esposa, él era para mí toda mi vida.
-Ya no diga más por favor, comprendo.
-Lo único que le puedo asegurar es, que su esposa Paulina nunca supo la verdad, ni la va a saber, nadie la sabe sólo Fabián, yo y ahora usted.
Eduardo no quiso estar ni un minuto más en esa casa sólo atinó a decir.
-Bueno yo solo vine a dejar esto que mi hermano no alcanzo a enviar por correo, y creo estar seguro que estoy cumpliendo su última voluntad. Ahora sé, que fue usted el que estuvo con mi hermano recogiendo el último aliento de su vida. Gracias.
Eduardo salió de la casa sin voltear atrás gruesas lagrimas corrían por sus ojos, su hermano un invertido.
Mi hermano Eduardo le contó todo a mi padre, el a su vez le contó a madre y mis castos oídos dentro de mi cuarto secreto escuchaba todo, mi madre llorando desconsolador amente le dijo a mi padre.
-Tenemos que mandar oficiar treinta misas gregorianas para que Dios le dé el perdón a nuestro hijo y pueda descansar su alma en el seno del señor.
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