Parte/ 11
Don Eduardo empezó a maniobrar unos artefactos, cuando termino de armarlos me dijo.
─Este es nuestro pequeño laboratorio.
─¿Y qué es lo que va a fabricar?
─Vamos a fabricar jabón, vamos a convertir la lejía y el carbonato en una barra de jabón, en algunos países ya se fabrica, pero aquí en México todavía no llega y si Dios lo permite nosotros vamos hacer los primeros en elaborarlo tú lo vas a ver, mira este jabón viene de USA, muy pocas personas tienen acceso a él, pero yo quiero fabricarlo para que el producto llegue a todas las personas.
Don Eduardo me contagió de su entusiasmo, me prometí a mí mismo que iba a poner todo mi empeño para que don Eduardo lograra su cometido.
─Empezamos a trabajar yo era su ayudante, él tomaba notas yo revolvía ingredientes, no salíamos del laboratorio ni a comer una sirvienta tocaba la puerta nos dejaba la comida a la entrada y se retiraba ya que por órdenes de don Eduardo nadie podía ni siquiera mirar el interior, nos caía la noche don Eduardo se recostaba en su cama y no despertaba hasta el siguiente día, se bañaba se vestía con ropa limpia que tenía en su armario, y seguía en su tarea.
Antes de encontrar la fórmula correcta tuvimos muchos fracasos, sabía cuándo una semana terminaba porque don Eduardo era muy católico y el guardaba el domingo como la religión lo estipula, por nada del mundo dejaba de ir a misa, a mí nunca me presionó para que yo cambiara mis creencias, en mi habitación hice un pequeño altar para mi padre Buda, yo diariamente al levantarme y acostarme le oraba y le daba gracias por un día más de vida.
Don Eduardo cumplió su promesa de enseñarme inglés, los domingos, me tomaba la lección y me dejaba nuevos ejercicios, también me regaló un libro para que aprendiera a escribir y leer en japonés, se me hizo más fácil aprender a leer y escribir en mi idioma ya que conocía los símbolos, en cuanto aprendí a escribir les mande una carta a mis padres. cada mes mandaba una carta contándoles todo lo que iba viviendo, también les mandaba dinero, nunca recibí contestación, pero tampoco ninguna se me regreso, eso me daba la plena seguridad que mis padres si recibían mis cartas, eso me hacía sentir que los tenía a mi lado, aunque la distancia que nos separaba era un inmenso mar.
Por fin Don Eduardo logró la fórmula perfecta para elaborar su pieza de jabón, ese día fue de fiesta, no fue una tarea fácil, primero elaboramos el jabón para el servicio de su casa, después lo dio a conocer con sus amistades, cuando le empezaron a pedir por el buen funcionamiento del mismo, lo empezó a vender, posteriormente lo ofreció a las tiendas, no paso mucho tiempo para que llovieran los pedidos tanto así fue, que don Eduardo, como buen visionario de los negocios pronto fundó la primera fábrica de jabón, el señor quiso involucrar a su hijo, pero este tenía otras aspiraciones, quería ser arquitecto para ese efecto don Eduardo lo mando a estudiar a los Estados Unidos, yo me quedé a cargo de la fábrica, pero él único que conocía la fórmula para elaborar el jabón era don Eduardo, hubo varias personas que quisieron copiar la fórmula pero no lo consiguieron.
Cuando su hijo se fue al extranjero doña Inés fue más condescendiente conmigo, permitió que comiera en el comedor con la familia y platicaba conmigo, le gustaba que le contará anécdotas de mi vida familiar, creo que quería llenar el vacío que había dejado su hijo, yo me olvidé del sueño americano, México me había dado todo para ser feliz.
Sin siquiera notarlo ya habían pasado cinco años desde que había salido de mi país, tenía veintiún años de vida, la pequeña Lourdes, la hija de don Eduardo se había convertido en una linda jovencita de diecisiete años, ella tenía una maestra, que le daba clases de piano, una joven de veinticuatro años, tres más que yo, desde que la vi supe que ella era la mujer que quería como compañera y madre de mis futuros hijos, también note que yo no le era indiferente, pero también corría el peligro de que estuviera confundiendo amistad con atracción. La señorita Olivo era muy bella, era más alta que yo, con unos grandes ojos de un azul profundo, nariz algo respingada, labios carnosos, cabello castaño y tez de porcelana, cabía la posibilidad que ya tuviera novio o lo que era peor comprometida, cuando por fin me arme de valor para abordarla .
─Señorita, con todo respeto me permite unas palabras.
─Dígame señor Tachito ¿en qué le puedo servir?
─Quisiera pedirle que usted y yo entablemos una relación.
─¿Me está pidiendo que sea su novia?
─Sí señorita, usted me gusta mucho, mis intenciones son serias, mi objetivo es casarme con usted.
─Señor creo que usted va muy aprisa, que le parece si primero nos conocemos ya después Dios dirá.
─¿Entonces acepta ser mi novia?
─Creo que primero hay que empezar una amistad, después como ya le dije, Dios dirá.
─Está muy bien señorita, solo una pregunta más
─Dígame.
─¿Cuál es su nombre?
─Mi nombre es Olivo Valenzuela.
─Qué bonito nombre igual que su dueña
─Así comenzamos nuestra amistad más tarde empezó nuestro noviazgo, la veía tres veces a la semana cuando ella iba a darles las clases a su alumna Lourdes, cuando tuvimos más confianza me preguntó.
─¿De dónde vino usted?
─Yo vine del lejano oriente de Japón.
─Y que lo trajo hasta estas lejanas tierras
─Mi propósito era llegar a California, en el barco conocí a don Eduardo, me invitó a venir con él, me ofreció trabajo para reunir dinero para reanudar mi viaje me enseñó hablar español e inglés, no lo hablo perfecto, pero me defiendo, cuando vienen clientes del señor Eduardo yo los atiendo ellos me entienden y yo a ellos.
Que interesante ¿dígame tachito cuál es su nombre.
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