Capítulo 24 - Reconstrucción
El día finalmente llegó. Pasaron quince días y el restaurante quedó listo, y pudimos organizar la gran reapertura de Arguiñano. Para la noche de ese viernes planificamos un pequeño cóctel para todos los empleados y unos cuantos proveedores. Habíamos sorteado una gran tormenta y había que festejarlo. El sábado a mediodía abriríamos las puertas a todo público.
Esa mañana nos despertamos muy temprano con Salvador, que se había quedado a dormir conmigo, como casi cada noche desde que habíamos empezado. Estábamos remoloneando en la cama porque aún teníamos sueño, cuando comenzó a sonar el teléfono de Salva. Puso un gesto extraño cuando vio el identificador, pero después sonrió y atendió inmediatamente. ¡Era una videollamada! Yo estaba junto a él, y desnuda, aunque tapada con la sábana. Intenté escabullirme pero me apretó fuerte para evitarlo. Una mujer de unos cincuenta años, de cabello muy negro y grandes y expresivos ojos claros apareció en la pantalla. Era muy hermosa, y al ver su sonrisa, supe de quién se trataba.
-¡Hola ma! - saludó con alegría. Definitivamente lo mataría, pero primero tenía que saludar a mi "suegra".
-Hola, hijo mío. Veo que estás en buena compañía.
-Así es. Mamá: Ella es Lola, mi novia.
-Mucho gusto, Lola. Espero no haberlos pescado en mal momento.
Yo miré hacia todos lados deseando que la tierra me tragara, y todo lo que encontré fue la cara de Salva, a quien mi bochorno parecía resultarle extremadamente divertido.
-Igualmente. Espero que no le tenga mucho cariño a su hijo, porque lo voy a matar, -exclamé con humor.
-A Lola le da vergüenza que la veas desnuda, mamá.
-Por favor, no hay nada de qué avergonzarse, querida. En todo caso te felicito por tu buen gusto. Mi Salvita es un muñeco, ¿a qué no?
Ahora el avergonzado era él, y disfruté de mi momento de gloria, mientras lo veía pedirle a su madre que no lo llamara así.
-Habla usted perfecto español, señora. La felicito.
-Muchas gracias, pero trátame de "tu", y llámame Jandiara, nada de señora, que todavía me considero joven.
Seguimos charlando un largo rato. La madre de Salva era encantadora, y luego, mientras me escapaba para vestirme y verme más presentable, apareció el hermano menor de Salva, Daví. También hablamos con él, y era como hablar con Salva diez años atrás, por lo parecidos que eran.
Cuando cortamos, dediqué el día a ultimar algunos detalles del evento de la noche y a descansar un poco, tendríamos que trabajar mucho para recuperarnos del revés que habíamos sufrido. Me fui al restaurante a las cinco de la tarde y me llevé ropa para cambiarme allí cuando fuera la hora.
A las ocho de la noche empezaron a llegar todos, incluyendo Salva, que desde que llegó no se despegó de mí. Habíamos decidido naturalizar lo más posible lo nuestro, así que, cuando nos cruzáramos a mi padre, le diríamos que estábamos juntos. Estaba algo nerviosa, pero definitivamente era un buen momento para hablar con él. Estaba emocionado y feliz por volver a abrir.
Otro que estaba allí, y que no se veía nada feliz, era Pedro. Pasó todo el rato mirándome fijamente y viendo con desprecio a Salva. Era bastante incómodo pero en cierto punto lo entendía. Y eso que solo estaba junto a mí. Hasta que no habláramos con papá no habrían ni siquiera manitos.
Para esa noche había escogido usar un vestido negro largo ceñido al cuerpo, con una apertura en el frente que le daba libertad a mis piernas y sujeto con dos finas tiras. La parte del pecho era cruzada y tenía rayas verdes y blancas. En los pies me puse unas sandalias negras de punta.
Salva usaba un pantalón negro y una camisa blanca, sin corbata. Apenas llegó me dijo que no iba a poder mantenerse alejado de mí, así que estuviera preparada porque en cualquier momento me llevaría al baño o a la sala de personal. Sonreí, coqueta, y le dije que tuviera paciencia, que primero debía blanquear lo nuestro con papá.
Al cabo de un rato llegó mi padre. Saludó a todos los presentes, y después de un largo tiempo saludando a cientos de personas, llegó donde estábamos nosotros. Salva me agarró la mano para infundirme tranquilidad. Cuando papá nos vio, se quedó mirando fijamente el agarre de nuestras manos, tanto que sentí el impulso de soltarme de Salva y esconderme en el baño como una niñita atemorizada.
-¿Qué significa esto, Lola? -preguntó, imperturbable.
Yo lo miré, acojonada, pero entonces Salva tomó la palabra, y fue sincero con él.
-Don José: Espero que no se moleste, pero su hija y yo hemos comenzado una relación. Queríamos que usted se enterara por nosotros, y por supuesto, esperamos contar con su bendición. Yo quiero mucho a su hija, como no he querido a nadie, nunca, y le prometo que la cuidaré mucho. Ella es prioridad para mí.
Papá no dijo nada. Solo lo observaba fijamente, casi sin parpadear. Tanto Salva como yo aguantamos la respiración, expectantes acerca de cuál sería su reacción.
-Salvador...-Oh, oh, estaba usando su tono solemne, eso no podía ser bueno. No es que fuera a dejarlo si papá se oponía, pero de verdad guardaba la esperanza de que mi novio y mi papá se llevaran bien.
-Dígame, señor. -Con esa cara de niño bueno era irresistible, me lo quería comer con pan. Mi padre siguió hablando.
-Tú le has salvado la vida a mi hija, no una, sino dos veces, estás trabajando duro para ayudar a tu familia y eres muy humilde. Me haces acordar a mí cuando comencé en este negocio: joven, lleno de sueños, enamorado. ¿Cómo piensas que me voy a tomar vuestra relación? ¡Fantástico! Hacéis una pareja hermosa, y veo a mi hija feliz, ¿qué más puedo pedir? Tenéis mi bendición.
Ambos respiramos a la vez, lo que resultó gracioso, si no hubiera sido una situación dramática. Acto seguido, mi padre abrió sus brazos y recibió a Salva, quien se veía francamente incómodo. De hecho, vi una expresión extraña en su rostro, que no fui capaz de identificar.
-Bienvenido a la familia, Salva. Quiero que sientas que soy un padre para ti -dijo mi padre mientras palmeaba la cara de mi novio. Él le agradeció y luego se disculpó y salió a la calle. Me llamó la atención su conducta, y resolví que más tarde le preguntaría qué había sido eso. En lugar de quedarse festejando conmigo se apartaba. ¿Qué le pasaba?
Un rato más tarde hizo algo aún más raro: se excusó diciendo que le dolía mucho la cabeza y que se iba a su casa. Le sugerí que me esperara en mi departamento pero me dijo que prefería ir a la suya. No entendía nada. Parecía casi como si estuviera desilusionado por la aceptación de mi padre.
No, no era eso, intenté convencerme. Salva no era así, él era honesto y transparente. Debía ser otra cosa, y lo averiguaría. Intenté no maquinarme demasiado y disfrutar lo que quedaba de la velada. Comimos los postres, tomamos café con trufas y los invitados se fueron marchando. Cuando solo quedaban unos pocos decidí marcharme yo también. Me despedí de papá y volví andando a casa.
Entré a mi edificio, subí hasta mi departamento y abrí la puerta. Dejé las llaves en el lugar de siempre y me quité los zapatos. Tenía los pies triturados. Caminé en la penumbra conocida de mi living, pero inmediatamente noté algo raro. Una sombra. Había alguien sentado en el sofá.
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