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Capitulo 7

A la salida mi papá ya estaba esperándome. Me subí en el auto, y como siempre, tenía la radio encendida en el noticiero de las doce. En vez de ir directo a la casa, paramos en la oficina de un amigo de mi papá

Se llamaba Fernando y no le gustaba saludarme, y mi papá insistía en que yo lo saludara, y como no lo hacía, me regañaba siempre cuando salíamos de su oficina. Eso quiere decir que el amigo de mi papá me cae mal. Y tengo que tragarme su habladero en toda la tarde temprana hasta que mi papá se dé cuenta de mi cara de malhumorada.

Ese momento era ahora. Me miró y dijo:

—Bueno Fernando, será otro día. —Ambos se levantan y se tocan la barriga.

Yo no lo entiendo, es una forma de saludarse o mostrar respeto tal vez, consiste en que se abrazan, pero no lo hacen del todo, y se palman la barriga mutuamente y sonríen o solo se ríen. Todos los hombres viejos suelen hacer eso, y es raro. Miro a otro lado, porque es incómodo de ver, mientras espero que me llame a salir.

En el camino a casa me está reprochando por no ser más amable con su amigo. Él parece no darse cuenta que su amigo es el maleducado en la ecuación. Lo ignoro. Me hago sorda solo por ese momento.

Cuando llegábamos, Leo estaba afuera de su casa con la camisa casi por fuera, unos pantalones de tela grises y las manos en las caderas mientras miraba como Lalie saltaba con su saco del mismo color que él pantalón de Leo.

Dios. Había faltado para verlo vestido así.

Me apeé de la jippeta y para sorpresa y agrado mío, Lalie corrió hacia mí para abrazarme. Lo que causó que Leo me mirara mientras se rascaba la barbilla.

No entiendo. Lo hace a propósito. Me está matando. Es simplemente demasiado lindo y no puedo creer que es el mismo que colecciona fotos mías y video chatea conmigo. Por un segundo me sentí tan afortunada como Natalie.

Digo por un segundo, porque después recordé que ella lo tenía y yo no.

Leo saluda a mi papá.

—¿Cómo está la familia? —pregunta mi papá. Por primera vez veo en él un interés por entablar una conversación, y eso hace que Leo se interese.

—Ellos están bien. Ya usted ve, nuestras hijas se quieren. —Eso lo dice señalándonos mientras se acercaban y... ¿hablaban? Actualmente están hablando. Parece un sueño hecho realidad para Leo, ¿haciendo las paces de la guerra nunca anunciada?

Me quedaría a ver que hablan, me metería en la conversación. El problema está en que no sé disimular, no hay forma de que me pare allí y no babeé por Leo. Lo hago, es imposible para mí.

—Mara, acompáñame a casa, quiero mostrarte mi tarea.

Así es como entro por primera vez a la casa de Leo después de que el mismo me abrazara en su marquesina. Tan cerca de besarlo que siento una sensación en mi pecho que se riega por todo mi cuerpo.

Lalie me está enseñando un dibujo, pero no le hago mucho caso. Estoy tratando de ver a través de las ventanas que hacen ellos dos ahí hablando.

—¿Cómo te va en la guardería? —le pregunto.

—¿Guardería?

—Sala de tareas, ¿Cómo te va en ella?

—Bien, la señora Montilla es muy agradable en realidad. Pero papá me dijo que tú podías cuidarme una vez a la semana, cuando él esté aquí, dice que tú eres muy pequeña como para quedarte sola conmigo aquí en casa.

—¿Él dijo eso?

—Sipi. —Asintió y guardó el cuaderno en su mochila—. No quiero ir hoy, ¿Por qué no te quedas conmigo?

—Ay no Lalie, sabes que me encantaría, pero hoy saldré con mis amigos a algo muy importante.

Entonces de pronto recordé que estaba en la casa de Leo. Y mientras Lalie llevaba su mochila a su cuarto y se quitaba el uniforme, caminé a la puerta que estaba cerca de la marquesina. Otra vez estaba sin seguro y entré.

No hice nada, ni siquiera la encendí. Una mano agarro mi brazo y me volteé de resorte cuando lo vi detrás de mí.

—Mara...

—Leo, lo siento, yo no estaba haciendo nada, te lo juro, —Alzo mis manos mostrando que no tengo nada, la memoria está en el bolsillo de mi falda del colegio—, solo quería ver algo.

—¿Que más quieres ver Mara?

—Está bien, quiero preguntarte algo, ¿me vas a responder?

—Depende, pero haz la pregunta. —Se apartó de mí cuando notó que estaba cerca y se cruzó de brazos.

Yo me quedé mirándolo porque, uno: está muy lindo el día de hoy. Dos: tiene unos ojos preciosos. Tres: No sabía cómo preguntarle qué era lo que ocultaba sin que se diera cuenta que yo no sabía nada.

—¡Mara! —La voz de mi papá se oye incluso allí.

Joder.

—Tu papá te llama Mara, será mejor que vayas.

—Sí, será mejor que vaya. —Me inclino y beso su mejilla. Ha sido algo totalmente espontaneo, y antes de salir de la habitación, volteó a mirar para comprobar que aún me sigue mirando atónito.

En casa de Dago, él me enseña la memoria del tamaño de una caja de Clorets, que debo insertar en la computadora de Leo para tener acceso a ella.

Le pregunto:

—¿Entonces para qué es esta? —Le muestro la que me dio al medio día y que llevaba en mi falda.

—Era para que copiaras y pegaras la información.

—Ah, ya, ya.

—¿Y Mara cuando vas a hacer esto? Mañana es el juego de kitball. —Micaela estaba sentada de una forma rara y al revés en una silla de agua.

Jadeo cuando lo recuerdo. —Mierda, ¡sí! , lo olvide por completo. Pero ni siquiera he practicado nada. Estoy oxidada.

—Que diga, mañana son las prácticas.

—Mañana mi mamá se va para un congreso de la Iglesia de tres días, y mi papá está en un juicio en el que las audiencias siempre se acaban a las tres de la tarde. Quiero decir que antes de ir a las prácticas que siempre son a las cuatro, puedo averiguármela para entrar a la casa de Leo.

—Es una estupenda idea. —Concordó Micaela.

—Vamos, tenemos un plan, junten las manos —dijo Dago y puso su mano en el centro, Micaela puso la suya encima de la de Dago, y yo puse la mía encima de la de ellos—, ¿y bien, que es lo que decimos cuando alcemos las manos?

—Proseev.

— ¿Qué es esa mierda Micaela? —pregunto yo.

—Proyecto "Secretos en el vecindario". Miren, lo he estado pensando: Leo guarda un secreto, o varios, porque también te acosa, y además, es en tu vecindario, y nuestro proyecto es averiguar qué es.

—Sería una misión entonces —comentó Dago.

—Oh cállate, ¡Solo quieres robarme mi idea!

—¿Robarte tu idea? Solo estoy diciendo que es un poco estúpido que digas proyecto en vez de misión o meta que es más acorde con lo que vamos a hacer.

—¿Me estás diciendo estúpida? —Micaela abre sus grandes ojos avellana.

—No Micaela, te estoy diciendo que actúas estúpido.

—Oh, tu no habrás querido decir eso... —Micaela destruye nuestro junte de manos y lo señala con el dedo índice.

—¡Basta chicos! Sé que ustedes se aman, ¡pero vamos a enfocarnos! —Les grito.

—Si Micaela, enfócate.

—No, yo no. Si actuó tan estúpido no debería ayudarlos, quédate con Mara, Dago. Jodanse los dos, tu por decirme estúpida y tú por no defenderme. —Micaela se levantó de la silla y salió de la habitación. Dago y yo nos miramos por un momento.

—¿Qué demonios ha sido esto? —Le pregunté frunciendo el ceño.

—No me mires a mí.

—¡Idiota, ve tras de ella! —Le golpeé el hombro.

—No Mara, yo siempre voy y tú lo sabes. Es hora de que ella se disculpe por siempre armar un boicot de la nada. Actúa como una niña

—¡Te escucho! —Voceó detrás de la puerta con voz maniaca. Yo me asusté, y Dago abrió los ojos para después formar con la boca un « ¿Qué demonios le ocurre? Esta loca. »

Yo pensé:

«Quiere que la beses de seguro»

Pero no lo dije, sino que volví a pensar otra cosa:

«Al igual que quiero un beso de Leo»

Si he besado antes, no es dizque algo de lo cual no sé, ni tampoco algo de la cual sé un montón, fue a Gonzales. Por eso me obsesioné con él.

Fue un beso de pico y yo era muy joven. Ni siquiera sabía la mitad de las cosas que se ahora. Como sea, estoy viendo los labios de Leo con el zoom de mis binoculares en el ático. Es jueves y mamá esta al salir.

Son las seis y media de la mañana y el sol ha salido porque ya estamos a inicios del verano.

No tengo idea de que hace Leo a estas horas despierto, y aunque me encante verlo bien vestido, es perturbador verlo así, sentado en el contén de la cera mirando a la calle. Me pregunto qué pensaran nuestros otros vecinos, qué pensara mi papá. ¿Qué pensará él?

Son las dos y media de la tarde y Leo no está en su casa, está Natalie solamente. Me aproximo a la puerta y la tocó dos veces.

Natalie abre la puerta, yo digo:

—Hola Natalie.

—Hola Mara, ¡tenia tanto que no te veía!

—¿Ah sí?, yo tampoco a usted. Bueno Natalie, me pregunto si usted podría encontrar el taladro que mi papá le presto a Leo —comienzo a toser para que piense que esa ha sido la causa por la cual no he dicho su nombre completo—, Leo... onardo.

— ¿Ahora? Es que iba a salir a dejar a Lalie a la guardería y después...

—Es muy urgente, en serio —le digo mientras entro ya que ella no me ha dicho que pase.

Me mira extrañada y yo le sonrió. Me siento en el mueble y con las manos le digo que vaya a buscármelo.

Desaparece por las escaleras.

Era mi momento, o ahora o nunca.

Me levante del sillón y trate de abrir la puerta. No, no, no, ¡está cerrada!

Piensa con claridad Mara, tienes que entrar a ese cuarto ahora o no lo harás nunca.

Bingo. Encima de la puerta, es obvio. Leo esconde la llave encima del marco de la puerta.

Abro la puerta y entro. Busco el interruptor de la luz que había olvidado encender las dos últimas veces que había entrado a la habitación. Doy un paso atrás cuando con la luz encendida veo más de tres pantallas detrás de la obsoleta que antes había visto.

Claro, como rayos iba a verlas si estaba demasiado oscuro cuando venía antes.

Como quiera, había un solo CPU, y ahí conecte en la parte de atrás la memoria USB. Salté de alegría y salí de la habitación mientras le ponía seguro a la puerta y volvía a esconder la llave, Natalie hablo detrás de mí.

—¿Mara, pero qué haces?

—¿Yo...? —Tenía una sonrisa en la boca y escondí la llave detrás de mí. No me alcanzo el tiempo para guardarla—, si no estaba haciendo nada... solo veía esta hermosa puerta con esta hermosa pintura y oh, Natalie, que hermoso pantalón tienes hoy.

Ella me apartó a un lado y trato de abrir la puerta. Estaba cerrada. Gracias a Dios.

—Busqué pero no encontré taladro, dile a tu papá que lo venga a buscar cuando Leonardo esté aquí. —Me miraba como si quisiese descifrar algo en mí.

Yo la miré con una sonrisa. Ok, vete. Deja que ponga la llave en su lugar.

¿Mencioné lo horrible que eran sus pantalones?

Le digo:

—Supongo que me voy.

—Supones bien, porque ya debo irme... como te dije, a llevar a Lalie.

Me boto de su casa. Perra... perra...

Leo, deja a esa mujer por el amor de Dios.

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