Prefacio
23 de marzo de 2026
Washington D. C.
Finalmente llegó el día y como nunca antes visto, Michael Evans se proclamaba como el presidente más joven de los Estados Unidos de Norteamérica. Un hombre centrado que supo ganarse el corazón de un país durante el tiempo que duró su campaña como aspirante para la presidencia.
Con tan solo treinta años, graduado de Ciencias sociales y políticas, con un postgrado en Derecho y un doctorado en Economía, todas en Harvard, era lo que alguien podría llamar un hombre prodigio.
Excelente hijo, excelente ciudadano, excelente novio... ¿Qué le hacía falta para ser el hombre perfecto? Sencillo, ganar la presidencia.
Ese había sido el sueño de su padre, quien fue el gobernador de Washington varias veces, senador y ahora el presidente del congreso. Había educado a su hijo para ser el hombre ejemplar que hoy es, ese que sería la imagen de su país.
¡Y lo logró! Aquel pelinegro de encantadores ojos azules estaba en el podio frente a La Casa Blanca, con mil espectadores, un montón de periodistas y la persona encargada de dicho trámite.
—Juro solemnemente que ejerceré fielmente el cargo de Presidente de Estados Unidos, y hasta el límite de mi capacidad, preservar, proteger y defender la Constitución de los Estados Unidos —dijo con voz fuerte, sin titubear en lo absoluto.
Repitió el Artículo II, Sección 1 de la Constitución de Estados Unidos y los aplausos de quienes le confiaron su voto no se hicieron esperar. El presidente de la Corte Suprema de Justicia dio por terminada la investidura presidencial y el nuevo dirigente político no dudó en agradecerle a todos lo que creyeron en él.
—Gracias a ustedes estoy aquí el día de hoy, y pretendo pagarles como se merecen —había dicho el nuevo presidente—. La mejor manera de recompensar a una persona es darle aquello que le corresponde y hoy me comprometo a cumplir con el juramento hasta mi último día de mandato.
Y tenía razón, Michael Evans cumpliría todas sus promesas, daría lo mejor de sí para tener un buen rendimiento durante su estadía en La Casa Blanca. No obstante, sus enemigos no residirían bajo su techo, pues estarían guardando secretos en el Capitolio.
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