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Parte II | "Problemas y amor" 25. Michael.


Un mes después.

Los papeles se amontonan sobre el escritorio y yo estoy apunto de explotar, busco y busco entre los documentos la hoja que necesito y cuando soy con ella suelto un pesado suspiro. Bufo cuando leo el primer párrafo que es un fiasco es su totalidad. ¿Quién carajos quiere que legalice la cocaína? Imbéciles, apenas y logro comprender cómo es que lo doctores lo usan para medicina.

Redacto un informe con rapidez para negar totalmente mi apoyo contra esta campaña que será enviado directamente al Congreso y no creo que mi padre apoye esto.

Mi teléfono suena y lo contesto sin ver quién es.

—¿Sí?

—Hijo de puta, ya ni te acuerdas de que tienes mejor amigo —escupe Andrés al otro lado de la línea y yo solo puedo reírme, sin dejar de escribir con una sola mano.

—Infeliz de mierda, tú también puedes llamarme —le reprocho.

—Bueno, bueno. No te llamaba para eso, aunque admito que me siento abandonado. Ya no me amas, estúpido.

—Cállate, idiota —me rio—. Sabes que eres mi nena favorita.

—Eso lo dices porque te llamé, sino, solo pensarías en la misteriosa novia esa que tienes —sacudo la cabeza—. ¿Cuándo me la vas a presentar?

—Pronto, pronto —digo, guardo el archivo en Word antes de abrir mi correo electrónico.

Este último mes ha sido... maravilloso.

Mierda, ¿maravilloso? No, la palabra no se asemeja a lo que fue realmente este mes. Lejos del trabajo, lejos de los papeles, lejos de las entrevistas y todo lo que conlleva ser el presidente... Lo que es maravilloso fue May.

—En fin, ¿qué necesitas? —la pregunté, sacudiendo la cabeza.

—El sábado es el cumpleaños de Sara, tienes que venir —dice y yo me atraganto—. Lo olvidaste, ¿verdad?

—Mierda...

—Desgraciado —espeta y se ríe—. ¿Cómo mierdas olvidas el cumpleaños a tu sobrina?

Suspiro y me apoyo contra el espaldar de la silla, apretando el puente de mi nariz entre mis dedos.

—Soy un infeliz, lo sé, lo siento —me anticipo a disculparme—. Dios, estoy demasiado ocupado. Tengo que lidiar con mi padre y todo lo del trabajo, yo... lo siento.

—Está bien, no te preocupes —dice—. Pero, ¿vendrás?

—No me lo perdería por nada —aseguro. Esa pequeña es parte fundamental de mi vida, jamás me perdería su fiesta de cumpleaños—. ¿A qué hora es?

—A las cuatro. Será en un club, te enviaré la dirección por mensaje.

—Entendido. Nos vemos ahí.

—¡Oye! —consigue llamar mi atención antes de colgar—. Puedes traer a tu nueva novia, así podrás presentársela a tu mejor amigo.

—Lo pensaré —sonrío, imaginándomelo poniendo los ojos en blanco—. Nos vemos.

—Adiós.

Colgué y maldecí entre dientes, soltando el teléfono. Genial, ahora debía buscar el regalo más grande y costoso de todos. Tan solo pensar en entrar en una juguetería me causaba dolor de cabeza y no me sentía capaz de hacerlo con todo lo que tenía en la cabeza.

Dos toques en la puerta me distraen, y una sonrisa que me vuelve loco aparece por la misma. Me levanto y voy hacia ella, que cierra la puerta sin dejar de mirarme a los ojos.

—Te envié un mensaje hace media hora —la acerqué por la cintura—. ¿Dónde te habías metido?

—Estaba limpiando la biblioteca, lo siento —abraza mi cuello con sus brazos.

—Ya estás aquí, el resto no importa.

Me acerqué para capturar sus labios en un beso hambriento, uno que le demostrara lo mucho que la había extrañado, lo mucho que la quería y todo lo que significaba para mí. Maydeline se apretó contra mí, dándome la libertad de saborearla como quería.

—No sabes cuánto te extrañé, corazón —le dije, viendo cómo sus mejillas se encienden ante ese apodo que no puede ser más real.

Esta mujer era mi corazón en todo el sentido de la palabra.

—Yo también —admitió, pasando sus manos por mi cuello, sonriéndome tiernamente.

Hacia dos largos días que no la veía, y no estaba seguro de que podría quitarle las manos de encima ya que la tenía frente a mí. Me sonríe, con las mejillas rojas y los ojos rebozando de alegría.

—Que bueno que has llegado —me dice, da un paso hacia atrás.

—También me gusta estar de vuelta —le pasé el mechón cortito que se escapaba de su coleta detrás de la oreja—. Te eché de menos.

—Y yo a ti —le pasé el pulgar por el labio inferior luego que de que lo mordiera—. ¿Para que me necesitabas? Dijiste que era urgente.

Subió sus cejas con esa expresión que me decía que esperaba mi explicación, sonreí, tiré de sus manos y la pegué a mi pecho.

—Sí, es muy urgente —rocé nuestras narices, siendo recompensado por sus caricias en mi barbilla—. Necesitaba...

—Necesitabas... —susurra, cerrando los ojos.

—Necesitaba comerte a besos —empecé a depositar besos por todo su rostro, haciéndola reír y retorcerse entre mis brazos.

¡Ay! —su risa era terapéutica.

Hasta hace un segundo estaba estresado hasta la médula, ahora solo tengo su risa en mi cabeza.

—Basta, basta —pide, respirando entrecortado—. Mira que me escapé, debo ayudarle a Greta con unas cosas en la cocina.

—Ya como que no quiero soltarte —oculté mi rostro en su cuello e inhalé su dulce olor a cereza.

—Pero debes —se ríe, pero oigo la seriedad en su voz, esa que comencé a conocer muy bien este último mes.

Sé cuándo está enojada, estresada y hasta triste. Aprendí a leer sus expresiones, cada fruncida de ceño y todas sus manías. Cómo arrugaba la nariz cada vez que estaba confundida, como se mordía el dedo meñique cuando se concentraba muchísimo y cuando me miraba fijamente sin que me diera cuenta.

—En serio, ya estoy aquí, ¿para que querías verme? —dice ansiosa, dando brinquitos en su lugar.

—Ya te lo dije, solo quería darte un beso —sujeté su rostro y la besé otra vez—. Pero, ya que estás aquí, podrías hacerme un favor.

—¿Un favor? —asentí—. Claro, ¿de que se trata?

—Mi sobrina cumple años el sábado y no tengo un regalo para ella —informo.

May abre la boca para decir algo, pero frunce el entrecejo un segundo más tarde.

—¿Sobrina?

—La hija de Andrés —aclaré su duda.

—¡Ah! —asintió—. Bueno, un regalo... ¿Qué edad tiene?

—Cumplirá los seis el sábado —le hago saber.

—Bien, entonces, un regalo —sonríe y piensa unos segundos—. Podrías comprarle algún juego de esos completos de Barbie, ya sabes, los que vienen con muchas cosas —dice—. También podrías comprarle un peluche gigante.

Fruncí el entrecejo, apoyándome contra el escritorio y acercándola a mí de nuevo, incapaz de mantener mis manos lejos de ella.

—¿Un peluche gigante? —asiente ante mi pregunta.

—Sí, a todas las niñas les encantan los peluches gigantes —sonríe—. Yo solía tener uno, pero no recuerdo en dónde quedó —se encoge de hombros—. En fin, a las niñas pequeñas les gustan las Barbies y los peluches, tú debes elegir.

La miro a los ojos un instante largo, pasando mi pulgar por sus labios gruesos.

—Gracias por las opciones —sonrío, pasándole el pelo detrás de la oreja—. Ha sido de mucha ayuda, Srta. Allen.

Sonríe de oreja a oreja, soltando una risita entre sus dientes.

—Ese es mi trabajo, Sr. Presidente.

Sonrío ante sus palabras, sujetando su rostro entre mis manos para apoderarme de su boca y saciar mi hambre de ella, pero es imposible. No voy a cansarme nunca de su boca, de la presión de sus labios gruesos y suaves contra los míos, de los suspiros que no puede retener, de como sus pequeñas manos se amoldan a mi cuello a la perfección.

No hay manera perfecta para definirnos, solo sé que estamos hechos para encajar.

—Vete antes de que no pueda dejar de besarte —murmuro resignado sobre su boca.

—Que tortura —se ríe de mí, deja un pequeño beso en mis labios y se aleja—. Ven a cenar a mi casa esta noche, pediré sushi.

—Eso suena bien —pellizqué suavemente su mejilla—. Estaré ahí a las ocho.

—Okey, nos vemos más tarde.

Se aleja, quitándome la opción de poder darle un beso. La observo mientras camino hacia la puerta, contoneando las caderas con esa sensualidad que, al parecer, May no sabe que tiene, pero que me vuelve loco. Me mira por sobre su hombro antes de salir y me guiña un ojo.

Me paso las manos por el rostro, sintiéndome más aliviado y menos estresado. Mi dosis diaria de May ha sido saciada solo un poco, al menos, por el momento. Había estado en abstinencia sexual desde hace como dos meses, mi única opción era una que otra ducha fría por las noches que conllevaban dos horas en el baño y la imagen sonriente de Maydeline en mi cabeza. Sí, era un puto depravado, pero estaba enamorado hasta las nubes de esa mujer, ¿qué más le podía hacer?

Estaba llevando las cosas con calma con ella, May se merecía todo lo bueno de este mundo y si debía darle tiempo, se lo daría con mucho gusto. Sabía que era virgen, no tenía caso que ella me lo dijera, lo sabía, lo noté apenas nos besamos por primera vez.

Su manera de sonrojarse ante mis comentarios subidos de tono, lo tímida que resulta ser a veces, su falta de experiencia con los hombres. Era el maldito más afortunado de la puta Tierra. Estaba dispuesto a esperarla hasta el último de mis días si era necesario.

La puerta se abre de nuevo y yo me sobresalto, solo que esta vez no es mi castaña preciosa, sino mi madre.

—Veo que no me esperabas a mí —sonríe, acercándose y dándome un beso en la mejilla—. Hola, cariño.

—Hola, mamá —la sonrió, viéndola tomar asiento en la silla frente al escritorio—. ¿Qué haces aquí a esta hora? —son las tres de la tarde en el Rolex en mi muñeca—. No te esperaba.

—Sí, bueno, si mi hijo no me visita, yo lo visito a él —me muestra los hoyuelos en sus mejillas con una sonrisa cargada de reproche.

—Mamá...

—¡Soy tu madre, Michael! —se queja—. Tienes que ir a casa. Te extraño, hijo, ya ni recuerdo el sonido de tu voz.

—No exageres, Marianela —me rio, ella bufa y se cruza de brazos. Suspiro y me alejó del escritorio para acuclillarme frente a ella—. Oye, lo siento, ¿sí? He estado ocupado —no me mira, pero sé que está cediendo de a poco—. ¿Me perdonas?

—Está bien —me mira y sonríe—, solo con una condición.

—Dígame usted, señora madre, ¿qué puedo hacer para ganarme su perdón? —me hago el dramático.

—Que lleves a la mujer que te tiene loco a cenar con nosotros en casa —suelta y yo ruedo los ojos.

—No empieces otra vez —me levanto, dándole la espalda.

—Sí, quiero empezar otra vez —dice, siguiendo mis pasos y acercándose a mí—. Te conozco, sé que hay alguien que te roba el sueño...

—Puede simplemente ser que estoy superando lo de Grace —replico, ella se ríe.

Niega y sumerge sus ojos en los míos.

—Ay, cariño, ambos sabemos que la ruptura con Grace no fue un duelo para ti —acaricia mi mejilla—. Dime quién es, soy tu madre.

—Lo sé, sería raro que no fueras mi madre —bufo y ella pone los ojos en blanco—. No estoy listo para compartirla con el mundo todavía.

—Eso quiere decir que sí hay alguien —sonríe, me río y sacudo la cabeza—. ¿Por qué no me hablas de ella?

—Vaya, ¿qué puedo decir? —vuelvo a apoyarme contra el escritorio, cruzo mis brazos y miro al techo, buscando inspiración—. Es hermosa, amable, servicial, adorable...

—Vaya —se ríe, interrumpiendo mi interminable discurso—. No puedo creerlo, en serio.

Mi ceño se frunce al ver su rostro sonriente.

—¿Qué cosa?

—Que estés enamorado —sonríe en grande, como hace tanto no lo hacía.

—¿Por qué estás tan feliz? —ladeo la cabeza.

—¿Cómo que por qué? —frunce la nariz—. Eres mi hijo, estoy feliz por ti.

—Es extraño, odiabas a Grace —murmuro.

—No la odiaba, tesoro, solo me gustaba para ti —corrige—. Además, nunca te había visto así con Grace.

—¿Así como?

—Feliz —sonríe.

Bajo la mirada, sacudo un poco la cabeza y disimulo un tanto mi vergüenza, pues es tan extraño estar conversando de esto con mi madre.

—Mamá, por favor...

—¡Está bien, está bien! —levanta las manos, luciendo resignada—. Estaré aquí para cuando estés listo para contarme.

—Bien —besé su frente—. ¿Ese era el único motivo de tu visita?

—¿Ya quieres que me vaya? —se ríe—. Tal vez ese era el motivo principal.

—¿Cuál es el otro motivo? —cuestiono, rodeando el escritorio para sentarme en mi silla.

—¿Has hablado con tu padre? —me mira.

—Sí, hace tres días, ¿por qué? —frunzo el entrecejo.

Aún de pie, baja la cabeza y suspira, como si estuviera cansada.

—¿Mamá? —intento buscar sus ojos, pero esquiva mi mirada—. ¿Pasa algo? ¿Todo está bien?

Me mira a los ojos, un raro brillo cruza su mirada, pero sacude la cabeza y sonríe.

—Nada, cariño, solo que... —se estremece y vuelve a negar con una sonrisa más grande—. No es nada, es que últimamente está muy callado.

Oculto una risa carente de humor con un bufido por lo bajo.

—¿Y cuando no lo ha sido? —ella se ríe.

—Tienes razón. Bueno, ya no te quito más tiempo —sonríe, camina hacia mí y se inclina para besar mi mejilla—. Espero que otro día podamos hablar mejor, así me cuentas que tan especial es esa chica que escondes —me guiña un ojo, se guinda su cartera en el hombro y sonríe antes de alejarse—. Adiós, hijo.

—Adiós.

La vi desaparecer por la puerta y solté todo el aire que, sin saber, estaba conteniendo. Pienso en cómo carajos todo el mundo sabe lo que me pasa, ¿seré tan obvio?

—Espero que no.

[...]

Y ahí estaba yo, subiendo las estrechas escaleras del pequeño edificio de May, con un enorme peluche a cuestas. Suspiro cuando logro llegar ileso al piso correspondiente, toco la puerta un par de veces y espero.

—¿Por qué siempre llegas temprano? El sushi aún no ha... —el silencio se hace presente y es cuando puedo bajar el oso para ver el rostro de mi novia.

Sus ojos están bien abiertos, sus mejillas rojas y sus labios entreabiertos.

Bien hecho, Evans.

—Sorpresa —le sonrío.

Maydeline, en medio de su aturdimiento, sonríe. Es una sonrisa tan bonita que me arregla la semana en un segundo. Después, una risita nerviosa y hasta histérica abandona sus bonitos labios.

—Michael Evans, eres de lo que no hay —se ríe.

—Todo sea por ver sonreír a mi novia —se sonroja y sujeta el peluche antes de abrazarlo.

—Me encanta —me mira a través de sus espesas pestañas—. Gracias.

—No es nada.

—Ven, pasa —se hace a un lado, abriendo más la puerta—. No puedo creer que me hayas comprado un peluche así de grande.

—Dijiste que a las chicas les encantaban —le guiñé un ojo.

—Gracias otra vez —se acerca, luchando contra el muñeco y se pone de puntas para darme un corto beso—. Lo pondré en mi cama, ahora vuelvo.

Se alejó dando saltitos, viéndose totalmente tierna con esa sudadera enorme de color rosa pastel y los calcetines del mismo color, solo que con nubecitas. Sonrío sin poder evitarlo antes de cerrar la puerta y quitarme la chaqueta para ponerla en el perchero.

—El sushi aún no llega —dice al salir de su habitación.

—No hay problema, podemos esperar —tiré de ella para llevarla al sofá, la senté en medio de mis piernas y la envolví entre mis brazos—. Te extrañé.

—Ay, si nos vimos esta mañana —se ríe, coloca sus manos en mis mejillas y me ve directo a los ojos—. Yo también te extrañé, pero ya estás aquí.

Sus suaves labios rozan los míos con toda la delicadeza que solo ella puede emplear, el calor de su cuerpo logra romper cada una de mis barreras, sin darme más opción que apretarla contra mi pecho con todas mis fuerzas. Muerdo sus labios con suavidad antes de empujar mi lengua contra la suya, un gemido de su parte muere en mi boca y es suficiente para mí autocontrol.

Sus manos pasan de mi cuello a aferrarse a mi cabello, acercándome a su boca todo lo que puede.

Me encantaba estos momentos así, cuando su sensatez pasaba a segundo plano y se dejaba guiar por sus instintos. Es como si quisiera ir más lejos, pero al mismo tiempo le asustara la situación. No la juzgaba, al ser su primera vez, muchos factores jugaban en su contra.

Su siguiente movimiento me toma por sorpresa, se sujeta de mi cuello y se sienta a horcajadas sobre mí regazo, separa mis labios con una maestría que me deja confundido y su lengua se pierde con la mía en un dulce baile que me quita la poca cordura que me queda.

Mis manos se pierden bajo la sudadera que cubre su torso, acariciando con lentitud su espalda, sintiendo como su piel se eriza ante el leve contacto. De un momento a otro, sus caderas se presionan contra mí, generando cierta fricción que me pone alerta.

Se separa de mí boca para soltar un suave gemido que me pone todos los pelos de punta, sin contar el familiar escalofrío de la excitación que me recorre la espalda. May, al encontrar cierto alivio, vuelve a mecer las caderas sobre mí, para después pegarse a mis labios una vez más.

Para. Para. Para. ¡Detente!

Enredo mi mano en el cabello de su nuca y separo su boca de la mía con más rapidez de la necesaria. Su respiración es un desastre y la mía sale más pesada de lo normal entre mis dientes.

Puede que me haya controlado con ella todo este tiempo, pero, si seguimos así, no podré parar después.

—No puedes hacer eso y esperar que piense con claridad —siseo, cerrando los ojos y apoyando mi frente contra la suya.

—Lo siento —suspira, apretando mis hombros—. Creo que me dejé llevar.

—No es solo tu culpa —embozo una sonrisa al verla con los ojos cerrados, paso mis dedos por sus labios rojos e hinchados, logrando que su mirada colorida caiga en mí, de esa manera tan intensa que tanto me gusta—. No puedo resistirme a ti, eres mi fruto prohibido.

—Pero ya me tienes —sostuvo mi rostro entre sus manos—. Me tienes desde el primer día en el que me sonreíste.

Su confesión me deja sin palabras, así que la besé para demostrarle lo mismo. Desde el primer día en el que nuestros ojos se encontraron ella me tenía a sus pies.

Dos toques en la puerta rompen nuestra burbuja, pero la electricidad y esa atracción que hay entre nosotros no desaparece, solo se vuelve más y más intensa con el pasar del tiempo.

—Yo voy a... —señala detrás de ella, sin moverse ni un solo centímetro.

—Está bien —asiento, mirándola fijamente a los ojos.

Se relame los labios antes de morder el inferior, se levanta con algo de dificultad, pero sin apresurarse a abrir la puerta. Cuando se da la vuelta me remuevo incómodo sobre el sofá, cierro los ojos y cuento hasta diez en reversa y me reprendo a mi mismo por no saber controlarme.

Mientras la escucho hablar con el repartidor pienso en algo que jamás en la vida me causaría placer, y, al parecer, funciona. Respiro profundo un par de veces más hasta atraer paz a mi cuerpo.

Cuando abro los ojos otra vez May está cerrando la puerta, se acerca con una pequeña sonrisa y coloca las bolsas en la mesa.

—¿Listo para cenar? —sube sus hombros y se sonroja.

Sonrío y asiento hacia ella.

—Siempre que cenes conmigo.

Se ríe y es todo lo que necesito para calmarme.

La cena para así, entre risas, apretones y cosquillas.

Estar con Maydeline es refrescante, es como quitarme diez años de estrés, desaparecer entre la inmensidad de un desierto y en lugar de sentir miedo, es regocijarse en la paz absoluta.

En algún momento de la noche ella pone todo en su lugar, haciéndome saber que es una maniática del orden. Le gusta tener todo en su puesto, limpio y sin ningún tipo de mancha. Una película de ciencia ficción de los años setenta es transmitida por algún canal en la televisión, de alguna manera nos acomodamos en el pequeño sofá a modo que estamos acostados. Ella con su mejilla en mi pecho y mis brazos a su alrededor.

Disfruto al tenerla así y ser capaz de sentir su calidez sobre mí cuerpo, aunque no sea la primera vez, percibirla de esta manera jamás dejará de parecerme la mejor sensación del mundo.

—¿Te estás durmiendo? —acaricio su cabello y lo aparto de su frente.

—No, solo me gusta estar aquí —se aprieta contra mí.

—¿En tu sofá? —me burlo.

—En tus brazos —suspira y cierra los ojos.

Su confesión me hace sonreír como el idiota enamorado que soy, la aprieto más a mí y beso su frente.

—¿Estás cansada? —pregunto al ver sus ojos cerrarse con continuidad.

—Un poquito —una sonrisa desganada aparece en sus labios gruesos—. Me tocó limpiar casi todas las habitaciones, que no son nada pequeñas, por cierto.

Frunzo el entrecejo ante sus palabras, totalmente confundido y preocupado. ¿Cuánto trabaja diariamente? Tendré que averiguarlo.

—¿Quieres que me vaya para que puedas dormir? —acaricio su espalda.

—¡No! —abre sus ojos a tope, sentándose de un movimiento. Tiene el cabello revuelto y las mejillas rojas—. No te vayas, quédate conmigo esta noche.

No es la primera vez que nos quedamos juntos en la misma casa. En la misma cama. Su propuesta resulta tentadora, y no puedo resistirme a sus ojos suplicantes.

—Está bien —digo y ella sonríe en grande.

—Gracias —me da un beso en los labios y trepa mi cuerpo para bajarse del sofá—. Ven.

Me levanto y tomo su mano, dejando que me guíe hacia su habitación. Ya la conocía, no era la primera vez que me quedaba, así que no supuso ningún problema para mí.

—Tendré que buscarle otro lugar —se ríe, agarra el peluche y lo deja en la silla cerca de la ventana.

—Puedes dormir con él —le digo—, así te hace compañía mientras yo no estoy.

—¿Crees que no puedo vivir sin ti? —me mira maliciosa, gateando en la cama hasta acostarse.

Hago acopio de sus acciones y me acuesto a su lado.

—Sé que serías capaz de vivir sin mí —la rodeo con mis brazos y dejo que apoye su cabeza en mi pecho—, pero es obvio que no quieres.

Se ríe, echa la cabeza para atrás y me observa con los ojos brillantes.

—¿Eres adivino o algo? —sonrío y beso su frente—. Gracias por quedarte.

—Haré lo que me pidas —me sonríe y mi corazón salta en mi pecho.

Cierra los ojos antes de acomodarse y suspirar.

—Buenas noches, Michael.

—Buenas noches, Maydeline.



AAAAAAAAAHHHHHHHH

AQUÍ ESTÁ LA SEGUNDA PARTE Y SE VINO CON TODO

¿Qué creen que pase?

¡Voten y comenten mucho!

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