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6. Michael.

Alejé mis labios de los de Grace al instante, ganándome una mirada confundida de su parte. Fruncí el entrecejo y miré por sobre el hombro de mi novia a la mujer más interesante que había conocido.

Maydeline Allen estaba de pie a un costado de la oficina completamente sonrojada, y, aún y cuando la situación estaba tensa, no pude evitar pensar en lo hermosa que era.

—Creí que estabas en una reunión —dice Grace logrando acaparar mi atención.

—Lo estaba —aseguro hacia ella, pero mi constante interés en observar a la castaña de ojos grandes logra que Grace también la mire.

—¿Estabas ocupado? —ladea la cabeza hacia Maydeline que parece estar apunto de explotar de lo roja que está.

—Yo... Volveré en otro momento para terminar de... limpiar —susurró en voz baja aquella chica que no dejó mi mente en toda la noche del día anterior. Recoge todo lo que trajo consigo en el carro del aseo, apresurada—. Con permiso.

Y salió a toda prisa de la oficina, como si el simple hecho de estar aquí, la asfixiara.

—¿Y ella quien es? —cuestiona la rubia una vez que estamos solos.

—Forma parte del nuevo personal de servicio —informo, alejándome de ella para poder respirar y enfocarme en lo que acaba de pasar.

—¿No deberían limpiar cuando tú no estás? —se cruza de brazos—. Porque si entran, así como así, que incompetente este nuevo personal.

—¿Acabas de llegar y ya vas a criticarlo todo? —cuestiono, ladeo la cabeza—. Porque las cosas no seas como te gustan, no quiere decir que estén mal.

Ese es otro problemita con Grace. Ella era perfecta, y el mundo también debía serlo solo porque así le apetece.

—Lo siento —hace un puchero y se acerca de nuevo, rodea mi cuello con sus brazos y me besa unos segundos—. Solo me pareció raro verla aquí, eso es todo —me observa fijamente a los ojos, pues sus enormes tacones logran que estemos a la misma altura—. Además, era una chica en la oficina de mi novio —sonríe ante su intento de explicación—. Me puse celosa.

—No estoy disponible para tus ataques de celos injustificados, entonces —quité sus brazos de mi cuello con delicadeza, tampoco era un bruto sin sentimientos—. Y ella no estaba haciendo nada, solo vino a trabajar.

—Perdóname, Michael, por ofender a la pobre empleada —levantó sus manos al aire y exhibió su repentina molestia—. Solo vine a ver cómo estás...

—Venir a verme no te da el derecho de criticar a mi personal, Grace —le recuerdo—. Todo esto es nuevo, todos son nuevos aquí, ¿entiendes? Incluso yo, que soy el presidente.

Suspira pesadamente y hace una mueca con sus labios.

—Está bien —dice—. Lo admito, me pasé un poco.

—¿Un poco? —me rio—. Decirles incompetentes a personas que trabajan día a día para sobrevivir, ¿es poco? —sacudo la cabeza—. A veces no te reconozco.

Bufa y se acerca de nuevo.

—No vine aquí para discutir contigo —se cruza de brazos.

—Menos mal —solté, ella rodó los ojos ante mi sarcasmo.

—Pensé que podríamos almorzar juntos —comenta, buscando mi mano.

—No puedo hoy, Grace —doy un paso atrás—. Lo lamento.

—¿Ya nunca podremos vernos como antes? —su voz ahora es apenas audible.

—Te lo dije, todo está comenzando apenas —le recuerdo—. Ya vendrán momentos en donde tenga tiempos libres.

—¿Y mientras? —pregunta, me reta con la mirada.

—Tú quieres estar conmigo, ¿no es así? —asiente—. Pues esto es parte del proceso.

—No me agrada todo esto —susurra.

—Es tu decisión seguir conmigo o no —le digo—. Sabías desde el principio lo que esto suponía. Se lleva mi tiempo, mi concentración y todo de mí. Cuando comencé a prepararme supe que debía dar lo mejor para poder desempeñar este papel. ¿Por qué crees que nunca hemos hablado de matrimonio?

—¿No ves un futuro conmigo? —me mira con los ojos cristalizados.

—¿Crees que serías feliz conmigo, si todo el tiempo estoy metido aquí o de viaje? —le pregunto, elevo mi mano y seco una lágrima de su mejilla—. Lo último que quiero hacer es lastimarte, Grace, por eso te pido que lo pienses bien.

—Me iré a Nueva York una semana —informa.

—¿Qué harás allá?

—Un reportaje para una revista de deportes —asiento.

—Mientras estés allá, ¿puedes pensar en lo hablamos? —le pido, sosteniendo su bonito rostro entre mis manos.

—Lo haré —se impulsa hacia arriba y me besa.

El beso que pretendía ser casto de mi parte, se volvió uno completamente pasional por parte suya. No la alejé, porque si lo hacía, olvidaría quien soy por un par de ojos multicolor y no sabía si eso estaba bien. La abracé y traté de demostrarle lo mucho que me importaba, pero, cuando me estaba entregando a ella, mis pensamientos se desviaron hacia otro sitio.

Hacia otra persona.

Mi mente recordó lo bien que se sintió tener su pequeña cintura entre mis manos ayer por la mañana, en como sus pupilas se dilatan cada vez que me mira a los ojos, como se sonroja, como remoja sus labios.

Esos labios gruesos y rojos. ¿Cómo podría sacarme de la cabeza esos llamativos labios?

¡Basta, Michael!

Alejé mi boca de la de Grace, apoyé mi frente contra la suya mientras buscaba mantener al ras esos pensamientos.

—Voy a extrañarte —dice, controlando su respiración.

—Yo también —suspiro y presiono un beso en su frente.

—Adiós —me mira una vez más y se va, dejándome contrariado.

Mi corazón late de prisa, y no es por ese beso, es por otra cosa.

Y su nombre comienza por M y su apellido por A.

[...]

—¿Cómo te va en tu nuevo cargo? —le pregunto a mi padre mientras caminamos por los pasillos de la casa.

—Es más de lo mismo. No supone ningún cambio para mí —responde, tan frío y serio como siempre.

Adrián Evans es así, sin importar cuánto haga, él nunca sonríe.

—¿Has pensado en lo que te hablé? —me mira de reojo.

Suspiro y meto mis manos en los bolsillos de mi pantalón.

—¿Eso de romper lazos exteriores? No lo sé —me encogí de hombros—. Hay países que son realmente beneficiosos para nosotros...

—Si dependemos de ellos —me recuerda—. Lo importante sería hacer que ellos dependan de nosotros.

Sacudo la cabeza sin saber que respóndele, porque no quiero tomar esa alternativa. Papá me ha dado muy buenos consejos, por algo estoy aquí, pero este último es... No estoy dispuesto a hacerlo.

—Lo pensaré —miento, porque no pienso tomar en cuenta esto.

—Que no tome tanto tiempo —palmea mi hombro—. Nos vemos otro día.

Asiento y lo veo desparecer escaleras abajo. A veces, las opiniones de mi padre resultan ser más drásticas de lo que puedo esperar. Cuando creo que haga algo, hace todo lo contrario y eso, cómo es normal, me deja fuera de base.

Sigo caminando por el pasillo, sin poder creer aún que yo vivo aquí, que soy el presidente. ¿Cuándo podré asimilarlo finalmente? Será cuando será mi último día aquí, y cuando pueda darme cuenta del recorrido enorme que hice antes de formar parte de la historia.

Paso por la biblioteca, pero me detengo al ver la puerta abierta, cuando estoy dispuesto a cerrarla, algo logra capturar toda mi atención.

Aquella castaña que se mete en mis sueños está ahí, de pie frente a uno de los estantes con un libro en la mano. Lo reconozco como Ana Karenina de León Tolstói, y embozo una sonrisa inconsciente al ver una en sus labios.

—«Cuando se ama a una persona se la ama tal como es, aunque no sea como uno quisiera que fuese» —Cito en voz baja, haciéndola saltar en su lugar.

Cuando se gira y me ve asechándola se sonroja, y toda la sangre baja hasta una parte específica de mi cuerpo que es mejor no mencionar en estos momentos.

—Lo siento, señor —sacude la cabeza y dos mechones que se escapan de su trenza se mueven sobre sus mejillas—. Estaba distraída, no lo escuché entrar.

—No hay problema —le resto importancia y camino hacia ella, reconociendo al fin nuestra diferencia de altura. No debe sobrepasar el metro con setenta centímetros, que a comparación con mi metro ochenta, es muchísimo. Observo el libro en sus manos y sonrío—. ¿Te gusta Tolstói?

Carraspea y acaricia la pasta dura del libro.

—No es muy de mi tipo de lectura, pero si lo he leído antes —me hace saber, elevando sus ojos hacia mí—. Fue hace mucho tiempo atrás, era muy pequeña. Apenas y logro recordarlo por completo. ¿Y usted? ¿Lo ha leído?

—Cuando mi padre no estaba cerca —me rio, ella ladea un poco la cabeza sin comprenderme—. Ya sabes, la política lo era todo.

—Oh, claro, puedo imaginarlo —y entonces sonríe en grande, como no lo había visto antes.

Y mierda que era hermosa. Era lo más hermoso que había visto en mi puta vida.

—¿Te gusta leer? —indago, queriendo saber más de ella, ansioso por escuchar su voz.

—Sí, pero el trabajo no me deja mucho tiempo para eso —confiesa con cierto grado de nostalgia en su voz.

¿Qué es lo que le aflige? Me muero por saberlo, pero me contengo en preguntarle, pues no quiero parecer indiscreto.

—¿Cuál es tu libro favorito? —ella me mira y se remoja los labios.

No, mini Michael, no despiertes ahora.

—Es difícil decidir —se pasa un mechón castaño detrás de la oreja—. Me atrevería a decir que Alicia en el país de las maravillas.

Me sorprendió su respuesta, arqueé una ceja sin borrar la sonrisa estúpida que estaba plasmada en mi cara.

—¿Por qué te gusta? —quise saber.

«De modo que ella, sentada con los ojos cerrados, casi se creía en el país de las maravillas, aunque sabía que sólo tenía que abrirlos para que todo se transformara en obtusa realidad» —Citó su voz aterciopelada, que, en vez de despertar mi cuerpo, despertó otra parte de mí, y esa estaba latiendo enfurecida en el lado izquierdo de mi pecho—. Si nos quedamos muy quietos y cerramos los ojos, podemos perdernos en ese mundo maravilloso en dónde todos nuestros sueños se cumplen, y estar realmente en un país de maravillas. El único problema está en volver abrirlos, pues la realidad puede ser realmente devastadora.

¿Puede una persona tener una mente tan hermosa como su rostro? Esa pregunta se formuló en mi mente una vez que la escuché decir aquello.

La miré, maravillado de encontrar a una mujer tan brillante como ella. ¿La conocía? En lo absoluto, pero no debía ser un genio para saber que tenía a una gran persona frente a mí.

—¿Dónde te habías metido? —las palabras salieron de mi boca antes de ser procesadas por mi cerebro. Ella me miró sin entender, pero yo solo pude sonreír, porque estaba eufórico y confundido—. Es un placer conocerte, Maydeline Allen.

Ella miró mi mano extendida hacia ella, pero se le escapó una risita que fue el detonante que necesitaba mi corazón para explotar en mil pedazos.

—Es un placer conocerte, Michael Evans.




¡AHHHHHHHHHHHHHHHH!

Estoy loquita

Amo a estos dos con locura desmedida, ¿y ustedes?

Ando con gripe, por eso actualicé temprano.

Comenten emojis de "🍕" y de "❤️" para que me sienta mejor.

¡Voten Y comenten mucho!

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