La carretera está oscura, son pasadas las diez de la noche y el tipo sigue en la calle. ¿Por qué? ¿Qué estará haciendo? Conduzco cerca, pero a una distancia prudente. No quiero levantar sospechas, pero, al parecer, años y años de práctica no sirven con él.

No paso desapercibido a su atención, el Audi toma la orilla y se detiene, las luces se apagan y el conductor desciende del auto. No tengo más remedio que hacer lo mismo, reconociendo que soy un acosador de primera.

—Veo que aún tienes el don —le digo, lo veo rodear el auto y apoyarse en la parte trasera, cruzado de brazos—. Los años no te pasan factura.

—El instinto nunca se pierde —asegura, sus ojos azules me miran en la oscuridad—. ¿Dónde está tu caravana de matones?

—Ya no me da miedo la soledad —me encojo de hombros—. Ya soy un niño grande.

—Ya lo noté —se ríe—. ¿Qué haces aquí? ¿Estás de visita?

—Solo quiero ayudar —confieso—. Ya pasó mucho tiempo, creo que es hora de dar la cara.

—¿Cuándo? —inquiere, arqueando su ceja rubia—. ¿Cuándo todo su mundo de derrumbe?

—¿Hasta hace cuánto tu hermano supo de ti otra vez? —contrataco, el rubio aprieta la mandíbula—. Sí, eso creí. En fin, tan solo quiero permanecer al margen, Jonathan. Tengo todo fríamente calculado.

—Como digas.

Ambos nos quedamos en silencio, él mira el cielo desolado de estrellas.

—¿Qué tal la familia? —le pregunté.

—Muy bien. Los niños están bien, Gail igual —sonríe.

—¿Son gemelos?

—Mellizos —informa—. Diferentes bolsas.

—Ah, de acuerdo —me rio—. Ya eres todo un papá, ¿eh?

—Los años si me han pasado factura, por lo que veo —suspira—. Sé porque me estás siguiendo.

—Ah, ¿sí?

—Él solo quiere saber sobre una fotografía —me dice—. Aún no encuentro nada, el fotógrafo es anónimo y no quiere dar la cara. Al parecer, lo único que logró encontrar fue esa horrenda foto que salió en el periódico.

—¿Nada más? ¿Solo por eso te reuniste con él? —ladeo la cabeza.

—Michael no me llamaría para negocios sucios, idiota.

Sonrío con burla.

—¿Acaso no puedo salir de dudas? Tienes contactos.

—Tú también.

—Yo no soy un narcotraficante.

—Aunque no me creas, mis días de gloria como criminal terminaron cuando toda mi familia murió —me informa, con una expresión inescrutable—. Aquel Jonathan D'Arco sanguinario murió, ahora solo soy un simple padre de familia como cualquier otro y prefiero seguir así.

—Me alegro —lo decía en serio—. Gracias.

—¿Por qué? —frunce el entrecejo.

—Por ayudarlo.

Jonathan sonríe y sacude la cabeza, se aleja del auto y se acerca. Nos damos un apretón de manos y después de aleja otra vez hacia su enorme auto.

—Fue un placer saber que estás vivo.

—Igualmente.

Jonathan está más vivo que nunca.

Nuestro Incógnito se acerca cada vez más a nuestro presidente.

¿Qué creen que pase?

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