45. Maydeline.
No sé cuánto tiempo pasó, pero aún seguía sumergida en mis pensamientos y mi proceso se aceptación interna.
—Te quiero también —lo besé otra vez—. ¿Tienes hambre? Vamos a ver qué están haciendo Nana y Marla, algo me dice que es algo bueno. ¿Qué tal el día?
—¿El día? —bufa y se ríe, se levanta conmigo y tomados de la mano vamos hacia la cocina—. Estuvo horrible...
Me contó que estuvo firmando muchos papeles y también que se reunió con un montón de personas. Me agrada que sus días sean productivos, pero no quería que se agotara así, pero es el presidente... ¿Qué más podía hacer? Se le veía cansado, pero se las arregló para mantener su humor en lo más alto y una preciosa sonrisa en la cara.
La cena fue lo mejor, con Nana y Marla la diversión no faltó, además, la mano de Michael permaneció en la mía todo el rato, por lo que me sentía feliz. Parecíamos esas familias de la televisión que se reúnen para cenar. Eso me llenó de nostalgia, ya casi no podía recordar cuando fue la última vez que cené con mis padres.
—¿Estás bien? —me había preguntado Michael en algún momento de la cena.
Bajé mis ojos hacia él y lo miré.
La única que estaba en la mesa era Nana, Michael se encontraba sentado junto a la barra y yo encima de misma con un enorme tazón de espaguetis en medio de mis piernas cruzadas y Marla, bueno, ella estaba en el suelo imitando mi postura.
Sonreí y asentí hacia mi novio que esperaba mi respuesta. Me incliné hacia él y nos dimos un poquito antes de seguir con la cena.
Entre risas y anécdotas de mi vida adolescente con Marla fueron el centro de atención, porque nosotras no causábamos más que eso, risas. Dios, que vergonzoso, pero valía la pena y pasábamos una velada así de vez en cuando.
En cuanto terminamos de comer, Marla y yo lavamanos los platos, mientras que Nana y Michael parecían tener una conversación profunda en la sala.
—¿Vas a estar bien aquí? —me preguntó mi mejor amiga mientras dejaba los platos en el lavavajillas.
—Sí, lo estaré —asentí, ella me miró preocupada—. Marla, no es la primera vez que vivo sola y lo sabes. Estaré bien porque cuento con ustedes, sé que me van a visitar y a estar pendiente de mí. Lo agradezco infinitamente. Además, Noah vendrá pronto y tendré compañía constante.
—Tienes razón —suspiró más aliviada y sonreí por eso—. Te amo mucho, Maydeline, y estoy orgullosa de ti.
—Lo sé, gracias —la miré con cariño—. Yo también te amo.
Cuando ambas se marcharon, el departamento se sintió vacío. Gina y Merlina tenían ese no-se-qué que lograba llenar el corazón de los demás. Como si, su sola presencia, pintara todo de color.
Me gustan las personas así.
Me acerqué a mi novio con una sonrisa al verlo con sus brazos abiertos para mí, me refugié en su pecho, dejando que su esencia impregnara mis sentidos y me colmara de paz. Sentí sus labios en mi frente, sus manos rozando mi espalda y su corazón latir bajo mi oído.
—Bienvenida a casa —me susurró en la sien, dándome un tierno beso.
—Eso suena genial —ronroneé, frotando mi mejilla en su pecho. Dios, me encantaba su olor. Suspiré dichosa y apreté mis brazos alrededor de su torso—. Gracias.
—Todo por ti —afirmó y, por primera vez, me encantó oírlo.
Acéptalo, te quiere y solo anhela verte bien y feliz.
—Deberíamos celebrar tu primera noche aquí —murmura, meciéndose suavemente hacia los lados.
—Mmm... ¿Cómo qué? —incliné mi cabeza hacia atrás y lo miré.
Frunció los labios levemente, pensando.
—Creo que tengo una idea —se inclinó para besarme—. Ven. Vamos.
—¿Adónde vamos? —me reí cuando tiró de mi mano hacia el pasillo—. ¿Michael?
—A darnos un baño —respondió con simpleza y yo me quedé en shock. Él notó mi estado de ánimo, mi cambio de actitud de inmediato. Se detuvo en medio de pasillo y me miró—. ¿Todo está bien?
—Sí, todo está... —no pude responder—. Es que yo... No sé cómo... Yo nunca...
—¿... te has dado un baño con alguien? —su pregunta es burlesca, sin embargo, acaricia mi rostro y presiona un beso en mis labios—. Que alivio, sería una gran sorpresa saber que has estado...
—¡Deja de molestarme! —le di un golpe en brazo, se quejó un segundo, pero después se echó a reír—. Ya sabes que yo jamás...
—Uy, mi amor, no sabes cómo me encanta saber eso —me apretó contra su pecho.
Sus palabras me dejan confundida.
—¿Eso es una clase de trofeo para ti? —lo miro desde mi altura—. Mi falta de experiencia y todo eso.
—¿Sabes lo que representa para mí tu falta de experiencia? —me pregunta, jugando con mi coleta—. Un privilegio. Amo ser el primero en todo contigo. Me encanta que deposites tu confianza en mí. ¿Sabes cómo me siento? Soy el hombre más afortunado del mundo, saber que confías en mí es... Mierda, May, no puedo describirlo. Amo profundamente que quieras experimentar conmigo, que hagamos todo por primera vez juntos...
No pude dejarlo terminar, estaba fascinada y enamorada, comprobé que era una mezcla muy rara. Lo besé con fervor y violencia, mordí sus labios de manera salvaje, enredando mis manos en su pelo antes de abrir la boca y empujar mi lengua dentro de la suya.
Michael suelta un suspiro, me aprieta contra su cuerpo y pasa sus manos por mi espalda hasta mi cintura. Aprieta mi trasero y me impulsa hacia arriba, rodeo su cintura con mis piernas y lo siento caminar por el pasillo hasta la habitación. Cierra la puerta y cuando creo que me va a dejar frente a la cama, sigue hasta el baño, en dónde no tarda en bajarme de su cuerpo.
—Quítate la ropa —me pide en tono condescendiente, pero noto cierta autoridad en su voz.
—Quítamela tú —jadeo contra su boca, aferrándome a sus muñecas.
Se ríe y sacude la cabeza, me acaricia las mejillas con los pulgares y besa mis labios, mi nariz y mi frente. Se aleja, da un paso a tras y empieza a moverse por el baño. Enciende la luz y la gradúa hasta una iluminación tenue, cierra la puerta y se acerca a la tina, deja que se llene y agarra el tarro de gel para echarle al agua, logrando que pequeñas burbujas empiecen a nadar.
Luego de todo ese proceso, me observa, de pie a un metro de mí.
—Aun estás vestida —me dice en voz baja y el deseo brillando en sus pupilas me aprieta el vientre. Permanezco quieta, sin moverme, con la respiración saliendo lenta y pesada por mis labios entreabiertos—. May.
—¿Qué? —tengo un nudo en la garganta y la expectación me eriza la piel.
—Desnúdate —susurra ahora en un siseo.
Ay Dios.
Trago con fuerza y muevo las manos, me quito la camiseta sin dejar de mirarlo, dejo caer la prenda al suelo y procedo a quitarme el pantalón sin apartar mis ojos de los suyos. Me aprovecho de estar descalza para deshacerme de la tela con rapidez. Cuando estoy en ropa interior, me quedo quieta, ni siquiera respiro.
—Maydeline...
—¿Mmh? —no puedo ni hablar.
—Quítate todo —me exige ahora con más firmeza.
Doy un respingo, pero no es de miedo, sino de una rara sensación que me recorre el cuerpo, sensibilizando lugares que no sabía que eran sensibles.
Me llevo las manos a la espalda y desabrocho el sujetador muy despacio, bajo las tiras por mis brazos hasta dejarlo caer al suelo. Sigo con las bragas y, una vez desnuda, clavo mis ojos en los de Michael. Aquel azul cielo que tanto me gusta cambia y se convierte en un azul cobalto que echa chispas de deseo, sus pupilas se dilatan a un punto indescriptible y percibo la punta de su lengua a través de sus dientes repasando su labio superior, mientras pasea su mirada lujuriosa por todo mi cuerpo.
¿Me incómoda? No. ¿Me excita? ¡Obvio que sí!
Se acerca a paso lento, deshace la distancia entre nosotros y se detiene a un centímetro de mi cuerpo. Inclino la cabeza para atrás, lo miro a los ojos y espero que diga algo, lo que sea. Al contrario de eso, permanece en silencio. Sus manos liberan mi cabello de la coleta, dejándolo caer a mi espalda, se coloca la liga en la muñeca y la aspereza de su tacto repasa mi cuello. Bajando las manos por mis hombros lentamente, con suavidad y firmeza.
Bajó su rostro al mío, me acaricia la mandíbula con la nariz mientras sus manos siguen bajando por mis brazos, desviándose un poco hasta cubrir mis pechos. Ahí, tentativamente, sus pulgares acarician mis pezones y luego los aprieta. Doy un respingo ante la sorpresa, pero dejo salir un gemido de mis labios ante la descarga que bajó de mi vientre a mi centro.
Mierda...
—Eres tan receptiva —musita con los labios pegados a mi mejilla, retorciendo mi piel entre sus dedos—, tan sensible, tan...
—¡Ah! —jadeo cuando me pellizca más fuerte, mis manos vuelan a sus brazos y mi cabeza se sacude inconscientemente, buscando sus labios con mi boca—. Michael...
—Shhh —me dio un besito de nada, ni siquiera pude disfrutarlo—. Quédate quieta.
Se aleja de mí dejándome aturdida, pero no me quejo cuando lo veo quitarse toda su ropa en menos de una fracción de segundo. Desnudo y en toda su gloria, se acerca de nuevo a mí y me besa ahora con más fuerza que antes. Metiendo sus manos en mi cabello, inclinado mi cabeza para manejarme a su antojo. Me besó con alevosía, mordiendo mi labio inferior con fuerza y metiendo su lengua en mi boca después.
Mis manos fueron subiendo de sus bíceps hasta sus hombros, apreté mis uñas contra su piel y después de oírlo gruñir contra mis labios, enredé mis dedos en su suave cabello negro. Dejó mi cabello en paz solo para sujetar mi cintura y apretar mi trasero, volvió a alzarme en sus brazos, dio unos cuántos pasos y después nos estaba sumergiendo en la tina. El agua rozó mi piel caliente haciéndome gemir en su boca, escuché a lo lejos como cerraba la llave y el agua dejó de moverse.
Me encontraba a horcajadas sobre él, así que podía sentir su erección entre mis muslos. Me desesperé ante la excitación, por lo que me moví, rozando mi centro contra su miembro. Gemí sin poder evitarlo, hice puños mis manos en su cabello, rozando su boca con la mía.
—Michael... —me queje cuando me sujetó de la cintura, deteniendo mis movimientos.
—Espera. Todavía no —espetó, bajando sus labios a mi cuello.
Sus manos mojadas recorrieron mi cuerpo y yo seguí su ejemplo. Pasé mis manos por su pecho, bajando hacia su abdomen bien marcado. Dios, amaba cada parte de él. Es como si estuviera hecho a mano, cincelado a la perfección. Encajé mis uñas en sus hombros cuando volvió a jugar con mis pechos, solté un alarido de placer al sentir su mano libre bajar por mi vientre. Perdiéndose en el vértice de mis muslos, sus dedos hallaron mi clítoris.
—Ay, por todos los cielos —gruñí, cerrando los ojos y apretando mi mano al borde de la tina—. Mierda.
Michael sonrió contra mi cuello, pero no dijo nada, en cambio, siguió moviendo sus dedos sobre el montículo de nervios entre mis piernas. Me sentía acalorada a pesar de estar en el agua, sensible e irritada porque quería más.
—Michael, por favor —le pedí en un susurro, gimiendo al sentir uno de sus dedos irrumpir en mi interior—. Oh, por... favor...
—¿Te gusta eso? ¿Mmh? —mordió mi cuello, apretó mi pezón y metió otro dedo. Grité y apreté su brazo con fuerza—. Dime, nena, ¿te gusta?
—Sí, pero... ¡Ah! —movió sus dedos dentro y fuera, con determinación—. Michael, por Dios... ¡No! —caí en la realidad cuando sacó los dedos, acariciando mi clítoris—. No, pero... ¿Qué estás...? ¡Ay, sí!
—Sí, ya veo —besa mi hombro, moviendo otra vez los dedos dentro de mí. Mi cuerpo tiembla de placer y mis caderas van a su encuentro—. Te gusta, May...
—¡Sí, sí! No pares, no... ¡Michael! —jadeé cuando los volvió a sacar, mi frente se apoyó contra la suya, sabía que me estaba mirando, pero no podía abrir los ojos—. No te detengas, por favor... Michael, no...
—¿Otra vez? —los volvió a meter, suave, separándolos dentro de mí—. ¿Así?
—¡Sí! Así... así está... ¡Ah! —los sacó y rozó el clítoris con el pulgar, forzándome a estar a un paso del abismo. Mi respiración salió por mi boca, exhausta—. Por Dios, Michael, ¿qué haces?
—Amor, tu cuerpo es perceptivo, es nuevo en esto, sabe lo que quiere —susurra, besándome suavemente—. Mírame —abro los ojos y me pierdo en el espeso deseo de los suyos—. Dime lo que quieres. Pídemelo y es tuyo. Solo tienes que decirme que quiere tu cuerpo.
—A ti —susurré, rodeando su cuello con mis manos—. Te quiere a ti. Solo a ti. Por favor, hazme el amor.
—Eso no es lo que quiere —me dice, como si supiera exactamente lo que mi cuerpo necesita. Me mira fijamente—. Dímelo.
Lo miré a los ojos... ¿Era capaz de hacerlo? No lo sé. Yo jamás... ¡Ah! A la mierda el decoro.
—Te quiero a ti —empecé, jadeando—. Te quiero a ti dentro de mí. Te quiero en todas partes. Te necesito a ti nada más. Fóllame. Haz que mi cabeza vuele. No importa. Solo hazme tuya. Te deseo. Por favor, Michael. Hazme el amor.
No necesité decirle nada más, porque su boca atacó la mía sin contemplaciones, me acomodó sobre él y rozó su erecto y duro miembro contra mi centro bajo el agua. Me sujeté de sus hombros y bajé cuando sus manos empujaron mi cintura. Se perdió dentro de mí de un solo golpe, haciéndome gemir más fuerte de lo normal.
—Mierda, te sientes tan... —no sé lo que dijo, pero me mantuvo quieta en mi lugar unos largos y tortuosos segundos—. Eres perfecta. Te quiero tanto...
—Yo también —aseguré, jugando con el corto cabello de su nuca—. Te quiero muchísimo, Michael Evans.
Entonces ambos nos movimos, al mismo tiempo, encontrando alivio y placer en un vaivén lento pero intenso. No paré de gemir su nombre en sus labios, de apretar sus brazos, de mirarlo a los ojos. Yo marcaba el ritmo, pero él arremetía en mi contra, haciéndome tocar el cielo.
—Michael... —le imploré, aferrándome a su espalda—. Por favor...
—¿Estás cerca? —se inclinó para alcanzar uno de mis pezones con su boca—. ¿May?
—Sí, estoy... estoy muy... —jadeo, cerrando los ojos con fuerza.
—¿Qué tanto, amor?
Sus labios suben a mi cuello y succiona.
—Mucho. Ya estoy...
Su boca tocó la mía y ambos nos desconectamos, sumergidos en un deseo interminable, abrazados. Me moví sobre él una vez más y sus manos apretaron mi cintura, hasta que un fuerte estallido de placer nos sacudió a los dos. Su nombre salió de mis labios entre jadeos, el mío de los suyos en una súplica. Seguimos cayendo en un espiral de sensaciones abrumadoras e intensas, mientras seguíamos entrelazados.
Mi respiración es forzosa y la de Michael la copia, lo siento apoyarse contra la tina y mi cuerpo cae rendido sobre el suyo. Apoyo mi rostro en la base de su cuello, inspirando hondo para recuperar el aliento.
—Hueles a mí —susurra con los labios pegados a mi frente.
—Todo tu departamento huele a ti —me rio, cansada—. Por eso me gusta.
—Tú me gustas —me abraza con fuerza y yo me rindo con él—. Quiero ser tu primera vez para siempre.
El cansancio del día me pasa factura y escuchando los pausados latidos de su corazón, me pierdo en la inconsciencia con sus palabras siendo grabadas en mi alma, para siempre.
AAAAAAAAAAAHHHHHHHHH
Les debía un cap candente.
Así quedé después de escribirlo:
¿Qué les pareció?
¡Voten y comenten mucho!
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