40. Maydeline.
Es jueves por la noche y el momento de volver a casa ya llegó. Junto con Marla, la doctora Sandra y Charles, nos llevamos a Noah en el avión especial, aún inconsciente por la operación. Mi pequeño angelito duerme con sus nuevos pulmones, sedado y tranquilo para que todo sane correctamente.
Noah Allen no deja de sorprenderme nunca. Es un niño tan fuerte y valiente que me hace sentir envidia. Envidia por su entereza, por su fortaleza en momentos tan complicados. Es por eso que sigo luchando, porque su fuerza me da fuerzas y valentía para seguir adelante. Por nosotros. Por él. Por darle la calidad de vida que se merece y que yo no tuve.
—¿Cómo estás? —me cuestiona Sandra con amabilidad, sonriendo al ver cómo me aferro a la manito de Noah—. Es un niño muy valiente.
—Lo es —asiento y beso la mano de mi hermano—. ¿Es necesario que esté lleno de cables?
—Se dejan tubos en el pecho durante varios días para drenar cualquier acumulación de líquidos —me explica, señalando una manguera—. Hasta ahora, no ha drenado nada, lo que es una muy buena señal. Cuando lleguemos a la clínica, Noah necesitará tiempo para recuperarse en la UCI¹¹ y de esa manera podrá sanar más rápido.
—¿Cuándo tiempo estará ahí? —ladeo la cabeza.
—Mmh, unos dos o tres días más, todo depende de cómo evolucione —sopesa la información—. Aunque, siendo quien es, no me sorprendería que se recuperase mucho más rápido.
Me río, porque es cierto, con Noah nada se sabe.
—Él estará bien —asegura—. Siempre lo está.
Es verdad: Noah siempre está bien.
[...]
Me peleo con el teléfono mientras me abrocho los botones del uniforme, colocando el aparato entre mi oreja y mi hombro, para poder seguir hablando con Marla.
—Estas vacaciones antes de la graduación nos cayeron como anillo al dedo, amiga —dice ella masticando quien sabe qué—. Y eso que Catalina se largó... ¡Al fin! Ya puedo cuidar a Noah sin que esa vieja fastidiosa me moleste.
—Marla, está inconsciente, no lo estás cuidando.
Sonrío y me pongo un abrigo porque está lloviendo. Carajo, hace un frío tremendo. Agarro el bolso y lo guindo en mi hombro, dispuesta a irme a trabajar.
—¿Por qué tienes que ir a trabajar? —me pregunta—. Tienes la semana libre por lo de Noah.
—Ya me dieron mucho tiempo libre, Marla, no puedo parecer una irresponsable —me quejo al salir de mi departamento, bajo las escaleras con rapidez y me reprendo por no tener un paraguas—. Ahora que Noah saldrá del hospital y venga a vivir conmigo, tendré que pagar muchas cosas y comprar muchas otras... Necesito trabajar, lo sabes.
—Mmh, bueno —murmura—. No diré nada más porque terminaremos peleando.
—Sí, es mejor que cuides de mi hermano —finjo un tono autoritario que hace que se carajeé al otro lado de la línea—. Ya voy tarde, nos vemos después. Te amo.
—Y yo a ti.
Cuelgo y guardo el teléfono en mi bolso, maldigo para mis adentros el frío y le resto importancia al hecho que me voy mojar toda con la lluvia. Empiezo a caminar con toda la rapidez que puedo y que mis pies me permiten, intentando pasar bajo los techos hasta la parada del autobús. Para mi buena suerte, no tengo que esperar mucho y el autobús está casi vacío, lo que me hace sentir mejor.
El transcurso es tranquilo y sin inconvenientes, mientras tanto, reviso las noticias en mi teléfono, siendo consciente que la fotografía sigue dando vueltas por aquí y por allá, dando de que hablar. La verdad es que no entiendo por qué la gente hace esto, intento buscarle una respuesta lógica a todo lo que sucede, pero solo consigo una: Michael es el presidente. No obstante, ¿por qué seguirle los pasos hasta este punto? Bueno, al parecer, esto de la fama no es de mi comprensión.
Por otra parte, Michael había dejado un contundente mensaje ayer por la mañana en su rueda de prensa en Mississippi y eso también estaba causando revuelo. «Necesito que la prensa nacional se enfoque en lo que de verdad importa, porque no creo que el saber con quién tengo una cita sea trascendental para el desarrollo del país».
Sí, eso dejó callado a más de uno, pero lo colocaba en el primer lugar en la lista de los presidentes que no se dejaban amedrentar de nadie. Me da gusto que haya dicho esto. Si bien, con Michael no salimos a sitios públicos para evitar que los periodistas nos atosiguen, me basta con estar con él. No necesito que el mundo entero sepa que estamos juntos, sé muy bien lo que sucede cuando la gente envidiosa se entromete en las relaciones ajenas.
Para no darle más importancia de la que ya tiene, devuelvo el teléfono al interior de mi bolso y espero pacientemente llegar a mi destino. Una vez el autobús se detiene, vuelvo a apresurarme en hacer mi camino hacia La Casa Blanca. Firmo el control de entrada y cruzo las puertas del sótano de servicio y corro a mi casillero para guardar mis cosas.
—¡Hola, May! —exclama Cassandra, a quien tenía tiempo sin ver—. ¿Cómo estás?
—Estoy muy bien, ¿y tú? —ladeo la cabeza, luego me pongo el delantal y lo amarro en mi espalda.
—Estoy bien —la castaña sonríe, jugando con un mechón de pelo—. Supe lo de tu hermano, Greta lo comentó hace unos días.
—Oh, sí —asiento, algo distraída guardando todo en su lugar—. Ya por lo menos salimos de eso.
—Sí, felicidades por lo de la operación, sé que es difícil conseguir todo eso —murmura, me sonríe.
—Gracias —le devuelvo el gesto—. ¿Cómo vas con Chris?
—¿Con Chris? —asiento y ella suspira un poco—. Vamos bien, ya sabes, nos estamos conociendo.
—Me alegro —camino junto a ella por el pasillo hacia las escaleras—. Ustedes hacen una linda pareja.
—Gracias —no la moto muy convencida, pero de igual forma, me sonríe—. Por cierto, Greta salió porque tenía unos recados que hacer, así que me dijo que podíamos empezar por la cocina y la biblioteca. Yo iré a la cocina, tú sabes qué los libros no son lo mío.
—Sí, ya veo —me rio y me despido con la mano antes de perderme en el siguiente pasillo.
Busco todo lo que necesito para empezar con mi trabajo y voy a la biblioteca, la verdad es que no está tan desordenada y sucia como esperé encontrarla... Bueno, en realidad, ni siquiera está desordenada, solo tiene un poco de polvo.
—Nada que no se pueda solucionar...
Saco los guantes de limpieza y me los pongo. De vuelta a la rutina.
[...]
Para cuándo terminé en la biblioteca y luego con La Habitación de la Reina, fui en busca de más instrucciones a la cocina. Allí ya no estaba Cassandra, sino Greta, lo que me ahorró una caminata larguísima hacia su oficina.
—Bienvenida otra vez, Maydeline —saluda con una sonrisa amable—. Que bueno verte, ¿cómo está todo?
—Gracias. Todo está bien —musito en voz baja, sonrojándome por su hospitalidad—. Ya operaron a mi hermano, así que todo está perfecto.
—Me alegro escuchar eso —sonríe, pero vuelve a su estado natural y profesional en cuestión de segundos—. Cassandra me comentó que empezaste por la biblioteca.
—Sí.
—Bueno, échate un vistazo a los alrededores de la oficina Oval —me dice—. Limpia un poco por allá y luego terminas con la vajilla.
—De acuerdo —asiento.
Me giro para irme, pero su voz me detiene.
—Por cierto, la oficina está ocupada porque el presidente ya regresó, puedes limpiar el lunes cuando vuelvas a trabajar.
—¿El presidente ya llegó? —mi voz suena muy ilusionada para mí gusto.
Ante mi raro entusiasmo, carraspeo y espero su respuesta.
—Sí, llegó hace unas horas —informa.
Asiento y la miro unos segundos antes de sonreírle a modo de despedida e irme. Mi corazón está acelerado y no puedo de la felicidad, porque hace ya dos días que no lo veo y hemos hablado muy poco por teléfono. Estoy prácticamente corriendo, pero trato a parecer lo más tranquila posible cuando algún miembro del personal se cruza conmigo.
—Hola, Charles —saludo al castaño con una sonrisa—. Que bueno verte.
—Lo mismo digo, May —me sonríe levemente, ni siquiera sé si es una sonrisa, pero me doy por bien servida—. ¿Cómo está Noah?
—Perfectamente —declaré con alegría—. Emh, ¿puedo pasar?
Charles señala la puerta y yo sonrío en agradecimiento, abro la puerta con suavidad, sin siquiera hacer ruido y la cierro igual. Cuando me doy la vuelta, ya Michael está sonriéndome.
—¿Por qué sonríes? —lo miro, sin moverme.
—Porque me encanta verte —rodea el escritorio y camina hacia mí.
—¿Sabías que era yo? —frunzo el ceño.
—Claro, tú eres la única persona que abre las puertas con demasiada delicadeza.
Abro la boca para decir algo, pero vuelvo a cerrarla cuando no sale nada de ella. Tan solo me dedico a mirar a mi novio que sigue caminando hacia mí.
—¿Puedo saber que haces? —reí cuando me acorraló contra la puerta, justo antes de besarme—. Michael...
—Te extraño —gruñó contra mis labios, robándome un beso, acaricia mis mejillas con sus dedos y me observa a los ojos—. Me estaba volviendo loco sin ti.
—Solo fueron dos días —sonreí, llevé mis manos a su cuello antes de rodear el mismo con mis brazos.
—¿Te parece poco? —inquirió con una ceja arqueada, abrazando mi cintura.
—No —miré sus labios un segundo, emocionada de tenerlo de vuelta—. Yo también te extrañé.
—Mierda, no sabes cuándo te eché de menos —enredó sus dedos en mi cabello y me besó con tranquilidad unos instantes, saboreándome y abandonándome en el limbo
El beso que pretendía ser tierno y delicado se transformó rápidamente en uno pasional y hambriento. Sus manos se apretaron a mi cintura y me acercó a su cuerpo con fuerza. Podía sentir su cuerpo pegado al mío completamente y el calor comenzó a rodearnos con el pasar de los segundos.
¡Estamos en su oficina!
—Michael... —suspiré cuando bajó su boca a mi cuello, pasando sus manos por mi espalda hasta llegar a mi trasero y apretarlo por sobre el uniforme. Gemí y enredé mis dedos en su pelo, envuelta en sensaciones demasiado placenteras—. Michael, estoy trabajando...
—Yo también, pero te extrañé y te necesito. No voy a parar —asegura en mi oído, mordiendo el lóbulo de mi oreja en el proceso.
—Pero debes —negó y me besó—. Estamos en tu oficina...
—¿Y? —estaba tan concentrado en besarme que parecía distraído, lo que me causó mucha gracia. Sacó su rostro de mi cuello y me observó confundido—. ¿De que te ríes?
—De ti —repasé su labio inferior con mi dedo—. Pareces desesperado.
—Lo estoy —afirma y sonríe—. Ya te lo dije, estoy loco por ti —sostuvo mi rostro entre sus manos—. Estoy loco por tus ojos, por tus labios —me besó, haciéndome temblar—. Solo quiero besarte todo el día.
—Pero no se puede —intento poner distancia, pero él no me lo permite—. En serio, Michael. Debo trabajar y tú también.
—Soy tu jefe, no le veo el problema —me roba otro beso y yo sofoco una risita—. ¿Acaso no me extrañaste?
—Claro que sí, pero eso no significa que vayamos a... —me detengo abruptamente, sonrojándome.
No, Maydeline, no pienses en eso.
—¿Qué pasa por esa cabecita tuya? —sonríe malicioso—. Eres una pequeña pervertida, May.
—Calla —sacudo la cabeza, mientras lo miro mal—. Mira lo que me haces.
—¿Te hago pensar cosas que no son aptas en el lugar trabajo? —me pincha los costados, haciéndome cosquillas.
—No ¡ay! —me rio, sosteniéndome de sus brazos.
—Yo también estuve pensando en ti —suelta, volviendo a pegarme contra la puerta.
Su nariz acaricia la mía y sus ojos azules me hipnotizan.
Algo dentro de mí se enciende como cerilla de fósforo sobre asfalto caliente. Mis pensamientos se revuelven y me convierto en un manojo de sensaciones que viajan a lo largo de mi cuerpo.
—Que... ¿Qué pensaste? —cuestioné.
Sí bien soy nueva en todo esto, mi parte morbosa quiere saber lo que pensó.
—Pensé en ti, en mí. En nosotros —su voz es un suave siseo que me vuela la cabeza, sus labios recorren mi mejilla ante cada palabra y deja tersos besos en mi piel que me calientan hasta los pensamientos—, una habitación oscura, muchos besos. Pienso en lo bien que se siente tocar tu piel, en como te erizas bajo mis manos, en como disfrutas que esté cerca de ti —me muerdo el labio inferior cuando una de sus manos sube por mi pierna, perdiéndose bajo la falda de mi uniforme—. Pienso en lo gratificante que es saber que solo yo te he tocado, que conozco todos tus puntos débiles, que sé cómo hacer que te derritas entre mis brazos —ahogo un gemido cuando aprieta mi trasero y me presiona contra su entrepierna. Puedo sentir el bulto en sus pantalones y yo estoy a un segundo de gritarle que me haga todo lo que me está diciendo—. Pienso en como desnudarte, en revelar ante mis ojos cada parte de ti —ahora sus dedos recorren el borde de mis bragas por mi vientre, nuestros ojos se encuentran y veo una súplica en los suyos. ¿Qué quiere? Cuando su pulgar se engancha en el elástico de mi ropa interior lo entiendo todo—. Pienso también en lo bien que se siente estar dentro de ti, en lo cálida que eres —solté un gemido en cuando sus dedos encontraron el punto exacto de mi placer entre mis piernas. Cerré los ojos casi al instante, aferrándome a sus brazos y entreabriendo los labios para respirar mejor—. Pero, ¿sabes que estoy pensando en este momento?
—Michael —me mordí el labio inferior para no perder la razón.
—Pienso en qué quiero volver a hacerte mía una vez más —acepta, mirándome fijamente a los ojos.
Siento que estoy flotando por sus palabras, por sus dedos moviéndose suavemente sobre mí, por su mirada deseosa, por su insinuación y mierda, algo dentro de mí se despierta, nublándome el sentido común.
—Espera, espera... —le pido, sacando su mano del interior del uniforme. Lleno mis pulmones de aire e impongo un poco de distancia—. Espera un segundo.
—¿Estás bien? —me mira extrañado por mi actitud.
—Sí —consigo decir con voz ahogada, sintiéndome sonrojada y acalorada—. Es solo que...
Observo la oficina, buscando un lugar en donde canalizar mis nervios.
—¿Qué pasa? —lo miro.
Miro a la nada, estoy excitada y me estoy volviendo loca de la expectación. ¿Qué carajos me pasa? Santo cielo.
Trago con fuerza, estiro mi mano hacia atrás y le pongo seguro a la puerta. Él frunce el entrecejo y ladea la cabeza, sin saber lo que estoy haciendo. Me remojo los labios y sujeto su mano para llevarlo hasta su escritorio y señalo su silla. Michael me mira, su entrecejo está apunto de juntarse y yo pongo los ojos en blanco.
—Siéntate —le instruyo, desesperada.
No me doy tiempo a pensar, porque sí pienso, no haré nada.
—Okey —suelta una risita burlona, sentándose—. ¿Ahora qué?
Desato el nudo de mi delantal en mi espalda y lo dejo sobre el escritorio, camino hacia él y me siento a horcajadas sobre su regazo.
—May... ¿Qué estás...?
—Muéstrame —me sumerjo en su mirada azulosa y me sostengo de sus hombros—. Muéstrame todo eso que pensaste en hacerme —acerco mi rostro al suyo, rozando nuestras narices sin dejar de vernos a los ojos—. Quiero saber que se siente.
Traga duro, recorre todo mi rostro con su mirada. Está buscando la broma en mis facciones, pero no la va a encontrar, pues estoy segura de esto.
—Creí que no querías que...
—Sí, lo sé, pero he cambiado de opinión —lo interrumpo, respirando pausadamente y sin desviar la mirada. Suspiro cuando se me queda viendo, totalmente estático. Presiono mis labios contra los suyos en un beso casto antes de decirle—: Muéstrame.
¹¹) UCI: Es la unidad de cuidados intensivos.
🖤🖤🖤🖤🖤
¡SE PREDIÓÓÓÓÓÓÓÓÓÓ!
SE NOS VIENE UN CAPÍTULO (🔥)
Nos leemos el lunes, panditas calenturientos.
¡VOTEN Y COMENTEN MUCHO!
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