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37. Maydeline.

Debemos ir a Boston. Ay, carajo. ¿Ahora que voy a hacer?

—¡Nos vamos a Boston! —exclama Marla mientras me ayuda a meter la ropa de Noah en un bolso—. No puedo creer que Noah vaya a tener pulmones nuevos. ¡Que alegría! Por fin podré llevarlo al zoológico, al parque, a la escuela. Prométeme que seré la primera en llevarlo a la escuela. ¡¿Te lo imaginas en el cine?! ¡Ah! Que alegría...

—Marla, por favor, te amo y amo que estés aquí para ayudarme y hacerme compañía —interrumpo su algarabía—. Por favor, no grites que me duele la cabeza.

Sus ojos se abren mucho y sus labios sueltan una risita burlona, niega y se acerca para abrazarme.

—¡No dejaré de gritar porque estoy feliz! —me sacude y eso me arranca una sonrisa—. Anímate, Noah por fin saldrá de este lugar. ¿Por qué estás así? Creí que estarías súper contenta.

—Lo estoy, lo estoy —suspiro—. No es eso, yo... Es que esto...

Suelto un gruñido y me tiro del pelo con frustración, me siento en la camilla de Noah, estresada. Sin poder creer esto, sin poder procesarlo... Todo es tan prematuro.

—May, ¿qué es lo que pasa? —mi mejor amiga opta por un tono de voz tranquilo y cariñosos. Se sienta junto a mí y aprieta mi mano—. Cuéntamelo.

Cierro los ojos y recuerdo la conversación que tuve con Catalina esta tarde.

—Bueno, Maydeline, te recuerdo que tenemos que llenar algunos formularios para dejar todo preparado y listo para cuando vuelvas de Boston y los papeles de la adopción me lleguen —dice escribiendo algo en una hoja de su pequeña libreta. Tiene el ceño fruncido y algo parece molestarle—. Bien, firma aquí y luego procedemos con el resto del papeleo.

—De acuerdo —susurro, incómoda.

Agarro la libreta y firmo al final de la hoja, siendo receptora de una mirada confusa por parte de Catalina. Tiene ese brillo de curiosidad en la mirada como Olga esta mañana...

—Ya está —le entrego la libreta—. ¿Qué más debo firmar?

—Esto, para cerrar el control de visitas —me enseña el documento—. Aquí consta que seguiste y respetaste las reglas en todo momento, que firmaste los días correspondientes y cuando cambiamos el horario de visitas, seguías con las firmas.

>> Tu abogado recibirá una copia de este documento, a su vez, él deberá enviarlo a la jueza encargada del caso y ella se encargará de terminar los trámites con la jurisdicción.

—Vaya, es un montón de papeles.

—Sí, lo es —sonríe, pero no es una sonrisa sincera, es más bien forzada—. Pero, no debes preocuparte, tienes todo a tu favor.

Y, ahí está, ese tono despectivo.

¿Qué pasa?

—¿A qué te refieres? —cuestiono en voz baja, temerosa.

—No, a nada —se ríe ligeramente, guardando el montón de papeles en su bolso—. Solo digo, al tener al presidente de tu lado, las cosas se dan más fáciles.

Vuelve a sonreír y su expresión de burla me da un golpe en el estómago.

Entonces lo entiendo: las personas me ven como una interesada.

—Oh, no, May —Marla reclama mi atención—. No eres interesada para nada, Maydeline Allen. No lo eres.

—¿Y si así me siento? —pregunto disgustada, con dolor en la panza—. ¿Y si es verdad?

—¡Por el amor a Dios y toda su corte celestial! —refunfuña, mirando el techo. Tira de mi mano con fuerza y aprieta mis dedos—. Escúchame bien, Maydeline: ¡No eres una interesada! No. Lo. Eres. No —enfatiza cada palabra con furia, mirándome a los ojos—. Eres la persona más dulce y empática del mundo entero. Esas mujeres, todas ellas, son unas envidiosas que no entienden como encontraste a un hombre tan increíblemente bueno como para darlo todo para que estés bien.

Cierro los ojos otra vez, porque no puedo dejar de oír en mi cabeza aquellas voces tan horribles, diciéndome esas cosas tan feas.

«Yo no soy así. Ellas están equivocadas. Yo no soy así».

—Tienes razón —susurro, soltando un suspiro.

—¡Por supuesto que la tengo! —exclama frustrada, como si tener esta conversación conmigo fuera algo estresante—. Además, no sabes si Michael tuvo algo que ver con los pulmones, tú misma dijiste que el hospital llamó porque Noah tiene mucho tiempo en lista de espera.

—Tenemos un avión especial privado a nuestra disposición, Merlina —la miro a los ojos y ella se queda perpleja—. Por mucho que el hospital quiera ser servicial, el seguro no cubre todo eso.

—Bueno.... Emh, bueno... —carraspeó, sin saber que decir—. ¡Bueno, pudo ser algún sorteo! ¡Tú qué sabes, Allen!

Suelto una carcajada sardónica ante su excusa barata y su intento de sacar a Michael de la ecuación. Sacudo la cabeza y vuelvo a sumergirme en otro recuerdo, uno más reciente que el anterior...

Espero a que me contesten el teléfono, pero, para mi sorpresa, es Greta quien atiende.

—Hola, Greta, soy May —saludo con cautela—. ¿Qué tal estás?

—Hola, Maydeline. Estoy muy bien, gracias por preguntar —responde tan protocolaria como siempre—. Cuéntame, ¿qué puedo hacer por ti?

—Bueno, te llamo para comentarte una cosa —me siento en una silla de la sala de espera—. A mí hermano Noah lo han seleccionado para el trasplante de pulmones, y le harán la cirugía mañana temprano —me muerdo la uña del pulgar y hago una mueca—. Entonces, creo que me ausentaré por ese motivo.

—Oh, por supuesto, no te preocupes por eso —le restó importancia con su voz cantarina y despreocupada—. El señor presidente me dijo que habías hablado con él para dejar todo en su lugar.

Me paralicé y entré en shock.

—Ah, sí —intenté sonar convencida, pero fallé a mis oídos—. Solo quería que lo supieras tú también. No quería que pensaras que era una irresponsable o algo por el estilo.

—Por supuesto que no, eres la mejor aquí —dice con franqueza—. Tómate tu tiempo, sé que esas situaciones son complejas y que necesitan de mucha atención. No te preocupes por lo demás, cuando vuelvas, tu trabajo te estará esperando.

—Gracias.

Suspiré al ver la expresión de Marla, tenía los ojos ligeramente más abiertos de lo normal y la boca abierta. Sí, Merlina Addams, yo tenía razón y tú no.

—Vaya —se muerde el labio inferior—, eso sí que no me lo esperaba.

—Sí, bueno, pues yo menos —dejo caer los hombros con un pesado suspiro—. Marla, yo... se lo agradezco. Muchísimo. Pero todo esto, el hecho de que me ponga todo en bandeja de plata, me hace sentir muy incómoda.

—Ay, May, eso sonó muy arrogante, viniendo de ti —se ríe y yo sacudo la cabeza.

—No quiero ser arrogante, mucho menos orgullosa, pero es que... —sacudo la cabeza y cierro los ojos—. No sé cómo me siento, de verdad que no. Todo es tan raro.

—¿Has hablado con él? ¿Le has dicho como te sientes al respecto? —parpadeo hacia ella y niego—. ¿Le has contestado el teléfono, al menos?

—No, me da cosita en la panza —señalo mi estómago—. Solo quiero pensar un poquito, ya sabes, intentar descubrir que es esto que siento.

—De acuerdo, solo no lo hagas sufrir tanto —me abraza unos minutos—. Él te quiere mucho, May, puedo verlo. Y, aunque me cueste admitirlo, te merece más que cualquier otro hombre. Créeme, no pensé que existiera un hombre capaz de merecerte.

—Me exaltas demasiado —me rio, toda sonrojada.

—Será porque te lo mereces —me guiña un ojo.

Se queda en silencio y exclama el nombre de mi hermano cuando entra a la habitación.

Suspiro, observo en la pantalla el nombre de Michael en una llamada entrante. Quisiera contestarle y decirle que le agradezco mucho todo lo que hace por mí, a su vez, me gustaría preguntarle por qué lo hace, si tiene algún motivo detrás de todo... Es mejor que lo llame después.

Cuelgo y guardo mi teléfono, sonriéndole a Marla y a Noah quienes hacen planes para cuando salgamos de todo este trajín. No podría estar más feliz, no obstante, nos esperaban cinco horas y treinta minutos en avión, lo que realmente no me apetecía mucho.

[...]

¿Encontrar a Charles en el aeropuerto me sorprendió? No, no me sorprendió. Es más, esperaba algo como esto. Ya de por sí me había quedado KO⁸ con lo de la cirugía de Noah, el avión privado y ahora la presencia de Charles era la gota que rebosaba el vaso.

—El pequeño se parece mucho a ti —señala el castaño en dirección de mi hermano, Marla y la doctora Sandra, quien también tuvo que venir con nosotros porque ella sería parte de la cirugía—. Tiene tus ojos.

—Tenemos los ojos de nuestro padre —digo, jugando con el cordón de mi sudadera—. Aunque, Noah se parece más a él que a mí.

—Discrepo, Srta. Allen —me mira de soslayo, haciéndome reír—. Y tu amiga...

—Marla —termino por él—, o también puedes decirle Merlina.

—Sí, Marla —asiente—. Es bastante... interesante.

—Loca, querrás decir —me rio—. Ha estado conmigo desde siempre, no piensa perderse este momento tan especial y anhelado por nada del mundo.

—Me da gusto que tengas muchas personas que te hagan compañía —me dice, removiéndose en su asiento, frente a mí—. En momentos así, es bueno tener a los amigos de nuestro lado.

Le sonrío y agradezco internamente que él esté aquí, su presencia me hace sentir protegida. Cómo cuando estoy con papá, bueno, los pequeños momentos en los que paso con él.

—¿Sabes, Charles? A veces, olvido que eres un viejo —me burlo, y, como pocas veces pasa, una sonrisa curva sus labios.

—Oye, que treinta y nueve años no son nada, niña —le quita una pelusa inexistente a su impoluto traje negro—. Para mi profesión, estoy en plena flor de la juventud.

—Claro, como digas —subo los hombros con diversión—. ¿Y Steve? ¿También está en plena flor de la juventud?

—¡Que va! Es un bebé, prácticamente —se carcajea y me regocijo sabiendo que soy la única que lo ha hecho reír mientras está en servicio—. Tiene treinta y dos, todavía tiene mucho por vivir.

—¿Este es su primer trabajo grande? —pregunto, pero es algo que deduzco.

—Lo es. Ex militar. Fuerzas especiales. Francotirador. El mejor de su rango —responde automático, como si estuviera leyendo un expediente—. Un tipo serio pero buen trabajador. Daría la vida por su cliente, en este caso, el presidente.

Sus palabras me dejan suspendida en el aire por unos segundos, pensando en que, tal vez, al ser Michael el hombre más importante del país, alguien pudiera querer hacerle daño... Dios, tiemblo de tan solo pensarlo. Esperemos a que Steve no tenga que recurrir a su experiencia.

—Hablando del jefe —dice Charles luego de sacar el teléfono de su bolsillo y ponerlo en su oreja—. Señor —su voz profesional se hace presente y me tenso cuando sus ojos caen sobre mí—. Sí, señor, nos encontramos ya en el avión. Si seguimos a este ritmo, llegaremos a las nueve de la noche a Boston —vuelve a mirarme—. Está justo frente a mí, señor —mis ojos se abren mucho—. Por supuesto —estira el brazo hacia mí, ofreciéndome el teléfono—. El presidente quiere hablar contigo.

Observo el teléfono como si fuera un detonador a punto de estallar y los ojos de Charles llenos de curiosidad me miran ante mi nerviosismo. Tomo una lenta respiración y termino por agarrar el aparato y llevarlo a mi oreja.

—¿Michael? —susurro.

—Espero que no me hayas contestado porque tienes el teléfono apagado, Maydeline Allen —mierda, está en modo enojón. Trago con fuerza y miro a Charles—. ¿May? ¿Estás ahí?

—Espera un momento —le digo y me levanto del asiento, tapando el teléfono con la palma de mi mano—. Vuelvo en un segundo.

Salto disparada hacia el baño para encerrarme en el mismo, me apoyo contra el pequeño lavabo y suspiro antes de volver a poner el teléfono en mi oreja.

—¿Qué estabas haciendo? —me pregunta con curiosidad.

—Encerrándome en el baño —confieso en un murmullo.

—¿Por qué?

—No lo sé.

—¿No lo sabes?

—No.

Ambos nos quedamos en silencio y tras unos segundos de tensión, es él quien decide romper el vacío.

—¿Qué es lo que ocurre? —cuestiona con suavidad.

—Muchas cosas, pero, ahora mismo, no quiero hablarlo por teléfono —admito.

—Entiendo —suspira, al fondo, escucho un bullicio y algo de ajetreo—. Bueno, ahora mismo estoy ocupado...

—¿Michael? —lo interrumpo con un nudo en la garganta.

—¿Sí?

—Gracias —digo—. Gracias por todo esto, de verdad. Esto es lo más importante que ha hecho alguien por mí. No tengo palabras, pero gracias.

En mis ojos se empiezan a asomar las lágrimas y al nudo de mi garganta le empiezan a salir espinas.

—Te quiero, Maydeline Allen —susurra y cierro los ojos—. Más de lo crees.

—Yo también te quiero muchísimo, Michael Evans —le respondo con todo el corazón—. Más de lo que creí querer a alguien jamás.

[...]

Boston, Massachusetts; Estados Unidos.

Cuando aterrizamos en Boston, a eso de las nueve con diez minutos, Noah y Sandra se despidieron de nosotros y se fueron en la ambulancia hacia el BCH para que puedan instalar a mi hermano y que esté listo para mañana a primera hora. Según tengo entendido, Sandra se hospedará en un hotel cerca del hospital, en dónde muchos doctores pasan la noche cuando tienen que operar en ese sitio.

Mientras tanto, Charles es el encargado de llevarnos a Marla y a mí al Four Seasons⁹ —al que no sabía que iríamos—, en el auto —que tampoco sabía que teníamos a nuestra disposición—, por órdenes del presidente.

Mr. President sí que piensa en todo —me había susurrado Marla al oído en algún momento del trayecto.

Sí, Michael pensó en absolutamente todo y yo solo pude comportarme como una idiota. Con el pasar de las horas, mi incomodidad se convierte en arrepentido debido a mi forma de actuar y sobrellevar las cosas. Sin embargo, pasar de trabajar y luchar por mi cuenta, a qué alguien haga estas cosas por mí es muy extraño.

Cuando llegamos al hotel, me quedo con la boca abierta, pero intento disimularlo lo mejor que puedo. Marla se burla de mí y yo me contengo de rodar los ojos, Charles se encarga de todo en la recepción, pero parece un poco avergonzado cuando subimos al ascensor.

—Lamento lo de las habitaciones, señorita Allen, me temo que no tenía el conocimiento de que la señorita Addams vendría con usted —me dice.

—No te preocupes, Charles —lo tranquilizo—. Está bien.

—¡Está muy bien! —exclama mi amiga, pasando su brazo por mis hombros—. No es la primera vez que May y yo dormimos en la misma cama. Somos un paquete de dos.

—Como digan —Charles trata de ocultar su diversión cuando las puertas del elevador se abren—. Estaré en la habitación de al lado por si me necesitan. Buenas noches.

—Hasta mañana —nos despedimos Marla y yo al mismo tiempo.

Ambas entramos a la habitación y mi mejor amiga suelta un silbido entre dientes.

—¡Pero que cosa! —observa la habitación blanda y bien organizada con la boca abierta. Igual que yo—. ¡Papá está chapado a la antigua con sus hoteles de abuelita!

—No te burles de tu padre —la reprendo, ella sonríe.

—¿Por qué te noto tan triste? —me dice.

—No estoy triste —contradigo—. Solo estoy cansada, eso es todo.

—Oh, ya sé que te puede animar —sube y baja las cejas con picardía.

—¿Qué?

«Puedes contar conmigo como uno, dos, tres —su voz, para nada melódica, empieza a cantar Count on me de Bruno Mars—. Estaré allí. Y sé que cuando lo necesito, puedo contar contigo como cuatro, tres, dos. Y allí estarás. Porque eso es lo que se supone que deben hacer los amigos, oh, sí».

—¡Marla, cállate, por Dios! —exclamo cuando grita en su canción.

Me cubro el rostro con las manos cuando se ríe a carcajadas.

—¡Canta conmigo! —me pide, canta más fuerte.

—¡No! —me quejo cuando sujeta mis manos y empieza a dar vueltas—. ¡Marla!

—¡Canta, Maydeline! —me grita—. «Siempre tendrás mi hombro cuando llores. Nunca lo dejaré ir, nunca diré adiós».

—«Sabes, puedes contar conmigo como uno, dos, tres —empiezo a tararear también, siguiendo el horrible ritmo que ella implementa—. Estaré allí. Y sé que cuando lo necesito, puedo contar contigo como cuatro, tres, dos. Y allí estarás. Porque eso es lo que se supone que deben hacer los amigos, oh, sí».

La miro a los ojos por lo que parece una eternidad, encontrando ahí mi refugio en momentos de tormentas.

—«Puedes contar conmigo porque puedo contar contigo».

Cuando ambas terminamos de cantar, y, sin importar que Bruno Mars puede morir si escucha nuestra versión de su canción, nos fundimos en un abrazo eterno, de esos que sanan las heridas invisibles.

—Te amo, May —me achucha contra su cuerpo.

—Y yo a ti —suspiro y me alejo—. Iré al baño.

—Yo probaré esta fabulosa cama.

Me voy al baño dejándola a ella husmear la cama y toda la habitación, soltando groserías y exclamaciones de asombro ante todo lo que ve. No me sorprendería que le tomase fotos a todo y que se las envíe a su padre, para chismosearle sobre la competencia.

Me mir en el espejo y suelto un suspiro al ver el estado en el que me encuentro, parezco un oso perezoso combinado con un mapache. Debería irme a dormir ya y así poder estar fresca como una lechuga mañana por la mañana. Noah me necesita más fuerte que nunca.

—¡Por el amor a Dios! —exclama Marla a lo lejos—. ¡Maydeline, tienes que ver esto!

Ruedo los ojos y me recojo el cabello en una coleta.

—¡Ahora voy!

—¡No! ¡Tienes que venir ya! ¡Ven! —sigue diciendo, ahora con más urgencia.

Suelto un resoplido y salgo del baño.

—¿Qué pasa? —le pregunto al verla sentada con el teléfono en la mano. Está atónita y pálida—. ¿Marla?

—Eres tú y Michael —me da el teléfono y me muestra lo que tanto asombro le causó.

Y ahí está, en una página de chismes, una fotografía muy borrosa. De no ser porque sé que es mi edificio, no podría distinguir nada. Pero, no es el beso que compartimos Michael y yo en foto de mala calidad lo que me deja perpleja, es el encabezado de la noticia: «El presidente... ¿y su nueva conquista?»


⁸) "KO" viene del inglés Knock Out (Golpe [y] Afuera). La Real Academia Española acepta nocaut y el derivado "noquear". Hace referencia a quedar noqueado. 

⁹) Four Seasons Hotel Boston: Ubicado junto a las casas victorianas de piedra rojiza del vecindario de Back Bay, Four Seasons Hotel Boston es la base ideal para explorar la "Ciudad peatonal de Estados Unidos". 

🖤🖤🖤🖤

AAAAAAAAYYYYYYYYY

QUEDÉ: 👇🏻

¿Qué piensan de esto?

Ya salieron en el periódico... 😬

Se vienen unas cosas que nos van a dejar así: 😳😒😱🥺 Así que el miércoles vengo maratón de 2 capítulos.

Comenten muchos "🔥" porque ya volví y estamos emocionados.

¡Voten y comenten mucho!

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