36. Maydeline.
Me despierto de a poco cuando unas tersas caricias miman mi piel, haciéndome temblar aún entre la inconsciencia. Sonrío al sentir un beso en mi mejilla y luego otro en mi mandíbula, seguido de muchos más en mi cuello. Suspiro y me remuevo, cómoda, pero ansiosa de tener acceso a esos labios de miel.
—Michael... —susurro, dándome un poco la vuelta.
—Shhh, tranquila —me dice al oído, su respiración me da cosquillas—. Ya debo irme, el avión me espera.
—Mmh, ¿qué hora es? —entrecierro los ojos y veo que todo está oscuro, salvo por la lamparita en la mesa de noche. Su luz centelleante me deja ciega un segundo—. ¿Ya tienes que irte?
—Sí, amor —deja un beso casto en mis labios que logra, por fin, hacer que abra los ojos.
Va vestido con su traje perfectamente pulcro y arreglado, tiene el pelo perfecto y algo húmedo, lo que me dice que se ha duchado recientemente. Además, huele a gloria. Amo su perfume. Es por eso que me incorporo y me importa un comino estar desnuda, así que no hago nada por cubrirme. Paso mis brazos por sus hombros y entierro mi nariz en su cuello, inhalado su aroma.
—Te duchaste otra vez —susurro con los labios pegados a su piel.
—Sí, no podía irme desarreglado —sonríe sobre mi hombro, acariciando mi espalda—. ¿Cómo voy a explicar en cadena nacional que a mi preciosa novia le encanta tirar de mi pelo mientras hacemos el amor?
Sus palabras me hacen soltar un jadeo de la impresión, me alejo un poco de él para ver su sonrisa burlona. Este hombre es un caso. Vaya, que suerte que sea mío. Sonrío también y me acerco para darle un beso esquimal⁷ que lo hace reír.
—Eso es nuestro secreto —susurro como si hubiera alguien escuchándonos.
—¡Por supuesto! —abre los ojos hasta un punto infantil—. Jamás hablaré de mi vida sexual en público. Menos si es de ti —muerde mi barbilla—. Todo tu placer es mío.
Gimo y me pego a su boca, manteniendo mis manos en su nuca para no despeinarlo. Su lengua busca la mía y lo que pretendía ser un besito, se transforma en uno pasional. Tiro de las solapas de su saco, me acuesto y no descanso hasta tenerlo sobre mí, saqueando mi boca con una furia desmedida.
—Espera, espera... Amor, un momento —se despega de mi boca abruptamente, generando un ruido gracioso en nuestros labios al separarse. Mira la hora en el reloj de su muñeca y luego posa sus ojos en mí—. El Jet sale veinte minutos, debo irme... No, May —cierra los ojos con fuerza cuando le hago un mohín melancólico—. No me pongas esa cara, sabes que debo irme.
—Te voy a extrañar mucho —paso mis manos por su cabello negro, clavando mis ojos en los suyos. Tan azules que me roban el aliento—. ¿Me extrañarás?
—Como un loco —admite, esconde su rostro en mi cuello y besa mi pulso—. Te echaré mucho de menos. Será una semana larguísima.
Suspiro con desgana. Hoy debe ir a Nueva York, luego, a otros condados para hacer su trabajo. Me hará mucha falta, pero sé que es su deber y no puedo estar más orgullosa de él.
—El país te necesita —digo patriótica y él se ríe.
—Pero yo te necesito más —refunfuña, pero con un sentimiento que me eriza la piel.
Besa la punta de mi nariz y se levanta, dejándome a mí la tarea de hacer lo mismo. Empiezo a buscar mi ropa por el suelo, pero solo doy con mis bragas y el sujetador. Recuerdo que todo debe estar desparramado por la sala, ya que, apenas pisamos su departamento, yo le salté encima y él no se negó a mi petición.
Sí, debo admitir que desde el jueves me he convertido en una descarada, pero es que jamás pensé que el sexo sería algo más que solo carne sobre carne. El sexo con Michael es amor, sentimientos, confianza, seguridad... Podría seguir describiéndolo, pero sus dedos tiran de un mechón castaño y me saca de mis pensamientos.
—¿En qué piensas? —me pregunta al ver cómo me coloco el sujetador.
Sus ojos brillan llenos de deseo, pero no digo nada.
—En nada —carraspeo y me pongo de pie, coloco mis manos en la cintura y levanto la cabeza para poder verlo—. Entonces, creo que es mejor irme a casa antes de que...
—¿Llueva? —el pelinegro arquea una ceja—. Lo siento, corazón, pero ya está lloviendo... Corrección, está diluviando.
Señala el ventanal semi cerrado por la cortina, y las gotas resbalando por el cristal me dicen que es cierto.
Mierda.
—Pediré un Uber —digo con resignación, yendo a la sala en busca de mi ropa, que, efectivamente, está esparcida por todo el living—. Menudo desastre.
—Ya te llevo yo, nos queda de camino —su voz me hace girar a verlo.
Está tan perfecto con ese traje azul que mi temperatura corporal aumenta a niveles peligrosos... Dios, debe ser mi periodo que está por venir que tiene mis hormonas alborotadas.
—¿Estás seguro? —hago una mueca, pasando la camisa de mangas largas por mi cabeza—. Tu avión te espera...
—Puedo dejarte en casa y tener tiempo de sobra para llegar al avión —me sonríe con arrogancia, luciendo más guapo de lo que ya es—. Además, nada se compara con la tranquilidad de saber que estás segura.
—De acuerdo... ¡Ay! —tropiezo con mis propios pies mientras me pongo los joggers, pero Michael llega al rescate antes de darme de cara contra el suelo—. Gracias.
—¿Todo bien por aquí? —se ríe de mi torpeza y yo me sonrojo.
—Sí, estoy bien —me rio también—. Creo que me levanté muy rápido de la cama.
—Eso debe ser —me da un beso en la frente y después se aleja para contestar una llamada.
Termino de vestirme con rapidez, me recojo el pelo en una trenza desordenada y me pongo mi enorme abrigo, intentando cubrirme del frío. Michael y yo vamos al ascensor mientras él sigue al teléfono, hablando con Dios sabe quien.
—Sí, de estar todo listo para mañana mismo sería perfecto —dice a la otra persona—. Por supuesto, ella dará las órdenes y deberán seguirse al pie de la letra. Todo lo que ella quiera es suyo.
¿Ella? ¿De quién hablará?
Decidido no darle importancia y dejo que me rodeé con su brazo cuando salimos del edificio, cubiertos por Charles que lleva una sombrilla. Le sonrío en agradecimiento antes de subir a la camioneta.
—Por supuesto que sí, muchísimas gracias —cuelga cuando estamos en marcha—. Al departamento de May, Steve, gracias.
—Entendido, señor.
Miro como mi novio guarda su teléfono en el interior de su saco, sus ojos azules se encuentran con los míos y una sonrisita divertida baila en sus labios. Sus brazos tiran de mí y me envuelven con cariño.
—En serio te voy a extrañar —besuquea mi mejilla, haciéndome sentir sosegada y tranquila entre sus brazos. Su nariz se pasea por mi mandíbula y me da un beso detrás de la oreja—. Me gustaría hablar contigo cuando vuelva.
—¿Sobre qué? —retiro un poco mi cabeza de su pecho para poder verlo a la cara, él sonríe y sacude la cabeza—. ¿Es importante?
—Tal vez —sube los hombros y asiente levemente—. Es algo que vengo pensando desde hace unos días y creo que sería buena idea...
—No es buena idea que me dejes con la intriga —refunfuño—. No me hubieras dicho nada hasta que volvieras, así no tendría que estar pensando en eso todo el tiempo —me cruzo de brazos, aún pegada a su pecho—. Ahora no podré concentrarme en nada más.
—Oh, te aseguro que te olvidarás de mí toda la semana —se ríe y mi rostro demuestra mi confusión—. Oye, solo quería que supieras que te voy a robar para mí solo cuando vuelva y que hablaremos, ¿de acuerdo? Eso es todo. No le des tantas vueltas, ¿está bien? —suspiro con pesadez y termino afirmando con la cabeza—. Muy bien, así me gusta.
—Idiota —gruño y ruedo los ojos.
Michael se ríe y me apretuja entre sus brazos mucho tiempo más, hasta que consigo relajarme y fundirme en su pecho. Cierro los ojos y me permito disfrutar de este momento, ya que no volveré a abrazarlo hasta dentro de una semana.
¿De que querrá hablar? Con la seriedad que tenía, al parecer, es algo importante, sin embargo, espero no sea nada malo. Aunque, si fuera algo malo, me lo habría dicho ya, ¿verdad?
—¿Qué harás mientras no estoy? —cuestionó.
—Trabajar y visitar a Noah —me encogí de hombros—. Lo mismo de siempre.
—De acuerdo —besa mi frente—. Espero que no me extrañes mucho, porque ya llegamos.
Me pongo recta en el asiento y veo por la ventana, y sí, ya llegamos a mi edificio.
—Oh —suspiro, me giro para verlo y trato de sonreírle—. Entonces, ¿debo decirte «diviértete» o lo que harás no será divertido?
Se ríe y ladea la cabeza.
—Diviértete está bien —asiente y me pasa el cabello detrás de la oreja.
—Que te vaya bien, entonces —me acerco a él y presiono un beso en la comisura de sus labios.
Para Michael no parece ser suficiente esa despedida, por lo que rodea mi cuello con su mano y presiona nuestros labios juntos. Permanezco quieta en el asiento, devolviéndole el beso con lentitud. Cuando parece saciarse de mí, deja dos besos más en mi boca y apoya su frente contra la mía.
—Con eso está bien, por ahora —se ríe, mis mejillas se encienden. Se separa un poco y me mira a los ojos—. Te voy a extrañar.
—Yo también —digo con desgana, coloco mi mano sobre su pecho y le sonrío una vez más—. Te quiero.
—Y yo te quiero a ti —besa mi mejilla y me empuja lejos de él—. Ahora vete antes de que te meta en mi maleta.
Suelto una risita y bajo de la camioneta, despidiéndome de los chicos con la mano. Corro hasta la entrada del edificio para refugiarme de la densa lluvia y veo la camioneta presidencial abandonar el pequeño barrio.
[...]
La felicidad no me cabe en el pecho, quiero saltar y gritar a los cuatro vientos que estoy contenta y agradecida con la vida por poner a personas tan maravillosas en mi camino. Gracias a Michael, Andrés y Marianela Evans, los papeles de adopción ya están en proceso de trámite.
¡Ya casi tendré a mi hermano conmigo!
Andrés acaba de llamarme y me dio la mejor noticia del mundo: «Han aceptado tus papeles sin problema. Tu madre, al estar ausente, no forma parte del proceso. Del mismo modo, como tu padre se encuentra en prisión, no hay otro familiar cercano al que puedan darle la custodia de Noah. Tienes vía libre, May, felicitaciones».
¿Podría ser más feliz que ahora? Dios, no quepo de la felicidad. Es por eso que voy en camino a la clínica para darle las buenas nuevas a mi hermanito. Si bien no quiero hacerle ilusiones falsas, creo que sería genial animarlo un poco.
—Hola, linda, ¿cómo estás? —me saluda Olga con su usual tono carismático.
—Mejor que bien —sonrío con confianza y camino hacia la recepción.
—Me alegro mucho, hace tiempo que no te veía así, tan contenta —me guiña un ojo—. Te sienta bien la felicidad.
—¿Verdad que sí? —me rio y subo los hombros—. Me gusta sentirme así, además, tengo muchos motivos para estar contenta.
—¿Cómo el presidente, por ejemplo? —inquiere con picardía, arqueando una ceja.
Me atraganto con mi propia respiración y la miro con los ojos bien abiertos. ¿Cómo es que lo sabe? Ah, debe ser porque Michael ha estado viviendo mucho por aquí. ¡Ay, mierda! ¿Y ahora que le digo?
—Emh, sí —asiento, mirando en otra dirección—. Es un hombre muy amable y servicial, ya sabes. Somos compañeros de trabajo y todo eso, recuerda que trabajo para el servicio doméstico.
—Por supuesto, debe ser muy amable y servicial como para venir a acompañarte en momentos difíciles —murmura, escribiendo algo en una plantilla—. Dado que es un hombre muy ocupado, digo.
No entiendo si me está juzgado o jugando conmigo, tal vez le divierte mi nerviosismo. ¿Todos piensan lo mismo? ¿Michael se toma muchas atribuciones conmigo? ¿Eso está mal?
Carraspeé, incómoda con la situación. Jamás pensé que Olga fuera tan... curiosa.
—Sí, bueno, es un buen hombre —afirmo en voz baja, sin poder verla a los ojos—. Digamos que le caigo mejor de lo que creí. Es un tipo serio, que no le importa lo que piensen los demás, por eso ayuda al prójimo sin esperar a que lo vean —mi tono sale más tosco de lo que pretendía, lo que llama mucho la atención de la morena sentada detrás del mostrador—. Quizás yo debería hacer lo mismo. Nos vemos, Olga.
No espero a que se despida, a qué diga algo o solo se muestre ofendida por su curiosidad desmedida, así que me pierdo en el pasillo. No puedo evitar pensar si es así como todo el mundo nos ve. Bueno, los que saben que estamos juntos. ¿Será por mi forma de ser? ¿Mi estatus económico? ¿Será solo porque él es el presidente y solo soy una simple e insípida empleada?
«Es justo por eso. Porque eres una insípida que no tiene ni dónde caerse muerta. Los cinco mil dólares que tienes en el banco los conseguiste limpiando baños en el Capitolio, sufriendo un sinfín de torturas, mientras que él nació en cuna de oro y, al ser el presidente, tiene mil ceros en su cuenta bancaria. Fácil y sencillo. Es por eso».
Aminoro mi andar cuando la propia voz en mi cabeza es tan cruel conmigo. O, tal vez, está siendo sincera y solo quiere advertirme de todas las cosas que podrán venir en el futuro.
¿Todos me ven así? Mierda.
—¡Hola, May! —exclama Noah de pie en su camilla, con un jogger puesto, una camiseta azul y una chaqueta del mismo color—. ¡Te estaba esperando!
—Hola, cariñito —le sonrío, aún contrariada por mis propios pensamientos, pero con toda la disposición del mundo—. Estaba ansiosa por verte. ¿Qué haces vestido?
—¡Nos vamos, May, nos vamos! —exclama y da un salto en su lugar.
—¿Nos vamos? —me rio—. ¿A dónde? ¿A dormir? Siéntate, cuidado te caes —se sienta de inmediato, mirándome con sus enormes ojos azules—. ¿De que hablas? ¿Iremos a dónde?
—No lo sé, pero la doctora Sandra dijo que nos íbamos —se encogió de hombros y mi confusión incrementa—. Dijo que era una sorpresa y que te pondrías muy feliz.
—¿Eso dijo? —alzo las cejas con sorpresa—. Bueno, creo que...
—¡Oh, May! Que bueno que llegaste —dice Sandra entrando con su bata blanca y con sonrisa encantadora. Creo que hasta luce más joven de lo dichosa que está—. Ya casi nos vamos.
—¿De que va todo esto? —pregunto, ignorante a la situación.
—Bueno, mi querida May, tu fe y esperanza dio frutos y de los buenos —me guiña y un ojo y se para junto a mí—. Tenemos donador de pulmones y este pequeño de aquí, es noventa y nueve punto nueve por ciento compatible.
Me tambaleo hacia atrás, consternada y sin poder maquinar del todo sus palabras. Mi cerebro trata de procesar la información con más tiempo del necesario, normalmente memorizo todo en menos de un segundo, solo que ahora no...
Pulmones. Donador. Compatible.
Me llevo las manos a la boca para callar un sollozo, Sandra sonríe y veo a Noah en medio de mis lágrimas y me acerco a él para apapacharlo con mis brazos. Beso sus mejillas infinidad de veces, lo miro a los ojos, lo veo como la primera vez que lo sostuve entre mis brazos y me pregunto: «¿Este niño en mío?».
—Oh, santo Dios, ¿es en serio? —jadeo otra vez, apretando a Noah contra mi pecho.
—Por supuesto que sí —asiente y le acaricia la mejilla a mi pequeño con ternura—. Este hombrecito de aquí está apunto de cambiar su vida, así que es tiempo de tomar decisiones, Maydeline.
—¡Por supuesto que sí! —exclamo con felicidad—. Claro que queremos esos pulmones. ¿Sabes lo que significa, Noah? —sostengo su rostro entre mis manos—. ¡Pronto saldrás de aquí!
—¿Y podremos ir al parque? —le brillan los ojos y me duele el corazón—. ¿Y al cine? ¿Y podré ir a la escuela? ¿Podré jugar con otros niños?
—¡Sí, mi amor! Haremos muchas cosas. Lo que tú quieras.
Tengo unas inmensas ganas de llorar que no puedo retener, las lágrimas corren libres y empapan el pelo castaño oscuro de mi hermano. Lo aprieto contra mi cuerpo con toda la fuerza del mundo, orgullosa de tener a este niño tan fuerte y tan valiente. Daría todo lo por él y, ahora mismo, creo que todo mi esfuerzo valió la pena.
Logro recomponerme y rio apenada.
—Lo siento —me seco las mejillas con el dorso de la mano—. Es que estoy muy contenta.
—No te reprimas, linda —Sandra acaricia mi brazo con cariño—. Es todo lo que han esperado, yo también estoy contenta por ustedes.
—Gracias, doc. En serio, de no ser por su ayuda...
—No, May, todo esto lo hiciste tú —me apremia.
—¿Cómo es que pasó? —indago, procesando todo.
—Bueno, nos llamaron ayer por la tarde del BCH —dice, optando por una postura más profesional—. Nos dijeron que llegaron donativos para muchos niños del país, al ser el hospital pediátrico más importante y al ver qué Noah tiene tiempo en lista de espera, nos contactaron —sonríe—. Les envié los resultados de Noah hasta el día de hoy e hicieron pruebas con los pulmones que tienen allá, entonces dio positivo y nos dieron luz verde.
—Cielos, eso es asombroso, gracias por aceptar y por todo —digo, aunque ella ya me dijo que no debía agradecerle—. Y, entonces, ¿cómo procedemos?
—Bueno, primero lo primero —murmura—. Debemos ir a Boston.
⁷) Beso Esquimal: El beso esquimal es un tipo de beso en el que los partícipes frotan la nariz de uno contra la del otro.
🖤🖤🖤🖤
AAAAAAAHHHHHH
El pequeño Noah tendrá su operación.
Que felicidad.
Se vienen sorpresas para Maydeline y Michael.
¿Qué creen que pase?
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