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33. Michael.

Saco mi teléfono y lo pongo en mi oreja mientras subo las escaleras hacia el departamento de May. La línea suena, una, dos y tres veces, hasta que despierta.

—¿Michael? —cuestiona Andrés con la voz adormecida—. ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien, lamento llamarte a esta hora —suspiro, frotando mis ojos con el dorso de mi mano. Estaba cansado, pero debía cubrir todas mis bases—. Necesito tu ayuda, hermano.

—¿Qué es lo que ocurre? —su tono me dice que tengo toda su atención.

—Te voy a presentar a mi novia —le digo, lo escucho contener la respiración.

—Ya era hora, hombre —se ríe.

—Y también necesito tus servicios como abogado —termino.

—¿Para qué? ¿Ya no tienes un abogado?

—No es para mí, es para ella —musito y me detengo en el piso de Maydeline—. Es difícil de explicar ahora, pero solo quiero saber si cuento contigo.

—Por supuesto que sí, la pregunta ofende, Michael —me rio, negando con la cabeza—. ¿Nos ponemos de acuerdo mañana temprano? Acabas de interrumpir mi sueño reparador. Este rostro no se mantiene solo.

—Lástima que no seas tan guapo e inmortal como yo —lo molesto, escuchando su risa de fondo.

—Idiota.

—De acuerdo. Te dejo dormir en paz.

—Nos vemos, hermano.

—Adiós —cuelgo y toco la puerta dos veces.

Es casi medianoche, se supone que debía estar aquí hace unas horas atrás, pero el papeleo para la mejora en el sector de la salud era interminable. Tan solo espero que no esté dormida...

—Hey —frunce el ceño al verme de pie frente a su puerta.

Tiene los ojos entrecerrados y sé casi de inmediato que estaba dormida.

—¿Te desperté? —ladeo la cabeza, arrepentido al no dejarla descansar.

—No, solo me recosté un segundo —carraspea—, ¿estás bien?

—Se supone que yo vengo a comprobar que tú estés bien —le digo en tono obvio y ella no tarda en sonreír.

—Ven, pasa —abre más la puerta y me deja entrar a su departamento—. Es tarde, creí que ya estabas dormido.

—Yo creí que estabas dormida —me giro a verla, está preciosa con su pijama.

Un short corto de color azul cielo y una camisa de tirantes finos. Y ya está, es preciosa con tan poco.

Ay, Dios, me voy a volver loco.

—Bueno, creo que ambos pensamos cosas diferentes —se ríe, enterneciéndome con su melodiosa risa.

Suspiro y doy un paso hacia ella antes de susurrar un:

—Te extrañé.

—Yo también —sonríe, acercándose a mí—. Qué raro, ¿verdad? Nos vimos esta mañana y nos echamos de menos todo el día.

—Supongo que es normal —lo miro atentamente, sin querer perderme ni un solo detalle de su rostro.

Su mano se levanta y me acaricia la mejilla con lentitud. Todo en May es tan suave y delicado que me roba el aliento. Suspiro y descanso mi rostro en la palma de su mano. Mis dedos van al dobladillo de su blusa y tiro con suavidad de ella hasta acercarla a mi cuerpo. Rodeo su cintura con mis brazos y presiono mis labios contra los suyos.

—Sí, creo que es normal que te eche mucho de menos —susurra contra mi boca antes de pasar sus manos por mis hombros hasta mi cuello.

No le digo nada cuando su cuerpo trata de tomar impulso, así que rodeo sus muslos con mis manos para alzarla del suelo y hacer que enrolle sus piernas a mi alrededor. Sus manos se aferran a mi cabello, tirando de él con suavidad entre sus dedos mientras que sus labios no les dan tregua a los míos.

Desde ayer por la noche, luego de hacerle el amor por primera vez, supe que todo cambiaría. No solo para ella, sino para mí también. No sé a qué se debía, pero mi deseo por ella había incremento a niveles poco sanos para mi propia salud mental.

—May... —susurro sobre sus labios, sin dejar de morderlos con suavidad—. Si sigues...

—No pares —dice antes de que pueda decir algo más. Sus ojos de colores me miran en medio de la penumbra de su sala y me besa despacio—. Te deseo. Mucho. No te detengas.

De acuerdo, tengo luz verde, ya no me detendré.

La besé otra vez, ahora sin detenerme a pensar en otra cosa que no sea ella, su cuerpo cerca del mío y sus labios suaves contra mi boca. Una de mis manos se aferró con fuerza a su cintura y la otra al cabello de su nuca, mientras la besaba sin reparos. Tanteé sus labios con mi lengua, siendo bienvenido al interior de su boca segundos después. May suspira y pierdo todo el control de mis sentidos.

En menos de un segundo estoy cruzando su pequeña sala a toda velocidad e ingresando a la habitación. La dejo sobre el suelo al pie de la cama y sus manos no pierden el tiempo de tirar del saco fuera de mi cuerpo, lanzándose con rapidez hacia los botones de mi camisa. Hice lo mismo sin pensar en nada más, despejando la parte superior de su cuerpo de cualquier rastro de tela innecesaria en este instante.

—Eres hermosa, ¿ya te lo dije? —besé su mejilla antes de bajar a su cuello.

—Me lo dices muy seguido —jadea cuando aprieto uno de sus pechos con suavidad entre mis manos—. Tanto que voy a terminar creyendo que es verdad.

—Sí te vieras a través de mis ojos, no tendrías dudas de tu belleza, créeme —la hice retroceder cuando intentó abrir el botón de mi pantalón.

May comprendió lo que insinué y se recostó sobre la cama. Me incliné hacia ella y le bajé el short y las bragas al mismo tiempo. Me quedé sin respiración, a pesar de que ya la había visto desnuda hace menos de veinticuatro horas, pero no dejará de sorprenderme lo hermosa que es.

Eres la mujer más preciosa que he visto jamás —le aseguro, mirándola a los ojos.

Su rostro no tardó en ponerse rojo y una sonrisa apareció en mis labios ante eso. Me encantaba hacerla sonrojar. Saber que lo hacía por mí, era tan gratificante.

Me despojé del resto de mi ropa sin demora, en mi billetera busqué un condón y no tarde en colocármelo. Me preguntaba que se sentiría estar piel con piel con ella, pero supe que esa no era decisión mía, sino suya. Después de todo, es su cuerpo.

—Se supone que íbamos a hablar —comento con diversión, robándole una risita mientras me subo a la cama y me cierno sobre su cuerpo.

—Ya hablaremos después —asegura ella, metiendo sus dedos en mi cabello cuando dejo un beso en su abdomen.

Su dulce olor me hizo estremecer, seguí repartiendo besos húmedos por toda su piel, hasta toparme con uno de sus pezones.

¡Ay! —siseo May cuando tiré del mismo con suavidad entre mis dientes, haciéndome reír—. Michael...

Maydeline era tan sensible, tan receptiva, que me volvía loco. No me sorprendió encontrarla húmeda y dispuesta, lo que, literalmente, me voló la cabeza.

—No sabes lo afortunado que me siento al saber que solo reaccionas así por mí —junto nuestros labios en un beso necesitado, la hago flexionar las piernas a mi alrededor, buscando una mejor posición de mi cuerpo sobre el suyo—. Sin siquiera saberlo, eres todo lo que siempre deseé...

—La afortunada soy yo —sus manos sostienen mi rostro, sus ojos brillantes se posan en los míos y su boca rosada pinta una sonrisa preciosa—. Te quiero muchísimo, Michael Evans, con cada latido de mi corazón.

—Yo te quiero a ti —la besé otra vez, sintiendo una oleada de felicidad recorrer mi cuerpo entero—. Te querré siempre.

May era lo mejor, por muchísimo, que me había pasado en la vida. Llegó a mí cuando jamás lo esperé, pero no me arrepiento de nada. Cada decisión, cada mirada, cada beso, cada roce, cada caricia... Todo me trajo hasta aquí. Todo me unió a la mujer de mis sueños.

Siento las manos de May arrastrarse por mi espalda, me perdí en su interior con suavidad, regodeándome en la satisfacción que me rodea el cuerpo. Sentirla así, tan cerca es algo... indescriptible.

Los dedos de su mano derecha se aferraron a mi brazo con fuerza, sus ojos se cerraron y se mordió el labio inferior, soltando un leve suspiro que me pareció un quejido más que otra cosa.

—¿Estás bien? —beso su mejilla, permaneciendo inmóvil en su interior.

—Sí, sí —asintió, parpadeó con rapidez hacia mí y me sonrió, besándome—. Solo hazlo despacio, ¿sí?

Cumplí su petición sin objeciones, no la forcé a nada. Le hice el amor con lentitud y ternura. Ella no merecía nada más. Yo, por otro lado, me sentía más que satisfecho con el hecho de escucharla gemir mi nombre sin parar.

Sí, no hay mejor recompensa que esa.

Mi mente estaba nublada, mis sentidos alerta y ligeramente mareados por todo lo que estaba ocurriendo. Su tersa piel, su olor a cereza, su respiración agitada, sus gemidos, sus ojos cristalizados. Ella me estaba quitando la poca cordura que había conseguido reunir, sin embargo, mi miedo a lastimarla me volvió más perceptivo y estuve atento a cualquier cambio en su rostro.

—¿Siempre es así? —gimió contra mis labios, enredando sus dedos en mi pelo.

—¿Así como? —besé su mandíbula, su cuello, la línea de su clavícula sin dejar de moverme.

—Esta necesidad, esto que siento... —se mordió el labio inferior y cerró los ojos un segundo—. Es como si...

—... no fuera suficiente —terminé la frase, sonriendo, besando la punta de su nariz, sintiendo como todo mi cuerpo se pone rígido—. No lo sé, May... Para mí también es la primera vez.

Era la primera vez que me sentía así, que alguien lograba estremecerme con tan solo mirarme a los ojos.

No pude decirle nada más, estaba tan concentrado grabando en mi mente este momento. La manera tan magnífica que tenían nuestros cuerpos al acoplarse, piel como piel, el calor humano era algo a lo que ya estaba acostumbrado, pero no de esta manera abrazadora.

Con el pasar de los minutos, la respiración de May se volvió cada vez más irregular y la mía igualó la suya al mismo tiempo. Sus manos se apretaron en mi espalda y echando la cabeza para atrás, el orgasmo la hizo temblar debajo de mí. Solo fue cuestión de segundos para que me dejara ir con ella, porque no había nada que me volara la cabeza como ver esa expresión en su rostro.

Apoyé mi frente contra la suya, intentando controlar mi respiración.

—¿Estás bien? —cuestioné.

—Sí —suelta una risita antes de jadear—. Más que bien...

—Me alegra escuchar eso —beso sus labios una última vez antes de alejarme y acostarme junto a ella.

Me deshago del condón y le hago un nudo antes de dejarlo la papelera junto a la cama. Paso uno de mis brazos por la pequeña cintura de May y la atraigo hacia mí pecho, cubriéndonos con la sábana.

—¿Segura que estás bien? —besé su frente, sintiendo su mano presionarse suavemente contra mis abdominales.

—Sí, estoy bien —inclina la cabeza y me sonríe.

Sus ojos azules se ven más oscuros por la poca iluminación de su habitación, pero todo eso hace que el momento sea más íntimo. Más nuestro. La abrazo con fuerza y acaricio su piel con lentitud.

—¿Qué tal está Noah? —le pregunto.

May parpadea, y suspira.

—Ya está mejor —sus dedos recrean líneas imaginarias sobre mi pecho—. La infección se detuvo, pero va a estar conectado a un respirador hasta mañana por precaución.

Se supone que eso es un avance, pero ella se ve tan afligida.

—Hey —elevo su barbilla con mis dedos—, ¿qué es lo que pasa?

—Odio verlo así —contiene la respiración y las lágrimas en sus ojos demuestran que se está conteniendo para no llorar—. Está conectado a un respirador. No me gusta eso. Es una sensación horrible.

—Pronto va a pasar —le aseguro. Acuno su suave mejilla y sus ojos se encuentran con los míos—. Maydeline, voy a ayudarte, te lo dije. Haré todo lo que esté en mis manos para que estés bien, ¿de acuerdo?

—No debes prometerme eso —susurra con la voz ahogada.

—Te lo dije, ¿verdad? —murmuré con firmeza—. Esto es lo que hago y, te guste o no, voy a ayudarte.

No dijo nada, pero yo seguía maquinando mi plan. Ella se sentía incómoda recibiendo mi ayuda, lo sabía y eso era por nuestra insignificante diferencia de estatus, lo que me importaba muy poco. May había luchado tanto sola por ella y por su hermano, había llegado la hora de que alguien luche por ella y yo estoy dispuesto a hacerlo.

—Eres increíble, ¿sabes? —repasó mi labio inferior con su dedo índice.

—Tú eres lo más bonito que ha llegado a mi vida —le digo sonriendo y no tarda en sonrojarse.

—¡Ya basta! —hace un puchero, indignada por mi constante burla, echa el brazo hacia atrás—. Te voy a golpear con... —se queda callada cuando no encuentra nada detrás de ella—. ¿Y mi peluche?

—No lo sé... —se aleja con expresión alarmada, tira de la sábana para cubrirse y se estira hasta mirar bajo la cama—. May...

—¡Aquí está! —encuentra el peluche y se sienta para limpiarlo—. Debió haberse caído...

—Estoy celoso —comento, arrastrando mis dedos por su espalda, sintiendo como su piel se eriza ante mi contacto.

—Es muy especial, porque me lo regaló alguien muy especial —abraza al oso y me sonríe con dulzura.

—¿En serio? —me siento a su lado y le quito el cabello de los hombros, beso su mejilla—. ¿Quién fue?

—Tú —nariz con nariz, todo mi cuerpo reacciona a su sonrisa tímida y preciosa—. Tú eres la persona más especial que ya pisado mi vida.

Atrapo sus labios entre los míos sin darme tiempo a pensar lo que estoy haciendo, porque cuando ella está tan cerca de mí no puedo hilar ningún pensamiento coherente. Su sola presencia me vuelve loco, me deja con ganas de más.

—No puedo quedarme —me alejo de su dulce boca cuando gime.

—¿Por qué? —toma una lenta respiración para calmar su agitación.

—Tengo una reunión mañana temprano —acaricio sus mejillas y sonrío cuando sus ojos desorbitados se encuentran con los míos—. Ya son pasadas las doce y debo madrugar y creo que usted también, señorita Allen.

—Yo quiero que te quedes —susurra, buscando mis labios.

—Yo también, pero tengo algo que atender —sujeto su rostro entre mis manos—. Créeme, nos veremos más pronto de lo que crees.

—¿Por qué lo dices? —ladea la cabeza, pero yo solo me encogí de hombros.

—Ya verás —la besé otra vez—. ¿Estarás en la clínica todo el día?

—Hasta ver qué Noah está despierto y estable —dice—. ¿Y tú dónde estarás?

—Trabajando, pero te llamaré apenas pueda, ¿de acuerdo? —asiente.

Me levanto de la cama y empiezo a vestirme, May repite mis acciones, colocándose una sudadera grande para acompañarme a la puerta. Ahí la besé otra vez, incapaz de alejarme, porque ella es tan dulce y me encanta tenerla tan cerca.

—Nos vemos mañana, corazón —susurro en sus labios.

—Hasta mañana.

[...]

Andrés está sorprendido y confundido con todo lo que acabo de contarle, hasta yo me quedo pasmado al repetir la historia de May en voz alta. Mi chica es tan fuerte, tan valiente... ¿Cómo pudo pasar por todo eso y aun así, estar intacta? La respuesta es simple: ella es única.

—Wow —suelta un silbido entre los dientes, eleva las cejas con asombro—. Esto es tan...

—Increíble, lo sé —asentí en su dirección, mirando por la ventana de la camioneta—. Cuando lo supe, mi modo de ver a Maydeline cambió por completo.

Y no lo dudo —dice él, sonriendo—. Tu chica es una guerrera.

Sonreí orgulloso, porque era cierto.

Tengo la mejor novia del mundo.

—¿Qué quiere recuperar a su hermano, dices? —asiento, él frunce el ceño—. ¿Su padre renunció a la custodia del niño?

—Sí, según me dijo, lo hizo por ayudarla —respondo—. ¿Hizo bien?

—Sí, en parte. Así ella tendía más posibilidad de adquirir la custodia, pero no es tan sencillo. Es como hacer el traslado de una propiedad de un dueño a otro —explica—. Necesito que ella me diga algunas cosas.

—Qué bueno, porque ya llegamos —respondo cuando la camioneta se estaciona frente a la clínica.

Charles nos sigue desde cerca, con su usual desconfianza no deja que nadie siquiera pongas los ojos sobre mí. Me ha salvado de unas cuantas este hombre, debería darle unas vacaciones. La recepcionista no pode objeciones cuando me ve, así que sigo mi camino por el pasillo con Andrés pisándome los talones.

May está apoyada contra la pared con la mirada fija en su teléfono, tiene el ceño fruncido, pero parece más tranquila que ayer. Supongo que siente mi mirada sobre ella, por lo que levanta la cabeza y me observa. Sonríe, guarda el teléfono en el bolsillo de su chaqueta y viene hacia mí.

—Hola, amor —susurra antes de ponerse de puntitas y darme un casto beso.

Jamás me había puesto un mote cariñoso y creo que «amor» será mi nuevo apodo favorito.

—Hola, preciosa —la besé otra vez, estrechándola entre mis brazos un segundo—. ¿Cómo está Noah?

—Ya está despierto —me sonríe, mi humor mejora a niveles increíbles al verla más animada que ayer—. Marla está con él.

—Qué bueno —beso su frente—. Ven, quiero que conozcas a alguien.

—¿Quién es? —cuestionó, pero nos giré a ambos para quedar cara a cara con Andrés.

—Este es mi mejor amigo, May, Andrés Down —se lo presento.

—Es un gusto conocer al fin —el castaño le sonríe con ganas, tan confianzudo como siempre, haciendo sonrojar a mi novia—. Este idiota cree que le van a robar a su novia y te tiene escondida.

—El gusto es mío —susurró May con timidez.

Sonreí ante eso y besé su sien.

—Andrés es abogado —le digo, sus ojos buscan los míos con rapidez—. Te ayudará con el tema de Noah.

—Michael... —intenta reprocharme.

—Ya hemos hablado de esto —objeté con más fuerza de la que pretendía, haciéndola fruncir el ceño en mi dirección.

—No, no hemos hablado, tú hablaste solo —gruñó entre dientes.

—No discutas conmigo, Andrés se queda y ya está —afirmé, rodeando su cintura con mi brazo—. Necesita que hables con él y le digas todo con respecto a tu trámite de adopción.

—De acuerdo —suspiró, resignada, pero por la mirada que me dio, supe que tendríamos una conversación más tarde—. Estoy en trámites para adquirir su custodia como único pariente cercano.

—¿Adopción legal? —le pregunta Andrés.

—Mi padre renunció a su custodia para cedérmela y que así pudiera pedirla sin problema —dice ella.

—¿No has pensado en solo pedirlo en adopción y no pedir la custodia a la que tu padre renunció? Eso haría los trámites más sencillos y fáciles.

May abrió la boca para decir algo, pero no pudo.

—¿Puedo hacer eso? —dio un paso lejos de mí y se acercó a mi amigo.

—Claro que sí. Si el pequeño no tiene ningún familiar cercano, dado que tu padre tenía la custodia, puedes pedir los papeles de adopción y un juez debe hablar con la jurisdicción sobre el niño para legalizar la adopción —Andrés sonríe y se encoge de hombros—. ¿Tienes autorización para adoptar? —mi novia asiente con rapidez—. Mejor aún. No tiene caso que sigas con el antiguo trámite. Es pan comido, hermano. Habla con tu madre, ella tiene más conocidos en el terreno que yo.

—¿Tu madre? —me pregunta May.

—Es jueza —le respondo—. No había pensado en eso.

—Sí, para eso estoy yo —se ríe el castaño—. Es sencillo, ya tienes la autorización para adoptar. Además, supongo que ya has hecho los cursos y has sido visitada por todos los departamentos encargados.

—Sí, por todos.

—Muy bien, si no te molesta, puedes darme todos los papeles y las órdenes que tienes. Yo me encargo de lo demás, tú no te preocupes, agilizaremos el trámite y el pequeño Noah estará contigo antes de que se termine el mes.

—¿En serio? —cuestiona May con una añoranza en su voz que me enternece el corazón.

—Por supuesto.

—¡Oh, gracias! —sin previo aviso, se abalanza sobre mi amigo y lo abraza—. Gracias, gracias.

—No me des las gracias a mí —le sonríe cuando ella se aleja—. Dáselas a él.

Con los ojos llenos de lágrimas y mucho, mucho amor, viene hacia mí y me abraza con todas sus fuerzas.

—Eres el mejor —me susurra al oído, llevándome a rodearla con más fuerza.

Ella no tenía que agradecerme nada. En realidad, verla feliz, era recompensa suficiente para mí. Me hacía sentir completo. Su sonrisa, su tranquilidad y felicidad era todo lo que necesitaba para yo ser feliz.

—¿May? Oh, hola, Michael —me separo de Maydeline cuando Marla entre en escena, pero cuando estoy por saludarla, sus ojos caen en Andrés—. Mierda.

—No puede ser —susurra mi mejor amigo.

Maydeline mira a Marla, mientras que mis ojos permanecen en Andrés. A su vez, los mencionados se miran mutuamente.

—¿Se conocen? —me atreví a preguntar, intentando cortar la tensión que se acentuó en el ambiente.

—Sí —respondió el castaño, a lo que Marla dijo:

—Lastimosamente —suspiró con pesadez, poniendo los ojos en blanco—. May, ¿puedo hablar contigo un segundo?

—Claro —con algo de confusión en su mirada, Maydeline se aleja de mí y va hacia su amiga, en dónde ambas se enfrascan en una profunda conversación.

Me giro hacia Andrés que tiene la mandíbula apretada y parece no poder quitar los ojos de Marla.

—¿Puedo saber qué pasa? —indago, llamando su atención.

—Es una larga historia —sacude la cabeza y se digna a mirarme—. Tengo asuntos que resolver. Dile a May que me envíe todo el papeleo; yo me encargaré de todo y tú, habla con tu madre.

—De acuerdo —me da un apretón en el hombro, pero lo detengo antes de que se aleje por completo—. ¿Estás bien?

Sus ojos van a Marla una última vez y suspira.

—Perfectamente —asiente y sonríe—. Nos vemos.

—Bueno, May, gracias por ayudarme a ver a Noah —escucho como Marla oculta el disgusto en su voz y con una sonrisa intenta pasar desapercibida, pero creo que a May no le convence mucho su expresión—. Lo había extrañado, está enorme.

—Sí, lo está —asiente la castaña—. ¿Ya te vas? Creí que...

—Surgió algo de último minuto y debo resolverlo —le sonríe otra vez y la abraza—. Te contaré todo después, lo prometo. Adiós, Michael.

—Adiós.

Marla se pierde por el pasillo y yo me quedo estático, observando a Maydeline que parece igual de confundida que yo. Se ríe cuando ya no lo aguanta más y ese simple y melodioso sonido me alegra el día.

—¿Qué fue lo que pasó? —pregunta aun riendo.

—No lo sé —sonrío, me acerco a ella y acaricio su mejilla—. Me gusta verte reír.

—Es que tengo muchas razones para hacerlo —se muerde el labio y me mira fijamente.

Sí, yo era una de esas razones. Que afortunado soy, carajo.

—¿Quieres conocer a Noah? —su pregunta me toma desprevenido, sin embargo, asiento hacia ella.

—Sería un honor.





Es que yo amo a Michael.

Es tan lindo, tan amoroso y atento.

¿Quién más quiere uno así?

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