32. Maydeline.
Parpadeo sin siquiera moverme de la posición en la que me encuentro, tan solo percibo la luz que entra por algún lugar de la habitación y fastidia la poca tranquilidad que he conseguido reunir desde ayer por la tarde. Aún sigo teniendo un nudo en la garganta, pero ahora, al menos, puedo respirar mejor. No sé por qué he estado tan reacia a abrirme y contar mi historia, pero ahora me doy cuenta que fue una total pérdida de tiempo.
Trago con fuerza y suelto un suspiro cuando el perfume masculino impregnado de las sábanas inunda mis fosas nasales. Suspiro otra vez, solo que ahora de satisfacción. Abro los ojos lentamente y bajo la mirada, observando el brazo que me rodea por la cintura y que me sostuvo toda la noche anterior. Soy consciente de que la sábana está enrollada en mi cadera, por lo que, técnicamente, estoy expuesta de ahí hacia arriba.
No me interesa, no cuando estoy tan feliz, sosegada y tranquila. Me gusta esta paz. Esa que se siente cuando has logrado saltar desde el abismo y conseguiste caer de pie para después solo ir hacia arriba otra vez. ¿Así es esto? Cuando se entrega el alma, todo es dicha.
Mis ojos vuelven a cerrarse, tan solo para rememorar los hechos que pasarían a ser unos de mis favoritos por siempre...
Sus manos no dejan de acariciarme por todas partes, es como si quisiera dejar huellas por todo mi cuerpo. Lo que él no sabe, es que ya está grabado tan profundo en mi corazón, que nada ni nadie podrá borrarlo jamás.
—Eres hermosa —repasa mi labio inferior con su pulgar y sus ojos azules se posan en los míos—. Eres lo más hermoso que he visto jamás.
Sus palabras solo logran hacerme temblar de felicidad y júbilo, porque las guardaré en mi mente por el resto de mi vida.
Michael estira su brazo hacia su mesita de noche y rebusca algo hasta dar con un pequeño paquete dorado. Me muerdo el interior de la mejilla cuando sé lo que es. Sus ojos vuelven a los míos luego de que se cubra con el preservativo.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —se apoya sobre sus antebrazos para no dejar caer su peso sobre mí.
—Te quiero —le dije, y quise que mis palabras fueran más que suficiente.
No dijo nada, tan solo besó mis labios como si fuera la última vez. Sus manos sostuvieron mi cintura y luego lo sentí presionarse contra mí. Me alejé de su boca para poder respirar y llevarle aire a mis pulmones. Mis ojos se cerraron al sentirlo deslizarse dentro de mí con la delicadeza más desgarradora del mundo.
—¿Estás bien? —parpadeé hacia él, que tenía los ojos fuertemente cerrados y la mandíbula apretada. Permaneció quieto en mi interior y respiró forzosamente.
—Sí —jadeé, porque era algo incómodo, más no doloroso. Mis manos acariciaron sus mejillas hasta que sus ojos se abrieron otra vez—. ¿Y tú estás bien?
—Sí, es solo que... —suspiró contra mis labios, haciéndome temblar—. May, no quiero hacerte daño.
Lo miré fijamente hasta que lo entendí: él no quería ser brusco conmigo.
Suspiré al darme cuenta la calidad de hombre que tenía junto a mí y mi corazón se volvió loco.
—No vas a lastimarme —le aseguré, pasando mis manos por su rostro, trazando sus labios con mis dedos—. Ámame.
—Ya lo hago —susurró antes de besarme y hacerme suya sin reparos.
Sí, sin duda alguna, sería mi noche favorita...
Sonrío de manera inconsciente cuando los labios de Michael presionan un beso contra mi hombro desnudo. El brazo que me rodea se aprieta más alrededor de mi cintura y todo el calor de su cuerpo traspasa el mío.
No me quiero mover, se está tan bien así.
—¿Desde hace cuanto estás despierto? —susurro bajito.
—Desde que te moviste —dice con la voz enronquecida, enviando escalofríos placenteros a todo mi cuerpo. Siento sus labios en la piel de mi cuello y mis ojos se cierran en consecuencia—. Creí que dormirías más.
—Estoy cansada, pero no puedo dormir otra vez —suspiro, sintiendo como su mano sube por mi cintura hasta mi pecho. No toca nada, tan solo consigue que nuestros cuerpos queden aún más juntos—. Estoy acostumbrada a levantarme una vez que me despierto.
—¿Has trabajado desde siempre? Ya sabes, desde que...
—Sí, no tengo otra forma de hacer las cosas —respondo, pasando mis dedos por su brazo, mientras rememoro los momentos más duros de mi vida—. Para que puedan darme a Noah debo llenar una serie de requisitos que ellos me impusieron.
—¿Cómo cuáles? —pregunta.
—Tener un trabajo estable, una casa cómoda, estabilidad económica, estar bien mentalmente...
—Tú cumples con todos esos requisitos —murmura él, ahora confundido.
—Sí, pero no para el DCF —dije resignada—. Si no soy perfecta ante el estado, no puedo tener a Noah.
Michel no agrega nada más y me pregunto en qué estará pensando, tal ves hablé de más y no me di cuenta, o quizás está muy sorprendido.
Debo girarme y cambiar de posición cuando sus brazos hacen presión alrededor de mi cuerpo. Nuestros ojos se encuentran una vez más y corazón empieza a palpitar con fuerza, emocionado y enamorado del hombre que me devuelve la mirada.
—Voy a ayudarte, May —dice y entonces mi cuerpo se tensa.
—Michael, yo... —carraspeo, sin poder dejar de ver sus ojos azules—. No está bien.
—¿Qué no está bien? —frunce el entrecejo—. May, has luchado por tu hermano casi toda tu vida... Si el estado no quiere ayudarte, entonces lo haré yo.
—Eso es justo lo que no quiero que hagas —siseo, no molesta, sino aturdida por sus palabras—. Michael, eres el presidente, si dices A todos dirán A también... He luchado por Noah desde siempre, estoy a un solo paso de conseguir su custodia...
—¿No crees que es suficiente? —me interrumpe. Se incorpora en su antebrazo para poder verme mejor—. Tú misma lo has dicho, has trabajado por él desde siempre, ¿no crees que un poco de ayuda te vendría bien?
No digo nada, porque sí, tiene razón, pero no es lo mismo. Él es el presidente, no quiero que haga ese tipo de cosas por mí.
—No quiero deberle nada a nadie —mi voz es un murmullo que no logro reconocer.
—¿Eso es lo que te preocupa? —entrecierra los ojos, yo aparto los míos—. Maydeline, mírame —lo hago a regañadientes—. La razón principal por la que accedí a la idea de mi padre de que fuera el presidente, es porque me gusta ayudar a las personas. Eres mi novia. ¿No es eso lo que hacen las parejas? Se supone que debemos apoyarnos y ayudarnos...
—Pero siempre en igualdad de condiciones —digo, interrumpiendo su discurso—. Tú tienes acceso a cosas que yo no, la diferencia es abismal. Un caso válido es que me ayudes a decidir que vamos a cenar, no que me devuelvan la custodia de mi hermano. Si te dejo hacerlo, en el futuro, cuando yo deba ayudarte a ti, no podré devolverte el favor.
—May, aún y si no fuera el presidente, te ayudaría de todas formas —comentó él, con firmeza—. En todo caso, no me deberías nada, tampoco esperaría a que me devolvieras el favor. Si quiero ayudarte es porque siento que es lo correcto, porque quiero hacerlo.
El latir de mi corazón ralentiza su ritmo, puesto que sus palabras fueron todo lo que necesitaba.
Levanto la mano y acaricio su mejilla y su labio inferior. Michael es tan atractivo que me deja sin respiración y la incredulidad me invade, porque aún no entiendo cómo es que este hombre tan bueno, amable, cariñoso se fijó en mí.
—¿Por qué sigues conmigo? —susurro inconscientemente.
—Eso mismo te pregunto yo, corazón —sonríe, acercando su rostro al mío—. Te quiero, Maydeline Allen, con toda mi alma.
—Y yo te quiero a ti.
[...]
Mis dedos se retuercen entre sí y la ansiedad no me deja respirar. Tengo un nudo en la garganta y otro en el pecho. Siento que en cualquier momento me voy a desmayar y tengo miedo, mucho miedo de llegar a la clínica y que las noticias no sean las mejores.
Pero debo ser optimista, ¿verdad?
Claro que sí, todo estará bien.
«Todo va a estar bien. Todo va a estar bien. Todo va a estar bien».
—Oye —me sobresalto cuando Michael pone una de sus manos sobre las mías—, ¿estás bien?
—Sí, estoy bien —asiento hacia él, forzando una sonrisa.
—Tu hermano va a estar bien —aprieta mis manos con cariño—. No te preocupes, ¿de acuerdo?
—Okey —asiento, aunque no quiero confiar en su palabra.
El brazo de Michael rodea mis hombros y me lleva contra su pecho. Deja un beso en mi frente y mi cuerpo reacciona en consecuencia. Me siento más tranquila, más llena, más completa. Aún no puedo olvidar la noche anterior y eso hace que mi piel se erice, no obstante, sé que debo dejar la emoción para otro momento.
—Estaré aquí siempre, ¿de acuerdo? —murmura, mirando mis ojos.
—De acuerdo —asiento, cerrando los ojos cuando besa mis labios.
No profundizamos ese beso, aún y cuando las ganas estaban palpables, tan solo permanecimos en silencio y abrazados, ahí, en la parte trasera de su enorme camioneta presidencial. Me sentía cohibida, porque jamás pensé tener una relación así, con alguien tan importante. ¿Importa que Michael sea el presidente? La verdad es que no, pero aún me parece sorprendente.
—Ya llegamos —me dice unos minutos después—. May.
—¿Sí? —lo miro antes de bajar del auto.
—Prométeme que me llamaras por cualquier cosa —me pide, con sus ojos azules brillando.
Sonrío enternecida, me inclino hacia él y beso sus labios una vez más.
—Lo prometo —musito sobre su boca.
—Te quiero —me acaricia la mejilla y no tardo en sonrojarme.
—Yo te quiero más —aseguro sin tapujos, porque es la verdad.
Me bajo del vehículo antes de que me arrepienta y decida quedarme con él para siempre. Michael tenía que ir a trabajar y yo no me opuse, yo también tenía cosas que hacer aquí en la clínica. Debía cuidar a mi hermano y cerciorarme de que todo estuviera bien.
Entro a la clínica con el corazón enfurecido, le sonrío a Olga con amabilidad y ella solo me señala el pasillo, sabiendo que no tengo tiempo que perder. Camino con parsimonia, pero sin darme un respiro para descansar. Al final del largo pasillo y frente a la habitación de Noah, la doctora Sandra me espera.
—Buenos días, Maydeline —sonríe en mi dirección.
—Buenos días —murmuro y juego con mis dedos, nerviosa—. ¿Qué tal pasó la noche?
—Bastante bien —asegura—. De hecho, tengo buenas noticias.
—¿De verdad? —la ilusión se hace presente en mi voz, ella lo nota, asiente y sonríe.
—Por supuesto, Noah es un niño muy valiente, sabía que saldría de estás ileso —dice—. La infección se detuvo y empieza a disipar, no llegó a las vías respiratorias lo que es bueno. Quiero dejarlo con el respirador hasta que los antibióticos se terminen...
—¿Cuándo se despertará? —la interrumpo.
—Más tardar mañana —informa—. Solo es por precaución, no quiero que la infección se aferre a sus pulmones, ¿entiendes? Despertará mañana y todo volverá a la normalidad.
—Gracias —suspiro aliviada.
—No hay de qué.
—¿Puedo verlo? —balbuceo esperanzada.
—Claro que sí, pasa.
Eso hice, entré a la habitación sin demora. Ver a mi hermano conectado a un respirador no era algo satisfactorio. Me dolía, en el corazón. Me dolía con el alma. Mordí mi labio cuando las ganas de llorar me invadieron, me acerqué con cautela y tomé su pequeña manito entre las más.
—Tienes que ponerte bien —susurré, dándole un beso en el dorso de la mano—. Tienes que mejorar y salir de aquí. Tienes que hacerlo, Noah. No puedes dejarme sola —las lágrimas se desbordaron y la agonía saturó todo mi cuerpo—. Eres lo único que me queda, Noah, solo abre los ojos y mejórate, por favor.
Sabía que estaba bien, que no corría peligro, pero era insoportable. Esta sensación que tenía en el pecho, el mal sabor de boca al saberlo lejos de mí. Legalmente no era mío, no tenía derechos sobre él. Lo necesito conmigo para poder respirar. Este niño era todo lo que me quedaba de lo que alguna vez fue mi lugar feliz. Añoraba volver a ser feliz de esa manera, pero solo podía lograrlo teniendo a Noah conmigo.
—Te juro que haré todo lo que esté en mis manos para que estés a mi lado, ¿de acuerdo? —susurré, me incliné hacia adelante y besé su frente—. Te amo, Noah, y no descansaré hasta que seas mío otra vez.
[...]
Cuando salí de nuevo de la habitación me sentía más calmada, supongo que ya me había hecho la idea de que mañana Noah estaría despierto otra vez.
—¡May! —exclamó la voz de Marla, la busqué hasta dar con ella de pie al inicio del pasillo. Salió disparada hacia mí y me abrazó cuando nos encontramos a medio camino—. Oh, May, lo siento tanto.
—Está bien —la abracé con fuerza, porque era esto lo que necesitaba—. Que bueno que viniste.
—Quise venir ayer, pero estaba tan ocupada con lo de la universidad y la tesis. ¡Dios, no había odiado tanto a alguien como a mí profesor de tesis! —tan dramática como siempre logra sacarme una sonrisa. Suspira y se ríe—. De verdad lo siento. Llamé a Michael porque no quería que estuvieras sola, en serio.
—No hay problema —la tranquilicé, llevándola hasta las sillas para sentarnos una al lado de la otra—. Tenías razón, contarle mi pasado fue como quitar una piedra del camino.
—Era la única manera, Maydeline —aprieta mis manos con cariño—. ¿Cómo está Noah?
—Está mejor —asiento, terminando de convencerme—. Lo van a dejar conectado al respirador hasta mañana, pero ya la infección se detuvo.
—Oh, que bueno —suspira, como si faltase el aliento—. Dios, estaba tan preocupada.
—Sí, yo también...
—¡Apuesto a que no has comido nada! —me regañó, tenía razón, pero no sé lo diría—. Ven, vamos almorzar algo, ya son casi las doce.
—Merlina...
—¡No! Tienes que estar fuerte —se levantó y esperó a que yo hiciera lo mismo—. A la vuelta hay un restaurante italiano, veamos que tal es. Yo invito.
—Marla...
—Cállate, ¿quieres? —se ríe y ambas salimos de la clínica.
La verdad es que ahora sí estoy más tranquila, saber que Noah está bien, que no lo voy a perder... Dios, ahora sí puedo respirar mejor.
—¿Te quedaste con Michael ayer? —cuestiona cuando estamos en el famoso restaurante, sentadas en una mesa para dos—. ¿Quieres lasaña?
—Sí —respondo, aunque de verdad no tenía hambre.
—¿Sí te quedaste con Michael ayer o sí quieres lasaña? —ladea la cabeza y arquea una ceja.
—Ambas —suspiro.
Pedimos nuestra comida y esperamos en silencio hasta que la misma llegó, diez minutos después. En realidad, todo estaba delicioso y terminé comiendo más de lo que esperé.
—Dormí con él —solté con rapidez, masticando despacio.
Marla frunció el entrecejo y sacudió la cabeza.
—¿Qué dijiste? —murmuró, dejando el tenedor en el plato.
—Dormí con Michael —repetí ahora con más claridad, tragando forzado.
—Con dormir... te refieres a ¿dormir? —indaga.
—No —susurré, poniéndome roja en menos de un segundo—. Yo, emh... Nosotros...
—¡No puede ser! —se puso la mano en la boca para no gritar. Yo miré disimuladamente a nuestro alrededor, comprobando que nadie nos viera—. ¡Te acostaste con él!
Oh, por favor, ¿para que le conté?
—Esto no me lo creo —se ríe, tratando de no soltar una carcajada. Merlina Addams tenía una rara y escandalosa manera de reírse, pero sabía que estaba intentando no avergonzarme en público. Lo que ella no sabía, es que ya estaba muy avergonzada—. ¡No me jodas, Maydeline! Te acostaste con el maldito presidente de USA. Esto es bueno. No... ¡Esto es increíble!
—No puede ser —apoyo el codo en la mesa y dejo caer la frente en mi mano. Estoy roja, lo sé, siento mi cara en llamas—. No debí decirte nada.
—¡¿Cómo que no?! —exclamó en voz baja, buscando mis ojos—. Tenías que decírmelo, soy tu mejor amiga. Es más, debes decirme todos los detalles sucios de tu noche de sexo salvaje.
—No te voy a contar nada y no fue sexo salvaje —repliqué, apretando los dientes y los puños—. No pienso decirte nada.
—¡Por supuesto que sí! —refunfuña, sonriendo con malicia—. Debo saber tu experiencia, es la primera vez que te la meten...
—¡Okey, esto ya fue demasiado! —me envaré escandalizada—. Será mejor que nos vayamos.
—Por supuesto que nos iremos —dice, mirándome con una ceja arqueada. Deja un par de billetes en la mesa y ambas nos ponemos de pie al mismo tiempo—, pero me vas a contar todo.
Sacudo la cabeza de un lado a otro para decirle que no, me doy la vuelta y salgo disparada fuera del restaurante, casi corriendo por la acera. Sin embargo, no llego muy lejos, pues Marla ya está junto a mí, con esa sonrisa malvada que me hace sentir más expuesta que todo el mundo.
—Vamos, solo quiero saberlo —entrelaza su brazo con el mío.
Suspiro, resignada, porque sé que no se rendirá.
—¿Qué quieres saber? —mi tono de voz sale cansado, pero a ella no le interesa.
—Todo —sonríe como el gato de Cheshire—. Anda, es la primera vez que...
—¡Ni se te ocurra decir que me la metieron! —la frené, ella se carcajeó.
—¡Pero si eso fue lo que pasó! —exclama, antes de que pueda huir de ella, tira de mi brazo—. Cuéntame.
—Bueno, yo... —me mordí el labio inferior e intenté repasar los hechos de la noche anterior sin profundizar en los mismos—. No fue para nada como lo había imaginado. Michael es demasiado... cuidadoso y tierno.
—Ay, pero que ternura, por Dios —chilla ella, enternecida, creo—. Oh, May, no puedo creer que ya no seas virgen. ¡Te dejé sola un día! Te estás revelando, Maydeline Allen.
—Ay, Marla, por Dios —bufo y ruedo los ojos—. Ambas sabíamos que esto pasaría.
—Sí, pero no taaaan pronto —me mira—. Me alegra que hayas encontrado a un hombre así, tan lindo y cariñoso. Ya no abundan muchos así por ahí.
—¿Nunca me vas a contar que pasó con tu misterioso príncipe azul? —le pregunto.
Los ojos castaños de Merlina van al cielo, sus mejillas se sonrojan y una pequeña sonrisa adorna sus labios.
—Hay cosas que simplemente no están destinadas a ser, May —se encoge de hombros—. A diferencia de Michael y tú; ustedes estaban destinados a estar juntos, como un río que fluye hacia el mar.
Sonreí atontada por sus palabras y embelesada porque tal vez tenía razón. No importa cuántas veces intenté distanciarme de Michael, al final, no pude evitar enamorarme de él.
JAJAJAJAJAJAJAJA
Marla es la mejor amiga del mundo, ¿confirman?
Ya Noah está bien, pero aun viene DRAMA
¿Están listos?
¡VOTEN Y COMENTEN MUCHO!
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