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30. Michael.

Cuando llegamos a mi departamento ella no dijo nada fuera de lo normal, solo se sentó frente a la barra de la cocina y se concentró en engullir un tarro enorme de helado de chocolate. La había persuadido de ir a comer en algún cercano al departamento, terminó decidiendo ir a Subway, en dónde apenas y comió lo suficiente. No le reproché nada, después de todo, entendía por lo que estaba pasando.

Eran casi las siete de la noche, varias luces estaban apagadas, y eso no parecía afectarle a ninguno de los dos.

—Tenía catorce años cuando mi madre se embarazó —susurró, tomándome por sorpresa. Me senté junto a ella en la otra banqueta, mirándola apuñalar el helado con la cuchara—. Estaba emocionada porque iba a tener un hermanito, me hacía mucha ilusión ser la hermana mayor de alguien —explicó—. Estaba por terminar la escuela y pasaba mucho tiempo en casa, eso no me gustaba porque mis padres siempre discutían y gritaban. Nunca me han gustado los gritos, las peleas o cosas así, me generan ansiedad. La noticia del embarazo calmó un poco las cosas, ya no se escuchaban gritos, no había peleas, todo estaba bien. Cumplí los quince y Noah nació en febrero, unos meses después de diciembre, pero yo lo asimilé como mi regalo de navidad —una sonrisa distraída y genuina pintó sus labios, como si estuviera recordando algo—. Era precioso. Tan pequeño y rosado, delicado y olía delicioso. Me encantaba cargarlo, darle el biberón o simplemente cantarle canciones, como papá solía hacer conmigo. Las cosas en nuestra casa estaban en silencio, tan calmadas que parecían no ser reales. Pero yo notaba que algo no estaba bien, papá no estaba en casa y mamá tampoco. Dos semanas después del nacimiento de Noah unos policías llegaron a la casa, era de noche y yo estaba con el bebé en mi habitación. Mi madre no estaba, solo papá y unos amigos. Lo arrestaron esa noche.

Sus ojos se llenaron de lágrimas en ese momento, se metió una cucharada grande de helado a la boca y trago con dificultad.

—¿Puedo saber por qué? —me animé a preguntar en voz baja, dándole la opción de negarse a responder.

—Robó un banco con otros tres tipos, esos que estaban en la casa ese día —la información me dejó perplejo, haciéndome fruncir el entrecejo—. Se robaron más de cincuenta millones de dólares, pero no fue eso lo que lo hundió en prisión, fueron los tres hombres que asesinó para poder entrar al lugar —suspira y me mira—. No volví a saber de él hasta tres años más tarde, cuando me dejaron pasar a verlo.

—¿Y que pasó mientras tanto?

Sube sus hombros mientras toma una lenta respiración, después vuelve la atención al helado.

—Cuando condenaron a papá a sesenta años de prisión, mi madre se volvió aun más distante. El tiempo pasaba, me gradué de la preparatoria y Noah cumplió los siete meses, prácticamente me hacía cargo de él en su totalidad. Lo alimentaba, lo cambiaba, lo cuidaba. Mi madre apenas y pasaba tiempo con nosotros, no recuerdo verla con frecuencia. A veces, me la topaba en la cocina a media noche, subía a su habitación y dormía hasta las diez de la mañana, luego se iba a trabajar. Ella era administradora de una empresa bastante grande, quería creer que estaba muy ocupada, ya que papá no estaba y debía hacerse cargo de nosotros. Pero me equivoqué —se mordió el labio inferior y cerró los ojos—. Un día llegó a casa en un gran auto y con un hombre muy elegante, según sé, era su jefe. Ella subió a su habitación sin mirarnos, media hora más tarde bajó con dos grandes maletas, se acercó a nosotros y besó mi frente, acarició la mejilla de Noah y nos sonrió, después se fue con ese hombre. Desde entonces, no la he vuelto a ver.

Mi mente no sabía muy bien como procesar todo lo que me estaba diciendo, no entendía muy bien como es que esta preciosa mujer había pasado por eso. No tenía palabras, no sabía que decirle.

Me quedé sola. Una niña de quince años y un bebé de siete meses. Podrás hacerte una idea de lo que sentí cuando no volvió esa noche, ni la siguiente, ni la que le siguió a esa —se ríe. Es una risa amarga que viene acompañada de muchos recuerdos malos. Una lágrima rodó por su mejilla y la secó con brusquedad y hasta con rabia—. La esperé. Una semana completa me senté en la ventana esperando que volviera, que dijera que solo era un viaje de negocios, pero no pasó. Me resigné y tomé cartas en el asunto, no podía dejarme caer, debía cuidar de mi hermano ahora que estaba sola. Las cosas fueron horribles para mí después de eso. En algún momento, la comida que estaba en la cocina se terminó, la leche de fórmula de Noah también y yo entré en desesperación. Tan solo tenía quince, no sabía que hacer, Noah lloraba porque tenía hambre y yo lloraba con él porque no sabía cómo consolarlo...

Las lágrimas se convirtieron en sollozos, apreté su hombro.

—No tienes que seguir si no quieres...

—No —me interrumpió y se limpió las mejillas—, estoy bien.

—Ven aquí —me levanté y tomé su mano, ayudándola a ponerse de pie.

La llevé a sofá, la senté junto a mí y la envolví entre mis brazos.

—Mi madre es colombiana —comenta, subiendo los pies al sillón y abrazando sus rodillas—. Mi papá solía viajar mucho antes de hacer lo que hizo, él era contador y lo contrataron en una empresa internacional en Colombia. Mi madre trabajaba ahí como secretaria, por eso se conocieron. Él la trajo a Estados Unidos y se casaron unos años después. No sé muy bien que llevó a su matrimonio al fracaso, pero si soy consciente de que ni mi hermano ni yo tuvimos la culpa de eso, y, al final de cuentas, fuimos nosotros quienes corrimos con la peor suerte.

>> Intenté contactarme con mi abuela materna que aún seguía en Colombia, le dije lo que estaba ocurriendo, pero en vez de ayudarme o siquiera decirme algo, solo... me colgó. Esa noche lloré tanto que creí quedarme sin lágrimas. Estaba desesperada, no sabía que hacer y cuando el llanto de Noah se volvió tan fuerte los vecinos se dieron cuenta. Llamaron a la policía y yo me asusté tanto, que solo me cambié de ropa, tomé la pañalera y me fui con Noah en los brazos. Creo que deduces lo que pasó después de ahí, ¿verdad?

Solo asentí, pues no quería imaginarme a May pasando por ese tipo de atrocidades, no era capaz.

—¿Cómo llegaste aquí, a Seattle? —acaricié su espalda con suavidad.

Ella sorbió su nariz, se limpió las lágrimas con la manga de su camisa y ese gesto tan tierno y natural me hizo quererla un montón, más de lo que ya lo hacía.

—Había conseguido un pequeño trabajo en la casa de una señora, ella era muy amable y me ayudó muchísimo. Yo me encargaba de hacer las cosas de la casa mientras ella trabajaba, a cambio, ella me dejaba quedarme en su casa y nos daba comida. Luego de vagar por semanas en la calle, eso fue como la luz al final del túnel —sonríe unos pocos segundos y yo me doy por bien servido, luego de verla sin sonreír así desde hace tiempo—. Noah cumplió un año mientras estábamos ahí, conseguí reunir algo de dinero para comprar un pasaje de autobús. No tenía muchas cosas, pero para mí era suficiente. Mientras estaba todo el caos con el caso de papá, escuché que lo habían trasladado a Seattle y es por eso que vine aquí. Llegué sin mucho dinero, pero conseguí llegar a un hotel, era pequeño, pero según sabía en ese momento, solo era una sucursal de una gran cadena bastante reconocida en la cuidad.

—¿Cómo se llama? —le quité un mechón de cabello de la mejilla para verla mejor.

Addams Group —sus ojos brillan ante la mención de aquel lugar, y un alivio inunda mi corazón cuando sé a qué se debe—. Ese día estaba el dueño, él fue quien me dio una pequeña habitación y al verme tan quebrantada y con un bebé no me cobró esa noche. Recuerdo que pensó que era mi hijo, pero después le dije que era mi hermano. Al día siguiente conocí a su hija. A Marla —se remoja los labios y sus ojos se vuelven a empañar—. Merlina fue... Ella fue mi ancla, la mano que siempre necesité como soporte, mi aliada, mi hermana... No sé que hubiera sido de mí sin ella —apoyó su mejilla en mi hombro, invitándome a rodearla con más fuerza—. Nos volvimos inseparables, no había día en que ella no me fuera a visitar a esa pequeña habitación de hotel que se convirtió en mi primer hogar aquí en Washington. Viví un mes completo ahí, hasta que Marla me invitó a quedarme con ella. Al principio no quería, pues no me gustaba eso de incomodar a las personas, pero al final me convenció, como siempre. Me mudé con ella, hicimos planes, nos acoplamos. Ella estudiaba de noche en ese momento, así que se encargó de cuidar a Noah mientras yo trabajaba en una cafetería por las mañanas, hasta que todo se puso de cabeza otra vez.

>> Noah cumplió dos años y empezó a enfermarse muchas veces, tanto que no pasaba una semana cuando ya estaba convaleciente de nuevo. Tenía mucha tos, a veces sangraba, no dormía casi pero siempre estaba cansado, estaba muy pequeño para tener dos años... No sabía que pasaba, hasta que un día dejó de respirar y simplemente tuve que llevarlo al hospital de emergencias. Cuando me dijeron lo que tenía, yo solo me derrumbé. Me sentía tan sola, incluso con Marla a mi lado, sentía que estaba sola en el mundo. Mi pequeño Noah estaba tan enfermo que tuvieron que hospitalizarlo por neumonía. Al ver que no estaba registrado me buscaron, me pidieron mis datos, pero yo era mejor de edad aún, y cuando se dieron cuenta, ellos solo... me lo quitaron.

El llanto desgarrador que vino después de eso me partió el corazón. La abracé contra mi pecho y la dejé ser. Lloró como si no lo hubiese hecho en años, como si se estuviera ahogando.

—Shhh —la apreté contra mí, sintiendo como buscaba refugio en mi pecho—. Todo está bien.

—Yo no quería que me alejaran de él, pero no pude hacer nada —dijo entre hipos y sollozos. Levantó la cabeza y me miró—. Gracias a Dios que no me llevaron con ellos también, teniendo en cuenta que yo era una niña, al igual que él. Creo que se olvidaron de mí y todo eso. El caso es que, no me quedé con los brazos cruzados. Busqué trabajo, esperé pacientemente a cumplir los dieciocho años y pedí la custodia. No me la dieron. Primero; mi padre aún seguía siendo su tutor legal aunque estuviera en prisión. Segundo; yo no tenía un trabajo o una vivienda estable para llevarlo conmigo. Tercero; no estaba capacitada física, económica y psicológicamente para criar a un niño yo sola. Fue entonces cuando busqué empleo, un trabajo de verdad. Así llegué al Capitolio. Muchas puertas se abrieron para mí en ese entonces, ganaba lo suficiente como para arrendar un pequeño apartamento...

—Tu casa —dije.

—Así es —se limpió las lágrimas—. Después busqué a mi padre. Se sorprendió tanto al verme ahí que lloró como nunca antes lo había visto. Me reprendió por ir a un lugar como ese, por ir a verlo, por apoyarlo y seguir queriéndolo después de todo lo que nos hizo. Cometió muchos errores, hizo cosas que no debió, pero es mi padre. Aunque no lo justifico, aunque sé que no debía hacer eso que hizo, lo amo y no dejaré de hacerlo nunca. Le expliqué lo que sucedió con mamá, con Noah... Estaba tan pasmado, me partió el alma ver la decepción en su mirada cuando le conté lo que hizo mi madre. Él simplemente me abrazó y me dijo que estaba muy orgulloso de mí, que era valiente... Cuando le dije lo que hicieron con Noah él dijo que quería ayudarme, entonces renunció a la custodia de su hijo para que pudieran darme la oportunidad de adoptarlo.

>> Hice todos los trámites, he ido a talleres, a psicólogos, me ha visitado la policía, el DCF¹ y muchos otros. Cuando me dijeron que aceptaban mis papeles fui la persona más feliz del mundo. La condición era que debía continuar con el seguimiento hasta que estuviera apta para Noah, así que no dejé de trabajar. Cuando aumentaron mi sueldo busqué una clínica para que pudiera tener un mejor servicio de salud, es privada, por lo que el seguro no lo cubre. Yo me hice cargo de todos los gastos y ellos no se negaron, así que continué. He hecho tantas cosas, me he esforzado tanto que, a veces, creo que no es suficiente...

—Oye —levanté su barbilla y busqué sus ojos—, es suficiente. Es mucho más que suficiente.

—¿Y por qué pasa todo esto? —se le quiebra la voz dos veces en esa sola frase, las lágrimas vuelven a bajar y un nudo obstruye mi garganta—. Cuando siento que todo está bien, cuando las cosas van por buen camino solo... todo mi mundo se tambalea porque sí y es horrible. No puedo darme el lujo de ser feliz o de estar tranquila porque de repente, todo se pone de cabeza y se siente pésimo.

—Oye, escúchame —sostuve su rostro entre mis manos—. No puedo poner en palabras lo que siento al saber todo esto. Ni siquiera sé que decirte —seco sus mejillas con delicadeza, sintiéndola tan frágil que, con un simple roce de mi parte, pudiera romperse—. Lo que sí sé, y de lo que estoy completamente seguro, es que eres la persona más valiente que he conocido.

—Michael, yo... —carraspeó, mirándome, con sus ojos al borde de las lágrimas—. Yo hice cosas de las que no estoy orgullosa, pero de no hacerlo, estaría muerta, así que tampoco me arrepiento.

—Mírame —aprieto sus mejillas, nuestros ojos se encontraron y todo parece tener sentido para mí cuando la tengo tan cerca—. Lo que hiciste en el pasado no define quien eres hoy y mucho menos quien serás mañana. Y, tú misma lo has dicho, de no hacer esas cosas, estarías muerta o no estarías aquí conmigo. Yo no cambiaría nada en mi pasado, no cuando todo eso me trajo hasta ti.

Veo mi propio reflejo en su mirada de colores, totalmente enrojecida, se muerde el labio inferior y antes de que pueda procesarlo, su boca se presiona contra la mía en un beso fiero. Se sube a mi regazo y sus manos aprietan mis hombros con fuerza, mientras su lengua no le da tregua a la mía. Y ahí, tirando de mi labio inferior con sus dientes y desabrochado los primeros botones de mi camisa, me congelo.

—Hey, May, para —sacude la cabeza y vuelve a besarme—. Ya basta.

—¿Por qué? —me mira cuando sujeto sus muñecas entre mis manos, sus ojos suplicantes me hipnotizan—. Te quiero. Te quiero y te necesito. Quiero olvidar todo lo malo que ha pasado en mi vida, quiero...

Me quiere. Mierda, esto es... ¡Me quiere, maldición!

No sabía que decirle, no sabía que hacer. Solo pude mirar sus ojos grandes y hermosos bajo la leve luz del living. Mi corazón latía furioso en mi pecho y podía percibir su respiración tan agitada como la mía.

Me quiere...

—¿Tú me quieres? —cuestionó en un susurro que me pareció tan dulce y espléndido que no supe cómo tomarlo. Lo que sí sabía, es que lo guardaría en mi memoria para siempre—. Michael, ¿tú me quieres?

Te quiero —le dije, y fueron las palabras más sinceras que había pronunciado en toda mi vida.

Sonrió con los ojos llenos de lágrimas y con sus suaves labios me besó.

—Entonces, hazme el amor.




³) DCF: El Departamento de Niños y Familias (Department of Children and Families, DCF, por sus siglas en inglés) es la agencia estatal que se encarga de cuidar a los niños y protegerlos del maltrato y la negligencia. 

(...)

¡AAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHH!

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