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29. Michael.

Decir que estoy tranquilo es una falacia gigante saliendo de mí, en especial cuándo tengo los ojos llorosos y rojos de May en mi cabeza. La imagen de mi preciosa chica llorando en mis brazos me destroza el alma, y solo quiero irme de aquí y abrazarla hasta el fin de los tiempos.

Eso y el montón de reuniones que he tenido durante todo el día no me han dejado un solo minuto para bajar a la cocina o a cualquier parte en dónde se encuentre. Tan siquiera enviarle un mensaje, lo que sea. Pero ella dijo que vendría si algo andaba mal.

Lo prometió.

Traté de concentrarme en los informes que me enviaron el Consejo de Asesores Económicos, y la Agencia Federal de Pequeños Negocios, pero parecía imposible, aún así, lo logré.

El teléfono suena y se arrastra por el escritorio debido a la vibración, el número es desconocido y me muero por colgar y mandar todo al carajo porque estoy estresado, pero no lo hago, puede ser algo importante.

—¿Bueno? —pregunto apenas contesto.

—¿Michael? —es una voz conocida, pero no recuerdo de dónde—. Soy Marla.

—Ah, sí, Marla. Hola, ¿cómo estás? —cuestiono educadamente, sin saber cómo consiguió mi número personal.

—Lo siento por llamarme así, es que no sabía... No hay nadie más —murmura y la confusión le prende fuego a mi cerebro—. May me dio tu número por si acaso.

Su repuesta a mi pregunta no formulada me deja satisfecho.

—Entiendo, no hay problema —digo—. ¿Está todo bien? Dime qué necesitas.

—Necesito que vayas con May —musita y escucho la tensión y el miedo en su voz.

—¿Qué? —frunzo el entrecejo y me aflojo la corbata que empieza a ahorcarme—. ¿Con May? Pero ella está trabajando...

—No. Ya no está, ella se fue —carraspea.

—Marla, tienes que decirme que está pasando porque no entiendo absolutamente nada, ¿comprendes? —digo, asustado y tenso—. ¿Qué pasa con May? ¿Ella está bien?

—Sí, ella... —se queda en silencio y escucho su respiración agitada—. A la mierda todo esto. Mira, ella me va a odiar por esto, pero necesito tu ayuda.

—Marla...

—May está en el hospital —suelta y todo mi mundo se tambalea.

—¿Qué?

—Mira, debes ir con ella. May nos necesita ahora. Te necesita —dice y suspira—. No puedo explicarte cómo son las cosas, ella debe decírtelo y sé que lo hará.

—No entiendo —suspiro y mi mundo se abre bajo mis pies cuando siento que mi corazón está lejos de mí—. ¿Ella está bien?

—Lo está. Al menos, físicamente —sus palabras me preocupan aún más—. May me llamó, me pidió que fuera con ella, pero no pude. No puedo. Pensé en dejarlo todo botado, en serio. Pero ella recordó que estoy presentando mi tesis, sino, no podré graduarme el mes que viene... Ella dijo que no había problema, pero sí que lo hay. Quiero estar ahí, pero no lo puedo hacer. Pero tú sí —la escucho tragar forzado—. Tengo la dirección, no sé el nombre de la clínica, pero sí dónde está. Te enviaré en un mensaje los datos.

—Okey —apenas y consigo hablar. Tengo un nudo en el pecho, no puedo respirar. Solo quiero a May conmigo, es lo único que necesito—. Iré.

—¿Michael?

—¿Sí?

—No la dejes sola, por favor. Solo... sostenla por mí, ¿sí?

Contengo la respiración y asiento, como si pudiera verme.

—Lo haré —afirmo—. Lo haré, no te preocupes.

—Gracias. Adiós.

Cuelga y la desesperación toma posesión de mi cuerpo. Me levanto y salgo disparado de la oficina, voy al primer elevador y bajo. El tiempo se ralentiza, recuerdo las palabras de Marla y solo quiero abrazar a mi corazón.

Charles me ve salir agitado del ascensor y no duda en acercarse.

—¿Señor, está bien? —me pregunta, yo solo le muestro la dirección en la pantalla de mi teléfono.

—¿Sabes dónde está esta clínica?

—Sí, señor.

—Vamos —una orden seca que acata con rapidez.

Otra orden de mi parte hacia Charles es que vuele y cumple sin rechistar. La camioneta da vueltas y vueltas y yo no puedo pensar con claridad. Necesito saber que sucede, porque tanto misterio, porque esa preciosa mujer no puede abrirse conmigo. No sé que carajos esta pasando, pero realmente necesito saberlo. Necesito verla, mirarme en sus ojos y saber que demonios pasa.

Los segundos se convierten en veinte minutos con rapidez, la camioneta se estaciona y Charles insiste en acompañarme, no lo detengo, estamos en un lugar demasiado público. Cuando bajo del vehículo el alma se me cae a los pies al ver el nombre de la clínica.

«Clínica neumológica infantil».

Tragué con fuerza el ladrillo que obstruyó mi garganta y caminé al interior del lugar con Charles pisándome los talones. Apenas las puertas de vidrio se abrieron todas las miradas se posaron en mí, en especial, la de la mujer detrás de la recepción.

—Sr. Presidente —susurró, claramente sorprendida de verme ahí—. Bienvenido, señor. No esperábamos su visita el día de hoy.

—Gracias. No se preocupe, vengo de rapidez —musito hacia ella, asintiendo con educación—. De hecho, estoy buscando a alguien, no sé si pueda ayudarme.

—Claro que sí, señor —asintió con rapidez—. Usted solo dígame quien es y veré si se encuentra aquí.

—Maydeline Allen —digo.

Ella frunce el entrecejo, pero asiente otra vez.

—Sí, ella está aquí —afirme—. Al final del pasillo hacia la derecha, debe estar ahí.

—Gracias por la ayuda.

Fue todo lo que dije antes de salir disparado hacia donde me dijo. El largo pasillo se me hacía interminable, pero apenas giré hacia la derecha la vi y todo mi mundo se detuvo.

Ahí estaba; sentada en una silla, con las piernas abiertas y los codos apoyados en las rodillas, con su cabeza apoyada entre sus manos, mientras que su pie derecho no dejaba de moverse, dándole leves golpes al suelo.

Su respiración era pesada, lo supe por el subir y bajar de su espalda, por como su cuerpo temblaba ligeramente.

—¿May? —en cuánto escuchó mi voz levantó la cabeza y buscó por todas partes hasta dar conmigo.

Se levantó con rapidez y vino hasta mí, pero se detuvo a medio camino.

—¿Estás bien? —le pregunté, acabando con los centímetros que nos separaban.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con voz ahogada, mirándome con los ojos húmedos—. ¿Quién te dijo que...? Marla —ella misma se respondió, cerrando los ojos y pasándose una mano por la frente—. Dios, yo...

—¿Qué es lo que pasa? ¿Estás bien? —me acerqué más, muriéndome por abrazarla, pero esperaría a que ella dijera algo, lo que sea.

—No... —suspiró, desvió sus ojos de mí, pero no pudo soportarlo tanto.

Se mordió el labio con mucha fuerza y en menos de un segundo, ya estaba llorando.

No pude aguantarme más, así que la abracé. Envolví su pequeño cuerpo entre mis brazos, dejando que se desahogase de lo que sea que tuviera pasando. Acaricié su espalda cuando las lágrimas se convirtieron en sollozos que me estaban astillando el corazón.

—Shhh —besé la cima de su cabello, apretándola a mi pecho todo lo que pude—. Ya está, corazón, todo está bien.

—Yo no... —se alejó un poco y me miró a los ojos, las lágrimas le caían sin contención por las mejillas, y mis ganas de saber porque estaba tan asustada me ponía los pelos de punta—. Yo...

—Shhh, está bien —besé su frente y tomé su mano—. Ven, siéntate.

Me senté y tiré de ella hacia mi regazo, estaba tiritando, como si tuviera frío. Sin embargo, tenía puesta su chaqueta de cuero marrón, así que solo la abracé.

—No quiero presionarte —froté su brazo y su espalda suavemente, sintiéndola apoyarse contra mí—, pero me está matando verte así y no poder hacer nada para remediarlo.

Se quedó en silencio unos segundos, como si quisiera calmarse primero. Apoyó su mejilla en mi hombro y buscó mi mano con la suya.

—No quería que lo supieras así. No sé por dónde empezar —musita en un susurro y puedo sentir las lágrimas en su voz.

—Por dónde tú quieras, preciosa —le alenté, dándole otro beso en el pelo.

Se enderezó en mis piernas, mirando hacia la esquina y viendo a Charles, que estaba de pie cerca de una pared, observando atentamente el pasillo.

—Mi hermano está aquí —me hizo saber, sin mirarme, solo jugando con nuestros dedos.

—¿Tu hermano? —asintió a mi pregunta—. ¿Por qué está aquí?

Remojó sus labios y elevó la mirada al techo, parpadeando para alejar las lágrimas.

—Tiene fibrosis quística —terminó con los ojos cerrados, llevándose una mano a la boca para callar un sollozo.

Me quedé estático en mi lugar sin dejar de mirarla. Mi cerebro aún no podía procesar la información que me había dado. May tenía un hermano, y él tenía fibrosis quística.

—Tiene siete —su voz me sacó de mis pensamientos. Tenía la mirada fija en mí rostro, se pasó un mechón detrás de la oreja—. En los últimos días había estado tosiendo más de lo normal, todos creíamos que se había resfriado por el cambio de clima, pero resultó ser una bacteria. Dejó de respirar esta mañana, sus pulmones estaban llenos de mucosidad, pero la bacteria está ahí y eso complica las cosas. Lo han conectado a un respirador y ahora... —no pudo terminar, el llanto no la dejó.

Dios, me estaba volviendo loco verla así. Volví a abrazarla, dejándola llorar con libertad, sin poder creer aún lo que me había contado. Me pregunté a mí mismo como no me había dado cuenta, luego recordé que en su expediente no había nada sobre hermanos. Solo conocía lo de sus padres y aquel secreto que me contó cuando estaba ebria hace más de un mes, pero ella no hablaba conmigo de nada al respecto.

Era muy cerrada o le daba vergüenza, pero no creo que sea lo último, May no es esa clase de persona. Tal vez, le duele tanto y es tan difícil que no sabe cómo expresarlo.

—Estoy tan asustada —confesó, pude sentir su respiración temblorosa en mi cuello y eso solo me hizo apretarla más.

—Tranquila —la abracé más.

Era estúpido decirle que todo estaría bien cuando ni siquiera sabía la gravedad del asunto.

—Es una bacteria poco común en los niños que padecen de esto —informó—. No quieren darme muchos detalles, pero sé que todo se pondrá peor si llega a sus vías respiratorias.

—¿Tiene algún tratamiento? —pregunté, asintió.

—Está aquí con un tratamiento clínico que ha sido beneficioso para muchos niños, ha avanzado muchísimo, pero estamos a la espera de unos pulmones nuevos —aquello me deja de piedra—. No es fácil conseguir un par de pulmones para un niño de siete años.

Entonces supe porque estaba tan alterada y no la juzgaba, de hecho, la entendía. Cuando tienes hermanos darías la vida por ellos, es inevitable no sentirse mal si algo malo les sucede.

—Oye —levantó la cabeza, sus ojos enrojecidos me miraron y mis dedos le quitaron el resto de lágrimas que aún tenía en las mejillas—, todo estará bien, ¿sí? —traté de tranquilizarla con una sonrisa, pero ella parecía no estar en este plano—. Estoy aquí y no voy a dejarte sola, ¿está bien?

—Está bien —respondió automática.

No quise forzarla a nada más, solo besé su mejilla y su frente otra vez, dejándola descansar sobre mí.

No entendía muy bien lo que ocurría, pero lo de su hermano era algo realmente comprensible.

—¿Maydeline? —una voz femenina hizo que la castaña diera un salto en mi regazo, llevándome a sujetarla con fuerza antes de que terminase en el suelo.

May se puso de pie y yo hice lo propio, ambos centramos nuestra atención en la mujer morena frente a nosotros.

—Hola, Catalina —la saludó ella con voz desganada, secándose las mejillas—. No sabía que vendrías.

—La clínica me informó lo que estaba ocurriendo, además, tenía que venir para que firmes la planilla de visitas —eso último me deja descolocado, pero no digo nada. La mirada de la mujer castaña deja a May y viene directamente hacia mí, sus ojos se agrandan al reconocerme—. Señor presidente.

Asentí hacia ella a modo de saludo, sin poder decir nada más.

—¿No puedo venir luego de hoy? —cuestionó Maydeline un poco alarmada.

—No, puedes venir —asintió ella—. Solo vine porque debemos tener el control de visitas al día, ya sabes cómo es.

—Oh, claro. ¿En dónde debo firmar?

Ellas se enfrascan en una conversación sobre el control de visitas, lo que me deja bastante confundido, obviamente porque estamos hablando de su hermano, ¿por qué debía tener un control de visitas?

Luego de intercambiar un par de palabras más con Maydeline, la mujer se aleja, dejándonos solos una vez más en medio del pasillo.

—¿Estás bien? —le pregunto otra vez.

Ella suspira, se pasa las manos por el rostro.

—Sí, solo estoy cansada, nada más —me dice.

—¿Maydeline? —otra voz femenina nos interrumpe, antes de que pueda decir otra cosa.

Es una mujer rubia, alta y con una bata blanca, supe de inmediato que era una doctora. Ella miró a May y luego a mí, no sin poder retener el impulso de abrir sus ojos con asombro, pero no dijo nada, cosa que agradecí muchísimo.

—¿Todo está bien? ¿Noah está bien? —las palabras de May salieron con rapidez de su boca, llevándose la atención de la doctora completamente.

—Sí, May, calma —le dijo ella, acercándose y sujetando sus manos—. Él está bien, está dormido, no puedo tenerlo despierto con el respirador, se puede alterar —le informa—. Ya estamos aplicando el tratamiento para la bacteria. Estos antibióticos con frecuencia son bastante efectivos, más tardar mañana la bacteria habrá podido detener el paso por sus pulmones.

—¿Y qué pasará después? —cuestionó con la voz ahogada.

—Por ahora, esperar. Cuando la bacteria desaparezca procederemos a drenar sus pulmones de cualquier mucosidad, así podrá respirar con normalidad otra vez. Y, después, esperaremos a ver cómo reacciona. Tener fe de que encontraremos unos pulmones para él.

May soltó un suspiro tembloroso, pero terminó asintiendo.

—Entonces, ¿él estará bien?

—Claro que sí, linda —ella le sonrió como intentando tranquilizarla—. Yo tengo guardia esta noche, así que estaré al pendiente de él todo el tiempo. Lo cuidaré bien, lo prometo.

—Está bien —dijo.

—Vete a casa —le indicó ella—. Yo me ocuparé de todo —prosiguió, sonriéndole, antes de que la castaña pudiese objetar—. Ve, pareces cansada. Noah estará bien y yo lo cuidaré.

—Okey —aceptó finalmente, aunque un poco insegura—. ¿Me llamarás por cualquier cosa?

—Te llamaré por cualquier cosa —asintió la mujer—. Anda, ve a casa.

—Gracias.

La rubia asintió embozando una sonrisa y se alejó después, dejándonos a solas otra vez.

—Ven a casa conmigo —le dije, atrayendo su cuerpo al mío—. Estamos más cerca de aquí.

—¿Estás seguro? —me miró con sus grandes ojos, que ahora se encontraban irritados.

—Claro que sí —le quité el cabello del rostro y lo puse detrás de su oreja—. Ven conmigo, así puedo cerciorarme de que comas algo.

—No tengo hambre —negó, bajando la cabeza.

—Aun así, debes comer —enfaticé, le sonreí un poco y besé sus labios cortamente—. Ven.

La saqué de ahí, y, aunque fuera imposible, intenté mantenerla al margen de lo que ha estado pasando con su pequeño hermano mientras estuvimos en el auto. Le pregunté varías cosas sin importancia, la envolví entre mis brazos y la dejé descansar unos segundos, aunque sabía que su mente seguía en la clínica.



¡LOS SECRETOS EMPIEZAN A SALIR!

Las cosas se empiezan a salir un poco de control.

May y Michael tienen mucho de que hablar.

¿Qué les parece?

¡VOTEN Y COMENTEN MUCHO!

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