28. Maydeline.
El siguiente jueves me levanté con el corazón hecho pedazos y sabía exactamente la razón. Noah estaba enfermo. Tenía una leve infección, sin embargo, Sandra lo había medicado. También me sentía demasiado triste por la cuestión de los pulmones y lo lejos que estábamos de encontrar un donador.
Cada paso que daba era una tortura, solo quiero volver a mi casa y encerrarme en mi habitación, llorar hasta el cansancio y olvidarme de todo por una vez en mi vida. ¿Por qué todo tiene que ser tan difícil? Noah es tan solo un pequeño que no tiene la culpa de nada, como ningún otro niño. ¿Por qué tiene que pasar esto?
Tan solo pensar en eso me dan unas fuertes ganas de llorar, pero trato de no darle tantas vueltas a la cuestión, ya de por sí estaba bastante mal.
—Ya cálmate —me susurro mientras empujo en carrito por el pasillo hasta la oficina Oval—. No llores. Cálmate.
Me repito un millón de veces las mismas palabras, puede que Michael esté en la oficina como puede que no, así que no quiero quebrarme delante de él. No puedo darme el lujo de hacer eso. Soy frágil, blanda y muchos otros adjetivos, pero no quiero hacerlo.
No puedo.
—Hola, May —saluda Charles, serio y protocolario como siempre. Pero creo que, al saber que soy la novia secreta de su jefe, logra que no sea tan frívolo conmigo.
—Hola, Charles —medio le sonrío y le agradezco cuando me abre la puerta.
Gracias a Dios no está en la oficina, por lo que me relajo y hago mi trabajo, aún con el nudo en la garganta y la preocupación a flor de piel. Estoy revisando mi teléfono en casi todo el transcurso de la media hora, pues quiero estar al pendiente por si me envían algún mensaje de la clínica o algo.
No te preocupes por Noah, sabes que ese niño es un guerrero y puede con todo.
Haz tu trabajo, tranquila y no te estreses tanto, ¿vale?
Suspiro al leer el mensaje de Marla.
Estoy bien, no me estresaré, te lo prometo.
Tú concéntrate en tu tesis.
Lo harás bien.
Te quiero.
XO
¡Gracias!
Te quiero infinitamente.
XO
Sonrío un poco y guardo el teléfono otra vez, y en ese instante la puerta se abre y todo se tambalea para mí.
—Estoy seguro de que así será —el pelinegro entra hablando por teléfono sin percatarse de mi presencia en la oficina—. No te preocupes, yo firmaré y eso se hará de la mejor manera posible... —entonces sus ojos se levantan y todo el control que había ejercido sobre mis emociones se desvanece y la respiración se me corta, al mismo tiempo que las lágrimas bajan sin contemplación—. Mauro, ¿me permites unos minutos? Surgió algo importante, te llamaré después.
Cuelga y cierra la puerta antes de acercarse a mí con rapidez. Me cubro el rostro con las manos para ocultar mi desosiego.
—¿May, que pasa? —siento sus brazos rodearme, y cuando deposita un beso en la cima de mi cabeza solo me dan ganas de llorar aún más—. Mi amor, ¿qué sucede?
Tengo unas ganas inmensas de gritarle todo lo que está pasando, todo lo que le he estado ocultando. Quiero contarle, pero el nudo en mi garganta me lo impide y la opresión que tengo en el pecho no me deja sacarlo de una vez por todas.
—Oye —sostiene mi rostro y se apresura por secar mis lágrimas. Tiene el ceño fruncido, esa expresión de incertidumbre marcada en su hermoso rostro—, ¿qué es lo que pasa? ¿Por qué lloras? ¿Estás bien?
Las preguntas me golpean como una bola de demolición.
Pasa lo peor, Michael. Lloro por todo lo que está de cabeza en mi vida. No estoy para nada bien.
Y, a pesar de querer decir eso, me sereno y tranquilizo el remolino de emociones que tengo en el estómago.
Levanto una mano y acaricio su mejilla, me pierdo en sus ojos azules y vierto toda mi angustia en un beso cargado de tensión. Sus manos sueltan mi cara para ir a mi cintura, aferrándose a mí. Lo beso con ardor, con todo lo que tengo y lo que soy en este momento.
Ira. Miedo. Odio.
Mi vida es un caos, pero él, Marla y mi hermano son lo único bueno que tengo.
Su teléfono vuelve a sonar y él se separa a regañadientes de mí, cuando lo escucho hablar con el tal Mauro, toda la realidad cae sobre mí.
Oh, no. No, no, no.
Me doy la vuelta para meter todo en el dichoso carrito, pero al verme tan apurada, Michael me sujeta del brazo.
Mierda.
—Sí, te espero —le dice a la otra persona, me mira totalmente desconcertado—. Por supuesto. Hasta luego —cuelga y se concentra en mí de nuevo—. ¿Vas a decirme que es lo que pasa?
—No pasa nada —susurro, bajando la mirada.
—No me puedes decir eso luego de... —cierra los ojos y suspira—. Corazón, ¿qué es lo que sucede? Puedes decirme lo que sea —y ahí está esa suavidad y dulzura en su personalidad, y las palabras en la punta de mi lengua—. No soy estúpido, Maydeline, sé cuándo pasa algo. No quiero presionarte, no quiero que te sientas obligada a contarme todo, pero tienes que saber que estoy aquí para ti —las lágrimas se aglomeran en mis ojos, pero no les permito salir—. ¿Vas a decirme que pasa?
Sí. No. No sé. No puedo.
Bajo la cabeza, siento el corazón en la boca, la respiración agitada y mi cuerpo tenso.
Díselo. Díselo. Díselo. Díselo. Díselo.
—Solo es un mal día —digo, sin embargo. Bajo la mirada y sacudo la cabeza—. Creo que me dio un bajón. Eso es todo.
En sus ojos veo como no me cree, pero en vez de reprocharme, me abraza. Rodeo su cintura con mis brazos y descanso mi mejilla en su cuello. Cierro los ojos y me empapo de su perfume tan dulce y masculino.
—Eres muy importante para mí, ¿lo sabes? —susurró en mi oído, asentí y me apreté más contra su pecho, intentando no llorar—. No importa cuánto tiempo pase, siempre estaré dispuesto a escucharte.
—¿Cómo puedes soportarme? —murmuro, entre un suspiro y un sollozo.
—Estoy enamorado de ti, ¿eso te dice algo? —cuestiona, haciéndome reír.
—Dice lo suficiente —aseguro, levantando la barbilla y mirándolo a los ojos, me siento raramente completa.
Michael no me dice nada, solo acaricia mis mejillas y deja un beso en mis labios. Cuando intentamos profundizar el gesto, su teléfono vuelve a sonar.
—Maldita sea —gruñe contra mi boca, logrando que una sonrisa aparezca en mis labios.
—Contesta, seguro es importante —le digo—. Yo debo ir a trabajar.
—¿Nos vemos esta noche? —pregunta antes de que me vaya.
—Está bien —asiento y trato de alejarme, pero no me deja.
—¿Vendrás aquí si vuelves a sentirte mal? —indaga, buscando mis ojos.
—Sí —balbuceo.
—¿Lo prometes? —ladea la cabeza y pone esa expresión que no me deja pensar con claridad.
El corazón se me acelera y mis mejillas se encienden.
—Lo prometo —enfatizo en tono seguro.
—De acuerdo.
Su mano sujeta mi rostro y sus labios se presionan contra los míos una última vez.
Salgo de la oficina sintiéndome rara: mal y bien. Es agridulce. Quizá era un abrazo suyo lo que necesitaba, pero llorar frente a él es darle acceso a una parte de mi vida que no sé si estoy dispuesta a sacar a la luz.
¿Estoy lista?
«Definitivamente sí, pero estás que te mueres de miedo».
Tal vez debería contarle esta noche y quitarme este peso de los hombros.
Me sobresalto abruptamente al encontrarme a la señora Evans a mitad del siguiente pasillo.
—Hola —me sonríe.
—Señora Evans —susurro, sorprendida y asustada. Carajo, es mi suegra. No, mejor no pienso en eso—. No la esperábamos...
—Sí, es que me apetecía pasar a visitar a mi hijo, pero me dijeron que estaba algo ocupado —no borra la sonrisa.
Es tan parecida a Michael que me da miedo. Castaña, ojos claros y esa rara expresión de amabilidad y confianza que posee su hijo, ella también lo tiene.
—¿Puedo ofrecerle algo? —menciono, aferrándome al carrito—. Estoy a su disposición.
—Oh, claro, linda —asiente—. Una taza de té no me vendría mal.
—Por supuesto, acompáñame —le indico—. La llevaré a la cocina.
Camino a paso apretado, como si no estuviera guiando a la madre de mi novio a la cocina. Cuando ingreso a la estancia dejo el carrito en un lugar donde no estorbe el paso, la señora Evans toma asiento en un taburete frente a la enorme y pulida barra.
—¿Té de manzanilla estaría bien, señora? —le pregunto.
—Sí, gracias —asiente y sonríe de nuevo.
Le devuelvo el gesto y me doy la vuelta para disimular mi nerviosismo. No tardo demasiado en preparar el té, por lo que le dejo la taza en sus manos cinco minutos después.
—Gracias, tesoro —asiento con una sonrisa.
—No hay de qué.
—¿Cómo es tu nombre? —ladea la cabeza, tal y como hace su hijo.
—Maydeline —respondo.
—¿Trabajas aquí hace mucho? —cuestiona interesada.
—Desde tres meses, casi cuatro —informo, apoyando los brazos en la barra—. Antes solía trabajar en el Capitolio, pero cuando Micha... El presidente llegó, me transfirieron —carraspeo y bajo la mirada.
—Que bien —asiente—. ¿Haces algo más aparte del trabajo?
—No, lastimosamente no me queda mucho tiempo para más —me justifico—. Pero el trabajo es primordial, por lo que no es algo que me afecte demasiado. Además, me gusta ayudar en cosas grandes, y no hay nada más grande en este país que esta casa, ¿verdad?
Ella me detalló y sonrió, dejándome aturdida cuando dijo—: Eres tú.
Estaba perdida, no sabía a lo que se refería, así que solté—: ¿Cómo dice?
—Que eres tú —repitió, le dio un sorbo a su taza de té y volvió a sonreír—. Eres la mujer que trae loco a mi hijo.
Todo mi cuerpo se paralizó y mi cerebro entró en shock, literalmente entré en cortocircuito. Yo la miraba y ella me miraba. Mi rostro era un auténtico poema y el suyo una imagen de satisfacción.
Ella lo sabe. Ella lo sabe.
Ay, Dios, ¿qué hago?
—Mmh, yo... —carraspeé y abrí la boca cinco veces y las cerré otras cinco veces más. Balbuceo e intento decir algo, pero no sé qué—. Yo...
—Tranquila, linda —murmura ella—. No voy a armar un escándalo o decirte cosas feas. Yo no soy así, no juzgo a nadie, cariño, así que no lo esperes.
Me quedé en silencio, miré mis dedos. Estaba demasiado nerviosa como para verla a los ojos.
—Estoy sorprendida, ¿sabes? —mencionó, delineando el borde de la taza con su larga uña—. Creí que Michael buscaría otra mujer plástica, arrogante, egoísta y sin cerebro. Pero veo que me equivoqué —me mira y yo soy capaz de mantener mis ojos en los suyos—. Realmente estoy sorprendida.
—No sé que decir, señora Evans —musito. «Salvo que tengo el corazón en la garganta». Trago duro y enderezo la espalda—. Yo no quise que usted se diera cuenta de este modo.
—¡No te preocupes! De no indagar, jamás sabría de tu existencia —se ríe, sacudiendo un poco la cabeza—. Michael es tan cerrado que a veces siento que no tiene la capacidad de expresar sus sentimientos. Pero bueno, ya lo sé y estoy realmente extasiada.
Decir que estoy anonadada es poco, siento que estoy viviendo una película.
¿Esto realmente está pasando?
La señora Evans coloca sus manos extendidas sobre la barra, yo la observo a ella y pongo mis manos sobre las suyas.
—¡Pero mira nada más! Que manos tan lindas —sonríe—. Las manos de una princesa —me da un apretón cariñoso—. Espero que te lleve a cenar con nosotros un día de estos, sino, ¡yo misma le tiraré de las orejas a ese ingrato!
Es imposible no soltar una risita, así que me muerdo el labio para callarla.
—¡Mira la hora! Debo estar en el tribunal en dos horas, ya me voy —se levanta y acomoda su bolso Gucci en el hombro—. Fue un placer conocerte, preciosa, espero verte pronto.
—Igualmente, y espero lo mismo —expreso con amabilidad, ella me guiña un ojo y se retira, dejándome sola con mis pensamientos y emociones—. ¡Vaya!
Me ventilo con la mano, respiro profundo y trato de aceptar lo que acaba de ocurrir.
Hablé con la madre de Michael y no morí en el acto.
Bueno, eso es algo aceptable. Eso creo.
El sonido de mi teléfono llama mi atención y lo saco con rapidez de mi delantal.
—¿Bueno? —contesto.
—Hola, May —la voz de Sandra al otro lado de la línea me eriza los cabellos.
—¿Sandra? —susurro, la escucho titubear un poco y mi cuerpo se tensa—. ¿Todo está bien?
—Maydeline, Noah dejó de respirar.
Un cap tenso: 👇🏻
Es duro leer esto... ¿Qué les parece?
A mí me da una tristeza tremenda.
Por otro lado, se viene el DRAMA y muchos secretos están por salir a la luz.
¡Voten y comenten mucho!
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