27. Maydeline.
Lo miro dormir como si fuera lo más fascinante que he hecho jamás, y no está muy lejos de la realidad. A veces, creo que él no es real, que es de mentira y que mi mente me hace una mala jugada, hasta que nos miramos a los ojos y veo todo lo que siente por mí. Eso me demuestra que es real.
Miro sus pestañas oscuras y gruesas, tupidas y largas. Miro el ángulo perfecto de su nariz en conjunto con su mandíbula. Miro el leve y casi invisible rastro de barba cubriendo su rostro. Miro lo relajado que es su semblante cuando está dormido.
Michael es tan guapo que me deja sin respiración, y estoy tan enamorada de él que hasta me duele el corazón y un fuerte nudo atenaza mi estómago.
Muy pocas veces me pasa, pero de vez en cuando pienso que él no puede sentir lo mismo por mí, ¿pero como no? Sus gestos, sus acciones... Todo en él me hace saber lo contrario.
Está enamorado de mí.
Dios mío, ¿en qué momento pasó?
—Ya sé que soy guapo, pero si me sigues mirando así no me haré responsable de mis actos —murmura somnoliento, sin siquiera abrir los ojos.
Su voz ronca me eriza la piel y me estremezco, sin embargo, sus palabras me hacen sonreír. Cuando Michael decide abrir los ojos, la poca luz que entra por mis oscuras cortinas iluminan sus irises azules.
—¿Desde cuándo estás despierto? —cuestiono.
—Desde que te moviste —suspira, sus labios se presionan contra mi frente y el simple gesto me llena el estómago de maripositas—. Buenos días.
—Buenos días —sonrío en su dirección—. ¿Cómo dormiste?
—Es difícil dormir mal cuando estoy contigo —acaricia mi espalda por debajo de mi sudadera—. Es increíble escucharte soltar esos suaves sonidos que haces cuando estás dormida.
Mi ceño se frunció y mis ojos fueron a los suyos antes de preguntarle totalmente alarmada—: ¿Sonidos?
Sonríe y asiente.
—Sí, son soniditos bastante suaves —su sonrisa malvada me pone los pelos de punta—. Es como si estuvieras muy a gusto.
—Ay, no puede ser —me tapo la cara otra vez, sonrojada.
—No te avergüences —me pide, dándome un beso en el pelo—. ¿Y tú? ¿Cómo dormiste?
—Me gusta dormir contigo —confieso y es su turno de sonreír.
—¿Qué hora es? —sus ojos se desvían a la ventana.
—Casi las siete —informo—. Mi turno empieza a las diez hoy. Supongo que tienes que irte temprano...
—¿Ya quieres que me vaya? —noto la diversión en su voz y una risita se me escapa.
—No —digo obvia, sonrojándome hasta las orejas—. Solo que no sé tu horario de trabajo.
—Yo trabajo todo el día, May —pasa un mechón rebelde detrás de mí oreja, acariciando la misma con sus dedos—. Incluso ahora estoy trabajando.
Subo las cejas, fingiendo sorpresa, mordiendo una sonrisa le pregunto—: ¿En serio?
—Totalmente —asiente, con una sonrisa.
—Entonces, ¿debo llamarlo señor presidente? —arqueo una ceja.
—Sonaría sexy, sí —me rio y me cubro la cara con una mano, mientras tiro de la sábana hasta mi cuello.
—Bueno, entonces, ¿cuál es su trabajo justo ahora? —indago, mordiéndome el labio inferior.
Michael lo piensa, o finge hacerlo, no lo sé.
—¿Justo ahora? —asiento. Sonríe, se incorpora y acerca su rostro al mío, roza nuestros labios. Mi respiración se corta cuando acaricia mi nariz con la suya suavemente—. Tengo muchas cosas en mente, Srta. Allen. Quiero hacer un buen trabajo, pero no sé si tengo su permiso —tira de la sábana que cubre mi cuerpo, cerniéndose sobre mí un poco.
—¿Permiso para qué? —cuestiono, mirándolo fijamente a los ojos.
—Para darte los buenos días —contestó, reprimiendo una sonrisa.
Decir que no me encantó esa sonrisa y el tono perverso en su voz sería una completa falacia. Cuando decía este tipo de cosas no sabía cómo asimilarlo, mi corazón latía fuertemente y mi respiración se agitaba, sin olvidar el hecho de que me entraban unas ganas inmensas de abrazarlo y besarlo hasta el cansancio.
Nos miramos sin decirnos nada, sus ojos recorren todo mi rostro antes de juntar nuestros labios en un pequeño beso, para luego mirarme otra vez. Es como si buscara mi consentimiento y yo solo quiero comérmelo a besos. Levanté la cabeza y presioné mis labios contra los suyos, un suspiro de satisfacción se le escapó y me besó con ganas.
Su cuerpo se amolda sobre el mío y de alguna manera, logra acomodarse entre mis piernas. Sus labios se mueven con precisión sobre los míos, haciéndome sentir en el quinto cielo. Su lengua acaricia la mía con lentitud y tan suave y profundo que me hace suspirar, estoy a un segundo de entrar en otro plano astral de lo bien que me sentía.
Besa mis labios una última vez antes de desplazarse por mi barbilla, mi mandíbula y mi cuello. Me muerdo el labio inferior y suspiro, ladeando la cabeza para darle más acceso. Aprieto sus brazos, sintiendo su calor corpóreo envolver el mío y yo solo quiero fundirme con él.
—Me estoy mareando, hueles delicioso —suelto una risita al sentir su respiración en mi cuello.
Sujeto su rostro entre mis manos cuando levanta la cabeza, el mar en sus ojos me deja sin aliento y me estremezco. Siento sus dedos recorrer mi abdomen por encima de mi short, pasando su pulgar alrededor de mi ombligo, enviando corrientes desde mi cabeza hasta las puntas de mis pies.
—Michael...
—Está bien —me besa.
—No, no es eso —acaricio sus mejillas y sonrío—. No me siento lista para ir más allá, pero... no quiero parar.
Me mira entre sorprendido y confundido, es tan graciosa su expresión que no puedo evitar sonreírle.
—¿Paso a paso? —cuestiona.
Me muerdo su labio al recordar nuestra conversación hace semanas.
—Puedes confiar en mí, May —acaricia el contorno de mi rostro con su mano—. No voy a presionarte ni a exigirte nada que no puedas darme. Cuando quieras intentar algo, lo que sea, aquí estoy para ti, no importa lo que pase.
Me pierdo otra vez en su mirada azulosa, expectante y a la espera de mi respuesta. Soy demasiado tonta y atolondrada como para decirlo en voz alta, así que solo asiento.
Cierra los ojos y apoya su frente contra la mía, lo veo tragar con fuerza y suspirar profundamente.
—Quiero mantener mi autocontrol en su lugar y usted no me deja la tarea sencilla, Maydeline Allen —sisea entre dientes.
—Bueno, yo... —carraspeo y sonrío inocente—. Digamos que quiero ver cómo eres cuando no estás en control.
Sofoca una risita y niega, incrédulo.
Bueno, ¿cómo voy a controlar mi boca si lo tengo sobre mí? Mentiría si dijera que no he fantaseado un millón de cosas con este hombre, pero es que aún no me siento preparada para hacer algo tan importante, sin embargo, sé que puedo hacer otras cosas... lo que sea.
—No sabes lo que pides, corazón —se mordisquea el labio inferior y sacude la cabeza—. ¿Estás segura de querer comenzar con la fase experimental?
No me lo pienso mucho, así que muevo la cabeza en afirmación.
—Sí...
—Okey —besa la punta de mi nariz con pura ternura y mi corazón se detiene un segundo y reanuda su ritmo al siguiente—. Si quieres que pare o algo no te gusta... solo dímelo y me detendré.
—Serías incapaz de hacerme daño —la seguridad en mi voz me asusta un poco, pero es que siento tantas cosas por él que, de alguna manera, sé que no podrá lastimarme.
—¿Confías en mí? —me mira directamente a los ojos, buscando alguna negativa de mi parte, pero no la encuentra por ningún lado.
—Confío en ti.
No debo decirle más, así que solo me besa. El ambiente se torna pesado, el beso asciende de intensidad y se vuelve rudo. El beso que pretendía ser tierno y delicado pierde su esencia, volviéndose uno primitivo y necesitado. No tardo en enredar mis dedos en su cabello y abrir mi boca, dejando que su lengua juegue con la mía en un baile cargado de pasión.
Sus manos se pierden bajo la sudadera y acaricia todo mi torso, pero cuando llega a la parte superior de mis costillas se detiene, apartándose abruptamente de mi boca, dejándome aturdida y desorientada.
—¿Qué es esto? —frunce el entrecejo, se aleja y se sienta en la cama, mirándome con atención.
—¿Qué pasa? —me apoyo en mis codos y busco sus ojos.
—¿Qué tienes ahí? —me señala, arrugo la nariz y me siento frente a él.
Me quito la sudadera y me quedo con el top de tirantes azul cielo que siempre uso para dormir. Me pongo de rodillas frente a él, levantando un poco la tela para mostrarle lo que tanta impresión le causó.
—Es un tatuaje —le digo, mirándolo.
Su ceño está levemente fruncido y sus dedos van a las líneas plasmadas en mi piel. Tiemblo ante su toque y por las cosquillas que me genera esa parte del cuerpo.
—Un ángel —musita, asiento—. ¿Es por algo especial?
—Por alguien —corrijo. Por mi hermano, quiero decir, pero me contengo.
No por vergüenza, sino por el nudo que se me atora en la garganta cada vez que menciono por qué no está conmigo.
—¿Alguien especial? —arquea una de sus cejas, asiento—. Me voy a poner celoso.
Me río, niego y rodeo su cuello con mis brazos.
—No es esa clase de cariño —rozo nuestras narices—. Es diferente a lo que siento por ti. Ahora —sonrío, beso su mandíbula—, nosotros estábamos en algo, ¿no?
—Me encanta cuando te pones así —se ríe—. Ven.
Se acomoda al inicio de la cama, sentado y apoyado en el espaldar. Tira delicadamente de mí hasta tenerme entre sus piernas, de espaldas y apoyada contra su pecho.
—Sabes que jamás haría algo que no quisieras —murmura en mi oído, mordiendo con suavidad el lóbulo de mi oreja.
—Ajá —suspiro, sintiendo una pulsada intensa directa en mi vientre, que se aprieta cuando besa mi cuello con lentitud.
Acaricia mis hombros, baja por mi cuello y va hasta mis clavículas, su mano desciende por el medio de mi pecho hasta llegar a mi torso. Presiona su pulgar contra mi tatuaje, trazando suavemente las líneas minimalistas del mismo. Sigue bajando, acariciando mi abdomen con sus dedos de una manera tan dulce y delicada que me hace suspirar.
Me tenso cuando llega al borde de mi short de pijama, pasando sus dedos por el interior, aún sin rozar terreno prohibido.
—Todo está bien —susurra, besando mi oreja, mi cuello y mi mejilla—. No estés nerviosa.
Asiento, incapaz de formular palabra.
Presiona el hueso de mi cadera y baja más, decir que ver su mano dentro de mis pantalones no causa estragos en mi interior sería mentira. Lo siento rozar el elástico de mis bragas con suma lentitud, es como si temiera asustarme.
—Relájate —pasa sus labios por mi mandíbula y yo me hundo más en su pecho—. Te va a gustar.
—¿Lo prometes? —cuestiono con la voz en hilo, alarmada.
—Lo prometo, preciosa —besa mi sien.
Me muerdo el labio inferior y espero que continúe, lento y con calma, se desvía al lugar en donde nadie jamás me ha tocado. Entonces pasa, todo mi cuerpo es una terminación nerviosa que se estremece al instante cuando sus dedos acarician delicadamente mi centro.
Un jadeo escapa de mis labios cuando su pulgar roza mi clítoris en círculos lentos, mis manos se cierran en puños alrededor de la dura tela de sus jeans, él sigue con su trabajo de volverme loca y yo tiemblo.
—Ay, cielos... —mi voz es irreconocible a mis oídos, mi respiración es un desastre y mi cuerpo resulta ser flácido y tenso al mismo tiempo—. Michael...
—Solo relájate —sigue repartiendo besos húmedos por todo mi cuello y mi hombro.
Intento relajarme, pero la oleada desconocida de calor me tiene volando, es como si todo el peso de mi cuerpo desapareciera de golpe, dejándome flácida. Respiro pesadamente y me concentro en sus dedos moviéndose suavemente, pero sin descanso en mi feminidad. Me muerdo los labios para retener los gemidos que amenazan con salir de mi boca, pero fracaso en su totalidad.
Entonces, cuando creo que no podría ser más intenso, uno de sus dedos se desliza en mi interior. Doy un respingo acompañado con largo gemido que se escapa de mi boca, y cierro los ojos con fuerza. El contacto no es invasivo, pero resulta extraño y un poco incómodo, pero todo eso se ve reemplazado cuando el placer empieza a emerger de un lugar desconocido.
De pronto estoy necesitaba, me veo a mí misma moviendo las caderas para ir al encuentro con su mano, al roce de sus dedos en lugares a los que nadie jamás ha llegado. La palma de su mano me sostiene por el abdomen, como si de alguna manera pudiera caerme o algo por estilo, sin embargo, me siento segura al saber que me está sosteniendo.
—Michael... —gimo, con los ojos cerrados y las sensaciones a flor de piel. Mi cuerpo se tensa, mis piernas se flexionan y siento que estoy a un segundo de desintegrarme—. ¿Qué...? ¿Por qué estoy...?
—Shhh —besa mi pulso, sin parar de acariciarme con precisión y algo más de prisa—. Solo déjalo salir.
Y acelera el ritmo de sus dedos en mi sexo, envolviéndome una rara sensación que jamás había experimentado y no se siente mal. Me tenso una vez más, me presiono aún más contra su pecho y dejo salir eso que tanto me estaba gustando, y esa presión en vientre explota de una exquisita manera que me eleva hasta rozar el cielo con las puntas de los dedos.
Caigo en un espiral de placer sumamente largo que da vueltas y vueltas que me dejan más idiota de lo que resulto ser a veces. Mi pecho sube y baja con rapidez, aún y cuando siento que jamás podré reponerme de lo que acabo de vivir, estoy bien. Estar entre sus brazos es estar excelente.
—Creo que descubrí como hacerte feliz, ¿o no? —susurra en mi oído, haciéndome reír.
Suspiro con pesadez y cierro los ojos, apoyando mi rostro de perfil sobre su pecho.
—Yo nunca... me había sentido así —musité.
—¿Por qué? —cuestiona, echo la cabeza para atrás, busco sus ojos—. ¿Por qué nunca dejaste que nadie te tocara?
—No sé —me sincero, perdida en sus ojos azules—. Creo que jamás había encontrado a alguien tan...
—¿Tan...? —eleva las cejas, expectante y divertido.
Sonrío y acaricio su mejilla.
—Tan increíble y excepcional como lo eres tú.
Sus ojos cristalinos me dijeron más que mil palabras.
Sus dedos acariciaron mi mejilla con dulzura y bajó sus labios a los míos, dándome un tierno beso que cerró con broche de oro el mejor día de mi vida.
[...]
Noah se mueve por toda la habitación mostrándome el montón de dibujos que me ha hecho, su pequeño cuaderno de matemáticas y la réplica casi exacta de su dinosaurio favorito que hizo en plastilina.
—Está precioso, amor —acaricio sus mejillas rosadas.
—¿Te gustan? —asiento y una sonrisa a la que le falta un diente me acelera el corazón—. Puedes llevarte estos, así te acuerdas de mí.
—Pequeño, yo siempre me acuerdo de ti —apachurro sus cachetes colorados y gorditos, haciéndolo reír—. Me los llevaré y los pegaré en el refrigerador.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo —beso su frente, su nariz y todo su rostro—. Te amo.
—Y yo a ti —me aprieta con fuerza en un abrazo de oso y después se aleja para subirse a su cama.
Sonrío al verlo recostarse y tomar el mando de la televisión para poner una película. Mi teléfono suena y acapara toda mi atención.
Tenías razón, las niñas aman los peluches gigantes.
Muerdo una sonrisa y tecleo.
Lo sé, fui una niña alguna vez.
Gracias, te debo una.
No hay de qué.
Suspiro y guardo el teléfono otra vez.
Hoy es sábado y es el cumpleaños de la pequeña sobrina de Michael. El hecho de que trate a sus amigos como familia es algo que me hace quererlo más, lo que me resulta bastante increíble. ¿Sé puede querer a una persona más de lo que ya lo haces? No lo sé, pero no quiero dejar de hacerlo.
La invitación llegó a mí el jueves por la noche, a través de una visita inesperada y llena de besos. Decirle que no podía ir con él me costó mucho, pero debía hacerlo. Hoy era un día crucial para mí y para Noah, en especial para mí pequeño.
Pulmones nuevos.
Ayer me llamaron para informarme que llegó un paciente, un pequeño niño de ocho años que falleció en un accidente automovilístico. Me dolió en el alma saberlo, pero, aunque suene mal, muy en el fondo tengo la pequeña esperanza de que mi hermano pueda ser compatible.
—¿Cuándo podrá venir Marla a visitarme? —cuestiona, cruzando los pies en el aire.
—Cuando Catalina lo permita —le soy sincera.
El pequeño pelinegro cascarrabias se cruza de brazos y frunce el ceño.
—Ella siempre dice eso y nunca la deja venir —refunfuña, pero no puede seguir discutiendo cuando ya está tosiendo.
Me levanto con rapidez y me acerco a la cama para darle suaves palmaditas en la espalda.
—Ya está —murmuro—. Respira despacio.
El ataque de tos cesa unos minutos después, Noah respira profundo varias veces hasta que logra controlar su agitación. Acaricio su cabello y me recuesto junto a él en la pequeña camilla, lo abrazo contra mi pecho mientras siento como su cuerpo se vuelve ligero.
Odio verlo así. Cansado. Sin fuerzas suficientes para respirar.
—Quiero ver a Marla —susurra en mi cuello.
Parpadeo y alejo las lágrimas.
—Marla vendrá a verte —le digo, beso su frente—. Lo prometo.
Noah se queda dormido tan solo dos minutos más tarde, agotado. Me abstengo de cerrar los ojos también y me levanto, dejándolo dormir tranquilo. Lo cubro con su manta de dinosaurios y beso su mejilla con premura.
—Es un niño muy valiente —murmura la voz de Sandra, quien está apoyada en el marco de la puerta—. A veces, me sorprende mucho verlo tan pequeño y tan fuerte al mismo tiempo.
—Quisiera poder ser como él —admito—. Verlo así y tenerlo lejos me deja sin fuerza.
—No, cariño —se acerca—. Él te da fuerzas, no lo dudes nunca.
Aprieta mi brazo con cariño y me sonríe.
—Ha estado tosiendo —le informo.
—Sí, pienso que es por todo esto del cambio de clima y las lluvias inesperadas. He tenido que bajarle la intensidad al aire acondicionado para que no le de tanto frío por las noches...
—¿Qué hay de los pulmones? —cuestioné sin poder contenerme.
Sonrió un poco, pero ese gesto no tocó sus ojos. Se me anudó la garganta en cuanto la vi negar con la cabeza y sentí como el corazón se me rompió un poquito más. Tuve que desviar la mirada al techo para no ponerme a llorar ahí mismo, porque estaba a un instante de romperme.
—Pero no te pongas triste —susurra ella junto a mí—. Sabíamos que esto podía pasar. Al ser niños tan pequeños, no siempre son compatibles con todos.
—Creí que esta vez... —me ahogué, cerré los ojos y negué.
—La esperanza es lo último que se pierde, por eso no dejaré de buscar un par de pulmones para este pequeño, ¿me entiendes? —me dice, busca mis ojos y veo como trata de convencerme—. No decaigas. Esto solo es un bache en el camino.
MOOD DE HOY:
Al principio:
Al final:
Los problemas se avecinan, junto con el DRAMA.
¡VOTEN Y COMENTEN MUCHO!
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